Gonzalo Rojas

Contra la muerte cumple más de medio siglo

 

Por Fabienne Bradu*

 

En la primera entrevista que concedió después de la publicación de Contra la muerte el 20 de diciembre 1964, día de su cumpleaños 48, Gonzalo Rojas declaraba lo siguiente: “Personalmente, no sabe usted cuánto agradezco a algunos que me quisieran bajo tierra, haber sido despojado de unas tareas funcionarias o, mejor dicho, “defuncionarias” que yo creía tan hondas y creadoras como mi propia obra poética. Pero la verdad es una: los poetas no tenemos en el mundo sino la poesía, única piedra donde reclinar la cabeza.” (1)

Aclaro brevemente las circunstancias: en enero de 1962, Gonzalo Rojas había organizado, bajo el alero de la Universidad de Concepción, un magno Encuentro de escritores, pensadores y científicos del mundo entero para llevar a cabo dos ciclos de reflexión sobre la “Imagen de América Latina” y la “Imagen del hombre”. Al finalizar el Encuentro, los sectores más conservadores de esta casa de estudios –“¡los falsarios de siempre!”- le quitaron la dirección de las Escuelas de Verano, en cuyo marco se realizaban estos Encuentros que habían dado lustre a la ciudad sureña, por temor a una “cubanización” de la vida cultural o, digamos más prudentemente, por excesiva agitación de las conciencias continentales. Lejos de dejarse amilanar por semejante sanción, Gonzalo Rojas decidió retomar el hilo de su obra poética, supuestamente suspendido dieciséis años antes, a raíz de su primer y entonces único libro: La miseria del hombre (1948), y por haber practicado, de 1955 a 1962, lo que él mismo llamaría la “poesía activa”. Su consuetudinario optimismo lo llevaría a declarar poco después de la “expropiación”: “El viento se llevó, con la hojarasca de los diarios, los miedos o las iras de los tontos, pues el remezón de ese verano de cincuenta cabezas poderosas y veraces sólo tienen parentesco en lo físico con los sismos que cada cierto tiempo ajustan y desajustan la geografía de Chile.” (2)

Habría que matizar estos dieciséis años de “silencio poético” con una distinción que a veces confunde a la crítica: si bien Gonzalo Rojas no publicó ningún libro en este lapso, esto no significa que dejara de escribir y de publicar poemas aisladamente. “¿Será necesario estar en la vitrina literaria, con la obra publicada cada año o cada dos? Me resisto a pensarlo. Prefiero un silencio, pero un silencio siempre germinante, vivo, creador”, aseguraba el poeta. A Jacobo Sefamí le confesó que estuvo hilando Contra la muerte en los años 1962 y 1963. (3)

Ilustrado con un grabado de Julio Escaméz, Contra la muerte se dividía, al igual que La miseria del hombre, en cinco secciones bautizadas con los siguientes encabezados: 1) Todo es tan falso y tan hermoso; 2) Cambiar, cambiar el mundo; 3) Las personas son máscaras; 4) Eso que no se cura sino con la presencia y la figura; 5) Ya todo estaba escrito. La voluntad de ordenar los poemas en secciones temáticas, ocasionaría a la larga un obstáculo para establecer entre los poemas los vasos comunicantes que autorizarían su ubicación en varias categorías a la vez. Así, poco a poco, la crítica -sobre todo la académica- fue colocando etiquetas sobre cada poema con un pegamento tan resistente y duradero que, hasta la fecha, impide el tránsito de los poemas entre los compartimentos de ese tren de poesía en fuga hacia allende el horizonte. Jaime Quezada, a quien se debe la iniciativa de volver a editar Contra la muerte, en 1992, cuando el libro ya era inhallable en el mundo hispánico, es de los pocos que advirtieron el riesgo: “Ninguna de estas visiones temáticas se dan aquí de manera autónoma, separadas o independientes. Aun manteniendo su propia unidad vertebral hay entre ellas una interrelación en un acercamiento de unas con otras, y en la totalidad de estos 47 poemas que integran el libro. De estas vertientes deviene resueltamente la sintaxis impecable e implacable de la escritura poética de Gonzalo Rojas: entre el amor y el vértigo.” (4)

