Hugo de Mendoza

A dónde van los caballos mientras duermo

 

 

 

 

Mi soledad gusta de lapidarme en la cocina

 

Ella es incalculable

tiene la manía de respirar por las llaves del gas

y dejarse escurrir por las tuberías

hasta que adquiere la forma de un embrión

y reposa en la circunferencia de un sartén.

 

Ella enloquece con cuchillos,

se los clava en su inmensidad

para asegurar que el dolor

es un sedante contra la alegría.

 

Ella se nutre de nada y se nutre de todo,

incluyendo la voluntad de Jesús

por cortar el pan, por destilar el vino,

por anunciarse en la pasión de un foco

o en mi última oración en la cocina.

 

Ella desde siempre no tiene forma ni sustancia.

Puedo olerla dentro de un congelador en flor de loto

o ardiendo en un horno como esfinge de museo;

ella tiene escamas, es ebullición, efervescencia,

flotan sus ojos en platos desbordados de sopa

con su corazón lleno de helio, lleno de nada,

lleno de lenguas hidratándose en mis dedos.

 

Ella,

imantada a mí ella siempre

es una sombra en todos los espacios,

su fuerza reside en eclipsar la luz

en dejar caer cubiertos con tenor psicoanalista,

en zambullirse en licuadora, en pintarse de rombos,

en maquillarse el rostro con harina para ser un clown

y confundir mi terrible adicción por el azúcar

con las instrucciones del veneno para insectos.

 

Ella no es una musa hirviendo en olla exprés,

no la ausencia de clonazepam o cilantro en alacena,

es la refrigeración por invertir navajas en mi cuello,

es un hueso que acribilla mi garganta

que por más que mastico y mastico

su intangible sepultura

no cesa de lapidarme en la cocina.

 

 

 

 

Cuarto acolchonado

 

En este lugar

no existen las mariposas

solo su vuelo

empujándome al vacío.

 

 

 

 

Confesión en el diván

 

He sentido un viento anaranjado,

un sobrevuelo de interrogaciones.

 

Desde mi silencio

un péndulo lunar

llega desde la idea de Dios

hasta la cumbre más inhóspita

de mis abismos…

 

Con mi testimonio en el diván

una voz de polen cubre mis tobillos

al tiempo que las mariposas

encuentran destino en mi corazón.

 

¿Quién soy

ahora que Cristo camina por la sala

para tomar una abeja de mis manos?

 

 

 

 

Un pañuelo de Dios

 

En los lugares terrenales

pasta la pobreza en asfalto,

que los zapatos

que las zapatillas

que los reporteros

saltan en carnaval sin fin.

 

En el tiradero de la especie humana,

cabezas de muñecos extirpan sus pies

para futbolistas que juegan a morirse.

 

Pero sobre todo mundanal;

en esta fábrica quirúrgica

de ampolletas para adulterio

de pintura digital para cubrir el crimen

¡Un pañuelo!

extiende su cuerpo a toda la sustancia

para ser el único pájaro del todo

en un miserable desorden de la nada.

 

 

 

 

Romance con las vacas

 

Amo la tranquilidad de las vacas

la concentración que tienen al masticar la hierba.

 

Amo sus manchas filosóficas,

sus ojos religiosos,

amo su incansable gusto por pastar

en la memoria o metafísica de Buda.

 

Amo a las vacas cuando meditan

en un tablero de ajedrez,

pero más aun

cuando caminan a la dimensión

de mi existencia y dicen:

 

“Despierta

la leche está servida”.

 

 

 

 

Las flores solo saben mirar al cielo

 

A Zingonia Zingone

 

Meciéndose en el transcurrir del viento

y aun con el crecimiento de la tanta hierba

de la tanta edificación de casas de empeño,

las flores

a pesar de los incendios

de los escarabajos en señal de auxilio

de espinas clavadas en dedos de mi madre,

las flores

con sus tallos que encorvarán hacia la muerte

y su corazón que será picoteado por avispas

y su sangre que será molida por mercurio de un pintor,

las flores

aun como astillas en las pezuñas de una cabra

o como coronas en un certamen de belleza,

las flores

con su espíritu de nube

con su blanco andar de sacerdotisa,

las flores

nunca dejan de mirar al Cielo.

