Gerardo Masuccio

Releerme en los rasgos de tu rostro

 

(Traducción al español de Emilio Coco)

 

 

Mi madre conserva las fotos,
los regalos valiosos, la he visto
hablar a cerámicas antiguas,
a juegos de plata encerrados
‒desde siempre, para siempre‒
en galeras de cristal.

Le he estudiado distraído las manos,
esos nudos de venas
persiguiéndose sin ninguna tregua.
Mi madre que escucha la muerte
hablando una lengua extranjera
y entre tanto acaricia un vestido
que cuelga  en la oscuridad del armario,
lo conserva, jamás se lo puso.
Le sobrevivirá.

Sin embargo un poeta la observa
y pávido graba
‒¿en el mármol o en el viento?‒
a su madre que desafía a la vida
tejiendo el recuerdo y el silencio.
Mas orgulloso repudia las fotos,
los pensamientos de viaje,
los regalos, las telas, los oropeles,
cómplices de la muerte:
el ultraje, me sobrevivirán.
Y ‒candidez inmortal‒ mi madre
inconsciente le enseña
que un recuerdo no teme a la muerte
sino que desafía a la vida.

 

 

Acabo de quemar sus papeles,
los apuntes, las notas,
ahora que armado de muerte
‒defensa legítima, creo‒
se ha impuesto a la vida.

Entre las hojas he quemado
incluso un recorte de blanco
donde había escrito
‒en el ángulo, al pie de su vacío‒
con incierta grafía: “Conservar”.

Aquel verbo indefenso
‒el enigma de lo que resiste
disperso en la nada‒
no es nada más que yo, es cada hombre
que se obstina en quedarse y no es.

“Conservar”, pero yo lo he quemado,
protesta de amor.

Ahora que mi vida me exige
y persevero en este retraso,
no soy un poeta
mas repudio la esencia del hombre.

 

 

He rendido las armas a la vida
y ahora no pido
respuestas a la alegría, si es sorda,
razones a lo ignoto,
caricias, si es inerte, a mi tiempo.

Y mientras una tropa de héroes
blande las espadas
de su inconsciente nada,
mi mente esquiva
la riña
y orgullosa deserta.

Es el único triunfo,
el que alimente el honor de un hombre:
la idea de que haya perdido desde siempre,
de cualquier forma que viva.

 

 

La inusual espera del tren,
el encuentro con retraso,
el error de imprenta que ha impuesto
una nueva lectura.
También hoy la muerte ha guardado
un silencio desleal
sobre mis tiempos vacíos
la ambigua clemencia del hombre
que presta con usura.

Es por eso que he aprendido a cumplir
con la demora, la pausa,
a entrelazar la urdimbre del todo
con la trama de la nada.
El sueño debido que tarda,
el esfuerzo del nervio
que siempre anuncia el alivio,
el estorbo, la réplica cansada.

En el recuento humano de los años
en mi breve entretanto,
el resto de la nada es nada,
pero es viga la piedra de desecho
y ‒vana, envilecida‒
la esencia descansa en el margen.

 

 

Tengan temor a los poetas,
el vacío se abre ante sus miradas
y los seduce, los desvirtúa, devuelve
lo que se debe lo que se debería.

Tengan temor a los poetas,
que alimentan el mar con la llama
y cierran los vientos en el puño.

Ajenos a su propia naturaleza,
reniegan del sentido del hombre
y en el vértigo inconsciente
del sonido y del verbo
conocen el rostro de dios.

Tengan temor a los poetas,
entierran la flor
para recoger su semilla,
porque saben que es fin el principio
y que solo en el tiempo de un verso
la vida se expresa.

 

 

Releerme en los rasgos de tu rostro
es un regalo de voz
que vence a cualquier música sorda.

Un libro que ofrece sus versos
a unas manos incautas,
a unos ojos sin luz,
ignora el entendimiento del sonido.

Tú en cambio conoces ‒y desde siempre‒
las páginas perdidas que en mí
nadie más ha hojeado.

 

 

Queda en mí la herida
de un padre que jadea mudo,
de un amigo fraterno que inconsciente
me teje con el vacío
mientras rozas levemente ‒con dedos de lluvia‒
el incendio de mi pecho.

 

 

La capa perlada de niebla
que engaña a mi ojo
es todavía la misma
que cose un bordado de nubes
a la tela del lago
más allá de los cipreses del puerto.

El otoño ha pasado por aquí
sembrando abandono.

Con el silencio aterrado
en que se despierta
el salón de baile
en el día que sigue a la fiesta,
Gardone –extraviada– me estrecha,
se descubre pasada.

Es en este desconcierto
que arde mi aullido de vida.
Y mientras tanto – pero es vana protesta‒
un teléfono suena
desde los cristales cerrados
de una gélida vivienda desierta.

 

Gerardo Masuccio Nació en Battipaglia, en la provincia de Salerno (Italia) en 1991. Transcurrió la infancia y la adolescencia en el pueblo limítrofe de Ol ... LEER MÁS DEL AUTOR