Entre los 47 poemas de Contra la muerte, 24 habían sido publicados con anterioridad: “El sol es la única semilla” y “Crecimiento de Rodrigo Tomás” se reprodujeron íntegramente de La miseria del hombre, libro del cual derivaron, mediante poda que pretendía recobrar los gérmenes originales: “Aquí cae mi pueblo”, “La farsa”, “Adivinanza”, “Los letrados”, “Saratanes”, “Siempre el adiós”, “Victrola vieja” y “¿A qué mentirnos?”. 1949 fue el año de publicación de “Al silencio”, “Una vez el azar se llamó Jorge Cáceres” y “Oscuridad hermosa”. 1950, de “Carbón”, en una versión más extensa que la definitiva. 1951, de composición de “Sátira de la rima”, entonces titulado: “Vida social”. 1953, de publicación de “La loba” como cuarto movimiento del extenso poema “El amor”. 1954, de “¿Qué se ama cuando se ama?”. 1958, de “Contra la muerte” y “Los días van tan rápidos”. 1960, de escritura de “Culebra o mordedura”. Y, en los meses iniciales de 1964, es decir, cuando el manuscrito ya había sido enviado al concurso de Casa de las Américas con el título de Fragmentos, pero todavía no aparecía en Chile, se difundieron en revistas nacionales: “Los niños”, “Leo en la nebulosa”, “Uno escribe en el viento”, “Juguemos al gran juego”, “Sartre”. En total, muchos de los poemas más célebres de Gonzalo Rojas. Además, “Escribir en el viento” había sido objeto de una plaquette publicada por la Universidad de Concepción, un año antes del libro que recoge el poema. (5)

Esta contabilidad, odiosa mas no ociosa, restringe la ruptura que algunos quieren ver entre el primer y el segundo libro, y que el mismo Gonzalo Rojas abonó en ocasiones. Es curioso que más de la mitad de las piezas aisladas fueron compuestas una tras otra a lo largo de tres lustros, y que el conjunto cause la misma sorpresa que la irrupción, un buen día, de un nuevo volcán. No fue tanta la súbita “maduración” que tanto se subraya en Contra la muerte, ni tan abismal el cambio de tonalidad poética. Antes bien, quiero ver en Contra la muerte una continuidad de lo anterior, en la cual, acaso, la contención, la concreción y la poda se acentuaron lo suficiente como para dar una impresión de novedad a los lectores y críticos. Lo inmutable, no solamente del primer al segundo libro, sino a lo largo de toda la obra de Gonzalo Rojas, es el gran SÍ de la poesía que oponía a la realidad y a la condición humana.

Entre las reacciones inmediatas a la publicación de Contra la muerte, así lo veía también Mario Benedetti quien, pese a desconocer La miseria del hombre en su integridad, deducía que “el solo hecho de haber incorporado [los poemas de La miseria del hombre] al nuevo volumen, significa tal vez que el poeta no sólo los sigue avalando, sino que además forman parte de su actual estremecimiento. De modo que es lícito juzgar íntegramente el libro como su voz de hoy, en su tono nuevo, es cierto, pero también en su inflexión recuperada.” (6) El chileno Juan Loveluck, cómplice del poeta y de su obra, es aún más tajante: “La miseria del hombre y Contra la muerte muestran la unicidad indestructible de la creación poética. No hay cambio de rostro sino enriquecimiento, prolongación avance; y eso, sostenido por la especie de columna vertebral que suelda uno y otro libro, salvando burlas del tiempo.” (7) Alfredo Lefebvre, uno de los tres mosqueteros que, junto con Juan Loveluck, formaron con Gonzalo Rojas un trío de estrecha colaboración, discernía por su parte “cosas comunes a los dos libros, que permiten ver en un solo proceso toda la producción suya.” Para él, la más notoria residía en “la ejecución misma: logra una poesía que emerge, ella aparece sin huellas de la elaboración del oficio, por un lado y, por el otro, no procede de un conocimiento, porque quiere ser videncia, no tanto una revelación inaudita, como en La miseria del hombre, sino un testimonio de la realidad que vivimos en este mundo y en este sistema galáctico.” (8) En un extenso artículo de la época, Hernán Loyola, futuro biógrafo de Pablo Neruda, asimismo subrayaba que “entre los libros de 1948 y 1964 existe una intensa relación de unidad, deliberada y consecuente con los postulados teóricos del autor, puesto que ambos libros reflejan la unidad vida de una conciencia en desarrollo, en trance de maduración (…) una evolución lírica orientada simultáneamente desde el cerebro y desde la sangre.” (9)

