Hernán Miranda. Iglesia de la matriz

 

Presentamos tres textos del imprescindible poeta chileno.

 

 

 

Hernán Miranda

 

 

“A NADIE DARÉ UNA DROGA MORTAL…”

Aquí estoy solo con mis pócimas, mis escalpelos,
mis uñas rotas, mis salpicaduras.
Aquí con mi intranquila conciencia.
Aquí con mi mundo perturbado.

Aquí, con mi cadáver desnudo sobre el mármol
y el tiempo que aquí debería ser abolido.
Somos los mismos. Los que tuvimos un día
la capacidad de asombrarse.

Cartílagos sólo hay, sólo huesos.
Debo suturar desgarros que yo no produje.
Debo hacer coincidir las piezas de un cráneo.
Soy demasiado humano para vivir en paz.

Pero quién se sonreirá por ti algún día.
Pero quién repetirá después las cosas que tu dijiste.
Pero quién cometerá tus mismos errores.
Pero quién heredará tu desencanto.

Morirse pero contemplar tu propio funeral.
Pero huir y ser testigo de tu fuga.
Pero perderse y participar en tu propia búsqueda.
Pero se trata de estar aquí y en otras partes.

Pero yo soy un cirujano fiel a su juramento
y seguiré cortando tendones, removiendo las vísceras
sin lograr ver en ellas el futuro
y a nadie daré una droga mortal.

 

 

INSECTARIO

Yo me enamoré una vez de una muchacha maravillosa
y los dos preferíamos los vanos de las puertas,
los rincones más oscuros de los cines,
de las plazas públicas.
Huíamos de la luz como los fantasmas que éramos en realidad
y esperábamos la noche
y apagábamos todas las luces para hacernos el amor.
Yo gustaba de recorrer todo su cuerpo
centímetro a centímetro
como un escarabajo por las habitaciones en tinieblas.
Y ella tenaz y laboriosa como ninguna
tejía y destejía en silencio su tela sobre mis labios.
Un día nos equivocaríamos de grieta
o la luz del día nos ahuyentó en opuestas direcciones
y nos perdimos de vista entre la multitud.

De ese tiempo,
mi sensación de llevar antenas en la frente
y los ojos facetados.

De ese tiempo,
mis pestañas sensibles a la luz del sol
y mi forma de andar
de insecto extraviado entre los hombres.

 

 

IGLESIA DE LA MATRIZ

En la Viña del Señor
hombres suelen ser muertos
a manos de los escopeteros
que cuidan las uvas.

La Iglesia de la matriz se sentó
Cuando vino el terremoto. Ahora
Está nuevamente de pie.
La iglesia más antigua de Valparaíso
Es saludada por un borracho que orina en la pared
Casi por encima de un amigo dormido.
Es un vagabundo que se ha echado a morir
Bajo la Vía Láctea
En los momentos que Cristo de la Agonía
Sale en procesión por las calles del puerto.

Vaya, amigo, a Valparaíso en Viernes Santo
Y entre al bar de los que nada esperan.
Quizás un hombre flaco y patibulario
Le diga también
Que en Viernes Santo no hay que matar a nadie.