Guillermo Siles

Los ojos del recuerdo

 

 

Green Park
1996

Mordido por el viento del otoño London tiene otro color. Vestigios de un amor sin amor te atraen a esta isla. Con ojos de viajero recorres los caminos del tourist. Un afán de rastrillos hace parvas de hojas secas. El verde reluce en  la mañana por tus ojos heridos. Te hablan del viento de la lluvia, te informan ─ con cierto desparpajo─: el clima  aquí, subtropical y frío. Compruebas la húmeda humorada más íntima en los huesos. El orden cede al orden respingado y altivo. Gestos tenues, lejanos, sombreros de otros tiempos, codiciados abrigos. London-Bath-Nottingham-Edimburg. No has errado el camino. See the coach. See the ticket. Can you take a picture –pregunta un japonés–. Haces Click. Sonríe y dice thanks! Se aleja por el parque. Las ráfagas de viento golpean tus mejillas para comprobar que ninguna forma de belleza cura las heridas.

 

 

La sonrisa del verdugo

Ya no busques salida
a aquél inútil laberinto
telaraña en la seda
que el deseo contiene.

No hubo luz de luna
la noche del camino de piedras,
en un golfo apacible
infectado de algas
saciaste la otra sed
comiste con extraños
y las lenguas del mundo
se mezclaron gozosas
al conjuro de un nombre.

No se posará
la luz
sobre la puerta entornada,
cesarán las sesiones
del obsceno cosquilleo
del placer vergonzoso
creciendo cada día.

Mirar no es ver
tocar no es saber
compruebas en silencio.

Detrás de la alambrada
el verdugo sonríe
si le extiendes la mano
saborea los frutos
que volverá a negarte.

De  El sabor de la fruta

 

 

Abuela

Con gesto amable
en la recepción del hotel
me recomiendan consumir
mate de coca
pedir dieta de pollo
en el almuerzo
descansar bien
y no caminar mucho
cuando recién se llega,
pero la obstinación puede más
y salgo a beber el sol
mientras nos dura el día
es la segunda oportunidad
aquí en la tierra
bajo el cielo sagrado de Cusco
en plaza El Regocijo
la distingo entre los otros
después de tantos años
sé que es ella
viendo en la mirada de la mujer
andina, por unos soles
me vende agua florida
para espantar el mal de altura
y le devuelve aire a la sangre
de todo lo que sueño y sigue vivo.

 

 

En el golfo de Nápoles

En un barco cuyo nombre
no recuerdo
cruzamos de Sicilia al continente
una noche duró la travesía
de Palermo a Nápoles
sobre el oleaje
de aquel golfo inocente
nos acompañaban una chica española
y otra griega
tocadas por la vara de la perfección
que a veces roza y huye.
Todavía asoma intacto el rostro,
los modales retraídos de la griega
hablaba poco y para animarla
entre la diversión de música
y de tragos, le digo:
“si tuviese tu belleza
dejaría el turismo por el cine”.
La música y las risas llegan
al hueso de la noche, el ritmo
cada vez más zafado invita
a seguir algún compás
no sé si ella o yo
quien lo dijo primero
pero ya estamos en el centro
de la escena contagiando
a los viajeros
entre conversaciones y tragos
para fumar salimos a cubierta
mientras el mar nos mira
de pronto divisamos
un faro entre rocas pequeñas
y una constelación de estrellas,
a lo lejos, lo hermanan en la luz.
Arroja el humo al aire
y me habla con simpleza:
gracias por los halagos
el momento de alegría
primera vez que bailo
después de largo tiempo
estoy de duelo
mi hermana y su novio ya no están
tuvieron un accidente
iban en motocicleta
fue en la ruta
muy cerca de Atenas.

 

 

Eclipse

                                               a Matt

En aquellos días jóvenes de Tucumán
en que nos encontramos
no intuí que tu presencia
iba a volver aunque pasara el tiempo
que tu mirada me seguiría a Cusco
y que estaría en Colonia
y en el Rhin dos veces
viéndose al espejo
después en la escapada
a Ámsterdam y hoy
hasta en la orla –que te quedó
de Río– en Montevideo
hablamos sin parar
un único día y una noche
remontamos por la rambla
Gandhi el camino a casa
de repente recordamos
el eclipse y nos miramos
te vi como jamás te he visto
y en resuelto español dijiste:
¿te gusta?
no supe si preguntabas
por las formas, por Montevideo
o por los astros
no sé qué nos pasó
pero seguimos y seguimos
hasta ver la luna
a través de una ventana
y el sol adentro de la luna
ardiendo.

de El cauce y la costumbre

 

 

El elefante

                        a Cecilia Molina

En el corazón de África
septentrional he visto
a un elefante pintar un elefante.
Han dispuesto lienzo y caballete
para que el animal trabaje
con paciencia
como un pintor
de la plaza en Montmartre.
En cada trazo delicado
recibe auxilio de su domadora
que le coloca los pinceles
en la trompa y lo acaricia;
con fina motricidad
e infalible memoria
él recuerda las líneas
que darán forma a su silueta.
Mientras el público aplaude
cada avance de la obra
el paquidermo mira de frente
y saluda
con alegría bonachona,
al tiempo que mueve
la trompa y las orejas
como si no oyera el estruendo
del instinto mudo
ni quisiera abandonar
su condición de artista.

Nunca sabremos si adquirió
aptitudes para soportar la fama
que quizás lo hacen sentirse amado
entre la gente,
nunca sabremos por qué
no se rebela ni regresa
al interior de la selva
para unirse a la manada.
Pero aunque mi elefante
salude con orgullo
o acotada alegría
tiene los ojos apenados de un niño
que ha perdido todas las batallas.

(Inédito)

Guillermo Siles (San Miguel de Tucumán, 1967). Es doctor en Letras y profesor de Literatura argentina contemporánea en la Universidad Nacional de Tucumán ... LEER MÁS DEL AUTOR