Pero volvamos a los orígenes de este segundo libro. Hilda Rojas-May, que se había convertido en la tercera esposa del poeta el 28 de febrero de 1963, señalaba que, por primera y única vez en su vida, Gonzalo Rojas había mandado un manuscrito original a un concurso internacional como el de Casa de las Américas, “no tanto con la esperanza de obtener premio alguno, sino por adhesión” a la revolución cubana. (10) Afirmación difícil de creer, pues ¿quién no alimenta secretamente una esperanza al participar en una competencia de cualquier índole? La trastada que castigó Fragmentos, aunque no llegó a menguar su apoyo a la isla, tal vez sea el motivo por el cual Gonzalo Rojas nunca más se arriesgó a otro concurso de poesía. En efecto, el jurado compuesto por Ida Vitale, Blas de Otero, Juan Gelman, Heberto Padilla y Marc Schleifer, en un primer momento declaró ganador del premio de poesía al manuscrito Fragmentos. Pero, -cuenta Ida Vitale-, al favor de un receso, una confabulación encabezada por Heberto Padilla había decidido, a espaldas suyas, cambiar la decisión unánime y coronar otro manuscrito titulado El uso de la palabra que, por cierto, retomaba el nombre de la revista surrealista fundada por César Moro en Lima. Ida Vitale asegura que los miembros del jurado no conocían los nombres de los autores, pero el súbito cambio da a pensar que, al menos, el del poeta argentino Mario Trejo no era desconocido en la isla. Mario Trejo ya residía en Cuba, donde trabajó en el Instituto de Cine (ICAIC) en 1963 y 1964. Por más que peleó Ida Vitale por que se mantuviera el fallo inicial, lo único que logró fue que la decisión no se calificara de “unánime” y que Fragmentos fuera declarado “finalista” del premio. Hasta el momento de abrir las plicas, se enteró la poeta uruguaya de quién era el autor de Fragmentos, al que no conocía en persona. De la obra de Mario Trejo, que se distinguió más bien como dramaturgo y cineasta, un poema suyo, “Los pájaros perdidos”, alcanzó cierta fama gracias a la musicalización de Astor Piazzola que la convirtió en una canción popular de América Latina. Por ironía del destino, en 1971, Gonzalo Rojas firmaría la carta de apoyo a Heberto Padilla, patrocinada por los intelectuales chilenos. Solamente hasta muchos años después, Gonzalo Rojas se enteraría por boca del mismo Padilla de la jugarreta que había descalificado Fragmentos a última hora. Ida Vitale asegura que ella prefirió callar en el momento: “no me nació escribirle para amargarlo con felonías.” (11) Seguramente en la ignorancia de la triquiñuela, Gonzalo Rojas participó en el jurado del premio de poesía Casa de las Américas, el mismo año 1965 en que el crítico chileno Ricardo Latcham murió repentinamente en su cuarto del Hotel Nacional de La Habana. En esa edición, el premio se atribuyó al hondureño Roberto Sosa por su libro Un mundo para todos dividido.

La noticia de que Gonzalo Rojas había resultado finalista del premio de Casa de las Américas, se dio a conocer en Santiago de Chile el 9 de febrero de 1964, en el periódico El Siglo. Como sucedió con La miseria del hombre, el manuscrito de Fragmentos enviado al concurso de La Habana no coincidía con el libro que salió de la Editorial Universitaria de Santiago en diciembre de 1964 (mil ejemplares costeados, una vez más, por el poeta); tampoco era el mismo que el libro que, con el título de Contra la muerte y una portada ilustrada por un grabado de Posadas, se publicó en mayo de 1967 en La Habana (dos mil ejemplares), en cuya contraportada se lee: “Otro de sus libros de poemas, Fragmentos, mereció mención del Jurado del Premio Casa de las Américas 1965”, dando así a creer que el presente era distinto del manuscrito concursante. El poema que distingue a la edición chilena de 1964 de la cubana de 1967, es “Vaticinio”, un poema dedicado a Fidel Castro, de sesgo más militante que político, que Gonzalo Rojas prefirió eliminar de la edición chilena o añadir a la edición cubana. Lo cierto es que nunca volvió a recogerlo en un libro posterior, ni siquiera en las reediciones de Contra la muerte de 1993, 1997, 2002, o en la edición argentina de Contra la muerte y otros poemas de 2007, y en la cubana de Contra la muerte y otras visiones, del mismo año, ambas muy aumentadas. No era por falta de imaginación que Gonzalo Rojas reiteraba su grito contra la muerte al filo de las ediciones, sino, tal vez, porque presentía que el fin se acercaba e imponía una mayor resistencia a abandonar esta vida que tanto amaba. La edición chilena incluía, además, un poema que forzosamente no podía figurar en el manuscrito de Fragmentos: “El recién nacido” que celebraba el nacimiento de su segundo hijo, el “Gonzalo invasor”, ocurrido el 2 de octubre de 1964. Prácticamente simultáneos, libro e hijo adornaban al poeta con una doble paternidad, como si la biológica y la poética nacieran de un mismo impulso.

