Guillermo Saenz Patterson

Oda al Marqués de Sade

 

 

 

EL HOMBRE RATA

asoma su cabeza homofóbica por una cloaca.

Su piel es despellejada

por el viento. Desnudo

camina por los laberintos:

¡Es un hombre de negocios!

Trafica con los pobres y la droga,

y le roba al gobierno y a los ricos.

Alardea de sus viajes a Europa y Asia.

Su grito es lanzado a la masacre del sentimiento.

No lee, no tiene pensamiento,

y su cloaca, su cerebro,

está lleno de dinero.

Mientras en la soledad

una polilla repta

por sus libros y se come

una página de la Oda de Sade.

Odia a los poetas, artistas

y científicos; su amor

es para el populacho

envidioso y perverso.

Desprecia al pueblo,

porque ve en su creación y audacia

un peligro para sus bancos y propiedades.

Molido a palos

por sus congéneres y compatriotas

acude a abogados y médicos.

Se refugia en su castillo.

En su agonía y con el abandono

de su esposa e hijos,

dona su capital a la Universidad Tecnológica.

Su entierro es una cruz en el olvido,

y los curas saludan a la rata

en lo profundo de abismo.

 

 

 

ODA AL MARQUÉS DE SADE

 

AMANECER

Hoy te levantaste con tu predilecto ojo púrpura.

Era blanca la sábana de la amargura

y el horizonte de la pureza

teñía tu mirada de rictus oxidados.

Era el barrote, era la prisión, era el asilo

de las algas pegajosas como silencios de aves muertas.

En este minuto desvestido, ¡Sade!, te quise.

Tus extrañas manos eran tentáculos

de islas olvidadas,

pájaros negros pasaban sin delirio,

todo era cansancio de espigas

sin respuesta, las ostras abrían su carcomido

número de oficina, y las medusas de las rocas

eran sirenas con añil púrpura en los labios.

¡Cuánto olvido!

 

¡Cuánta bajeza escuchaste de los potros enrojecidos!

En tu cerebro aullaba un lobo herido,

y su pene de cicuta

golpeaba las madréporas de los lagos podridos.

¡Cuánto pantano había en ti!

¡cuánto nenúfar de oloroso incienso

gastaba las mentes de los gritos!

Mas era la mañana de licor,

y delirio menstrual, tu sexo

se sobreponía a los tumbos del alma.

Vencido como las serpientes al acecho,

tu diente clavó el oxígeno de las cataratas.

¡Cuatro monjas azules te sujetaron!

¡Sade!, ¡Sade, cuánto te quise!

En el abismo del espumarajo,

en la epilepsia del ruido,

no hubo nadie que te escuchara.

Fuiste así el vampiro de los coches nocturnos,

la piedra rodada en los prostíbulos rojos,

la sutil emanación  de los pezones iluminados;

no hubo nadie que te escuchara.

Fue aquella noche cuando dijiste a los delirios

que el mundo estaba acabado,

que una copa de tinte negro

valía más que el cofre de una hostia;

no hubo nadie que te escuchara.

En la mañana de la noche tu cabello revuelto

vago por las callejuelas de los cálices,

en la mañana, las estrellas de tus dientes

comieron de la fruta prohibida…

¡Sade!, ¡Sade!, cuánto te quise.

Tú, el odiado, supiste del escalofrío virginal,

tú, el de siempre, supiste desatar la envidia lechosa

de los primeros caminantes.

¡No!, no, no hay respuesta para tu silencio

de tortura, no hay torre que contenga tu buitre

de alhajas perdidas… todo lo diste…

 

En las piedras, en los musgos,

en los acantilados,

en la felatina de las rendijas,

tu mirada fue víctima del picotazo.

Ya sin ojos, destruido como los huesos

de las gaviotas, infeccionaste la soledad

de tu celda.

¡Sade!, Sade, cuánto te quise.

Allí, el de siempre, allí el de las hojas sin velo,

allí el transfigurado por el gusano de los remos sin rumbo.

 

Es la hora del ojo negro,

es la hora donde la sangre y el reloj,

anuncian la terrible campanada de la tortura.

La sonrisa impasible se enmudece,

los miembros se trenzan en la noche sin espinas.

¡Aurora es la indicada!, ¡aurora es la vestal!

Los grillos suenan, la puerta de hierro fundido se abre.

 

¡Sade!, eres el demacrado de las primeras horas.

 

 

 

MEDIODIA

¡Oh, mediodía!

Las cadenas han arrastrado

animales de fuego sereno,

sus miradas de terciopelo

han vertido crueles emanaciones.

El opio del día es un tormento;

la acidez de las nubes sin rumbo,

¡rojas!, son un plomo vasto de manos arrancadas,

¡la tierra se estremece.

el son fecunda las partes,

la rama de los vidrios cae en el dolor de las venas!

¡Oh, mediodia!

La fuente de los charcos,

el lirio azul de los bosques profundos

es aún una vastedad sin herir.

¡Sade!,  el  de las primeras horas, ¡Sade!

