La poesía, astro que brilla sobre la terraza de la casa paterna
Por Claudia Posadas
Hugo Gutiérrez Vega (Guadalajara, México, 20 de febrero de 1934 – Ciudad de México, 25 de septiembre de 2015) fue un poeta contemplativo, que observó y reflexionó sobre la condición humana y los paisajes del mundo. Su poesía, como ha dicho Marco Antonio Campos, está marcada por “las huellas de la experiencia”, por lo que el asombro ante la extrañeza de la vida y la certidumbre de los alimentos terrestres, la luz, el arte, lo amoroso, la belleza, son el principio fundamental del creador. El poeta ha hablado de su cotidianidad, como diría Octavio Paz, “desde el cuarto como centro del mundo”, en libros como Cuando el placer termine (1977), que le valiera el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1976; Georgetown blues y otros poemas (1987); y las antologías Las peregrinaciones del deseo. Poesía reunida 1966-1985 (1987) y Nuevas peregrinaciones (1994).
También, ha nombrado estas esencias, pletórico de los paisajes fundacionales de las regiones helenas, como en los volúmenes Cantos del despotado de Morea (1991), Los soles griegos (1989), Una estación en Amorgós (1997) y en su antología respecto de este universo, Los pasos revividos (1997). Asimismo, se ha alimentado de los paisajes del mundo que vivió y amó, gracias a su labor como diplomático de carrera por más de 30 años como Embajador de México en Grecia, agregado cultural y cónsul general en Estados Unidos, España, Italia, Brasil, Rumania, Líbano, Chipre, Moldova y Puerto Rico y en la realización de trabajos especiales para la UNESCO en Irán y la Unión Soviética.
Pero no sólo el viaje y el movimiento fueron urdimbre de su conciencia poética, sino también el paisaje humano, sus construcciones y arquitecturas, su lenguaje, su repertorio de personajes ya que éstos conformaron su mapa de maravillas, su “Bazar de asombros”, aludiendo al título de su libro homónimo y de su columna periodística que mantuvo por muchos años como director del suplemento cultural del periódico mexicano La Jornada, labor editorial que ejerció también en espacios fundamentales para la cultura de nuestro país como la Revista de la Universidad de México.
Así, en estas geografías humanas, en estos espacios plenos de historia, de voces interiores, de referencias literarias, el poeta ha dado paso a la serenidad, al placer y a la melancolía, al recuerdo de las pasiones incumplidas, a las sombras del amor, diría Cavafis, mientras que en el cielo esplende, eterna, la constelación de la Osa Mayor.
De porte elegante y exquisito; firme, pero suave su voz, perfecta en su tono, acaso moldeada en su pasado actoral, Hugo Gutiérrez Vega fue un hombre de múltiples saberes y quehaceres, de impronta cervantina: de amplia formación, Estudió Derecho en la UNAM, Letras Inglesas en Michigan, Letras Italianas en la Universidad de Roma y Sociología de la Comunicación en Londres. No sólo fue poeta, actor, editor y diplomático, sino también académico, abogado, gestor cultural. Fue miembro correspondiente de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española y de la Academia Mexicana de la Lengua. Su labor como traductor de poesía griega y ensayista es ampliamente reconocida. Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, italiano, ruso, rumano, portugués y griego.
Asimismo, obtuvo varios reconocimientos: Orden al Mérito 1966 en grado de comendador, Italia; Medalla Alfonso X 1981 de la Universidad de Salamanca; Comendador de la Orden de Isabel la Católica 1983, España; Orden del Delfín 1994 (Gran Cruz), Grecia; Premio de Letras Jalisco 1994; Premio Nacional de Periodismo 1999 en el área de difusión cultural; Premio Iberoamericano Ramón López Velarde 2001; Premio Xavier Villaurrutia 2002; Medalla de oro de Bellas Artes en 2004; Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval 2009; Premio Nacional de Ciencias y Artes 2013, en la categoría de Lingüística y Literatura, por su “trayectoria lúcida y sensible en la poesía, el ensayo y la expresión oral”.
Hombre sabio, vital, en homenaje a su obra y memoria, a cinco años de su partida a esa Alta Estrella de la infancia, evoco su recuerdo y sus palabras en esta entrevista que me concedió para hablar sobre su experiencia de vida y de poesía.
