Giorgio Caproni

El mar quema las máscaras

 

(Traducción al español de Emilio Coco)

 

 

 

MARZO

 

Después de la lluvia la tierra

es un fruto recién pelado.

 

El hálito del heno mojado

es más acre – pero  sonríe

el sol blanco en el césped de marzo

a una muchacha que abre una ventana.

 

 

 

 

ALBA

 

Una cosa insípida

con su sabor a césped

mojado, esta mañana

en mi boca aún

adormecida.

 

En los ojos nacen como

en las aguas de las ciénagas

las casas, el puente, los olivos:

sin calor.

 

Está ausente la sal

del mundo: el sol.

 

 

 

 

RECUERDO

 

Recuerdo una iglesia antigua,

solitaria,

a la hora en que el aire se anaranja

y la voz se astilla

bajo el arco del cielo.

 

Estabas cansada,

y nos sentamos en un escalón

como dos pordioseros.

 

Sin embargo, la sangre hervía

asombrada al ver

cada pájaro convertirse en estrella

en el cielo.

 

 

 

 

VIENTO A PRIMEROS DE VERANO

 

A esta hora la sangre

del día inflama aún

la mejilla del césped,

y si se han apagado

las riñas y las pedreas

ruidosas, en el viento está vivo

un aliento de bocas

acaloradas

de niños, tras desenfrenadas

carreras.

 

 

 

 

CREPÚSCULO

 

La larga fila de soldados

ha pasado; en el césped ha quedado

el acre olor de la hierba

pisada – y el eco

de un canto en el aire vespertino.

 

Por poniente, en el fuego

blanco de un astro, desaparece

la última golondrina. Poco

a poco, el día palidece

(recuerdo de hombres y jardines)

en la memoria cansada de la noche.

 

 

 

 

A OLGA FRANZONI

(in memoriam)

 

Éste que en nácar

de lágrimas en tus murientes

ojos se cerró claro

plueblo,

 

ahora que ya

se han apagado juegos y peleas

bulliciosas, y a jadeantes

bocas por alegres carreras

sabe el aire, y por exaltadas

riñas,

 

esta noche vuelve

a morir, difuminando la luz

en el río, aquí donde en voz baja

canta una mujer inclinada

sobre el agua que corre.

 

 

 

 

SIEMPRE TAN PUNTUAL

 

Siempre tan puntual,

como el perro fiel

en el umbral de la casa,

aparece con su color

de malva la primavera

en el borde del alféizar.

 

En breve oiremos una flor

de música abriéndose igual

en el vano de cada balcón

encendido:

 

será la señal

habitual de los juveniles

clamores – de las alegrías

claras en el césped

todavía cálido de sol.

 

(De la mano en leves encajes

encerradas, las muchachas

pasan al son de

su querida canción).

 

 

 

 

El mar quema las máscaras,

las incendia  el fuego de la sal.

Hombres llenos de máscaras

arden en el litoral.

 

Tú sola podrás resistir

en la hoguera del Carnaval.

Tú sola que sin máscaras

escondes el arte de existir.

 

 

 

 

CONDICIÓN

 

Un hombre solo,

encerrado en su cuarto.

Con todas sus razones.

Todos sus errores.

Solo en un cuarto vacío,

hablando. A los muertos.

 

 

 

 

AL ALBA

 

Estaban obligados, todos,

a seguirlo, a él, el solo

que tenía una linterna.

Pero al alba,

todos, se han desvanecido

como hace la niebla. Todos.

Algunos acá, otros allá.

 

(Alguien ha tomado,

al parecer, un camino falso.

Otro se ha precipitado. Es fácil.)

 

Oh libertad, libertad.

 

 

 

 

TODO

 

Han quemado todo.

La iglesia. La escuela.

El ayuntamiento.

 

Todo.

 

También la hierba.

 

También,

con el camposanto, el humo

tierno de la chimenea

del horno.

 

Ilesa,

amanece solo la arena

y el agua: el agua que tiembla

con mi voz, y refleja

la desolación de un grito

sin manantial.

 

La gente

ya no sabes dónde está.

 

Quemada también la taberna.

También el coche de línea.

 

Todo.

 

No queda ni siquiera el luto,

en el gris, esperando la sola

(inexistente) palabra.

 

 

 

 

EL BUSCADOR

 

Había colocado

su linterna en el césped.

Había abierto

los brazos. Todo

aquel sol. Todo

aquel verde centelleo de hierba

por toda la cañada.

Estaba desanimado.

«¿Cómo

puede iluminarme?»,

pensaba. «¿Cómo

puede horadar la tiniebla,

en tanta inundación

de luz?»

Lloraba,

casi. Se había

cubierto la cara.

Se apretaba los ojos.

Había

perdido completamente,

con la esperanza, toda huella.

 

 

 

 

ATQUE IN PERPETUUM , FRATER…

 

Cuánto invierno, cuánta

nieve he atravesado, Pedro,

para encontrarte.

 

¿Qué me ha recibido?

 

El hielo

de tu muerte, y toda

aquella nieve blanca

de febrero – el negro

de tu fosa.

 

He dicho

yo también mis plegarias

rituales.

 

Pero sólo,

Pedro, para decirte adiós

y adiós para siempre, yo

que en ti tenía el único y verdadero

amigo, hermano mío.

Giorgio Caproni Nace en Livorno en 1912 y muere en Roma en 1990. A los diez años se traslada con su familia a Génova, donde continúa sus estudios, especi ... LEER MÁS DEL AUTOR