Héctor Viel Temperley

El poeta que el canon tuvo finalmente que reconocer

 

 

 

Grandes poetas de la Argentina

Por Luis Benítez

 

Nacido en Buenos Aires en 1933, ciudad donde falleció en 1987 tras cursar una larga enfermedad que le deparó sucesivas internaciones, fue Viel Temperley uno de los poetas argentinos de más destacada originalidad, conjugando en su obra la mística de índole cristiana con un imponente vitalismo que atraviesa el conjunto de sus títulos. Sin embargo, fue necesario que pasaran años para que el mainstream literario aceptara su obra.

La obra

Dos etapas diferenciables signan la producción poética de Héctor Viel Temperley, iniciada en 1956, a los 26 años de su edad, con la publicación de Poemas con caballos. La primera abarca hasta la edición de Humanae vita mia, producida 13 años más tarde e incluye el contenido de El nadador, de 1967. Se trata de una fase donde las evocaciones y los sentidos religiosos de índole cristiana comienzan a ser reelaborados por el poeta argentino de un modo particularísimo que signará toda su poética posterior, al tiempo que combinados con un vitalismo extremo donde la apelación a los escenarios rurales propios de su infancia, el universo de las sensaciones propias del contacto con la naturaleza y el pathos interior (en proporciones distintas según el título del que se trate) crean y recrean constantemente un universo personal que se transmite al lector de manera vibrante y definitiva, fácilmente reconocible en el contexto del género y en la Argentina. Como bien señala Cristina Piña, en su texto Héctor Viel Temperley: de la invisibilidad a la categoría de “poeta de culto” (1): “considero que hay diversos aspectos en su obra que la vuelven especialmente difícil de asimilar para el contexto de la época, tanto por su contenido religioso y místico como por sus aspectos estéticos y su tratamiento del cuerpo y la sexualidad, la suma de los cuales lo convierten en un ‘nómade extraterritorial’, según lo he calificado siguiendo a la vez la denominación de Deleuze (1979) y de George Steiner (1971). Un extraterritorial de la mística, un extraterritorial de la poesía, un extraterritorial del mercado que, va formando rizoma con campos tan alejados como la mística castellana del siglo XVI -San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila-, el surrealismo -tanto francés como argentino, sobre todo en la figura de su amigo Enrique Molina-, la tradición sobre todo surrealista de la poesía erótica, la poesía campestre argentina -ante todo la tradición nacionalista de la Generación del 40 argentina- y, ya en el campo extrapoético y textual, con la disciplina del deporte- sobre todo la natación. En lo que se relaciona con la mística, parto de una reflexión de Cristóbal Cuevas (1980) sobre lo que determina los singulares logros estéticos de la mística de Santa Teresa y San Juan de la Cruz dentro del ámbito hispánico. Para el estudioso: ‘[…] su ideario se ajustaba mejor que ningún otro al espíritu de los tiempos’ (Cuevas, 1980, p. 492). Si consideramos desde esta perspectiva la poesía de Viel Temperley, nos tropezamos con una ambigüedad que constituye el primero de los obstáculos para su recepción por parte del público y la crítica contemporáneos. Tanto como en la cultura del siglo XX se ha revalorizado el cuerpo y se ha legalizado su representación, al igual que la del erotismo en general, en la literatura y el arte, la religión católica ha mantenido su tradicional actitud de desvalorización del cuerpo. Si a ello sumamos que en el Cristianismo el camino hacia la unión mística se apoya precisamente en una ascética -que entraña el rechazo del cuerpo, el anonadamiento de la subjetividad y la purgación de lo sensorial para permitir el encuentro pasivo con Dios- la exaltación del cuerpo presente en la poesía de Viel, su transformación de dicha ascética en ‘entrenamiento atlético’ o ‘deporte de Dios’ (Milone, 2003) -encarnados en la natación o el ejercicio rítmico de hachar- implica un cambio radical que parece llevarnos al terreno opuesto. Y si digo ‘parece’ es porque tal ruptura para nada entraña que Viel adopte esa otra forma de mística contemporánea no religiosa representada por ‘la experiencia interior’ de Georges Bataille (1943), donde lo que se experimenta no es la presencia sino la ausencia de Dios, según lo señala acertadamente Gabriela Milone (2003, p. 15-21). Y ese rasgo que, por un lado, lo hace más accesible para quienes no se interesan por la mística pero se sienten atraídos por la sensualidad de su poesía, implica un factor de incomodidad para los ortodoxos, que a menudo quedan desconcertados ante ella. Es decir, que no acomoda del todo en ningún lado. En rigor, la mística de Viel es una mística ‘encarnada’ en el sentido de que, yendo más allá de las tradicionales metáforas amorosas utilizadas para la representación de la unión del alma con Dios que inaugura el Cantar de los cantares y retoma San Juan de la Cruz, en su poesía hay una fuerte presencia de la sensualidad y la sexualidad, de esa “carne” desestimada como impura por la ortodoxia cristiana”.

