Hildebrando Pérez Grande

Banderas/mariposas/nomeolvides

 

 

De Aguardiente (Premio Casa de las Américas 1978)

 

 

 

Cantar de Hildebrando

 

La luz de todo lo perdido nos envuelve

con el leve jazmín

de la nostalgia.   Sobre la dura certeza

de los años, buscamos

un amor, una palabra

amiga, la huella de los compañeros.

La luz de todo lo perdido nos envuelve

con su dulce brebaje

de amargura.  Bajo el húmedo polen

de los sueños, en el frente

del amor hay más reveses que victorias.

(No siempre la plenitud es nuestra sombra).

La luz de todo lo perdido nos envuelve

con la bruma postrera

de estos tiempos.  Y marchamos

a la intemperie, cara al sol, sorteando

halagos, emboscadas, amarillentas

ilusiones que oscurecen el camino.

La luz de todo lo vivido nos envuelve

como ahora y en forma victoriosa

la invicta bandera de los pobres.

 

 

 

 

Cushillococha

 

Lenta

muere la tarde

en el bosque de Cushillococha.

 

Oh, Juventud, territorio encendido, ¿qué luz, qué voz, qué rostro en la memoria

nos guardamos?   Aquí, lejos de la desesperación, levantaremos

nuestra casa, y con el tiempo crecerán mis hijos, el horizonte, la vida.

 

Lenta

muere la tarde

en el bosque  de Cushillococha.

 

Oh Juventud, hontanar de ilusiones, más allá de opacos espejismos — y templados

por la abnegación y el fervor de los sobrevivientes – forjemos

un camino por el cual mañana otros hombres serán lo que no fuimos.

 

Lenta

muy lenta

muere la tarde en el bosque

de Cushillococha, en tu regazo, amor, en mis manos.

 

 

 

 

Benjamín Constant

 

Perdidos en el bosque de la ambigüedad desenterramos

allá, en Benjamin Constant, la sombra

intemporal del desconcierto.

Por la tosca quebrada del verano corría

el Amazonas como una muchacha febril, encantada.

Pisoteando

Su carne de venado incandescente yo le dije: “insepultos ojos, amigo, insepultos

Ojos incendian mi nave que surca por la gamuza triste de tus manos.”

Navegamos. Amazonas. Navegamos.

Y junto a la dulce intención de poseer lo que deseamos, no lejos

de nosotros, alimentándose de recuerdos inasibles,

pequeñas hogueras reverberan.

Navegamos. Amazonas. Navegamos.

Roída por el viento verde de la madrugada,

oh noche que terminas pero que en realidad comienzas:

podrás

decir ahora, sobre este País donde reina la iniquidad

y el contrabando, qué lluvia, qué mujer, qué sol

nos depara el destino, oh noche.

Navegamos.  Amazonas. Navegamos.

Y en medio de tus aguas que arrastran animales muertos, ilusiones muertas,

desconcertando a la razón y a la primavera, bajo

la luz agusanada de la luna, el viento y mi guitarra se vierten en lamento.

Navegamos. Amazonas. Navegamos.

Oh tiempo que arañas indesmayablemente

los sueños, los ríos, y todas las criaturas de este mundo

¿dónde la playa más justa, más hermosa que buscamos?

Navegamos. Amazonas. Navegamos.

Acosado por el brillo de los presagios negros yazgo

aquí, innominado, como un viejo soldado de juego, luchando

con las astas duras de la aurora que con gozo, con envidia,

derrumban mi sueño común, absurdo, cotidiano.

Naufragamos.

Amazonas.

Naufragamos.

 

 

 

 

Cantar de Alejandro

 

Marchamos hacia el amanecer de la armonía. Nadie podrá decir

que es una flecha oscura nuestro nombre. Con las luces

apagadas, y teniendo como lumbre los ojos acerados

de la aurora, salimos una madrugada de noviembre hacia la Isla.

La historia dice ahora que había mal tiempo

bajo el cielo de los navegantes. Que la lluvia

caía pertinaz sobre los hombres. Y los vientos del Caribe

no sólo presagiaban el constante peligro del naufragio

sino que los vómitos, las fatigas y los imborrables ataques de asma

arañaban nuestro corazón mientras oteábamos la sal del horizonte.

Nadie podrá decir que es una flecha oscura nuestro nombre.

En aquel yate de color blanco, remontando

un mar de azafrán y vieja cristalería, sentíamos

cómo las olas de la incertidumbre nos herían

de igual manera que nuestro deseo de acabar con el pasado.

