Herberto Helder es uno de los poetas portugueses más importantes, publicado en varios países y en varias lenguas. Para este encuentro con peruanos, opté por hablar a partir de un corpus que extraje de “O el poema contínuo” , una traducción castellana de Jesús Munárriz. Le di el título de “Súmula de Herberto Helder”. Todas mis citas de poemas se refieren a este corpus.
En el año pasado, el autor de “O el poema continuo”, súmula de su “Poesía Toda”, fue electo candidato al Premio Nobel de Literatura por el P.E.N Club portugués. Ocho años más viejo que Herberto Helder, José Saramago, otro escritor portugués, fue premio Nobel de Literatura en 1999. Saramago no sólo es prosista, es también un buen poeta, como demuestra el libro “El año de 1993”, publicado en 1975. El recorrido de Herberto Helder es diferente, y es sobre todo diferente en el posicionamiento social y político. Para ya, rehúsa premios, raramente se deja fotografiar, no responde entrevistas para periódicos, ni acepta invitaciones para ir a la televisión.
Se diría que, en estas circunstancias de silencio social, su vida sería discreta. En cierto sentido lo es. Por ejemplo, supe ahora que, después de haber vivido cuarenta años en Cascais, en la calle del Mercado, se mudó para un lugar desconocido de quien habitualmente lo veía en esa linda ciudad pesquera y de veraneo, a treinta km de Lisboa. Su barbero, al descubrirle la fotografía en un periódico, con la noticia de ser candidato al Nobel, confesó a otro escritor, mi amigo, que estaba espantado, no imaginaba que aquel señor de barbas fuese una persona importante. – Sí, sí, es uno de nuestros mayores poetas contemporáneos! – Informó mi amigo. Y comentó entonces que la casa de Herberto Helder en Cascais está a la venta y que el poeta desapareció.
Nacido en Madeira en 1930, se lee en las biografías que su nombre completo es Herberto Helder Luís Bernardes de Oliveira. Nunca vi la cédula de identidad del poeta, mas creo que la mítica biografía comienza aquí, en el nombre de él. “Herberto Helder” es un heterónimo como los de Fernando Pessoa, la construcción de un personaje poético. El nombre verdadero es Luís Bernardes de Oliveira.
Por mucho que pueda ser verdadera, esto es, que los críticos y periodistas sólo publiquen las informaciones recibidas del poeta, su biografía es tan mítica como la de Luiz Pacheco, escritor como él ligado al Surrealismo y al grupo del Café Gelo. De Internet cito algunas actividades de su juventud:
“En 1955 regresa a Lisboa, frecuenta el grupo del Café Gelo, del que hacen parte nombres como Mário Cesariny, Luiz Pacheco, António José Forte, João Vieira y Helder Macedo. Durante ese período trabaja como propagandista de productos farmacéuticos y redactor de publicidad, viviendo con ingresos bajos. Tres años más tarde, en 1958, publica su primer libro, O Amor em Visita. Durante los años que siguieron vive en Francia, Holanda y Bélgica, países en los que ejerce profesiones pobres y marginales, tales como: operario en el enfriamiento de lingotes de hierro en una forja, criado en una cervecería, cortador de legumbres en una casa de sopas, empaquetador de aparas de papeles y policopista. En Antuérpia, vivió en la clandestinidad y fue guía de los marineros en el sub-mundo de la prostitución. Repatriado en 1960, se torna encargado de las bibliotecas itinerantes de la Fundación Calouste Gulbenkian, recorriendo las villas y aldeas del Baixo Alentejo, Beira Alta y Ribatejo” (ver CITI, en la bibliografía).
Debe datar de esta época mi conocimiento del poeta: adolescente, pasaba las vacaciones de verano en Britiande, donde leía los libros dejados por el carro de Gulbenkian. Subía y el hombre de los libros me ayudaba a escoger. Debe haber sido así que conocí también a Luíz Pacheco, cuya biografía presenta varios puntos de contacto con la de Herberto Helder. Ambos trabajaban en las bibliotecas itinerantes de la Fundación Calouste Gulbenkian, ambos pertenecieron al grupo surrealista y del Café Gelo, ambos tuvieron experiencias en los sub-mundos de la prostitución. Herberto Helder no sólo solicitaba clientes sino que recibía algún salario por cantar tango en bares de marineros, en Holanda.
De qué modo tenemos acceso a datos biográficos que en general las personas ocultan? Estamos lidiando con una versión altamente elaborada del mito del poeta maldito, del desesperado, del marginal de la beat generation. O, si preferimos, Herberto Helder era un “clochard”, en la refinada expresión de João Gaspar Simões, el más odiado de todos los críticos literarios portugueses.
La biografía se refleja permanentemente en la obra, pero despojada de elementos de identificación, con excepción de un vago GPS: sabemos que el poeta viajó por Antuérpia, por ejemplo, pero no sabemos cuándo ni por dónde exactamente, ni con quien tuvo relaciones. La presencia de Madeira, su tierra natal, es débil o nula en la obra, a pesar de que las islas aparecieran en ella. La presencia del padre es débil o nula, tal como débil o nula de la hija o hijos. Padre e hija no figuran en los gráficos hechos por João Amadeu Silva para saber cuales son los términos más comunes en la poesía de Herberto Helder. Ya la presencia de la madre es avasalladora, e intensa la de las hermanas, cuando recordadas junto a un punto saturado de sangre, la menstruación: Mis hermanas vivían en lo alto del movimiento/ como seres pasmados/ A veces reían alto. Se enredaban/ en su oscuridad terrorífica./ La menstruación soñaba podredumbre dentro de ellas,/ al anochecer.
