Hernán Lavín Cerda

La comedia del cadáver

 

 

 

COMO LOS DEDOS DE LOS PIES
DE LOS CURAS FRANCISCANOS

 

 1. El privilegio

 

Te quisiera aún más blanca

que los dedos de los pies

de los curas franciscanos.

 

Sé que no es fácil: te quisiera

con una salud de hierro,

forjada en sacrificio y precocidad,

 

bondadosa como aquellos que aún conservan

el poder, la gracia, el asombro en la gracia

y el privilegio de bostezar cantando.

 

 

 

 2. Una prueba de amor

 

Sé que sin técnica me acerco a ti

con el más puro instinto

y te pido una prueba de amor,

pero muy obstinada te deleitas en tu egoísmo

y me confundes:

pones los ojos de gallina en hipnosis,

los inviertes, los obnubilas, atacas mi psiquis,

me haces cosquillas y veo que al fin te burlas.

 

Estoy falto de estrategia como un cisne australiano,

pero acudo a tu arrepentimiento

y a tu examen de conciencia.

 

Sublimo mal, lo sé, no hay técnica

en mi instinto, mi gula es grande y te lastima.

 

 

 

 3. El niño envuelto

 

No hay nadie más en esta letrina,

salvo el silencio del bidet que está a la entrada

y sus manillas en desuso, el óxido en sus llaves.

 

Aquí todo es normal, pero caigo en crisis

cuando descubro al pie del retrete

que pierde agua, el calzón amuñonado

de una desconocida, y entre sus negras rosas de encaje

–parecía un niño envuelto–,

el pene de la traición desangrándose como un soldado.

 

 

 

 4. Donde mueren las palabras

 

Qué tinieblas este oficio que nos deja inmóviles:

el desamparo y tú  tan lejos, ya ni mi sombra.

 

Confieso que eras una seda de gusano

ovillándome, chiquita:

fuiste la sangre del tabaco de Dios,

un microclima, y algunos dicen

que como tú fue la hija de Apolo, la venenosa

que mató a su esposo, y porque yo no soy Ulises

me maldijo para siempre, me maldijo

desde lejos para siempre.

 

Ahora muerdo el polvo observando tu fotografía

y tiemblo como un boxeador que va desnudándose

con estos ojos de adolescente, pobres ojos de insecto.

 

Un poco más abajo de tu vientre de niña

se me va la vida, qué oscuridad, y no te oigo.

 

 

 

 

CON MÚSICA DE CLAVICORDIO

 

Y escuchábamos, más allá de la sangre, en el jardín,

la viscosidad del trueno entre las lilas.

 

Ahora recuerdo que tú sangrabas

por la nariz como una loca

y yo ejecutaba, sobre el clavicordio de juguete,

la simulación del Vals de los Vampiros.

 

Ahora recuerdo que al fondo se escuchaba el miedo

de la vaca acercándose a los ojos del toro,

y las abejas, sin colmena, eran como terneros

extraviados en los últimos días

de aquel invierno con poca lluvia.

 

Ahora recuerdo que yo mordía mis labios,

pero en cada mordedura tú temblabas como una loca

mientras oíamos la música, siempre la música

del Vals de los Vampiros en el clavicordio de juguete.

 

Y escuchábamos, más allá de la sangre, en el jardín,

la viscosidad del trueno entre las lilas.

 

 

 

 

DANZA DE LOS NIÑOS LOBOS

 

Martirio del que escucha el clamor

del espíritu de los circuncisos

arrastrándose  hacia el pozo del convento.

 

Dos enmascarados bailan

la antigua danza de los niños lobos.

 

Un becerro huye hacia las arenas

y al fin se derrumba sobre las aguas del mar.

 

Muy cerca del convento, algunos perros oscuros

aúllan bailando la antigua danza de los niños lobos.

 

La música de una flauta se triza en el aire

y el sonido se eleva, turbiamente,

hasta cubrir de ceniza los límites del cielo.

 

Nadie sube al campanario,

la iglesia medieval está vacía,

vuelan tres palomas detrás de la música de la flauta

y nadie descubre la mirada animal de la muerte.

 

Abajo, muy cerca del mar, dos enmascarados

escuchan el clamor de los circuncisos

y bailan la antigua danza de los niños lobos.

 

 

 

 

EL BRAMADERO

 

De rodillas y a los pies del Bramadero,

los ancianos descubren que el único bramante

soy yo en la medianoche, bajo el poder de la lluvia

y junto a la sombra de tantos muertos.

 

Después de todo, los ancianos tienen la certeza

de que nadie puede llorar como yo en la medianoche

y a los pies del Bramadero,

desde donde sube el aullido de tantos muertos.

 

La voz más antigua ha dicho desde siempre

que bramando se consigue todo:

la resurrección de la carne

o tal vez su total envilecimiento.

 

Todavía es medianoche y seguimos

amarrados al fondo del Bramadero

hasta que el mundo al fin comprenda

que tantos muertos caben en uno solo.

 

 

 

 

LA COMEDIA DEL CADÁVER

 

Sobre la cama no hay nadie:

debajo de mi cama hay un cadáver.

 

De pronto me subo a ella

y sin embargo no hay nadie.

 

Mi cuerpo emite señales:

alguien se revuelca sobre la cama

y sin embargo no hay nadie.

 

De pronto hay una explosión

y debajo de mi cama hay un cadáver

que tiembla y también emite señales.

 

Desde mi cama veo cómo se estremece

y sin embargo no hay nadie.

 

De pronto emito radiaciones

y me revuelco sobre la espuma.

 

De pronto me subo a ella

por encima o por debajo de la cama.

 

Todo es sumamente gracioso

y sin embargo no hay nadie.

Hernán Lavín Cerda (Santiago, Chile, 1939). Es licenciado por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, en 1965, dentro del área de ... LEER MÁS DEL AUTOR