Y al momento de registrar nuestro desembarco en las aguas

fangosas de Las Coloradas, con la misma alegría

de los niños que miran el porvenir con los ojos

de Abel, de Frank y de aquel peruanito cuyo nombre

nunca más supimos y cuya imagen siempre atamos a la de Juan

Pablo, a su sonrisa insepulta, descubrimos

que detrás de cada acto nuestro resplandecía la palabra del Apóstol.

Después vino la escritura de fuego, el temple

del cuchillo relampagueando en las noches de la Sierra,

la apertura hacia la luz del trabajo voluntario

y, como una mano tibia que se tiende

para estrechar otra, el internacionalismo proletario.

Nadie podrá decir que es una flecha oscura nuestro nombre.

Nuestro pequeñísimo nombre que hoy atraviesa otras latitudes

en el atavío y el máuser de los compañeros que entre cánticos

y espasmos marchan hacia el amanecer de la armonía.

Nadie podrá decir que es una flecha oscura nuestro nombre.

 

 

 

 

Mutatis Mutandis

 

Un árbol derribado no es un árbol: es un río

que crece entre los hombres.  Un río que crece

entre los hombres no es un río: es un sueño

que en los días de verano se desborda sobre tu tierra

seca.  Y un sueño que en los días de verano

se desborda sobre tu tierra seca no es un sueño:

es la hoguera en la que por un tiempo

ha de temblar tu delicioso cuerpo.  Pero la hoguera

en la que por un tiempo ha de temblar

tu delicioso cuerpo no es,  como supones, una fuente:

es tan solo un árbol, un río, un sueño que te dice

inútilmente que sí, que es mentira, que no lo volverá a hacer.

 

 

 

 

Ajedrez

 

Incapaz de movilizar los peones hacia

la conquista de antiguos

sueños, me deslizo

suavemente entre las damas.  Encerrado

en su torre de látigo

y cristal, el rey

vigila mi estrategia.  Mas

la reina y yo nos refugiamos,

en el limpio tablero de la noche.

Rojo alazán, inconteniblemente,

troto como la historia

que ninguna defensa

puede detener en estos tiempos.

La reina por siempre será mía.

Y no entraré en contradicción:

compartiré mi júbilo

-nunca

el tablero-

con todos los peones del mundo.

 

 

 

 

La noche

 

La noche es una superstición.  Una sábana

brillante que se arruga como los días de semana.

Vana moneda azul herrumbrada por el tiempo.

La noche es un abrazo que se abrasa en el aliento

sedoso de un acaso, o la amada invencible

que marcha a toda vela hacia su ocaso.  La noche

no es un manantial que pueda mencionarse

sin guardar rencor en alguna taberna abandonada.

Nosotros somos la noche: nosotros y no la piel

lechosa que los ciegos llaman madrugada.  Y

en el íntimo temblor de lo ya revelado, estalla

un sol nocturno: húmeda clarividencia donde florece

algún presentimiento de carne y hueso y fantasía.

 

 

 

 

Banderas/mariposas/nomeolvides

 

Un día despertarás, muchacha, a la sombra

de un eucalipto alto y transparente.

Y ya no querrás.

Y ya no querrás volver.

Y ya no querrás volver a tu casa.

Y ya no querrás volver a tu casa porque tu casa será este cuerpo

fraguado en pequeñísimas batallas.

 

En la incógnita dulce nos reuniremos

no sólo escucho el armonioso zurear de las palomas:

atravesando banderas        mariposas        nomeolvides

desalientos    consignas   y días por venir

llegan puntuales, como siempre, tus besos, tus espigas.

 

Un día despertarás, muchacha, a la sombra

de un eucalipto alto y transparente.

Y ya no serás.

Y ya no serás un sueño.

Y ya no serás un sueño o un deseo.

Y ya no serás un sueño o un deseo sino la suave, ardiente piel

que la ceniza de mis impacientes manos imagina.

 

 

 

 

Valpo

 

Navío anclado en los ojos de los niños

desterrados.  Vaso roto.  Estación

de vinos y palomas.  Albergue cerrado

a culatazos.  Casillero del diablo.

Muchacha que guiabas mi rojo velero

de afuerino.  Viejo rincón.  Guitarra

disecada.  Remolino de banderas

populares.  Arboleda de sueños

camuflados.  Bomba de tiempo.

Resistencia y amor.  Plaza

de La Victoria: oh, Valparaíso.

 

 

 

 

Cantar de José Ernesto

 

Mis padres me han  puesto a caminar sobre la tierra

que ya empiezo a saborear

 

como una roja manzana

que resplandece

en las manos laboriosas del tiempo que nos ha tocado transitar.

Hildebrando Pérez Grande Es un reconocido poeta peruano nacido en Lima en 1941. Considerado como una de los principales representantes de la Generación del 60 ... LEER MÁS DEL AUTOR