De la des-identificación, sobra lo esencial: lo vivo, lo biológico, substituyendo lo biográfico. Sin embargo, un poeta culto que no usa ni datos de identidad personal ni referencias a la circunstancialidad social y política de su tiempo, dos de los tres elementos esenciales de la obra de arte, según Kandinsky, para sólo recorrer a el tercero, la demanda de la belleza pura, intemporal e impersonal, necesariamente teje un microcosmos verbal en que todo elemento oriundo de la historia se torna mítico. Es así que el poema refleja casi siempre la naturaleza mágica de las evocaciones biográficas, y llega a usar vocablos del área semántica de “construcción” para definirla. Como si Herberto Helder fuese un pedrero o un arquitecto. No lo es, no terminó ningún curso en la Universidad, y sería un problema preguntar a la Universidad por qué motivo tantos escritores de alto nivel, a ejemplo del Premio Nobel de Literatura de 1999, José Saramago, no acaban los cursos o no llegan a frecuentar las aulas.
Para terminar estas notas sobre la biografía mítica, en “Ejemplos”, lo que crea la fábula de la madre-animal no es una construcción a la manera de pedrero o carpintero, sino algo más primitivo, el movimiento del poeta como cazador-recolector:
esta es la madre animal cazada en el bosque mitológico,
la bestia en celo bajo las redes
y las flechas;
paisaje que yo creo con mi
movimiento
Dejo ahora una modesta contribución a la biografía del poeta: un poema escrito en la pared del cuarto de la república en que vivió, cuando estudió en la Universidad de Coimbra. Repúblicas son residencias comunitarias, para estudiantes de pocos recursos económicos. Tienen generalmente nombres bizarros. Quien me llamó la atención para aquella casa, y me llevó hacia allá, fue el poeta Rui Mendes, uno de los más antiguos editores de Herberto Helder, en la revista Êxodo. Fue entonces en la pared de la Real República Palacio de la Locura, número 21 de la Calle Antero de Quental, en Coimbra, que fotografié el poema “Historia”. Inédito en papel, tanto cuanto sé, merece ser publicado, porque en él anuncia la mitificación biográfica mayor, la del propio poeta. Si la presencia de la madre es central en la obra, si es intensa la presencia de las hermanas, si las mujeres, en fin, tejen en el poema continuo un espacio matriz que puede hasta parecer matriarcal, la figura dominante es masculina, es falocéntrico, hierfálico, ese universo que gira a la vuelta de Dios-Padre, el poeta: Y hay una palpitación soturna, una / delicadeza en el duramen: el / hueso vertebral que se asienta / en el centro, en el ano: / el falo –y en torno / gira la catedral. Lenta danza de Dios, desde la oscuridad / hacia lo alto.
El nombre completo es Herberto Helder Luís Bernardes de Oliveira? María de Fátima Marinho así lo asegura, aunque en un site coordinado por artistas y profesores universitarios como Rui Torres y Pedro Barbosa, podamos leer:
“Herberto Helder, seudónimo literario de Luís Bernardes de Oliveira, nació el 23 de noviembre de 1930 en Funchal, en la isla de Madeira (…) En 1964 organizó, con António Aragão, el primer cuaderno antológico de Poesía Experimental, y de ese año data también la publicación de Electronicolírica (más tarde publicado como La Máquina Lírica). En 1966, co-organiza, con Ernesto Melo e Castro y António Aragão, el segundo número de la revista Poesía Experimental; en 1967 publica Humus, Retrato en Movimiento y la antología Oficio Cantante. En 1968 surge El Bebedor Nocturno(poemas cambiados para el portugués), Presentación del Rostro y Vocación Animal” (ver PO-EX, en la bibliografía)
El nombre verdadero no es, para el poeta, el de la cédula de identidad, sino el que escogió para sí. En las biografías, los dos nombres fueron ligados como un poema continuo, arrastrado por el pseudónimo – la máscara, la persona. No es la vida de Luís Bernardes que hiergue la obra de arte, es el poema que mantiene el hombre vivo, es el hombre que siente la muerte cuando se seca la fuente de las palabras, y es aún el hombre que canta de alegría cuando la inspiración lo hace renacer de las cenizas, como sucede en lo más reciente de los poemas, “Redivivo”. Elemento más fuerte de este regreso a la vida es la sangre a subir en la garganta, metáfora biológica del canto.
En Herberto Helder la muerte no existe, o, si existe, es para eternizar el amor, como sucede en el cuento Teorema, dedicado al tema de Inés de Castro. Existen textos suicidas, en que se afirma la atracción por el desaparecimiento total, mas la sangre es un poderoso motor que hasta la muerte pone en movimiento.
…. En mis textos sobre los híbridos en Herberto Helder, ya tuve ocasión de decir que la técnica de eliminar fronteras es natural en su poesía, y va desde la metáfora hasta la fusión de modalidades estéticas, como si las artes estuviesen interligadas por algo común a todas, hecho además aseverado por Kandisnky y artistas que traen al debate, como Delacroix. Esa hibridación es muchas veces orgánica, pasando así por la sangre, una vez que era la consanguinidad y no el patrimonio genético lo que otrora definía la genealogía.