A través de lo cotidiano y desde la experiencia personal, usted ha hablado de la precariedad de la condición humana, y también de la certidumbre de vida. ¿Qué indagar al respecto, en una geografía fundacional como la griega?
Grecia nos entrega una gran carga de existencia, no sólo porque se trata del país donde se inició nuestra cultura, sino porque dicha carga de humanidad está hecha de destrucciones y construcciones milenarias, no olvidemos que Atenas es una ciudad destruida y construida más de 20 veces. También, Grecia tiene importantes testimonios literarios como los de Cavafis, Ellitys y Seferis; además, un aspecto interesante es el mestizaje. Es muy fuerte la presencia de todos los grupos que se han reunido, integrado o desintegrado, especialmente en dos maneras de pensamiento: la del mundo helénico, que es toda la tradición que ahora llamamos grecolatina y la del mundo que se creó en torno a la filosofía griega. Entonces creo que todo esto, más las cosas entrañables de todos los días que aparentemente son insignificantes, tienen en Grecia un carácter muy especial. Todo, hasta un poco de pan con aceite verde dorado, una copita de vino y un queso de cabra, que es lo que André Guide llamaba los alimentos terrestres.
Su poesía es un duelo constante entre lo fugaz y lo permanente. En sus libros, este tema se observa cuando habla del tiempo que todo lo degrada, pero que a la vez, trae la memoria. ¿Cómo asume y atempera este duelo, como lo decanta en los paisajes griegos y del mundo, plenos de historia y derrumbes?
Mi idea es conciliar la nostalgia de todos estos paisajes griegos, italianos, ingleses, con lo que Elena Garro llamó “los recuerdos del porvenir”. Para mí los paisajes, sobre todos los griegos, tiene dos maneras de verse: El paisaje en sí, y al mismo tiempo, toda la experiencia libresca que me signifiquen. Por otra parte, lo que se refiere al paso del tiempo es siempre difícil, pero si se considera que la muerte forma parte de la vida y se trata de aprovechar al máximo el tiempo que le queda a uno, creo que se puede salir adelante, como lo decía Canetti. Este autor pensaba que la palabra muerte es una obscenidad. Hay que hablar mal de la muerte, es absurdo que nos resignemos a ella. Es la última y gran humillación, y mientras la enfrentemos con sarcasmo, se pueden conciliar estas cosas y considerar que no se tiene mucho tiempo para envejecer. Ahora, las “vejeces” tienen distintas características, creo que hay quienes envejecen bien, pero hay quienes lo hacen con mucha tristeza o con mucha rabia. A mí, al principio sí me dio algo de coraje. Pero la contemplación del mundo y de sus paisajes permite equilibrar estas cosas. No estoy dando lecciones de envejecimiento, pero sí creo que vale la pena reflexionar sobre este tema.
Por otra parte, las arquitecturas son reflejo del espíritu humano e incluso pueden ser signos del misterio. ¿Qué encontrar, en este sentido, en esta Grecia llena de historia, en los paisajes de un mundo antiguo pleno de imágenes, construcciones, referencias a obras de arte?
Son la presencia de lo sagrado, en términos de Mircea Eliade. Hay una novela muy interesante que se llama El Mago, que se desarrolla en una de las islas griegas en donde, en un pequeño pueblo de la montaña, se observa a estos griegos modernos que son producto de los largos años de la ocupación turca y de las muchas razas que por ahí pasaron, que desde el punto de vista religioso pertenecen a la iglesia ortodoxa y que hablan el griego moderno en el cual hay reminiscencias del turco. Éste es un griego que se llama demóico o griego del pueblo y detrás de todo esto, hay presencias como Apolo, Artemisa, o algunos de los viejos dioses que quedaron por ahí caminando. También, en esos paisajes, están las huellas de miles de generaciones de muertos que, como decía Henry James, algo dejan. Todo fluye, todo permanece, en esto creo que tenemos que seguir siendo heraclitianos, y considerar que estas presencias forman parte de este constante fluir de la historia y del pensamiento. Confieso que he percibido esto con especial fuerza en pocos lugares del mundo: en toda Grecia y en algunas partes de España, México y Perú. Al estar, por ejemplo, en Teotihuacán, Monte Albán o Mitla recuerdo a Manuel José Otón cuando dice “enjuta cuenca de océano muerto”. Enmedio de dicho se alza la ciudad con su vieja gracia revivida, con su arquitectura, sus restos, y detrás de esto todas estas figuras que la literatura y la historia te han aportado. Así, las ruinas tienen su manera de estar vivas.
