Velas del alma
Selección y traducción de Katherine M. Hedeen
y Víctor Rodríguez Núñez
Velas del alma
Yo te
mostraré
a la luz
de mi alma de yesca
el universo.
*
Mi pelo en serpentinas
de aire ardiente.
Mi madre parada ante mí
cepillándome la melena,
intenta la doma.
La trenza estalla,
se desprende hacia la oscuridad
en disturbios llameantes
alimentados con los aceites
del abandono.
Mi cara es la misma
bajo las madejas
ardientes y desenredadas.
Tengo una abundancia de sebo,
me quemaré por largo rato.
*
Su venganza era irónica:
los dos en el carro
empapado de gasolina,
una chispa del encendedor
y todo cambia.
Pero su odio
nos unía.
Nos dio esto,
bien profundo en los tendones:
ahora que compartimos
el ardor de los extremos del nervio
nuestro mutuo calor
es un matrimonio,
esta noche en llamas e insoportable
aún conyugal.
*
Su rayo feroz
vuelve a suceder.
Hasta mis venas
están hechas para sus relámpagos.
Busco sus voltios
en la quietud.
El cometa brillante del alma
jala el cordón,
se impulsa hacia el peligro,
hacia el golpe ruinoso.
*
Después del espectáculo de luces
que, de lejos,
era impresionante,
viene el ardor verdadero.
Si te
importo, haz que llegue bien profundo,
justo al centro,
más allá del parecer, más allá del conocer,
más allá del ser yo,
donde se funden todos los metales,
y se crea una mina
que es la luz machucada en peso.
Irradia
mi ausencia con la última chispa
que es mi extinción.
Ahora crea
esa semivida que da acelerar
a través de la oscuridad vidente.
La canción del cartógrafo
No es obra del amor, este documento
que fielmente representa, bahía por bahía,
las costas de Gales, que muestra cada torre de iglesia,
que anota cada nombre de río, como si la gracia
estuviera en las minucias. Dibujé mis líneas
para salvarme del resplandor de las cuestas severas,
que desmontan sus almas con señales fácticas.
En las piedras no hay anhelo –solo el poder
de sobrevivir la intemperie que limpia y erosiona,
que muele la gravilla y la mota hasta un fango tonto.
Sigo bregando –como un dios
que es impotente porque no puede disculpar,
que redibuja el mismo lugar una y otra vez.
¿Desde cuándo la belleza es una manera de vivir?
La mitad
Una persona que, en total, posea cuatro piernas,
tiene cuarenta dedos (si se cuentan los pies),
dos cabezas y dos cerebros para supervisar
la fábrica de médula dentro de los huesos.
Pero un anhelo terrible llena a aquellos que saben
que el alma está por la mitad cuando vive sola.
El amor es una ciudad de mitades extraviadas
que dan vueltas sin parar entre fracciones
en busca de una matemática en que dos
y dos siempre sumen tres,
que desconciertan todo ángulo del estar separado
y convierten “esos otros” en “nosotros”.
Alabemos a todos aquellos que se atreven a vivir
enteros, que se cierran como tomos pesados
una y otra vez, hasta que sus páginas componen
historias privadas para sus ojos,
clásicos que florecen en llamas públicas
quemándose como mariposas exóticas.
Strip-Tease
Después de tirarle la puerta al resto de la fiesta
y cerrarla con llave –con los abrigos gente vacía
sobre la tumba de tierra de nadie de la cama
y el aullido de sus dueños aún por oírse–
el vaquero se viró hacia ella: “Ahora, corazón,
vamos a ver cómo en verdad te desvistes”.
Deshizo los botones de sus pechos
y tiró los soberanos ruidosamente hacia la noche;
se quitó los soportes de sus costillas
y se peló la piel como una camisa de humo
que se desvanecía en el sol de su corazón
–en la desnudez se convirtió en un planeta visible.
Él siguió el curso ardiente de su ocaso
hacia el bosque de piernas, donde se perdió
para siempre en la ráfaga de espíritu.
Pero no antes de virarse hacia el abismo
para ver el cuarto donde ella había sido una niña
y todos los abrigos la elogiaban, alzados en coro.
Rito
De cuclillas, soy como un ratero, el ojo
contra la bocallave. Sin ningún sonido
la poeta se quita la ropa interior
y se acomoda, como un trofeo blanco,
sobre la mesa del carnicero. Su acero es
electricidad estática y pronto hay un collar
de hígado crudo entorno a la garganta de la poeta. Poco
después este cura-carnicero dispone una celosía
de rebanadas de la mejor carne de res como un tapete
sobre los muslos, y entonces le amarra la sangre de otra
criatura, tan oscura como el español, a los pies.
¿Y por qué la hija más responsable del idioma
se despliega con tales idas y luces?
Es como si fuera la violación convertida en rapto
cuando una mujer lleva sus pasiones a flor de piel.
Ahora yace distante, muestra la paciencia
de una geisha mientras las tripas, en una faja caliente
que enlaza la barriga con el muslo, adornan las caderas.
No un rito mortal, pero el filo le acaricia la garganta.
Mas yo estoy segura que ella lo ve todo,
los ojos enormes de su cabeza, mientras el carnicero garabatea
un grafitis sobre el altar de la espalda.
-Nuestra tierra de nadie
14 poetas galeses contemporáneos
Selección y traducción de Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez.
Colección: Ladrones del tiempo
Uniediciones