Confesiones del Lobo Sapiens
Por Gerardo Miranda
La diáspora, Neruda y Parra
La diáspora, la violentada y disgregada: la del exilio.
(La generación de la década de 1960)
Pablo Neruda ya era un monstruo poético cuando apareció la generación nuestra a principios de la década de 1960, y que después rebautizaron como de “la diáspora, la violentada y disgregada, la del exilio”. Así fue efectivamente. Muchos salimos de Chile en aquellos años. Acudo a Su Majestad la Memoria y viajo en el aire hacia otra dimensión de lo real. Recuerdo que nos juntábamos en algunos lugares de Santiago. Por ejemplo, la oficina donde se armaba la revista El Boletín de la Universidad de Chile, ubicada en la Casa Central de dicha Universidad, y que sigue estando en el mismo lugar, allá en Santiago. Don Enrique Bello era el director de la revista, y el poeta Jorge Teillier fue su editor. Jorge se encargaba de reunir los materiales: artículos, entrevistas, ensayos, viñetas, fotografías e ilustraciones. Poco a poco descubrimos que los que asistíamos con frecuencia a ese lugar, éramos ya los integrantes de la llamada Generación de los 60. Allí conversábamos sobre este mundo y el otro: la poesía no solamente de Chile, el movimiento popular en desarrollo, las revistas literarias, las traducciones, el boom latinoamericano, la escritura de los beatniks, y por supuesto Pablo Neruda. ¿Qué hacer para librarnos de su influencia tan poderosa? ¿Qué hacemos con esta gran ballena que, deseándolo o no, se come a todos los peces? ¿Neruda y el arte de fagocitarlo todo? Un poco antes de esa historia se publica otra obra de fundación: me refiero a Poemas y antipoemas, de Nicanor Parra, en 1954. Como dije antes, yo visitaba mucho a Jorge Teillier, quien había publicado El árbol de la memoria, otro de los libros fundamentales, en 1961. Lo cierto es que Teillier surgió en el panorama de la joven poesía con dos pequeños libros que fueron muy bien recibidos; me refiero a Para ángeles y gorriones, de 1956, y El cielo cae con las hojas, de 1958. Enrique Lihn, por su parte, editaba en 1963 La pieza oscura, obra fundamental para el desarrollo de la poesía iberoamericana, con un célebre prólogo de Jorge Elliott. Debo decir que Lihn ya tenía conexiones con Parra y su propuesta poética. Habían fundado El quebrantahuesos, junto con Alejandro Jodorowsky: una especie de diario mural utilizando la técnica del collage más explosivo, desde el punto de vista antipoético. Pienso que de allí salió la estética del energúmeno, que utilizaron ellos y que aún nos enriquece a varios de los que llegamos después a la fiesta del atrevimiento. ¿Qué pasa entonces con vuestro inseguro servidor, don Hernán Rodrigo Lavín Cerda, conocido en la plaza pública como Hernán Lavín Cerda o más bien Cayo Valerio Lavín Cerdus, alias el Lobo Sapiens o tal vez la Mano Peluda del Señor de los Cielos? Ya dije que ellos venían de antes. Enrique Lihn pertenece a la generación que se llama del 50 en Chile. ¿En qué sentido? No quiere decir que hayan nacido en la década de 1950, sino que más bien empiezan a publicar en los cincuenta. A nuestra generación se le conoce como de los sesenta, puesto que empezamos a publicar en esos años. Yo, por ejemplo, tengo 10 años menos que Lihn. Vuelvo al principio y te informo que tanto Enrique Lihn como Rolando Cárdenas, Hernán Valdés y Waldo Rojas, así como Jorge Naranjo, entre otros, llegábamos a la oficina de Teillier donde se hacía el Boletín de la Universidad de Chile. Y a propósito de Naranjo, ¿qué fue de él? Le perdí la huella para siempre. Publicó un libro estupendo: Los sueños de Nefertiti. ¿Alguien podría decirnos que sucedió con el poeta Jorge Naranjo? ¿Vive aún? Pero será mejor que regresemos al principio: ¿Qué hacer con