Como Cavafis, su poesía hace una constante referencia a diversos personajes, sus trabajos y sus días. ¿Constituirían su galería particular de lo humano, su muestrario de vida?
Mi galería de personajes y momentos es un repertorio de asombros. Incluso tengo un libro que se llama Bazar de asombros, al igual que mi columna en La Jornada Semanal. Por otra parte, mi poesía es muy descriptiva y está plena de personajes. Además de la propia experiencia están los testimonios de otros escritores y de diversos seres, porque en última instancia todos somos lo mismo, somos uno, por lo que trato de reflejar una serie de cargas comunes de la condición humana: esperanzas, frustraciones y deslumbramientos. A fin de cuentas, una de las funciones principales de la poesía es el dar testimonio de este conjunto contrastadísimo que forma la esencia de lo humano.
En antologías de la poesía contemporánea griega publicadas en nuestro país, se puede observar que algunos poetas asimilan la mitología de su región a su escritura. ¿De qué modo y por partida doble, se da esta asimilación en un poeta que pertenece a una geografía mítica y fundacional como lo es México?
El espíritu es el mismo. Al referirse a los grandes mitos, uno piensa en la Acrópolis, pero también en La venta, o en Chichén Itzá. En un viejo poema mío digo: “igual que en México, en China, en Perú, aquí las voces humanas son huecas, como los caracoles donde el mar se finge mar en las playas de Cozumel”. En estos sitios fundacionales, en la Acrópolis, en Teotihuacán, en Machu Pichu, la carga de humanidad es la misma. Y además comparten una misma no proyección al futuro. ¿Qué futuro tiene Teotihuacán, la Acrópolis?, siempre seguirán siendo lo mismo. En esto consiste la grandeza de estos lugares: que son puro pasado y presente y el futuro será igual que ese pasado y este presente.
Su poesía es hasta cierto punto coloquial, pertenece a lo cotidiano y es transparente. ¿Esta es la expresión más pertinente a su temple? ¿Le han interesado otras vet
Lo he intentado, pero no lo he logrado. Tengo ciertas dificultades para teorizar o para establecer una poética. Sin embargo, de alguna manera la he conformado. Mi poética indica que nada me dice el turbio soliloquio. Mi expresión tiene que ser a través de la transparencia, del significado directo de las palabras. De vez en cuando uso una metáfora, claro, pero no se me da con tanta naturalidad como a otros poetas. Entonces, considero que la expresión directa y coloquial, que por cierto en este sentido creo estar más cerca de la poesía inglesa que de la poesía mexicana, es lo que me permite expresar lo que quiero decir. Entonces, lo que me interesa es este delirio de nombrar las cosas, como diría Montale.
El duelo entre lo fugaz y lo permanente también se observa en la forma poética: mientras que habla de la memoria y el tiempo, sus poemas son instantáneas, impresiones, atmósferas en vilo, golpes de vista. ¿Esta brevedad es la que abracaría la esencia del tiempo y la memoria más que ninguna otra?
Definitivamente. Solamente lo fugitivo permanece y dura. Lo efímero es lo que constituye nuestra mejor herencia. Yo no pienso mucho en cuestiones de trascendencia, inclusive diré que me importan poco. La poesía náhuatl nos lo dice claramente, sólo venimos a dormir, sólo venimos a soñar. Pasamos, pero lo importante es eso, pasar. Supongo que algo queda, aunque no me interesa demasiado. Por esto, mi expresión tiende a la brevedad.
Uno de sus poemas más enigmáticos dice: “Soy el mismo, somos los mismos que jugaban con el miedo”. A lo largo de su experiencia poética que también es de vida y ahora que, como dice más adelante en dicho texto, “el miedo ya no es un juego”, ¿ha encontrado ese yo esencial?