La segunda etapa de la producción de Héctor Viel Temperley lo muestra liberado de algunos moldes adoptados en la fase anterior, y cultor de un discurso definitivamente más amplio y rico en imágenes, indicios e invitaciones polisémicas, al tiempo que el fuerte registro autorreferencial y biográfico –siempre como alusión a la condición humana compartida- se exacerba y toma su lugar lo mejor de su elaboración poética, particularmente en Legión Extranjera (1978), Crawl (1982) y Hospital Británico (1986). Según destaca Biviana Hernández O., en Poéticas de la reescritura: Héctor Viel Temperley y Leónidas Lamborghini (2): “El último libro publicado en vida de Héctor Viel Temperley, un año antes de su muerte en 1987, fue Hospital Británico (1986), un poema-largo o en prosa4 que reúne una selección de fragmentos provenientes de la crónica personal del dolor y la enfermedad que el escritor padeciera en el Hospital Británico de Buenos Aires producto de un tumor cerebral. Hecho que opera como el ‘biografema mínimo’ que activa la composición de Hospital Británico conforme una operación de montaje (acoplamiento y yuxtaposición de fragmentos poéticos de sus libros anteriores)5, pero que desborda la textualidad -la operación misma del montaje- hacia los límites de la experiencia de vida. Me detengo aquí en la noción de “experiencia”, entendida no más como un punto de partida biográfico del poema, cuanto como resultado de un proceso de mediación entre el texto y aquello que lo excede en el más amplio sentido de lo extra-textual. Siguiendo, en esta comprensión, la lectura de Leonor Arfuch (2002), quien sostiene que el espacio biográfico se define como un espacio intermedio, “a veces como mediación entre público y privado; otras, como indecibilidad” (p. 27). Un espacio donde el valor biográfico del relato se define como el elemento mediador entre la vida y la obra del escritor, en circunstancias que ordena, administra y organiza el continuum de la vida y su narración. El espacio biográfico es, por tanto, una forma de comprensión, visión y expresión de la propia vida que se hace extensivo al conjunto de “formas significantes donde la vida, como cronotopo, tiene importancia (…) El concepto tiene (…) una doble valencia: la de involucrar un orden narrativo, que es, al mismo tiempo, una orientación ética” (Arfuch, 2002, p. 57). Para la confección de Hospital Británico, Viel Temperley decidió seleccionar una serie de fragmentos de sus libros anteriores y mezclarlos, superpuestos e imbricados, con las “esquirlas” de la crónica correspondiente a la etapa de la enfermedad y la convalecencia en el hospital. El poeta usó el término esquirlas para reforzar la idea de lo corpóreo, ‘de la profundidad en la que puede clavarse un verso como si fuese una astilla, el trozo de una madera, una espina que se extirpa o con la que se aprende a vivir -y a escribir’ (Esses, párr. 3). Tratándose de un trabajo de recorte, acoplamiento y ensamblaje, donde el texto, por momentos, es extraído de otros anteriores, modificando su sentido en un nuevo conjunto (aunque no es forzoso que así sea) mediante la práctica del montaje. En nota a la edición argentina de su poesía completa en 2004, se lee: ‘Corresponden al mes de marzo de 1986, los únicos textos de Hospital británico que no van acompañados por su fecha de redacción. Los pertenecientes a los años de 1985 y 1984, ven la luz por primera vez en este libro, mientras lo de 1982, 1978, 1976 y 1969 fueron publicados por el autor en Crawl, Legión extranjera, Carta de marear y Humanae vitae mia’ (p. 373). De allí que como relectura y reescritura de su propia obra, Hospital Británico pueda leerse como una puesta al día de sus textos anteriores -principalmente, de los que siguen a Carta de marear, 1976-, haciéndolo parte de una obra programática, pensada y construida como un único libro, donde el conjunto (¿la obra total?) construye obsesivamente una subjetividad alrededor de un personaje y un relato”.

