Guillaume Apollinaire. Un fantasma de nubes

 

Presentamos dos textos claves del célebre poeta de la vanguardia en la traducción al español de Ulalume González de León.

 

 

 

Guillaume Apollinaire

 

 

 

El Pont Mirabeau

Bajo el Pont Mirabeau corre el Sena
Y nuestros amores
Para qué recordar
Siempre llega
La alegría después de la pena

Venga la noche suene la hora
Se van los días yo quedo a solas

Frente a frente juntemos las manos
Mientras pasa
Bajo el puente que forman los brazos
De miradas un río cansado

Venga la noche suene la hora
Se van los días yo quedo a solas

Pasen días semanas sin tregua
Ni tiempos ni amores
Pasados regresan
Bajo el Pont Mirabeau corre el Sena

Venga la noche suene la hora
Se van los días yo quedo a solas

 

 

 

Un fantasma de nubes

Como era la víspera del catorce de julio
Hacia las cuatro de la tarde
Bajé a la calle para ver a los saltimbanquis

Esa gente que hace suertes al aire libre
Empieza a ser escasa en París
En mi juventud eran tanto más numerosos
Casi todos se han marchado a provincia

Tomé el bulevar Saint-Germain
Y en una placita situada entre Saint-Germain-des-Prés
y la estatua de Danton
Di con los saltimbanquis

La muchedumbre los rodeaba muda y resignada a esperar
Me abrí lugar en aquel círculo para verlo todo
Pesos formidables
Ciudades de Bélgica alzadas a pulso por un obrero
ruso de Longwy
Pesas negras y vacías que tienen por barra un río congelado
Dedos que enrollan un cigarrillo amargo y delicioso como
la vida

Numerosas alfombras sucias cubren el suelo
Alfombras con pliegues indelebles
Alfombras que ya son casi color de polvo
Y en las que algunas manchas verdes o amarillas
Persisten como una tonada que nos persiguiera

Imagina al personaje huraño y flaco
La ceniza de sus padres le brotaba como barba entrecana
Así mostraba toda su herencia en el rostro
Parecía soñar con el futuro
Mientras maquinalmente tocaba el organillo
Cuya lenta voz era un lamento maravilloso
Gluglús gallos y gemidos sordos

No se movían los saltimbanquis
El más viejo llevaba unas mallas de ese oro violáceo
que tiñe las mejillas de ciertas muchachas aunque
frescas ya cerca de la muerte
Ese rosa anida en los pliegues que a menudo rodean
sus bocas
O cerca de las narices
Es el rosa de la traición

Aquel hombre llevaba así a cuestas
El innoble color de sus pulmones

Brazos brazos por todas partes vigilantes

El segundo saltimbanqui
Sólo iba vestido de su sombra
Lo miré largamente
Pero su rostro se me escapa
Es un hombre sin cabeza

Otro más tenía todo el aire de un granuja
De un apache en que se aunaran bondad y crápula
Con sus pantalones bombachos y sus calcetines con ligas
No recordaba acaso al alcahuete a medio ataviarse

Cesó la música y hubo negociaciones con el público
Céntimo a céntimo fue arrojada la suma de dos francos
cincuenta sobre la alfombra
En vez de los tres francos que el viejo había fijado
como precio de los números

En cuanto estuvo claro que nadie daba más
Se decidió empezar con la función
De debajo del organillo salió un saltimbanqui diminuto
vestido de rosa pulmonar
Con pieles en tobillos y muñecas
Lanzaba gritos cortos
Y saludaba apartando amablemente los brazos
Con las manos abiertas

Con una pierna hacia atrás preparada para la genuflexión
Saludó hacia los cuatro puntos cardinales
Y cuando caminó sobre una bola
Su cuerpo esbelto se transformó en música tan delicada
que no hubo espectador a ella insensible
Un duendecillo sin ninguna humanidad
Pensó cada cual
Aquella música de las formas
Borraba la del organillo
Tocada por el hombre del rostro cubierto de antepasados

El pequeño saltimbanqui se pavoneaba
Tan armoniosamente
Que el organillo cesó de tocar
Y el organillero escondió el rostro entre las manos
Sus dedos se parecían a los descendientes de su destino
Fetos minúsculos que le salían de la barba
Nuevos gritos de pielroja
Música angélica de los árboles
Desaparición del niño
Los saltimbanquis levantaron a pulso las pesas
En juegos malabares

Pero cada espectador buscaba ya en sí mismo al niño
milagroso
Siglo oh siglo de las nubes