Ida Gramcko

La unidad del llanto

 

 

 

 

LA UNIDAD DEL LLANTO

Esto soy todavía:
un sosiego turbado por las lágrimas.
Esto fui: una pupila
húmeda, abierta y ávida.
Esto he de ser: el llanto mientras viva.
Un erguido sollozo me levanta,
me hace andar en las cumbres, me encamina
hacia la azul montaña.
Y allí está la sonrisa
como una flor salvaje que me aguarda.
Veré la blanca flor y será mía,
¡mía!, y tendré llorando que arrancarla
del fondo de mi ser, pequeña y tibia,
de lo alto de la cumbre, pura y blanca.
¡Mía! Y el llanto surca mis mejillas
para que yo merezca su fragancia.

 

 

 

TELA DE ARAÑA (BALLET)

¡Oh bailarina del desván, comienza!
La música del viento toca el arpa
carcomida y sin cuerdas.
Descorre el polvo su cortina opaca;
se encienden las luciérnagas.
¡Oh bailarina del desván! Ya danzas…
Desde el palco de un cofre te contemplan
atónitas pupilas de esmeralda.
En el caos, la herrumbre y la tiniebla
subes, ¡oh danzarina!, con la ráfaga
del aire de la noche; eres la estrella
de graneros y criptas subterráneas.
Ahora te miro, lúcida y ligera,
frente a mi corazón, como una lámpara.
Saltas, danzando, con tu malla negra
sembrando con tu paso una luz blanca
que permanece inmóvil, una estela
húmeda y vertical como una lágrima;
y en el raro columpio de tus hebras
¡mínima equilibrista en red de plata!
con tu sombrilla: mosca, pirueteas.
Cruzas, en espiral, paredes rancias
iluminando pátinas añejas.
Pero has perdido un escalón, resbalas…
Mi mano se levanta, ávida, abierta.
Danzas en ella el aire de una flauta
que un grillo toca entre las hojas secas.

 

 

 

EL ESPANTAPÁJAROS

Nunca amaste los pájaros. Es cierto.
Ni los niños que huyeron de tu sombra
¡crucifijo del hombre contra el cielo!
Se deshizo la ronda
en el jardín; volaron los insectos;
después, las mariposas…
Sólo quedó, en la soledad, tu espectro,
y un niño sólo en la pradera sola,
inválido y sediento.
Lejos de ti, volaron las palomas,
y la ronda infantil en otro huerto
levantó sus columpios, sus coronas…
Sólo permanecieron los almendros
abrieron sus corolas
glaciales como témpanos.
¡No podían volar! Y las bellotas,
los manzanos en flor y el limonero.
Pasaban, fugitivas, las alondras.
¡Pudiste detenerlas en su vuelo!
Pasaron golondrinas y gaviotas,
y mirlos y jilgueros,
y enamoradas tórtolas…
Y maduró tu fruto en el silencio;
en el silencio, sonrosadas pomas,
labios mudos, se abrieron.
Pero hoy el viento sacudió las hojas,
dispersó las semillas y los pétalos
y el pezón de los árboles se agota
en exhausto racimo amarillento.
¡No veles ya! Se marchitó la fronda.
¡Despídete del cerco!
En una alegre emanación sonora,
la infancia, en ronda florecida, ha vuelto.
Los pájaros celebran su victoria
picoteando tus restos:
tu pecho de aserrín, tu sien de estopa,
la hilacha sin color de tus cabellos.
Te sostiene una estaca melancólica
como al retrato de un payaso muerto.
¡Oh trágica derrota;
oh racimo de harapos verdinegros;
oh maniquí del campo que sollozas
mirando el alto nido y el alero,
hermano del fantasma, de la escoba,
del ciprés y del cuervo!
Hermano mío… ¡llora!
Llora conmigo sobre el campo yermo.
y aprende a amar los pájaros… ¡Que te oigan
cantar los niños y te escuche el viento!
Como un ángel caído al que perdona
la mano celestial, sube hasta el cielo.
¡Que se levante un ala milagrosa
en cada uno de tus hombros, quiero!
¡Que emprendas en tu muerte, que es tu aurora,
el viaje azul al paraíso eterno
en donde un niño solitario toma
gajos de luz que no consume el tiempo
a un árbol sin otoño y sin carcoma!
El niño aquél, inválido y sediento.

