Aire enemigo
CANON
Ya todo ha sido dicho
y un resplandor de siglos
lo defiende del eco.
¿Cómo cantar el confuso perfume de la noche,
el otoño que crece en mi costado,
la amistad, los oficios,
el día de hoy,
hermoso y muerto para siempre,
o los pájaros calmos de los atardeceres?
¿Cómo decir de amor,
su indomable regreso cotidiano,
si a tantos, tantas veces,
han helado papeles, madrugadas?
¿Cómo encerrarlo en una cifra
nueva, extrema y mía,
bajo un nombre hasta ahora inadvertido,
y único y necesario?
Tanto haría falta la inocencia total,
como en la rosa,
que viene con su olor, sus destellos,
sus dormidos rocíos repetidos,
del centro de jardines vueltos polvo
y de nuevo innumerablemente levantados.
FIESTA PROPIA
Sí, cantar es alegrarse,
como el aire se alegra en la mañana
por cada cosa que a la vida vuelve.
Cantar, dichosa entrega
a vivísimos vientos,
a ráfagas regidas por la gracia
o la lenta paciencia.
Tenderse e ir nombrando
las cosas, los sucesos,
la ardiente zarza del abrazo,
el odio, la seda que en las noches
el sueño pone sobre las frentes
como un llanto.
Porque entonces el tiempo
se detiene y aguarda,
deja a la voz que nombre,
que se gane a sí misma
o que se pierda,
a la medida del olvido ajeno,
a la medida de la propia fiesta.
DORMIR DE NOCHE
Ahora dejo la luz,
tomo por el camino por donde
asidua va en cólera la sombra,
doy mi nombre y razones,
mi pretensión de júbilo,
las horas celebradas
en las que fui naciendo
y presento mi día
como un pájaro herido y terminante.
¿Después qué, después dónde,
después del sueño reclamado
y el ay final de despedida?
La fábula conclusa
dobla sus verdes hojas y su cielo,
guarda la tarde por recién usada,
los vientos y palabras que se oyeron.
Acá está lento el río,
imagen fiel de otra corriente
sin entrevista luz ni ruido alguno,
sin caricia de amigo ni tibia piel vecina.
Ávido el cuerpo espera,
un estrellado viento viene
y el cuerpo no responde.
Ciego como campana abandonada,
no sabe cuánto amor está guardado
entre la grave noche,
y cuánta vida nace y cuánta muere
bajo la lluvia de su oscuro polvo.
Oh estancado, vacío cuerpo solo,
sin memoria natal y sin presagios,
largo navío que no llega,
puente entre sombra y sombra
mudamente tendido.
EL POZO
Este pozo, qué miedo,
qué sobresalto oscuro.
Bajo la noche solos,
usando las palabras
como inconscientes varas
para tocar lo otro.
Lo otro: no nombrarlo,
no pensarlo siquiera.
Si pudiera negar
ese acabarse todo,
ese desarbolado
amanecer del mundo
que llegará algún día.
Pero la sombra vuelve
siempre con los recados
De ese turbión de espanto,
sin lugar, sin colores,
sin música, sin viento,
con nada más que un nombre
y las lágrimas todas
del hombre que lo cercan
AIRE ENEMIGO
Quisiera con piedra y mano
golpear el aire, el aire
que con seca codicia me contempla
como un lugar posible,
anillo para bodas mortales.
Está tibio de cuerpos
que ha rastreado
hacia todos los riesgos,
cruel adivino de muertes, nacimientos.
¿Quién pasa por la vida como dueño,
quién lo llega a la cita,
quién incólume canta?
Acá está el aire como perro hambriento,
pronto a lamer el círculo escaso de mis sueños.
— ¡No toques en lo mío, no olfatees,
no escarbes cuando el barro quiere hacer destino,
no tomes las medidas de mi sombra,
no pongas todavía rosas sobre mi nombre!
Aún está unido el polvo por la sangre,
la vida como un ramo fácilmente disperso
conserva su cíngulo de lágrimas.
Déjame que decida todavía mi sitio,
déjame, nudo de tiempo y sombra,
amanecerme.
-De Palabra dada (1953)