Neruda, entonces? Como por arte de magia apareció Nicanor Parra a principios de la década de 1950 y casi todo fue cambiando desde la raíz, paso a paso. Surgió entonces una alternativa vigorizante, junto a las propuestas de Gonzalo Rojas, Eduardo Anguita, Humberto Díaz Casanueva, Rosamel del Valle, Enrique Lihn y Armando Uribe, entre otros. Fuimos buscando hacia atrás y aparecieron otras posibilidades de desarrollo. Redescubrimos, por supuesto, a Pablo de Rokha, Vicente Huidobro y Gabriela Mistral. Todo este proceso nos ayudó mucho para irnos liberando de aquel peso tutelar de Pablo Neruda. Confieso que en mi caso no fue muy fácil. Y ahora me voy regresando hacia aquel encuentro de poetas jóvenes en la ciudad de Valdivia, bajo esa lluvia indomable, y las aguas del río por todos los rincones. ¡Oh Virgen de Guadalupe! ¿Cómo se puede vivir con el peso de aquellas aguas que entran y salen como Pedro por su casa, implacablemente? Pienso que fueron muy importantes aquellas reuniones. Todo se llevó a cabo en el auditorio de la Universidad de Valdivia. Fue allí donde leímos nuestros textos de juventud. Asimismo, algunos maestros dieron a conocer sus ponencias sobre la escritura de nuestros colegas o compañeros del oficio mayor, como dijera Gonzalo Rojas. Todo fue constituyendo un tejido de dicciones, sugerencias o contradicciones muy enriquecedoras. Fue la primera vez que nos veíamos a nosotros mismos, nos leíamos y establecíamos relaciones o amistades como compañeros en el oficio maravilloso del Arte de la Palabra. De ese modo comenzaba a surgir el corpus de la poesía joven de Chile en los primeros años de la década de 1960. Éramos los muchachos veinteañeros con toda la energía y el entusiasmo. Íbamos no sólo a darle un aire nuevo y vital a la escritura poética, sino también a contribuir para que se diera la transformación social y política de la República de Chile hacia una sociedad más justa e igualitaria, y no con aquellos desequilibrios y discriminaciones tan crueles. Dicho de otro modo, tomaríamos el cielo por asalto, aunque democráticamente. ¿Soñar no cuesta nada? En fin, sospecho que ese ideal no ha desaparecido del mapa de Chile y del mundo. Hay varias asignaturas pendientes en este planeta de injusticias y locuras más o menos crueles que parecen ingobernables.
Neruda y Parra
Te diré que ellos mantenían una especie de tertulia a la que yo nunca asistí, por desgracia. Se efectuaba en aquella casa que está a los pies del cerro de San Cristóbal y que hoy es muy visitada por la gente no sólo de Chile. Todo eso pertenece a la Fundación Pablo Neruda. Es un lugar de culto, sí, de peregrinación cotidiana. Su nombre, la Chascona, surge a partir de una pintura de Matilde Urrutia con dos cabezas de cabelleras ensortijadas y, a su modo, envidiables. A partir de aquel óleo de Diego Rivera, Neruda empieza a ver a Matilde Urrutia como la Chascona. Dicen que es el primero que así la llama, quién sabe, todos eran muy imaginativos y fabuladores. Hay quien dice que fue Diego Rivera el que empieza a mencionar a Matilde como la Chascona: “Y tú, Chascona, ¿cómo estás?” La verdad es que dicha palabra fue y es todavía muy común en Chile; alude a una persona despeinada que tiene mucha cabellera. Bueno, allí en la Chascona se celebraban aquellas tertulias memorables y había un grupo, como suele suceder, de gente muy admiradora de Neruda: sus amigos o discípulos más cercanos. Algunos escribían poesía y narrativa. No pocos de ellos, como suele ocurrir, queriéndolo o no, conscientemente o no, eran más papistas que el Papa, así es, más nerudianos que el propio Neruda. Se reunían allí al atardecer y leían sus textos. Recuerdo que a una de esas reuniones llegó Nicanor Parra con algunos poemas de factura