Han Dong

Museo de arte

 

 

 

(Traducción al español de Radina Dimitrova)

 

 

 

Manila

 

En una calle de Manila, un caballo.

Detrás de él, un magnífico carruaje de la colonia española.

que en ese momento no traía no turistas.

¿Por qué el caballo estaba parado en ese lugar?

¿Y por qué no lo habían desenganchado?

Un caballo no puede ponerse el enganche,

quitárselo tampoco es algo que puede hacer solo.

Por eso seguía allí de pie, esperando,

hasta que lo descubrimos.

Caballo de tiro y carruaje tirado, ocultos en la calma.

Los delataban las sombras bajo el alumbrado.

 

Todo era tan repentino, tan a destiempo…

Ese caballo no pertenecía allí.

Incluso alcancé a ver su cara triste bajo las anteojeras.

Claramente pueden poner una estatua del carruaje

y liberar a ese pobre animal,

poner fin a su estoicismo tembloroso,

poner fin a la presencia embarazosa y angustiante

de esos caballos entre los hombres.

 

Nadie me dio una respuesta.

 

 

 

 

En honor a Cavafis

 

La tarde bochornosa

promete una lluvia torrencial durante la noche.

Para él es insoportable la tormenta que cala hasta los huesos.

Siente que la resiliencia es equivalente al deseo.

Imagina un día por venir,

valles desconocidos y olor a lluvia.

Por la noche, se acuesta boca abajo sobre un cuerpo

que a su vez también soporta (el amor),

bombean y sollozan al mismo tiempo.

La tormenta llegará en la quietud de la noche profunda

como una liberación silente y furiosa.

 

 

 

 

Recordando a mi madre

 

Ella me tendía un dedo, yo lo agarraba,

siempre íbamos así por las calles de la ciudad y en el campo.

Así no me perdería ni me llevaría el viento.

Ese viento en la orilla del río era tan impetuoso

que por poco se llevó a mi madre.

Ella me enseñó a caminar con el viento, no contra él.

Si era demasiado fuerte, íbamos por la zanja seca abajo.

 

Había grietas tan grandes en las paredes terrosas de nuestro hogar

–y mis manitas eran tan chicas– que lograba meter pajas adentro.

Mamá pegó encima dos capas de periódico;

cada soplo del viento abultaba el papel, cual si la pared

tuviera un vientre: inhala, exhala, inhala, exhala…

 

Ella me tendía un dedo, yo lo agarraba.

Caminábamos y mirábamos juntos por todas partes,

siempre así, en el viento invernal del norte y al interior de la casa.

 

 

 

 

Luto por Waiwai

 

Hoy el clima es excelente,

como cada vez que ocurre una muerte.

Nunca falta el cielo despejado, las nubes fibrosas,

y alguien que se ha ido. Uno se pregunta:

¿por qué tanta prisa por partir

en un día tan luminoso y sereno?

¿Por qué no damos otra vuelta juntos?

Podríamos tomar el siguiente callejón:

hay espacio para que agites los brazos,

hay margen para que tus ojos lascivos fisgoneen.

Vagaremos a gusto sin pensar en nada,

hasta que caiga la noche y se enciendan las luces.

Podemos seguir caminando a través del ocaso

tan plácido y bello como las aguas de un río.

Aunque, si insistes, podemos cancelar la caminata.

Sólo no saltes hacia abajo,

deja que el torbellino de la vida nos rebase.

La vida y la muerte se alternan sin tregua

mientras tú y yo permanecemos inmóviles.

 

 

 

 

Arcoíris

 

Mientras el coche avanzaba cuesta arriba, empezó a nevar.

O quizá siempre hubo nieve en aquella montaña.

Por ambas ventanas, yo veía el Tíbet de nevadas tempestuosas,

de pueblos y rebaños escondidos bajo un manto de nieve.

Los caminos parecían lodazales,

eran delgados como intestinos de herbívoros

y exhalaban vaho caliente.

Avanzaban las oleadas impetuosas de la nevada,

sus torbellinos se estrellaban contra el parabrisas.

 

Todos iban armados de cámaras largas y cortas

para captar la imagen de aquel vacío desbordante.

El panorama ofrecía dos colores, blanco y negro.

Yo también sacaba fotos y observaba,

hasta que los negativos se volvieron positivos.

En el clásico cielo azul tibetano, un arcoíris

liberó los colores almacenados durante mucho tiempo.

 

 

 

 

Luz violeta

 

Todas las ventanas del edificio alto se apagaron.

Sólo una, en la esquina, aún emanaba luz violeta.

Me sentí obligado a mirarla. Después

me llenó el deseo de seguir mirándola.

Levanté la cabeza, incliné al máximo mi cuerpo

hacia atrás, mi cuello casi se partió.

La luz violeta brillaba por encima de mi cabeza

y flotando se expandía detrás de mí.

Entonces me acosté, pero tampoco ayudó mucho.

Aquel haz de luz cual si quería penetrar la tierra.

El viento movía las briznas al lado de mis oídos,

también las sombras de edificios en el cielo.

Me volteé y enterré mi cara sudorosa en el pasto.

Aun así, podía ver aquella luz apasionante.

Como una veta de gemas en el seno de la tierra,

mi corazón tenaz siguió cazando sus rayos.

 

 

 

 

Museo de arte

 

Este museo nacional de arte

sólo tiene una sala de exposiciones muy chica.

Una película en blanco y negro repite sin tregua

la insólita historia del edificio que lo alberga:

desde los planes hasta los trabajos,

desde el caótico sitio de construcción

hasta el corte de cinta en la inauguración, y luego

hasta la drástica remodelación hecha con gran ingenio.

Celebridades y dignatarios deslumbran con su presencia,

las imágenes también pasan del monocromo al color…

No hay nada más:

ni exposiciones ni eventos ni cafetería.

La voz en off, como un confuso monólogo interior,

reverbera entre las cuatro paredes lustrosas:

yo recuerdo, experimento, vivo, me yergo

y, por ende, existo para siempre.

 

4 de diciembre de 2019

 

 

 

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Radina Dimitrova es sinóloga, traductora y docente de lengua china y de traducción chino-español en la ENALLT (UNAM, México). Licenciada y Maestra en Sinología, Maestra en Literatura china antigua, y egresada del Doctorado del CEAÁ (Colmex), en temas de literatura clásica china. Creadora de la plataforma en línea “CUENTOS CHINOS: Los proverbios chinos y sus historias”. Acreedora de diversos premios de traducción, como el Premio Internacional de traducción de obras excelentes de la literatura china contemporánea (Asociación de Traductores de China, 2014). Ha traducido los poemarios El trabajo del poeta de Lan Lan (UACh, 2021) y En mi vida anterior fui zapatero de Wang Yin (RIL, 2021), también la colección de cuentos El renacer de los secretos de Yan Xiu (Nuevohacer, 2023). Sus traducciones literarias y académicas se han publicado en México, Chile, Argentina, Colombia, Honduras, España, Bulgaria y China.

 

Han Dong (1961, Nanjing) es uno de los poetas y escritores más importantes de la China contemporánea. Representante del movimiento poético de la ... LEER MÁS DEL AUTOR