Con el rumbo de las ortigas en la boca,

con la espina del murmullo en la saliva,

—-¡ da el primer paso sin tormento!—

 

Es la araña de oro

en su pelambre de rocío infecundo,

es ¡Sade! Que rompe la piel de los corderos estivales.

 

Era verano la hoja que caía,

eran los podridos otoños de humo.

Existía el silencio del bochorno,

existía la cansada lentitud

de la leche en las bocas.

Los niños se ataban a sus madres;

sus risas de carbón

pervertían  el cementerio de los primeros juegos.

Era la primavera de las cunas,

la iluminada ponencia del horrible destello.

Lejos de la luna,

en el eco de las humedades,

en el sexo podrido de la rosa de los bosques,

llegastes, ¡Sade!…

El mediodía quebrado en las colinas,

el mediodía en las aguas frescas de la mejilla,

fueron tu tentación.

Acabado como los astros sin embrión,

Microcosmos del saber,… todo lo embriagaste.

Las águilas de las uñas

volaban en la sangre de tus ojos,

y en tu mirada, el distante mar,

era una mueca de horizontes vacíos.

Las rosadas calles de la locura,

el incienso de los pinos quemados,

la brisa del polen,

fueron la solitaria esquina de los papeles sin letra.

En la lengua de semen,

en el espacio de los cuartos sin respiración,

tu nombre fue dado al ¡Mediodía!

Con el cerebro atado a los ratos de la memoria,

diste recuerdo febril a los lienzos de Uccello.

Eran los  mediodías del grito deshilachado,

era el cadalso de la rata fría,

era la boca gentil y el paso apresurado.

¡Sade!, Sade, tu camino fue contado

por la perversión de los cuatro Ángeles-Demonio,

¡Sade, Sade, tu húmeda escalera

por la Virgen arrancada de los pelos.

En el fondo del ruido,

en la hora escamosa de la serpiente,

tu nudo voló al alto sol.

La pierna desnuda

fue Amor en tu bosque de helechos muertos.

Como las aves de las campanas

sin constelación,

acudiste al ojo paralítico.

¡Tu llanto fue de virtudes insospechadas,

tu rebeldía una fuente de amargos hipos!

Miraste el sol sin pupilas,

lo miraste en la profunda noche de tu dolor.

 

De la hora del mortal reloj,

fue viva tu llama

entre la pronunciada figura

de la NIÑA BLANCA.

 

 

 

ATARDECER

¡Oh macabra senectud!

¡Oh violada ponencia de las estrellas!

La amargura tiembla en el vino,

la sal en la arruga serena de los firmamentos;

nadie acude a la oscura mancha de la embriaguez.

El cirio tembloroso,

la tarde atada a su castigo,

son la herida de mis errabundos ojos,

Nadie acude a esta llaga de ámbar,

a esta soledad de olas sin espuma.

¡Hay un grito de insecto en tus ojos,

rocío de soneto líquido!

El atardecer,

cansado como los muelles sin óxido,

cansado como el bastón de los balcones,

expira,…expira,… el  pétalo del perdón.

¡Sade!, —Sade,

quisiste de tu virtud la perla dorada de los ensueños,

quisiste de la vida el barco podrido  de las perdidas algas.

¡No hay perdón en los pechos de cardo!,

¡No hay risa en la violeta de los ojos!

Los cabellos son uvas de oro,

uvas que el Tiempo detiene en la lágrima del juego.

—Era la orilla de la luz,

era el atardecer adolescente

del gesto morado sin descanso—-.

Mi mano se posaba  en la sal marinera de las gaviotas;

¡rocas de fuego!, como ceniza de lirios,

ahuyentaban la sombra de los vuelos…

¡Sade!, Sade, fue tu primer recuerdo

la violada pasión  de las raíces sin llama,

fue la tierra olorosa a mieles remotas

el Fausto de tu condena.

—-La hoja marchita  de los dientes sin consuelo,

el sendero agotado por la rumorosa vid,

fueron  tu llanto—-.

¡Sade!, Sade,

primer condena de las cumbres sin abismos,

escarabajo del nervio marinero.

¡Oro de la tarde que huye!

¡Oro de la copa sin saciarse!

La flor sin calaveras,

hueso rosado de la aurora,

fueron el néctar de tu solitaria celda.

El atardecer  de la gloriosa golondrina,

la campanada en el triste musgo,

saciaron tu sed de verdugo laborioso.

¡Nada me pertenece

sino la conjugación

del vicio de la virtud!

¡Oh dualidad!

¡Oh dolores preciosos!

¡Oh asmas de la naturaleza!

Son dos misterios parecidos:

¡segundos de la huida!,

¡ciervo de la lanza fugaz!

¡noche sin paralelo!

En su negrura invocada,

loco buscador de la luz,

me remonto,

distante,

A LA VIOLADA OSCURIDAD DEL HORROR.

Hospicio de Charenton.

27 de abril de 1803

Guillermo Saenz Patterson (Costa Rica 1944-2019). Caso extraño en la poesía costarricense.  Poeta del malditismo y lo angélico.  Fue colaborador de revistas y su ... LEER MÁS DEL AUTOR