Otra diferencia notoria entre las dos ediciones era el número de erratas, prácticamente ausentes en la cubana, que le hizo exclamar a su autor: “En 1964 apareció Contra la muerte, en una edición horrorosa, fea. No era fea por el papel, como La miseria del hombre, sino por la fealdad del editor, que le puso ¡56 erratas! Asco mayor no he visto nunca en un libro de poesía.” (12) Ante la probabilidad de repetición del horror, Gonzalo Rojas le confiaba a Ida Vitale en una carta fechada el 20 de mayo de 1964: “Acabo de saber que el librillo de marras está casi publicado. Anti-literario y todo, me parece un exceso que la Casa de las Américas publique sin enviar las pruebas al autor para que sean perfectamente revisadas. Ni siquiera me contestaron a un cablegrama que envié en ese sentido hace casi dos meses a doña H. Santamaría. Por lo mismo pediré que ese texto no circule porque la versión que fue al concurso hasta lleva errores de sintaxis y más de veinte versos mal cortados, con palabras y frases mal transcritas por la secretaria que me hizo las copias. Ligereza mía. Hubiera sido preferible no aceptar ninguna publicación. Le digo eso porque usted entiende, creo, mi postura anti-publicitaria.” (13) Ésta es, seguramente, la razón por la cual la edición cubana se postergó hasta 1967.

Y, finalmente, la edición cubana de 1967 recogía, a modo de epílogo, el discurso pronunciado por Gonzalo Rojas el 14 de abril de 1965 en el homenaje que le rindió la Sociedad de Escritores Chilenos (SECH) y que, con el título de “La palabra”, acaso constituya sus mejores páginas sobre una poética como conducta de vida. En cambio, la edición chilena, además de una página de rectificación de las erratas, incluía una hoja volandera titulada: “La vuelta al mundo”, donde se leía: “Non omnis moriar: no me moriré del todo, viejo Horacio querido. Pero me moriré como la abeja, la pobre abeja que zumba y que ilumina.” O, como dijera Paul Éluard: “le dur désir de durer”. En una entrevista al calor de 1965, declaraba el poeta al respecto: “No se trata de un oficio, sino de una virtud iluminadora de la realidad. Por eso mismo, creo que la poesía se hace necesariamente conducta. Que esta visión poética, esta capacidad de descubrimiento, de relaciones entre cosas, terminan por hacerse conducta, por una especie de identidad entre la vida y la obra”. (14)

A mitad de los sesenta, Gonzalo Rojas aún no pensaba en su propia desaparición y bien aclaraba que había que entender la muerte en un amplio sentido: “En la vida todo está permitido, menos la muerte. Yo estoy contra la muerte. Pero no solamente contra la muerte de los pobres difuntos sin remedio, sino contra la de los inauténticos, la de los miedosos, la de los arribistas con título o sin él, la de los premiables, la de los academizantes, la de los profesionales de este mundo y del otro. Estoy, entonces, contra todos esos seudos y falsarios que pululan bacterianamente…” y también: “El nombre de Contra la muerte es un rechazo a la literatura, si es que ella es embalsamiento del pensamiento y del lenguaje.” No es solamente la expresión “contra la muerte” que Gonzalo Rojas recoge (sin estar consciente en ese momento) del primer Manifiesto del surrealismo (15), sino también la postura moral que André Breton encarnó a través del movimiento. La mayoría de los comentaristas entendieron correctamente lo que significaba el título del libro y muchos lo convirtieron en un grito lanzado desde la vida contra la muerte, que Alfredo Aranda concentró en una eficaz oposición: “Es la vida que arde en la sangre para quedarse helada en los huesos de la muerte”. (16) Hernán Loyola nombraba precisamente a los “cómplices de la muerte”: “el dinero, los cobardes, los letrados, los blandos, las mujeres vacías, la retórica, la crítica.” (17) Por su parte, Edmundo Concha recalcaba: “Toda esta lírica protesta contra la muerte es naturalmente, en el revés de la trama, sólo una apología a la vida, a la vida plena, auténtica, limpia de fraudes y de mistificaciones, tal como la han concebido tradicionalmente los santos y los revolucionarios”. A lo cual añadía que la poesía de Gonzalo Rojas, “que desconoce el tono menor y los suspiros románticos, es broncamente varonil, libertaria, de gran desplante, como si estuviera a toda hora con la camisa arremangada.” (18) Por su parte, Fernando Alegría apuntaba: “En una época de lucubraciones preciosistas y de pretensiosas abstracciones, Rojas maneja el verso como un martillo y golpea la herida sin compasión, consciente de la herida que va cavando al mismo tiempo en su propio ser.” (19)