 

 

 

LA BELLA DURMIENTE DEL BOSQUE

¿Desconoces
el milagro de la Bella Durmiente?
Mira tu corazón, íntimo bosque
donde ella está dormida— ¿Para siempre?—
Hasta que una manzana, un beso, un nombre
la despierten.
—¡Ah, párpado sin luz, puerta cerrada!
¿Dónde quedan tus goznes?
¿En la boca, en el alma
de la que duerme? ¿Dónde
llamaré para que abras
al niño peregrino de la noche?
¿Es tu llave una lágrima
glacial, es una risa joven?
¿Es de plata
o de bronce?
Los cánticos silvestres.
las liras, los acordes
de la lluvia en el césped,
los mármoles insomnes,
los lirios, los cipreses,
responden:
Llave es la propia vida.
—Déjame ver la cerradura entonces
para hallar la pupila
que se esconde.—
La corola visual da, por sí misma,
pistilo recto y luminoso brote,
y sólo será flor cuando el enigma
o la verdad, agobien.
Sólo despertará con la caricia
de la duda, el tormento, los reproches.
—Dime, celeste amiga
de la Bella, ¿qué voces,
cuáles cantos inspiran
el despertar del ágata en el cofre?.—
Yo conozco las nubes
y las fuentes,
las tórtolas impúberes,
las sierpes
verdosas, y las ubres
rosadas, y los peces
cuyos velos azules,
rojos, morados, verdes
se agitan en los túneles
acuáticos e inertes;
el luminoso cuerno de los faunos,
las alas incoloras de los duendes,
las carrozas, los cascos
de los raudos corceles
desde que el sol advino por sus párpados
desangrando la aurora por sus sienes.
Cuando, otra vez, rendida por el sueño,
cayó en el denso bosque,
me estremecí de llanto y de silencio.
de ternura y de goce.
¡Vuelve! pedí en mi angustia
y en el monte.
¡Vuelve, belleza pura,
que duermes en el cáliz de lo enorme!
Y la vi ciega, muda,
entre cojines, lámparas y flores.
Nunca
se apagará su luz en mi horizonte.
Riego el rosal de sangre que perfuma
mi soledad y aguardo que retorne.

 

 

 

EL CUERVO

A Edgar Allan Poe

Solo quedan, roídos, los peldaños
de una escalera en sombras;
una percha que incita con los garfios
de dos cuernos agudos, y unas ropas
sobadas por el tiempo y el espacio
y ausentes de calor y de memoria;
sólo un tapiz de raso
con manchas de oro y un sillón con borlas;
un abanico abierto, y un retrato
erguido, solitario, en una consola
un espejo que es agua de los años
con amorcillos en la cornucopia.
¡Ah, ya lo ves! Y mis dormidos pasos
que suben, sin querer, mientras azota
el viento en los cristales como un pájaro
con las húmedas alas en zozobra.
¡Ah, ya lo ves! ¿Acaso
soy el espectro errante de Leonora?
De mi cuerpo, caído campanario
se alejaron las últimas palomas.
Hoy sólo anida un cuervo en mi regazo
como en una cornisa melancólica.

 

 

 

CARACOL, EL HERMANO,

el mismo yo, mas caracol. Concisa
su forma sigue sin barniz ni estrago
para que el hombre sufra un alma rica,
un alma suya en el vellón y el gajo,
íntima, inmensa, siempre en sed y ahora.
Así construimos un lugar humano,
pero tan lleno de él como de brisa.
Inventamos
una pared de cal… ¡y tan diminuta!
Un muro nuevo, ¿raro?
Sólo en su fresca soledad lo solitario.
-¿Soledad, otra vez lo solitario,
otra vez la distancia? ¿Y la caricia?-
Cálmate, amor; lo nuestro es lo lejano,
toca el largo perfil, la piedra lisa
dice por voz de su vigor: yo te amo.
La forma singular es la infinita.

 

 

 

VOZ

Hay alguien que llama desde remotas cimas,
hay una voz profunda que me pide estar cerca.
Los aires se arremansan en corrientes continuas
hasta fundir los ecos en la dormida piedra.
El camino es un paso que dio el gigante mundo
con sus botas de angustia, pensativas y negras;
era un viajero entonces, desamparado y rudo,
y con su andar de nave fue duplicando huellas.
A veces tengo alas. Los cabellos furtivos
se fugan entre ratos de las furias del viento,
las manos, como arañas, van tejiendo en sus giros
una red infinita de locura y de ensueño.
¡Llegaré hasta la cumbre! Tendré todas las flores
azules y mojadas que habitan en las cuevas,
y habrá un concierto claro de pájaros y voces
en la garganta virgen de la desnuda tierra.
Hay alguien que me llama desde remotas cimas
y voy tras su llamado como la humilde sierva:
manos y pies descalzos… entre luces y vidas,
hasta la voz profunda que me pide estar cerca.

 

Ida Gramcko (Puerto Cabello, 1924 – Caracas, 1994). Poeta, ensayista y dramaturga venezolana. Licenciada en Filosofía por la Universidad Central de V ... LEER MÁS DEL AUTOR