El autor

Héctor Benjamín Viel Temperley, tales sus nombres completos, nació en  Buenos Aires el 21 de mayo de 1933, ciudad donde falleció el 26 de junio de 1987 a consecuencia de un cáncer pulmonar que terminó por hacerle sufrir una metástasis cerebral.

Autor originalísimo, conjugó en su obra, quizá breve pero contundente, el misticismo cristiano –por momentos, de ribetes surrealistas- con un vitalismo trascendente que le granjeó la amistad y el respeto, amén de reiterados esfuerzos por la difusión de su poesía, de Enrique Molina, Francisco Madariaga, Edgar Bayley y Enrique Fogwill, entre otros, quienes lo conocían y nombraban como Etomín, su alias familiar.

Su entrega a la poesía comenzó tempranamente: a los 15 años, cuando realizaba sus estudios secundarios en el colegio Champagnat, de la capital porteña, principió a intentar sus primeros versos.

Al dejar las aulas colaboró muy brevemente en el diario Crónica, una labor que dejaría de lado para consagrarse a la publicidad, profesión que por aquel entonces –en la década de los ’50- no poseía ni la importancia ni la magnitud lucrativa que alcanzaría en épocas posteriores.

De hecho, en esta etapa de su vida, Viel Temperley aprovechaba cualquier oportunidad para pasar temporadas en una propiedad campestre de su familia, situada en Dolores, Provincia de Buenos Aires –a casi 300 kilómetros de la capital argentina-, donde más tarde incluso desempeñaría tareas rurales.

La escenografía y los núcleos de sentido provenientes de ese contacto con la ruralidad, que mantuvo el poeta desde su niñez, impregnarán fuertemente su obra poética posterior.

Con apenas 23 años, en 1956 contraerá enlace matrimonial con Maruca Mathé, con quien tendrá siete hijos: Juan Cruz, María Victoria, María Clara, María Verónica, María Soledad, Juan Bautista y Facundo.

También, en ese año, Viel Temperley  publicará su primer poemario, Poemas con caballos, que le granjeará la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Como muchos de sus títulos posteriores, este inicial lo pagaría de su propio bolsillo.

La trayectoria como publicista de nuestro autor se desarrollaría formando parte del elenco estable de creativos de diferentes firmas nacionales e internacionales, hasta que en 1965 estableció una propia, “Viel Temperley Publicidad”, con oficinas en la Avenida Córdoba.

Recién en 1967 aparece su segundo poemario, titulado El nadador, a 11 años de su primera entrega.

En 1969 se separó de su esposa –algo definitivamente no usual para las convenciones de aquellos tiempos- y su existencia dio un vuelco fundamental. Se recluyó en un diminuto departamento del barrio de Retiro, Carlos Pellegrini casi esquina Santa Fe, en la zona norte de Buenos Aires, donde solía pasar horas y hasta días escribiendo y desechando buena parte de lo escrito. Es el año en que publica Humanae vitae mia.