Irónicamente y pese a sus pestes contra los premios, dos reconocimientos le cayeron encima en 1965: el Premio Municipal de Santiago y el Premio Atenea de Concepción. No eran premios menores en ese entonces y, por lo demás, Contra la muerte competía, ese año, con Memorial de Isla Negra de Pablo Neruda, Destierros y tinieblas de Miguel Arteche, o Apariciones y desapariciones de Hernán Valdés, entre otros. Pero el reconocimiento mayor le vino de la crítica y de los lectores. Abundancia y unanimidad fueron el sello palmario de la recepción de Contra la muerte. Entre enero y mayo de 1965, las reseñas se sucedían a un ritmo veloz en Chile y otros países de América Latina como Uruguay, Argentina, Venezuela, Perú, México y Colombia, ya que, según Fernando Alegría, el “libro posee resonancia continental”. En El Comercio de Lima, José Miguel Oviedo introducía con una nota algunos poemas del reciente libro; en el periódico Excélsior de México, Mauricio de la Selva enfatizaba el “revuelo dentro y fuera de Chile” causado por el libro de Gonzalo Rojas, a quien equiparaba con José Gorostiza, ya que, con tan sólo dos libros, “merece ser aplaudido continentalmente”; desde La Capital de Rosario, el crítico argentino Eugenio Castelli saludaba la “Revelación y rebelión” que simultáneamente animaba la poesía de Gonzalo Rojas, que se debatía “entre lo terreno caduco y lo eterno inalcanzable”; Guillermo Sucre reseñó el libro en la revista venezolana Zona Franca, pero resultaba más elocuente en una carta que le dirigía desde Caracas, el 30 de enero de 1965: “Es algo más importante lo que quisiera expresarte: la emoción lúcida y también sombría de que me han llenado tus poemas.” Con franqueza, le precisaba lo que le había gustado y lo que le gustaba menos, y cuánto admiraba su “vocación de veracidad”: “Pero amo esa voluntad tuya de plantarte en la vida, de ‘quemar las naves’ ante toda posible solución metafísica, sin dejar de ser metafísico, poderosamente trascendente”. Y como él figuraba en el libro, directamente aludido por el poema “Advertencia a Guillermo Sucre cuando quiso dejar la poesía”, le participaba: “Sólo así comprenderás mi gratitud al recibir tu libro. Me ha hecho sentir de nuevo la vida en unos momentos en que me he sentido rodeado por la muerte, por cierta obsesión de la muerte. Me he visto, pues, iluminado. Y aun releer el poema que me escribes me ha templado una vez más. Y me pregunto cómo pudiste intuir en ‘Después de tanto orgullo’ el sentimiento de querer dejar la poesía. Es cierto. Lo comprendo ahora. O mejor, era cierto.” (20) En la revista Zona Franca, Guillermo Sucre destacaba un contraste que fue sumamente importante para entender el relieve que cobró la aparición de Contra la muerte: “Es una poesía llena de mundo. Contrasta, por ello, con otra poesía hispanoamericana donde el verbalismo y la simple imaginería no hacen sino delatar una cierta vaguedad interior, una carencia de realidad.” (21)

Desde París, en una carta del 23 de noviembre de 1967, Julio Cortázar le agradecía la botella poética que había atravesado el Atlántico con estas emotivas líneas: “Y sus libros, sus envíos de poemas, son cada vez una alegría y un deslumbramiento. Contra la muerte me trajo tanta poesía como yo la siento y la quiero, y luego esas hojas que pasan por debajo de mi puerta como una mano que tantea y sabe. Pienso que aún nos veremos en Cuba en enero. ¡Ojalá, ojalá! De usted hablo con tantos poetas, aquí en Francia; siempre son los más jóvenes y más limpios los que comprenden sus fabulosas botellas al mar. Tengo que conocerlo pronto, hablar de tantas cosas. Me cuesta conocer a la gente y hablar de verdad: soy un argentino, un metido-para-dentro (al divino botón claro). Pero con usted no, lo sé.” (22). La enviada a Julio Cortázar no era la única botella mandada por Gonzalo Rojas a poetas y críticos de América Latina, de quienes ahora se sentía más próximo después de la convivencia de los Encuentros de Escritores. Hacia esa época comenzó a practicar un sistema de distribución personalizado de sus poemas que remitía, vía correo, a una serie de corresponsales desperdigados en el mundo, pero unidos por esta red poética que él iba tejiendo como si los poemas fuesen su genuina biografía.

