

Presentamos tres textos claves del renombrado poeta cubano.
Gastón Baquero
Aproximación a Venus
Para unas muchachas de Bances Candamo,
al margen de un estudio de Pedro Penzol
Belzeraida, Armelina y Bradamante,
hermosas como el saludo matinal de la oropéndola,
vestidas de nostalgia y de poesía, decidieron
pasar un breve tiempo -el otoño no más, sólo el otoño-
en las praderas reservadas en el planeta Venus
para los viajeros de excepcional belleza.
(Los aztecas rezaban su poesía coral, noche
tras noche en honor del planeta, predilecto entre todos los del cielo).
Ellas sabían que en Venus es una falta a los dioses
no ser arrebatadoramente hermosos. Allí en Venus
sólo llegan a nacer los niños una vez comprobado,
en el vientre de la madre,
que no perturbarán el equilibrio que sostiene
cristalinamente encendido al astro en su burbuja de diamante,
que es la Belleza.
En Venus nos permiten asomarse a un balcón
a quien no posea un rostro perfecto, y una piel
tan tersa como el plumaje del colibrí, o como el canto
mañanero de la oropéndola.
(Los aztecas,
danzaban felices al entregar sus hijos al fulgor de Venus).
Belzeraida, Armelina y Bradamante,
entrelazadas como los versos de un poema,
fueron llevadas en volandas por el Sol en persona,
que delicadamente las hizo enflorecer en su jardín de Venus.
Y están allí, en el hogar que les era debido desde siempre
por su belleza, por su aterciopelada vestimenta
de nostalgia y poesía. El planeta,
festejó cumplidamente la llegada de hadas tan perfectas.
(Los aztecas tejíanle a Venus, con la sangre de sus príncipes más bellos,
túnicas de rubíes, diademas de himnos jubilosos).
Ahora, desde la tierra, podemos asomarnos de tiempo en tiempo
a contemplarle a Venus su recrecido fulgor. Y sentimos,
con un suave estremecimiento en la piel,
cómo vibra en el astro el alma de la música nacida
de la mirada azul de Belzeraida, de la
sensual sonrisa de Armelina, de
la promesa de amor de Bradamante.
Canción sobre el nombre de Irene
¡Qué bueno es estar contigo ante este fuego, Irene,
saber que sigues llamándote así, Irene;
que tu nombre no se te ha evaporado de la piel
como se evapora el rocío de la panza del sapo!
Ah decir Irene, Irene, Irene, Irene,
cerrando los ojos y diciendo nada más Irene
por el solo placer y la magia de decir Irene,
Pedaleando en el aire existas o no existas,
¡qué real y sólida eres, qué verdadera eres
en medio del irreal universo por llamarte Irene!
Las salamandritas del fuego se te quedan mirando,
y el humo, antes de irse, se detiene feliz a contemplarse
en el topacioespejo de tus ojos, como una mujer que se empolva la nariz
antes de entrar en el cementerio.
Y tú en tu aire,
y tú, impasible con tu abanico de llamas, sigues nada más
llamándote Irene,
segura de que todo el universo no puede despojarte de tu nombre de Irene!
Yo paseaba un día por el Tíber,
-Tíber de cascabeles ahogados, Tíber de pececitos oscuros
Tíber meado por Tiberio-,
y vi en medio del río una isla verdeante,
trabajada en la materia de las madréporas o de las malaquitas,
¡vaya usted a saber!, pero pequeñita y completamente real;
y vi en la orilla
una de esas estatuas del Tíber sumergidas por siglos,
donde el mármol se ha hecho róseo, y carnal, y blando;
y con mucho temor, con una reverencia, pregunté a la estatua:
-Perdone usted, señor, ¿cómo se llama esta isla?
Y con un gran desdén, entreabriendo apenas los labios y mirándome para nada,
dijo suavemente:
-¿Cómo va a llamarse esta isla? Esta isla se llama Irene.
¡Qué bueno es estar contigo junto al fuego,
y saber que ahí estás, real y verdadera,
saber que estás ahí mientras afuera se evapora el mundo,
y que sigues y sigues,
y seguirás para siempre llámandote Irene!
Nocturno luminoso
Music I beard with you was more than music,
and bread I broke with you was more than bread.
Conrad Aiken
Como un mapa pintado de violento amarillo sobre una pared gris,
como una mariposa aparecida de súbito en medio de los niños en el aula,
inesperadamente así, cuando es más noche la noche de los ciegos extraviados
en el laberinto,
puede aparecer de pronto una figura humana que sea como un cirio
dulcemente encendido,
como el sol personal, o como el recuerdo de que hay también estrellas
y hermosura,
y algo bello cantando todavía entre las viejas venas de la tierra.
Como un mapa o como una mariposa que se queda adherida en un espejo,
la dulce piel invade e ilumina las praderas oscuras del corazón;
inesperadamente así, como la centella o el árbol florecido,
esa piel luminosa es de pronto el adorno más bello de una vida,
es la respuesta pedida largamente a la impenetrable noche:
una llama de oro, un resplandor que vence a todo abismo,
un misterioso acompañamiento que impide la tristeza.
Como un mapa o como una mariposa así de simple es amar.
¡Adiós a las sombras, a los días ahogados de hastío, al girovagar la Nada!
Amar es ver en otra persona el cirio encendido, el sol manuable y personal
que nos toma de la mano como a un ciego perdido entre lo oscuro,
y va iluminándonos por el largo y tormentoso túnel de los días,
cada vez más radiante,
hasta que no vemos nada de lo tenebroso antiguo,
y todo es una música asentada, y un deleite callado,
excepcionalmente feliz y doloroso a un tiempo,
tan niño enajenado que no se atreve a abrir los ojos, ni a pronunciar una palabra,
por miedo a que la luz desaparezca, y ruede a tierra el cirio,
y todo vuelva a ser noche en derredor
la noche interminable de los ciegos.