A pesar de su labor empresaria –Viel Temperley Publicidad tuvo importantes clientes en su nómina, entre ellos la compañía Ford Motor Argentina- no por eso el poeta dejó de ser fiel a la bohemia literaria de aquel entonces, una característica que lo acompañó hasta el final. Tras algunos años de presencia en la plaza, la empresa fundada por él terminó en la quiebra y el resultado fue un deuda onerosa que se llevó en poco tiempo cuanto había logrado obtener con su labor publicitaria. Su situación financiera se tornó particularmente difícil.

Ya por entonces Viel Temperley era bien conocido en el ámbito poético porteño, en tiempos de una gran efervescencia creativa del género. Sin embargo y a pesar de las frecuentes invitaciones y sugerencias de los colegas y amigos del autor, este se negaba a participar de encuentros literarios y lecturas, actitud muy poco común y que extendió a otra elección muy personal: jamás se interesó por presentar en público ninguno de los nueve poemarios que publicó.

En 1971, cerca de pisar los 40 años, conoció a quien sería su compañera por todo el resto de su vida, Luisa Hansen. Publica su poemario Plaza Batallón 40 y dos años después Febrero 72-Febrero 73; en 1976, Carta de marear, y en 1978  Legión extranjera.

Tras la quiebra de su agencia de publicidad, Viel Temperley dejó definitivamente esa profesión y en tiempos económicamente difíciles logró mantenerse muy ajustadamente gracias al alquiler de unos terrenos heredados de su madre. Lo exiguo de sus entradas solo le permitían el pago del alquiler del pequeño departamento donde vivía y el de las ediciones de autor que daba a prensas, hasta que en 1982, urgido de publicar su nuevo poemario Crawl, decidió fundar un sello propio, al que bautizó Par-Avi-Cygno.

Ya con diagnóstico comprobado de cáncer pulmonar –era el poeta un fumador empedernido- comienza para nuestro autor, en esta etapa que terminará siendo la última de su vida, una larga serie de exámenes médicos y repetidos tratamientos a cargo de especialistas oncólogos, medidas que sin embargo no logran evitar que se generaran metástasis que derivaron en un tumor cerebral.  Como consecuencia, es internado en el Hospital Británico de Buenos Aires en 1985, en estado de avanzado deterioro. Pero la operación quirúrgica a la que fue sometido logró con éxito extirparle el tumor  y así el poeta pudo volver a su departamento del barrio de Retiro, donde en los meses siguientes creó una de sus obras más conocidas y celebradas, la que lleva precisamente el título de Hospital Británico, publicada bajo su propio sello editorial al año siguiente.

Sin embargo una nueva metástasis cerebral habría de ocasionar una segunda internación, esta vez en el sanatorio San José, de Buenos Aires, donde fue a fallecer el jueves 26 de junio de 1987.

Con posterioridad a su desaparición se han renovado una y otra vez las reediciones de sus obras, y de igual manera los estudios y las monografías a ella dedicados. El canon que en vida se mostró tan esquivo con  Etomín, tuvo que rendirse finalmente ante la evidencia de que el suyo es un nombre insoslayable de la poesía argentina del siglo XX.

 

NOTAS

(1) Fractal, Rev. Psicol. vol. 26 no.spe Rio de Janeiro  2014.

http://dx.doi.org/10.1590/1984-0292/1329.

(2) https://revistas.uptc.edu.co/index.php/la_palabra/article/view/4000/5139

 

 

 

 

 

Poemas de Héctor Viel Temperley

 

 

El nadador

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Soy el hombre que quiere ser aguada
para beber tus lluvias
con la piel de su pecho.
Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el cielo
para tus lluvias mansas,
para tus fuertes lluvias,
para todas tus aguas.
Las aguas como lonjas de una piel infinita,
las aguas libres y la de los lagos,
que no son más que cielos arrastrados
por tus caídos ángeles.

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Tuyo es mi cuerpo, que hasta en las más bajas
aguas de los arroyos
se sostiene vibrante,
como en medio del aire.
Mi cuerpo que se hunde
en transparentes ríos
y va soltando en ellos
su aliento, lentamente,
dándoselo a aspirar
a la corriente.