Hernán Loyola describió el fenómeno que suscitó la aparición de Contra la muerte en estos términos: “El hecho es que Contra la muerte no sólo es un buen libro: es un verdadero impacto, un gigantesco meteoro caído sobre nuestra ciudad de las letras. Un acontecimiento del que todos hablan ya, y con razón”. (23) Un crítico hablaba de “ventarrón saludable”, otro de “seco impacto”, y otro más de “sacudón” y “estremecimiento real”. No obstante, el coro de la crítica, que rezumaba elogios y superlativos, parecía carecer, en su conjunto, de la capacidad para poner en palabras la exaltación causada por la lectura del libro. “Flaco servicio se haría a un libro fundamental como éste, comentaba Vicente Parrini, si se pretendiera dejar caer sobre sus páginas muchos adjetivos que, como decía Huidobro, cuando no dan vida, matan.” (24) Por consiguiente, se fueron repitiendo los lugares comunes y pocos comentaristas se daban cuenta que les faltaba el poder de expresión que le sobraba a Gonzalo Rojas, para atestiguar la emoción y el asombro que motivaban sus líneas. Quizá, tal sólo Luis Enrique Délano lo dijo claramente en el periódico comunista El Siglo: “No sé escribir sobre libros: no es mi oficio (…) Pero de tiempo en tiempo me siento tentado a buscar la forma de comunicar a otros la emoción o el deslumbramiento que me produce Contra la muerte”. Y, después, al filo de los meses y cuando la crítica empezó a penetrar las publicaciones académicas, buena parte de ella se limitó a reproducir los juicios de los críticos de la primera hora, como suele suceder cuando se trata de llenar páginas para justificar el sueldo.

Entre los críticos de la primera hora, figuraban, por supuesto, los de la hora de La miseria del hombre, que habían condenado el primer volumen y ahora aprobaban, no sin reservas y reticencias, el segundo, como si Gonzalo Rojas fuese un alumno aplicado al que había que alentar con unas  palmaditas en la espalda. Raúl Silva Castro inició el revisionismo de la rancia crítica nacional señalando que “hay un vigoroso cambio en el estilo de Rojas”, pero también “una raigal retórica que contribuye al patetismo de la situación (…) No hay ilusión pues Rojas no cree en una religión que le infunda fe en la inmortalidad del ser, pero hay una busca anhelante de esa ilusión…” El párrafo final de su “Anhelo de inmortalidad”, subrayado por el mismo Gonzalo Rojas en el recorte de periódico, aseguraba en la huera prosa de la Academia Chilena de la Lengua a la que pertenecía Silva Castro: “Dicho en sustancia, por vía de balance, es un libro éste que se aísla velozmente del conjunto de la poesía chilena de estos días, que va más allá, que atisba hacia el misterio del ser, que vuela a sumergirse en un horizonte de dura metafísica nada común.” Finalmente auguraba: “Oiremos hablar de él. Oiremos hablar del autor por mucho tiempo, gracias al vigoroso aletazo de cósmica inquietud que ha sabido difundir en sus palabras.” (25) Alone, el Sainte-Beuve chileno y principal detractor de La miseria del hombre, aventuraba una calificación del autor de Contra la muerte, que pretendía ser una alabanza: “No sería mala definición de este poeta llamarlo un Pablo de Rokha dotado de alas y que las usa, no para meter miedo o armar escándalo, sino para volar”. En breve, según él, Gonzalo Rojas se situaría entre los dos tocayos enemigos: Pablo de Rokha y Pablo Neruda, porque “tras algunas violencias innecesarias, suelta el lastre y su canto se eleva fuerte, limpio, apasionado y doloroso.” Sin embargo, después de distribuir laureles y latigazos, Alone concluía que “la distancia entre este libro y los anteriores (sic) de su autor basta para justificar el ambicioso título”. (26)

