Giancarlo Pontiggia

Deja una señal en la celeste tarde

 

 

(Traducción al español de Emilio Coco)

 

 

Canto de evocación

Ven sombra/ sombra ven/ sombra sombra
ven oh ven, oscura
sube por los peldaños, en el tiempo

Venme ven ven/ venme ven ven
con cualquier dolor, con todas las furias
con lo que en la sombra se deshoja
con lo que en la sombra espuma

Sombra ven/ sombra sombra/ ven sombra
en el viento en el viento
en el pesado tormento
ven oh ven entre los números, en el fuego
vuélvete canto ronco

Ven oh ven/ ven oh ven
entre las formas del azar,
ven, golpea
contra las aristas, desciende
olvidadiza sobre lo que fue,
vuélvete nuestro aliento

Sombra quédate/, quédate sombra/ quédate quédate
en la sombría fronda
en la sola cabeza
que gime que gime
entre las ramitas del azar
en el corazón, en la semilla invadida
ven, oh ven/ ven, oh ven

(repetido)

 

 

Para vosotros, entre junio y julio, a lo largo

Para vosotros, entre junio y julio, a lo largo
de un confín extenuado de sombras,
y llamas
de tardes que se repiten
quietas, porosas, en una

epifanía de azul
altísimo y fugitivo, cuando
un tiempo aparece, compañero
de más fuertes memorias,

para vosotros, en el corazón
de un nuevo junio
de un año que se estrella contra

el tiempo, el siglo, un tiempo
que ya no es tiempo, mientras

altas sombras se adensan, oscuras
sombras sombras, en una estación

del mundo, en el polvo
de un antiguo oráculo
yo, para vosotros, año

tras año, en una orilla
de habitaciones crujientes
y de sueños selvosos,
en una celda pobre, extrema

entre las luces, las sombras
las horas
donde relucen humildes esquinas
y nombres nunca desvelados
yo, para vosotros, con

palabras iguales, restos

de un pensamiento más que remoto, maderas
de un antiguo fuego.

 

 

Ramas, florestas, nombres de amor: de nuevo

Ramas, florestas, nombres de amor: de nuevo
os invoco.

Subo a las terrazas, observo
las hogueras de junio llameantes
que se vierten

como cuando, levantando la madera
de los párpados, una mañana se alza
lenta, tras los pájaros del sueño
que alzan sus alas multicolores.

Son para vosotras estos versos, sombras
de la primera vida, para vosotros, mensajeros
de los nombres más secretos.

Quedaos, migajas de lo antiguo,
entre las ramas olvidadizas.

Pienso en el ayer, en un tiempo
extrañamente igual
y mientras tanto

 

 

Invoco el silencio fiel, callo

Invoco el silencio fiel, callo
cualquier nombre, y el vuestro, pensamientos,
sonido poderoso y secreto; coloco

en un altar remoto
una palabra que no aparece; traduzco

un cielo derrotado
en rosas de versos, en fuegos
solitarios.

Caminante que pasas,
amigo del polvo y del viento,
honra a tus lares.
aquí arde un grano de incienso.

 

 

Deja una señal en la celeste tarde

Deja una señal en la celeste tarde,
arde otra vez, pasa
sombra de tierra salvada por el fuego,
por una fuerza más lenta, oscura y sagrada.

Nada es más arduo que lo que parece
sencillo, hundido en una rodilla
que sangra, o en el polvo de una senda
que se curva para siempre, hacia

otro confín, cuando
un humo indio sube, en el aire
espeso y oloroso, y ya se vuelve potencia
de una nube esposa. Pero quien camina

con pasos solitarios, entre sombras, en el soplo
remoto de crujientes mañanas, y encuentra
espigas de nombres, nubes, esplendores
de una vida lejana, piensa

en las abejas silenciosas, errantes en una
personal arcadia,
y ya fuerza
las cancelas de una oscuridad más extrema.

Nombres aturdidores y felices
de un corazón ya severo, sois
en los umbrales desmemoriados, en el primer peldaño,
en un tiempo inmóvil, en el punto ínfimo.

 

 

Orígenes

Canto lo que fue antes
y lo que vino. Todo
estaba suspendido en una
quietud larga, en el fuerte
vacío. El cielo
desmesurado, flotante quilla, estaba
mudo. No había
hombres, ni bestias, ni piedras;
ni fronda, ni hierbas, ni alas en las
arduas terrazas
del cielo. Sólo
el sol existía,
y no tenía nombre. La tierra
no existía; sólo existía
el mar, y su verde
piedra. No había nada
reunido, nada
que resonara en el cielo. Nada
se movía, ni acá ni allá; nada
nadaba en el mar de piedra. Sólo
quietud, y un célibe
ojo de piedra. Nada, os digo,
existía. Sólo, existía, el estruendo
del mar, allá, en aquella oscuridad
antigua, como una antigua
piedra.

 

 

En verano, cada mañana, me levantaba

En verano, cada mañana me levantaba
al amanecer, entre la fresca escarcha: había,
en el cielo, pájaros misteriosos
que chirriaban, y un aire cortante, áspero
que me arrobaba. Leía a Plinio, el Joven,
en aquellas albas, sus epístolas
teñidas de una verde sombra musgosa,
como un criptopórtico en las primeras horas
verdes de la  mañana. Pasaban
las horas, de aquellos años demasiado lejanos,
presagiando un humilde destino, como luego ocurrió.
También hoy, a veces, pensándolo,
experimento el mismo sentido dócil, extenuado
de una vida suspendida en un extraño

sonido suyo, en un tiempo sencillo, inviolado.

 

 

Fluía la vida como una miel

Fluía la vida como una miel
demasiado dulce, demasiado fuerte. Subían
a los grandes cielos, vastos como el tiempo, sagrados
como un icono, gritos
de una vida trastornadora, suspendida. Deslumbrados
los ojos se asombraban. El corazón no. En un día

más seguro, secreto, pensaba, en la yema
cerrada, en su entorpecido sueño, en el fruto

que se pudre, aturdido, entre la fronda.

 

 

Oh tiempo

Oh tiempo
como viento
cerrado tormento
siempre creces y decreces, lento
ejercicio de los siglos. Oscura

carcoma,
y marmórea cura,
lluvia densa, oscura
de átomos en los blandos
cuerpos que se disgregan. Ovario

profundo
del ininteligible
mundo: cesura, orilla
en el delirante
ignoto. Nombre

de nada, fulgurante
vacío.

 

Giancarlo Pontiggia Nació en Seregno (Milán) en 1952. De 1977 a 1981 fue redactor de la revista de poesía «Niebo» y en colaboración con Enzo di Mauro prep ... LEER MÁS DEL AUTOR