

Presentamos dos textos claves del mítico poeta italiano en la versión al español de Hugo Gutiérrez Vega.
Giuseppe Ungaretti
Te destrozaste
1
Los múltiples, feroces, esparcidos peñascos grises
todavía estremecidos por las secretas hondas
de ya extinguidas llamas primordiales
o los furores de torrentes vírgenes
que arruinan con caricias implacables.
Sobre la deslumbrada arena inmóvil
en un vacío horizonte, ¿no recuerdas?
En el declive que se abría al único
recodo en sombra del enorme valle:
Araucaria anhelante, agigantándose,
convertida ya en sílex arduas fibras,
mas no dañada, refractaria siempre,
refrescada la boca de hierba y mariposas,
en donde las raíces se cortaban.
¿No la recuerdas, delirante, muda,
sobre tres planos de un guijarro inmenso
en perfecto equilibrio
por magia aparecida?
De rama en rama reyezuelo leve,
ebrios de maravilla ávidos ojos,
tú conquistabas la escarpa cima,
temerario, músico muchacho.
Sólo por ver de nuevo el seno en luces
de un hondo y quieto abismo submarino:
entre las algas lentos reanimándose,
galápagos inmensos.
Esa tensión extrema
y las galas profundas
fueron avisos fúnebres
de la naturaleza.
2
Levantabas los brazos como alas
y de nuevo le dabas la vida al viento.
Raudo en el peso de aquel aire inmóvil,
ninguno vio jamás que se posara
tu leve pie danzante.
3
Gracia feliz,
no habrías logrado no despedazarte
en esa ceguedad endurecida,
tú, niño, silbo, cristal;
rayo de luz humana en el vacío,
selvático, zumbante, furioso
rugido de sol desnudo.
Lucca
En mi casa, en Egipto, después de la cena,
ya rezado el rosario, mi madre nos hablaba de estos lugares.
Mi infancia vivió toda maravillada.
La ciudad tiene un tráfago timorato y fanático.
Entre sus muros sólo se está de paso.
Aquí la meta es irse.
Me siento a la puerta de la sombra del hostal
con la gente que me habla de California
como se habla de la propia parcela.
Con terror me descubro entre los nombrados por estas gentes.
Siento la sangre de mis muertos correr cálida por mis venas
Yo también tomo una azada.
Descubro mi risa entre los muslos humeantes de la tierra.
Adiós deseos, nostalgias.
Del pasado y del porvenir sé cuánto un hombre puede saber.
Conozco ya mi destino y mi origen.
Lo he profanado todo, nada me queda por soñar.
Todo lo he gozado y sufrido.
Sólo me queda resignarme a la muerte
y educar tranquilamente a mi prole.
Cuando un apetito maligno me inclinaba
a los amores mortales alabada la vida.
Ahora que, YO TAMBIÉN, considero que el amor
es una garantía de la conservación de la especie,
la muerte está a la vista.