La hacedora de lluvia
DE LA INUTILIDAD DE LOS CRISTALES ÓPTICOS
Si las imágenes se apiñan en un recinto oscuro
nada en ellas hay de movimiento (menos aún hábito de movimiento);
sí en cambio los ojos de cristal que el taxidermista tan bien conoce,
con su excesiva holgura en la órbita seca;
un día han de invadir a medianoche
los bulevares de la ciudad desierta,
aterrando con su agilidad a los animales pacíficos,
en una conjunción única que consagre el azar.
El azar, aniquilando en su represalia de hondero
el estupor del que alinea y su conciso cristal.
EL EMBARCO PARA CYTEREA
Sicut dii eritis.
Génesis III, 4
Hoy que la triste nave está al partir,
con su espectacular monotonía,
quiero quedarme en la ribera, ver
confluir los colores en un mar de ceniza,
y mientras tenuemente tañe el viento
las jarcias y las crines de los grifos dorados
oír lejanos en la oscuridad
los remos, los fanales, y estar solo.
Muchas veces la vi partir de lejos,
sus bronces y brocados y sus juegos de música:
el brillante clamor
de un ritual de gracias escondidas
y una sabiduría tan vieja como el mundo.
La vi tomar el largo
ligera bajo un dulce cargamento de sueños,
sueños que no envilecen y que el poder rescata
del laberinto de la fantasía,
y las pintadas muecas de las máscaras
un lujo alegre y sabio,
no atributos del miedo y el olvido.
También alguna vez hice el viaje
intentando creer y ser dichoso
y repitiendo al golpe de los remos:
aquí termina el reino de la muerte.
Y no guardo rencor
sino un deseo inhábil que no colman
las acrobacias de la voluntad,
y cierta ingratitud no muy profunda.
ANCIANIDAD HERMOSA DE RODIN
Andrómeda dormida.
¿Cuál es la edad del viento?
Confiere al horizonte
curvatura de cuerpo reclinado,
adelgaza la roca maleable,
arrebata las aguas del mar cóncavo
y las deja en la playa como se arropa a un niño;
en el árbol redondo se desliza
con eco sordo y levedad de lluvia.
Así la redondez del rumor de las hojas
y la concavidad de las aguas del mar
conceden a las manos deformes que acarician
el mármol, por amor transfigurado,
la belleza invisible y sin edad del viento.
PAESTUM
Los dioses nos observan desde la geometría
que es su imagen.
Sus templos no temen a la luz
sino que en ella erigen el fulgor
de su blancura: columnatas
patentes contra el cielo y su resplandor límpido.
Existen en la luz.
Así sus pueblos bárbaros
intuyen el tumulto de sus dioses grotescos,
que son ecos formados en una sima oscura:
un chocar de guijarros en un túnel vacío.
Aquí los dioses son
como la concepción de estas columnas,
un único placer: la inteligencia,
con su progenie de fantasmas lúcidos.
CAMPOS DE FRANCIA
Cuando me ocurre desandar el tiempo
y su corriente anega el laberinto
en que se descompone la memoria,
si brilla en su espesura ese rescoldo
que llaman felicidad los diccionarios
veo abrirse sin peso una puerta de bronce
y un rayo de Sol débil se diluye
en el azul fingido de una cúpula,
una tarde de agosto en que sonaba verde
en tibieza y aroma la campiña de Francia.
La pulcritud de la ascensión del mármol,
cálida y abombada como la faz de un niño;
los haces de columnas y su vuelo
en suavidad de ámbar y de oro,
el órgano, turgente en su armonía
tersa en silencios verticales.
Nunca
hizo tanto por mí ningún ser vivo.
EL ESTUDIO DEL ARTISTA
Anónimo holandés
Al fondo de la estancia tenebrosa
atestada de mapas y anaqueles,
de caballetes, bustos y cinceles
donde la araña teje sigilosa,
una figura pálida y borrosa,
rodeada de libros y papeles,
alza un compás y cruza dos pinceles
contemplando la noche silenciosa.
Una llama de vela mortecina
signa la oscuridad más que ilumina
y descubre el temor y la torpeza,
la mueca de desprecio y extrañeza
con que asoma la estúpida cabeza
del mono que levanta la cortina.
LA HACEDORA DE LLUVIA
Elle est assés plus blanche que seraine ne fée.
Gui de Nanteuil
Al borde del camino yace el hombre quemado
bajo una tenue túnica de polvo
que el viento agita, deshilacha y teje
como la mano lenta que sosiega al dormido.
Recubiertos de sal sus ojos miran
la redonda quietud del horizonte,
arista viva contra el seco párpado,
hiriente como gota que no puede abreviarse,
ni la oquedad del cielo en que resuena
con un leve chirrido de juguete mecánico
la descomposición de la memoria,
marcada por la luz del negro al oro.
Ondulante el cabello como curso de agua
que perezoso se bifurca y pierde
por el redondo cauce que muere en la cadera,
sus ojos negros pesan como nubes oscuras
aquietando el rumor de la tormenta
retenido al antojo de la luz
que se amansa a la sombra de sus párpados.
Y se tiende desnuda como un río
ovillado y redondo, cuyas aguas oscuras
ungen los huesos yertos, la sima de la boca,
y humedecen los ojos apagados.