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada
hasta las lluvias
de su infancia,
que a las tardes crecían
entre sus piernas salpicadas
como alto y limpio pajonal que aislaba
las casonas
y desde sus paredes
celestes se ensanchaba.

Soy el nadador, Señor, el hombre que nada
por la memoria de las aguas
hasta donde su pecho
recuerda las pisadas,
como marcas de luz, de tus sandalias.

Y recuerda los días cuando el cielo
rodaba hasta los ríos como un viento
y hacía el agua tan azul que el hombre
entraba en ella y respiraba.
Soy el hombre que nada hasta los cielos
con sus largas miradas.

Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada.
Gracias doy a tus aguas porque en ellas
mis brazos todavía
hacen ruido de alas.

(de El nadador, Editorial Emecé, 1967)

 

 

 

Bajo las estrellas del invierno

La liebre que una vez que yo miraba
atardecer –volaban los chimangos!–
salió del sol y se sentó a mirarme

El pájaro que una mañana
se posó exactamente sobre mi corazón
a una hora en que su cuerpo todavía
calentaba la piel más que el sol

El pene entre mis dedos de ese enfermo
al que ayudé a orinar mientras marchábamos
lentamente una noche a un hospital
cruzando playas de estacionamiento

La perra que buscaba a mi pene en la sombra
cada vez que salía para orinar desnudo
mirando las estrellas del invierno
antes de regresar corriendo hasta el colchón
iluminado por el fuego que ardía toda la noche
en los troncos que hachaba con mi hacha todo el día

La mujer que pedía serenamente auxilio
agitando los brazos y volviendo a nadar
en las primeras horas de una tarde pesada
en que yo con el pan en el estómago
no encontraba a otro hombre en las orillas

Y todos los metros que nadé por el mar
sin ver jamás a la terrible aleta
Y mi alegría de noche en las ramas de un árbol
oyendo tangos en mi adolescencia
Y mis siestas sentado junto al cajón de un muerto
descansando en la digna frescura de una bóveda
del verano porteño que nos había humillado

Hablo de todas las horas y de todos los días
y de todas las estaciones y de todos los años

Pero la liebre que una vez que estaba solo
se ubicó exactamente entre el sol y mis ojos
guardando exactamente la distancia
que guarda un ángel que visita a un hombre…

Y el pájaro que un día
se posó exactamente sobre mi corazón
lo que es igual a recibir de un golpe
el propio corazón en el lugar exacto
el único lugar del universo
donde es una victoria recibirlo…

Y la perra que se acercaba agitando la cola
cada vez que volvíamos a encontrarnos desnudos
y solos bajo el cielo del oeste…

En fin…
Brillan los miles de ojos que me miran
Brillan las estrellas del oeste en invierno
Sobre la borda del colchón iluminada por las llamas
me siento arreglo el fuego
leo diarios viejos mientras mi sombra crece
Son las tres de la tarde en el reloj
que después del almuerzo se detiene
La noche es larga
Toda la noche sopla el viento
Mi muslo brilla con la saliva de la perra
o entre las piernas de una mujer de buen carácter
desnuda alegre dormida satisfecha
Vuelvo a despertarme cuando quiero
Vuelvo a salir al frío y a orinar nuevamente
porque estas noches bebo mucha agua
El fuego hace sudar al que lo cuida

En fin…
Hice orinar a un hombre
Salvé del mar a una mujer lejana
Y sé que puedo recordar algunos otros
actos de más amor de más coraje

En fin…
Pienso en todas las horas pienso en todos los días
pienso en todos los años sin encontrar mi imagen

Pero una liebre un pájaro una perra
me miraron a los ojos al corazón al sexo
como creo que sólo me miró también el mar
una madrugada de verano en que vagaba
con una pistola en el puño sin tener donde afeitarme.

(de Legión Extranjera, Torres Agüero Editor, 1978)

Héctor Viel Temperley (Argentina, 1933 – 1987). Autor considerado de culto para las nuevas generaciones de poetas latinoamericanos. Entre sus libros figuran: LEER MÁS DEL AUTOR