un tanto insólita y fue leyéndolos sin mucho énfasis. Casi al término de la lectura, Pablo Neruda se puso de pie y empezó a moverse con lentitud y en diagonal. Años después supe que cuando al autor de Residencia en la tierra le interesaba mucho algo, se ponía de pie y empezaba a caminar como una especie de lobo estepario. Cuando acabó la sesión de lectura y todos empezaron a abandonar la terraza de la Chascona, Neruda se acercó a Parra y le dijo a media voz: “Mira, Nicanor, ¿por qué no te quedas aquí algunos minutos? Debo decirte algo importante”. Poco a poco abandonaron la casa los otros amigos que después criticarían a Parra diciéndole ¿cómo te atreviste a leer esas cosas que tú dices que son poesía? Sin embargo, Neruda se quedó junto a Nicanor para preguntarle: “¿Desde cuándo estás escribiendo esto? Los poemas que leías antes son otra cosa, sin duda, otro tono, sí, otra onda”. “La verdad (como ha dicho después Nicanor Parra) es que hace algún tiempo publiqué Cancionero sin nombre (1937), y casi de inmediato tuve una reacción muy crítica ante ese libro. Yo tenía una formación garcilorquiana, y lo más que pude hacer fue introducir una que otra imagen surrealista. Bueno, ya había algo de surrealismo en el propio García Lorca. Sin embargo, experimenté una profunda convulsión porque me di cuenta que mi verdadero camino iba en otra dirección muy distinta. Ya el libro estaba publicado y le dije al editor Carlos George Nascimento que interrumpiera la venta y la circulación del volumen”. (Nascimento, de origen portugués, era dueño de la editorial de mayor prestigio en Santiago de Chile. Todos queríamos publicar nuestros libros en Nascimento). “Recuerdo que lo fui a ver y le dije: Me arrepiento de Cancionero sin nombre y quisiera pedirle que lo retire de circulación ahora mismo. ¡Pero cómo se le ocurre tamaña locura, usted se ha vuelto profundamente loco!, respondió muy molesto el editor. Hemos invertido dinero en la publicación de su obra que a mí me parece muy buena. Le agradezco que piense así, insistió el antipoeta. Puede ser que los poemas tengan una buena factura, pues a mí se me da bien la poesía medida y con rima, pero por esa ruta voy a terminar escribiendo algo muy parecido a Federico García Lorca o a Oscar Castro (quien fue y es un gran poeta chileno en esa dirección); pero la verdad es que palpitan en mí otros tonos muy distintos”. La discusión se alargó y nadie sabe muy bien cómo acaba esa historia. Pero lo cierto es que Nicanor Parra y sus amigos más cercanos hicieron lo imposible hasta retirar de las principales librerías de Santiago los ejemplares de Cancionero sin nombre. Parra se sumergió entonces en un largo silencio, aunque no dejó de escribir y buscar otros caminos. Reapareció en 1954, quince años después, con su volumen Poemas y antipoemas, con el cual se inaugura un camino nuevo no sólo para la poesía chilena. Envía tres manuscritos al premio literario que otorgaba el Sindicato de Escritores de Valparaíso. Los tres van con distintos pseudónimos y obtiene el primero, el segundo y el tercer lugar. Lo que pasa es que Nicanor había fraccionado el mismo libro en tres partes. En fin. Toda una célebre historia de aperturas no sólo para la poesía que se escribía en aquel país austral de Latinoamérica. Volvamos al principio de la historia en esa casa que aún existe a los pies del cerro San Cristóbal de Santiago de Chile. El fantasma de carne y hueso de Pablo Neruda reaparece para decirle: “Mira, Nicanor, sospecho que si continúas por este nuevo camino, algo muy importante va a suceder en las entrañas de nuestra poesía”. Y así fue, indudablemente.
-Del libro inédito Confesiones del libro Sapiens. Diálogos con Hernán Lavín Cerda.
Por Mario Meléndez y Gerardo Miranda.