Gerardo Guinea Diez

No es el miedo y otros textos

 

 

No son los días

 

No son los días sino las entrañas

flotando en este río de crímenes

cuando en su deriva atesoran miserias

que la hartura acumula

como discordias esquizofrénicas.

 

No son sino los hombres,

y su gran ojo sin alma,

todo escombros ellos,

los que imaginan un lienzo irreal

con una aspereza obvia

y un aire torvo.

 

No es sino su pesadumbre

la que arde sin llamas,

sin cenizas que la sofoquen,

ni esa hosquedad de un paisaje de piedras,

al dejarnos sin la luz del consuelo.

 

No son los días sino su historia

la que se abate como un ángel ebrio,

con aliento espeso y mala fiebre

a decirnos del pasado

como un final sin piedad.

 

No son sino las palabras

que funden una luz afligida

en el rostro de esa niña,

ayer virgen aterida,

más sueños que vida,

echada sobre su dolor sembrado,

ante una eternidad sorda y cobarde.

 

 

 

 

No es el miedo

 

No pesa el miedo,

es voz helada

y muertos que no están en su sitio.

 

No huele,

es luto sucio

y huérfanos que tantean su animal.

 

No es hechura,

sino pena sola

bajo el pájaro de la noche.

 

No es crónica,

sino muerte cerca de sí

entre dedos que rezan cuando.

 

No es perro negro,

sino hombre sin pestañas

y una mano más vieja que la otra.

 

No es saborcillo,

sino beso frío

y una locura sin nunca.

 

No es calamidad,

sino la caducidad del contorno

con hojas sucias y viejas.

 

No es histrión,

sino un soplo de muerte

sobre el fango

y la escarcha de sangre.

 

 

 

 

No es el mar

 

No es aurora el mar,

es candileja que comparece

ante el efluvio que se desploma.

 

No es hégira

sino luz tenaz

de unos niños en su orilla.

 

No es avería

sino agua peinada

y fe para más adelante.

 

No es luna

sino mujer en ausencia

y la maresía en sus pies.

 

No es árbol sin sombra,

es agonía que alza al hombre

cuando coge el color de su olvido.

 

No es cangrejo

sino el curso en pos de su vacío

cuando las cosas tropiezan.

 

No son sus olas,

es la cicatriz invisible

después de ciertas quemaduras.

 

No es reposo,

acaso horizonte con caballos

y cien tortugas manándose.

 

No es la sal,

sino un aroma dócil

y sexo azul entre ojos

que piensan.

 

No es rabo de nube,

es el hombre que se oxida

entre mariposas y tres silencios.

 

No es sol,

sino purísima luz última

para esta penumbra sordomuda.

 

 

 

 

De Cierta grey alrededor

 

Ellos en la plaza

/un cartel con risa al lado

 

A eso de las tres de la tarde

el vals de la indignación

/mar de fondo

 

A todos le patearon los sueños

/y ello es decir poquito

 

Minutos después

la furia

los cantos

los sueños

/por fin

 

serán felices

 

preguntan cuánto durará el sueño de Eliot

/más a su lado que ellos mismos

 

Aún así, aunque distante

cómo agradecen los gestos que no ven.

 

 

 

 

Dios es un solitario

 

En dos esquinas un río escabroso,

hombre y mujer

/ciegos

espejándose en la Irlanda del siglo V

 

escuchan The stolen child.

 

De Poemas irlandeses

 

 

 

 

VII

 

Pero ella, de tanto renunciar adelgaza

es amante nueva

tan esbelta a sus treinta y tres años,

agua que es entre brazos

para un hijo menos,

entre cuatro paredes

y sus zapatos en el borde de la cama

cuando pasa el día,

en la manera que ocurre,

aunque a veces no.

 

Pero ella, con su corazón cansado

se pone la falda lila

busca en el armario un recuerdo,

un eco o una perfección,

ya se sabe,

para ensayar si se escapa de su falda

y se va por ahí,

untada de lo encontrado

con su hermosura al aire,

mecida por lo que no pasa,

a husmear la huella de su animal.

 

De Casa de nosotros

Gerardo Guinea Diez (Guatemala). Poeta y novelista. Durante 36 años ha sido editor y periodista. Ha publicado en México, Ecuador, Colombia, Costa Rica, Franci ... LEER MÁS DEL AUTOR