Una cadena efímera de manos y palabras
NUEVAS VOCES DE LA ARGENTINA
Luis Benítez
La poesía de Hernán Schillagi, destacado autor argentino que ya posee una nutrida producción tanto en el género como en narrativa y ensayo, atiende a destacar con precisión conceptual la percepción del instante, la brusca epifanía que revela a sus lectores con la misma sutileza con la que esta se produce. Apela Schillagi en ocasiones al poema-relato, donde una circunstancia o interacción momentánea oculta otros significados que llegan a quien lo lee de modo simultáneo, generando su impresión indeleble tanto en la sensibilidad emocional como en la esfera de las ideas.
Poemas de Hernán Schillagi
Del libro “Lengua padre” (Libros de Piedra Infinita, 2020)
eslabón de lujo
un niño ayuda a su padre a tender la ropa
juntos hacen una cadena efímera de manos y palabras
el niño pregunta y el padre cuelga las dudas
las aprisiona con los broches para que no se vuelen
para que sea más fácil luego plancharlas
pero el niño se queda solo en el patio eleva la cara
contra el sol así las gotas de las respuestas
golpean una a una en su cabeza esa piedra llena de poros
olvido y caricias húmedas de cien por ciento algodón
como si una fina lluvia en mangas de camisa
viniera a revelarle un deseo que ya conocía
y la piedra bajo un efecto de erosión inusitada
se abre para siempre
lengua suelta
como una arcilla que cubre el recuerdo
para que la forma sea la esperada y no
la real así tocan tus manos un golpe
feroz que cicatriza para afuera y quiere
ser una disculpa del futuro
y del descuido
como una pastilla debajo de la lengua
para que el efecto llegue al torrente sanguíneo
con la velocidad de la luz así entra tu palabra
en mi cuerpo un rayo que avisa y hiere
al mismo tiempo en el mismo lugar
en el mismo silencio
y lo libera
el oyente espera
suena en medio de la cocina una radio
bate el parche del corazón de la noche
una música atrapasueños sin dueño
pero con inquilinos que no traban con llave
sus puertas late una frecuencia sin modulaciones
en la amplitud de la mesada con restos fósiles
de aves corraleras con la sal gruesa de un mar prehistórico
y el que escucha ausculta cada golpe sonoro
roza el pecho de cada palabra con el frío estetoscopio
de esta mano sin compañía
de pronto apaga todas las luces
para que las voces crucen el oscuro éter sin tropiezos
porque él en medio de la cocina se siente
una hornalla abierta que amenazante espera
esa chispa que encienda su corona de gas
a cambio de no envenenar el aire
Poemas inéditos
helada negra
un poema que lleve como epígrafe
dos o tres líneas de un autor oculto
encontrado en una mesa de saldos
aunque su voz sea tan necesaria
como para tipear uno por uno
los caracteres de la frase
porque un poema es cierto
empieza a veces mucho antes
al igual que una helada parcial
que no cae al decir de los viñateros
sino que se produce lenta en la atmósfera
por condiciones de enfriamiento
y crueldad
la savia así corre sin salida
entre los versos hasta que un abrazo oscuro
del aire detiene toda posibilidad de escape
y vuelve tinta las hojas
por eso me levanto a la madrugada
y mientras la pava se agita en la cocina
rescato libros pequeños de los estantes
anoto frases en las rayas de un cuaderno
como si regara una parra y resistiera
antes de que el hielo queme los brotes
y con indiferencia los haga callar
tormenta imperfecta
la vi en la góndola del súper
con un transparente invierno adentro
atrapado como se aprieta un puño
ante la adversidad y los precios altos
una bola de cristal sí con su nieve falsa
y una porción del hemisferio norte
que se mueve en cámara lenta
para que tanta tempestad
se acumule doméstica en la mano
caiga sobre el trineo los renos
la tiesa sonrisa de papá noel
y borre por un instante este calor
en el cuerpo luego de las fiestas
en la góndola del súper la vi
pero ahora su frío duerme
en los estantes de mi biblioteca
un adorno fallido que se activa sin gracia
con las palabras de fondo
a la espera de que un sacudón ajeno
haga estallar el vidrio el agua y el deseo oscuro
de un feliz daño nuevo
santa rosa
«una hoja en blanco» decía mi madre
«así amaneció la primera vez que abriste los ojos
como una hoja sin nada escrito» me decía
en ese agosto oscuro del setenta y seis
en esa última semana cuando el invierno
anuncia su retiro pero guarda
bajo el poncho una tormenta final
un espectáculo de luz y sonido
que dejó marcas de sangre helada
en los brotes de los ciruelos
para que yo redacte desde aquel día
este frío sin resolver estas palabras
que se cortan y entierran bajo un rosal
a la espera de una fuerza extraña
que de pronto las haga crecer