Sí y a veces ese vislumbre le da a uno miedo. Yo creo que precisamente una de las cosas que más miedo dan es ese acercarse a ese yo esencial, a ese ser para la muerte del que hablaba el existencialismo, porque detrás de esta noción hay un abismo.
Hay un tránsito en su poesía que, además, es itinerario de vida: el trayecto de quien descubre “la luz de las cosas” y las abandona. ¿Dónde encuentra su raigambre el viajero, el poeta que ha realizado un constante servicio exterior en la diplomacia?
Lo que ocurre es que nunca se sale de lo que Leopardi llamaba “la terraza paterna”. Uno de los cantos de este autor dice: “Vagas estrellas de la Osa mayor/no creía volver de nuevo a contemplaros desde la terraza de la casa paterna”. Ahí están las vagas estrellas de la Osa mayor que se ven aquí, o en el oriente. Recuerdo haberlas visto casi con angustia en alguno de mis viajes. Cuando regresé a México, estando en Guadalajara, que es mi ciudad de infancia, de adolescencia y juventud, esa ciudad que como dice Cavafis, siempre lo acompaña a uno, nuevamente vi a las estrellas de la Osa Mayor. Entonces adquirió vida el poema de Leopardi, porque de alguna manera estaba yo en la terraza de la casa paterna, en el lugar de la iniciación. Siempre, pese al tránsito, uno permanece y regresa a ese lugar, es decir, tarde o temprano regresas a tu Ítaca.
XX *
Árbol de la esperanza
manténte firme.
De nuevo nos vamos, esposa, amiga, amante de siempre, suave presencia en el lado de la cama habitado por tus sueños y tus miedos. A prepararlo todo y a empezar a dejar personas amadas, lugares, sillas hospitalarias, las tazas de café de la mañana. Otras veces partimos con menos angustia y mayor esperanza. Ahora, una sensación indefinible se apodera de todos los preparativos y dificulta el viaje. Tal vez, gran parte del corazón se nos queda en la isla y es el vacío el causante de este desasosiego.
Esposa, amiga, amante de siempre, tú la más fuerte de esta casa de humo, señala el rumbo. Yo apenas puedo hacer los movimientos necesarios para alejarnos. Nos sostienen los días aquí pasados, las cosas descubiertas en las amanecidas o bajo la luz de la luna de todos los veranos, y este amor asido al árbol de la esperanza.
Y sin embargo, pese a esta estancia que se lleva en el corazón, ¿qué sentido tendría la voluntad de viaje?
Ha sido una compulsión, una necesidad que todavía siento, porque forma parte de este deseo de aproximación al mundo y a los alimentos terrestres. Mi libro Las peregrinaciones del deseo, rememora una cita del Eclesiastés que dice “más le vale al hombre quedarse parado en la puerta de su casa que emprender las peregrinaciones del deseo”. Ésta ha sido una cita maravillosa a la que no le hice caso. Ahora ya quiero quedarme en la terraza de la casa paterna viendo las estrellas de la Osa Mayor, pero el viaje, como la ciudad de la infancia, siempre va en ti. Entonces ahí están los paisajes, las personas, los momentos de plenitud. Ahora, lo que puedas dar, lo que puedas devolver es lo que cuenta.
Antes de partir *
A la izquierda está el mar. La alta montaña con su ermita y su senda entre los pinos se recorta en lo azul y las gaviotas van hablando de viajes, llegadas o naufragios.
Recuerdo los primeros días en la isla, el verano de fuego y, en la alta madrugada, el olor de la sal, el aroma e los pinos y las voces de las muchachas escondidas entre las ruinas.
Una de ellas, la más alta, flameó su cabellera al lado de una columna rota, irguió el pecho, abrió los brazos al cielo y me dejó, adolorido y deslumbrado, a merced del misterio. Los dioses rieron desde lo alto y se hizo el día. La muchacha comenzó a caminar y agua, fuego, tierra y aire vibraron a un tiempo. Era Afrodita o Helena o Friné, era la cautelosa Artemisa clavando su flecha para siempre en el corazón que se niega a envejecer.
* Ambos poemas pertenecen al libro Una estación en Amorgós.