 

 

 

 

A dónde van los caballos mientras duermo

 

En el lugar de las ideas

separado de la imaginación

y de las matemáticas del tiempo,

los vi saltar ante la desnutrición

de las palabras hechas talco

hecha taquicardia

en la exaltación de un caballero

en las caballerías.

 

Los caballos se fugan de mi mente,

navegan por el aire y su galope

es un manantial de castañuelas

alimentando mi corazón hidráulico.

 

No hay jinetes de cianuro sobre sus lomos,

ni látex ni hueso o leche que pueda contener

sus risas largas en el insomnio de los sueros

cuando los espárragos son lámparas en dormitorios

y los dormitorios son llanuras en mis venas

por donde crecen caballos sin rimas en la frente.

 

Incansables equinos son revoluciones,

sin límite van saltando toda barda terrenal,

todo autógrafo del quehacer artístico

en tigres o en barbas o en frascos con petróleo

con proyección de una guerra en mapa escolar.

 

A dónde van los caballos mientras duermo

si no es para alejarse de toda paja inútil

o en el arribo de un hipódromo poema

que aún no puede ser escrito.

 

 

 

 

Reflejo subconsciente

 

En mi plato con sopa

asoma el rostro de una mantarraya.

 

No me atrevo

a partir el espárrago en su sonrisa;

deshacer su reflejo

sería asesinar una simpática ilusión.

 

Entre el mar de la ventana

y la mesa llena de alimentos

hay dos intrusos observándose

en la fugacidad del espejismo.

 

La mantarraya abre la boca,

y ante la tanta desnutrición

¡con tanta hambre!

no sé quién devorará a quién.

 

 

 

 

Consejos de respiración hasta el exterminio

 

Respirar la nieve la nube la nuca nunca vista de Dios.

Respirar el primer pájaro del día hasta la clarividencia

y la fatiga de un concertista en vegetación eléctrica.

 

Exhalar

no sólo bajo el sol o bajo un yunque de hipotermia.

Exhalar

aun con plomo en los bolsillos

aun con amoniaco entre los dedos.

Exhalar con la carne con el pensamiento con el espíritu

aunque la hipnosis matutina pronostique un colapso de plantas venenosas.

 

Aspirar el hundimiento la elevación lo invisible la astrología lo subterráneo.

 

Celebremos una gota de vino en un temblor de parálisis mental

asistamos a un planeador para sobrevolar la calvicie de nuestra muerte

como una danza de alto riesgo en el espejismo de una peluquería.

 

Imaginar lo que no puede ser respirado:

un amor en el centro del infinito

un caminar de Lao Tsé en un haiku

una lluvia para que el nacimiento del mar

sea un pez durmiendo en nuestras manos.

 

Respirar bien el todo y la nada.

Que la oxigenación en nuestra sangre nos impulse

a trotar la historia universal

a velocidad de caracol a salto de guitarra

que nuestros pulmones sean un fractal de mariposas

cuando la era cibernauta cuando el fin del mundo

nos tome dando vueltas en una rueda de la suerte

o en la contemplación de una cascada

que la naturaleza ordeña.

 

Respirar siempre prominente

en vibrato en el ayuno de Tomas Merton

o de un economista pronosticando

descalcificación en nuestra patria.

 

Demos respiración de boca a boca

aire a los cometas

viento a los aviones

aliento a los naufragios

seamos el último surfista en época de aire

donde una sirena alcanza su plenitud de vuelo.

 

Que las estrellas se resguarden bajo nuestros parpados

y los astronautas sean acordeones en la música de Dios.

 

Seamos hidrogeno en la meditación de un tigre

mientras vacacionamos en la piedad de su metabolismo.

 

Enaltezcamos fuego sagrado en celebración de vivos

en el instante en el único trago de nuestra llama

de casualidad de átomo de azar de la interrogante

cuando el Herrero desde el espacio exterior martillea

una partícula que tiene tu rostro

en un caldero que bien ilustra un alquimista

respira la existencia.

 

 

 

 

-Estos poemas forman parte del libro Confesión en el diván / Seguido de cuando los ángeles se materializan, publicado por Editorial Literateria, en 2023, Toluca, Estado de México.

Hugo de Mendoza

(Guadalajara, México, 1976). Poeta y editor. En 2002 fundó el colectivo Literagen. En 2009 editó ... LEER MÁS DEL AUTOR