Pero también se reiteraban los entusiasmos de la primera hora de La miseria del hombre, bajo las plumas de Alfonso Calderón o de Fernando Santiván. El primero tenía el tino de nombrar a los autores del pasado que laten en la poesía de Gonzalo Rojas: Baudelaire, Lautréamont y los surrealistas francesas en el caso de La miseria del hombre, y en Contra la muerte, la cercanía de Horacio, Marcial y Quevedo en el “poder satírico de evidente puntería” que se enfatiza en el segundo libro. Asimismo, fue el primero en fijarse en la composición del volumen que “curiosamente, se abre con un “Al silencio”, que es el canto a la palabra de la muerte, y se cierra con “La palabra”, que es la presencia del silencio mismo redivivo.” (27) Fernando Santiván interpelaba directamente al poeta para apurarlo con esta pregunta: “¿Qué remedio hay contra la muerte, Gonzalo Rojas? Dímelo, amigo mío y comprovinciano. No quiero un remedio para curar una enfermedad transitoria más o menos grave. Necesito algo que me libre para siempre de ese espantajo del no existir. Deseo perdurar con mi carne, con mis huesos, con mi alma, con mis pobres alegrías y mis desolladoras tristezas.” (28) La pregunta recuerda la que Tomás Eloy Martínez le hiciera al poeta en el elevador de un hotel santiaguino, a propósito de la famosa interrogación: “¿Qué se ama cuando se ama?”, a la cual, a sus 90 años, Gonzalo Rojas respondió: “No, nunca lo supe. Escribí la pregunta con la esperanza de que alguien, alguna vez, me dijera cuál es la respuesta. Y ya me ves en esta caja ciega del ascensor, todavía sin saberlo.” Tal vez, por su tan peculiar y propia manera de plantear las preguntas esenciales, Gonzalo Rojas transmitía la sospecha de que, asimismo, disponía de las respuestas que se antojaban encriptadas en su poesía. Más de una vez, sus lectores le pedían que revelara estos secretos como si él fuese un oráculo empeñado en callar sus iluminaciones.

Otra dualidad, subyacente a la de vida-muerte, dividió a la crítica que no acababa de comprender o de aprehender cómo la metafísica y lo concreto podían aliarse tan íntimamente en la poesía de Gonzalo Rojas. Jaime Concha habló de un “penetrante sentido de la plasmación”, gracias al cual, “esta orientación hacia lo real es, por supuesto, una elevación de lo real”. A la vez, se mencionaba “una sutil vinculación con la poesía mística”, que trae a cuento una “trascendencia”, la insinuación de lo “numinoso”, y que varios nombraron como “metafísica” sin dejar, por tanto, de admirarse ante la concreción de las materias y las experiencias. Julio Moncada subrayaba, con mucha razón, la entrada de la Historia en este segundo libro de Gonzalo Rojas: “A lo largo de estos poemas, el fenómeno histórico ha penetrado en la voz que antes se elevaba aislada como una llama sagrada”. (29) La observación se justifica y se ilustra de sobra con un poema como “El testigo” que se refiere a la contienda electoral que opuso a Salvador Allende y Eduardo Frei en 1964, en la que el poeta participó muy activamente.

A raíz del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, el poema y el grito de “Contra la muerte” comenzó a cobrar una resonancia más concreta e histórica. Se volvió un símbolo de resistencia ante los crímenes de la dictadura militar. En abril de 2006, el pintor chileno Guillermo Núñez confeccionó un libro de artista a partir de ese poema y de otro más tardío: “Desde abajo”, en un reducido tiraje de 41 ejemplares firmados por el poeta y el pintor. La portada semeja el cuerpo lastimado de toda una generación que apostó por “cambiar, cambiar el mundo” y lanzar un grito “contra la muerte” contra la barbarie. Desgarraduras, heridas de papel, una cruz roja sobre una venda blanca, las negras letras de “Contra la muerte” pintadas a modo de graffiti sobre la pared del pasado, son los elementos que gráficamente simbolizan la interpretación del poema por parte del pintor. Alrededor de las serigrafías de trazos y colores explosivos como el coraje, unas cuerdas anudan el conjunto como los alambres de púas cercaban los estadios y los campos de concentración. Hoy, las circunstancias han cambiado pero, los asesinatos y los alambres están presentes en otras partes del planeta. Desgraciadamente, el grito “contra la muerte” lanzado por Gonzalo Rojas en ese entonces, no ha perdido vigencia. Y por fortuna, tampoco este libro que ahora cumple un medio siglo de existencia.

*Ensayista, traductora y narradora francesa radicada en México desde 1978.

 

 

Notas:

(1) Víctor Solar, “Siete tiros sobre el poeta”, El Sur, Concepción, 10 enero 1965.

(2) Gonzalo Rojas, “La palabra”, discurso del 14 de abril de 1965 en la Sociedad de Escritores de Chile, Santiago.

