Harold Alva. Plaza Garibaldi

 

Presentamos dos textos claves del reconocido poeta y gestor cultural peruano.

 

 

 

 

Harold Alva

 

 

 

Madre/ 1ra. composición

 

Mi madre tiene en los ojos

el vacío de otro cielo,

yo la observo como quien busca una palabra,

un gesto de redención en medio de la noche,

un parque en sus manos,

en esas nubes que dejaron de moverse:

es increíble cómo ha desaparecido la niña

que jugaba en los patios de su cuadra,

yo busco su voz en el abismo,

algún gesto que la recupere para el día,

alguna forma que le quiebre los labios;

mi madre tiene la estática de los acentos,

la consonante que no sabe

cómo pronunciarse,

el miedo a morir en una casa

que nada tiene que ver con el malecón,

con su calle alerta al temporal del trópico,

a sus tentáculos de arena

moviéndose con la velocidad de un espectro;

mi madre ha perdido la voz,

pero es como si todavía la tuviera,

por eso le acerco el corazón,

el ruido de sus pálpitos,

la oscuridad que borra su dolor con la neblina.

 

 

 

 

Plaza Garibaldi

 

Busqué la voz de mi padre en Plaza Garibaldi,

crecí imaginándolo cantar en su pérgola,

el sombrero como quien torea al tiempo

agitándolo con la mano izquierda,

los comensales de San Camilito

detenían sus mandíbulas para dejarse arrobar

por sus falsetes: por el águila que soltaba,

por la bestia que domaba en su garganta;

busqué el fuego de mi padre

en Plaza Garibaldi,

fui armado con el escapulario donde guardo

la lumbre de todas sus canciones,

y me detuve allí cuando cruzaron

las sombras de Infante y de Negrete,

sus fantasmas en perpetua competencia,

sus coplas deteniéndose con picardía

en la incrédula reacción de una guitarra;

fue como si todos los transeúntes

de Lázaro Cárdenas, Guerrero

y el barrio de Tepito,

se pusieran de acuerdo para cantar

los temas que mi padre interpretaba;

yo fui por la voz de mi padre a Plaza Garibaldi,

quería verlo allí, quería escucharlo

en impecable dueto con Antonio Aguilar

o Miguel Aceves Mejía, pero Plaza Garibaldi

era un sueño en la memoria de mi padre,

por eso se marcharon los fantasmas,

los comensales de San Camilito,

los transeúntes de La Lagunilla y de Tepito;

la noche no es para reconstruir canciones:

en la pérgola de Plaza Garibaldi

un niño aún busca a su papá

disfrazado de mariachi.