

Presentamos tres textos de la destacada autora cubana.
Georgina Herrera
DIOS DE MI CASA Y DE MI SANGRE: OLOFI
Familia negra en la que no hubo
mezcla alguna:
negros los ojos, la piel, el pelo duro;
y el alma, pura,
casi salvaje, porque
el origen era la selva.
Hablo de los que me antecedieron.
¡Qué pobreza de hogar!: en las paredes
solo un retrato. Colgaba un Cristo rubio,
impuesto
sobre la piel a quemaduras
desde quién sabe cuándo.
Y así, las cosas
no entran o entran mal.
Pero a ese pobre hubo que amarlo,
nos daba pena verlo
no sabiendo qué hacer: si bendecirnos,
morir de nuevo o huir.
Éramos, somos buenos, así que
casi por lástima lo aceptamos,
lo dejamos así, en su sitio eterno.
Pero en la sangre, a su albedrío,
frenando potros o soltándolos,
fundiendo soles, apretando lunas,
saliendo, entrando y, como el viento,
nunca tranquilo,
un solo rey universal: Olofi.
MORIRSE ES MALO
Lo malo de la muerte es ese llanto,
no el de los que se quedan;
a esos, la misma vida
les devuelve la risa poco a poco.
Hablo de los que nunca ya.
Yo pude ver en sueños
lo malo que es morirse.
Te la pasas llorando todo ese tiempo,
todos cruzan llorando por tu lado,
nadie da consuelo
porque nadie lo tiene,
y pasamos sin ver a los que amamos
y ellos igual… sin vernos.
Nada de bienvenidas,
no se hacen preguntas,
la palabra es el llanto.
Llegas
a ese lugar que no se sabe dónde
queda ni lo que es,
ligera, como en vuelo,
sin venir de algún sitio
ni andar a otro,
ni estarse en paz,
llorando.
Así es la muerte:
sin besos, sin abrazos,
sin odio, sin amarse,
sin nada,
llorando todo el tiempo.
ÚLTIMO DICIEMBRE
Cerca, muy cerca ya de mí
tiene que andar «la que quisiera lejos».
Me siento frágil.
La novedad de un frío diferente
me hace temer.
¿Con miedo yo? Lo afronto, pero…
¿Dónde buscar refugio?
Y el pensamiento certero va
hasta mi madre,
aquel diciembre por primera vez, ya lejos.
Su vientre, su tibieza
desde entonces en su misión de amparo.
Aún yo por nacer
percibía
lo mismo que me envuelve ahora:
ruidos
de flor de Pascua, de amor cubriéndome.
No había temblor entonces
ni este miedo insistente.
sentí el gozo de un diciembre antiguo
desde el materno vientre.
Qué diferentes sensaciones. Si pudiera…
Pero ella no está. Cuanta distancia
desde entonces, en la primera vez del frío
de diciembre
hasta esta vez, al parecer, el último.
¿Estoy a la mitad de qué camino?
Dos veces huérfana: sin hijos y sin madre.
Es un momento intenso.
¿Hay que pedir perdón o darlo?
Sin dudas
está llegando el último diciembre.