(3) Jacobo Sefamí, De la imaginación poética. Conversaciones con Gonzalo Rojas, Olga Orozco, Álvaro Mutis y José Koser, Caracas, Monte Ávila Editores, 1988, p. 28.

(4) Jaime Quezada, “Contra la muerte: libro visionario”, prólogo a Contra la muerte, 4ª edición, 2002, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, p. 28.

(5) “Al silencio”, “Una vez el azar se llamó Julio Cáceres” y “Oscuridad hermosa”, Pro-Arte, Santiago de Chile, 14 julio 1949; “¿Qué se ama cuando se ama?”, Extremo Sur, Santiago de Chile, diciembre 1954; “Los días van tan rápidos”, “Contra la muerte” Atenea, Concepción, abril-septiembre 1958; “Carbón”, Atenea, Concepción, 1950 y Alerce, Santiago de Chile, junio 1960; “Los niños”, Orfeo, Santiago de Chile, marzo-abril 1964; “Uno escribe en el viento”, “Sartre”, “Juguemos al gran juego”, Alerce, Santiago de Chile, primavera 1964.

(6) Mario Benedetti, “Ese duro oficio de oponerse a la muerte”, La Mañana, Montevideo, 5 marzo 1965.

(7) Juan Loveluck, “Testimonios sobre un libro actual, El Sur, Concepción, 14 marzo 1965.

(8) Alfredo Lefebvre, El Sur, Concepción, 4 abril 1965 y en Atenea, Concepción, Núm. 407, 1965.

(9) Hernán Loyola, “Gonzalo Rojas o el respeto a la poesía”, Anales de la Universidad de Chile, Santiago, julio-septiembre 1965, p. 121

(10) Hilda Rojas-May, La poesía de Gonzalo Rojas, Madrid, 1991, Hiperión, p. 150.

(11) Conversación con Ida Vitale, octubre 2014.

(12) Apsi, revista de libros, Santiago de Chile, núm. 10, enero 1989.

(13) Archivo de Ida Vitale-Enrique Fierro, Universidad de Princeton.

(14) Gonzalo Rojas, “La poesía no es un oficio sino una virtud iluminadora”, El Sur, Concepción, 9 septiembre 1965.

(15) La referencia proviene del primer Manifeste du surréalisme de André Breton: “Contre la mort. Le surréalisme vous introduira dans la mort qui est une société secrète.” Paris, 1988, Gallimard, La Pléiade, tome I, p. 334.

(16) Alfredo Aranda, “Contra la muerte”, El Mercurio, Santiago de Chile, 9 mayo 1965.

(17) Hernán Loyola, “Gonzalo Rojas o el respeto a la poesía, Santiago, Anales de la Universidad de Chile, julio-septiembre 1965, p. 116.

(18) Edmundo Concha, “Contra la muerte de Gonzalo Rojas”, El Mercurio, Santiago, 24 de febrero 1965.

(19) Fernando Alegría, Las fronteras del realismo: Literatura Chilena del siglo XX, Santiago, Editorial Zig-Zag, p. 218.

(20) Carta de Guillermo Sucre a Gonzalo Rojas, Caracas, 30 enero 1965. Archivo del poeta.

(21) Zona Franca, Caracas, núm. 12, febrero 1965.

(22) Julio Cortázar, carta del 23 de noviembre de 1967, París. Archivo del poeta.

(23) Hernán Loyola, “Contra la muerte”, El Siglo, Santiago de Chile, 31 enero 1965.

(24) Vicente Parrini en, “Testimonios sobre un libro actual: Contra la muerte”, El Sur, Concepción, 14 de marzo 1965.

(25) Raúl Silva Castro, “Anhelo de inmortalidad, El Mercurio, Santiago de Chile, 17 febrero 1965.

(26) Alone, “Crónica literaria”, El Mercurio, Santiago de Chile, 18 abril 1965.

(27) Alfonso Calderón, “Poemas contra la muerte lanza Gonzalo Rojas”, La Nación, Santiago, 21 febrero 1965.

(28) Fernando Santiván, “Contra la muerte”, La Patria, Concepción, 3 marzo 1965.

(29) Julio Moncada, “Rojas contra la muerte”, El Siglo, Santiago de Chile, 1965.

 

Gonzalo Rojas (Chile, 1916 - 2011). Considerado uno de los grandes referentes de la poesía chilena del siglo XX. Entre sus libros figuran: La miseria ... LEER MÁS DEL AUTOR