Carnaval viejo y loco
(Traducción al español de Stefania di Leo)
La lluvia en el pinar
Cállate.
Sobre el umbral
del bosque no oigo
palabras que llamas
humanas; pero oigo
palabras más nuevas
que hablan gotas y hojas lejanas.
Escucha.
Llueve de las nubes fugitivas.
Llueve sobre los tamariscos
salobres y quemados,
llueve sobre los pinos
escamosos y áridos,
llueve sobre los mirtos divinos,
sobre las fulgentes retamas
de flores plenas,
sobre las retamas densas
de golosos aromas,
llueve sobre nuestros rostros silvanos,
sobre nuestras manos desnudas,
sobre nuestras ropas ligeras,
sobre las frescas ideas
que el alma anuncia
como la buena nueva,
sobre la fábula bella
que ayer te ilusionó,
y que hoy me ilusiona,
Oh Hermione.
¿Oyes?
La lluvia cae
sobre la solitaria verdura
con un crepitar que dura
y en el aire muta
propicias las frondas
Más densas, menos densas.
Escucha.
Responde al llanto el canto
de las cigarras
que el llanto austral
no asusta,
ni el cielo espectral.
Es el pino
tiene un sonido, y el mirto
tiene otro y el enebro
aún otro, instrumentos diversos
bajo innumerables dedos.
E inmersos estamos en el espíritu silvestre,
de arbórea vida viviente;
y tu rostro ebrio
está mórbido de lluvia
como una hoja,
y tus cabellos
huelen como
las claras retamas,
oh criatura terrestre
que tiene nombre,
Hermione.
Escucha, escucha.
El acorde de las áreas cigarras
de a poco más sordo
se hace sobre el llanto que crece;
Pero un canto se vierte
más ronco
que de allí sale,
de la húmida sombra remota.
Más sordo y más tenue
se detiene, se apaga.
Sólo una nota
aún tiembla, se apaga,
Resurge, tiembla, se apaga.
No se oye la voz del mar.
Ora se oye sobre la fronda toda
repiquetear la argéntea lluvia
que monda, el murmullo que muta
según la fronda
más densa, menos densa.
Escucha.
La hija del aire
está muda; pero la hija
del limo lejana,
la rana,
canta en la sombra más honda,
¡quizás donde, quizás donde!
Y llueve sobre tus cejas,
Hermione.
Llueve sobre tus cejas negras
pareciera lloraras
pero de placer; no blanca
más casi vuelta verdeante,
que pareces de corteza salida.
Y en nosotros es fresca la vida
fragante,
el corazón en el pecho como durazno intacto,
Los ojos entre los párpados
como veneros entre las hierbas,
los dientes en los alvéolos
como almendras acerbas.
Y vamos de breña en breña,
Unidos o separados
(y el verde vigor rudo
los tobillos nos enlaza
las rodillas nos enreda)
¡quizás dónde, quizás dónde!
Y llueve sobre nuestros rostros silvanos,
llueve sobre nuestras manos,
desnudas,
sobre nuestras ropas
ligeras,
sobre las frescas ideas,
que el alma anuncia
como buenas nuevas,
sobre la fábula bella
que ayer me ilusionó,
y que hoy te ilusiona,
Oh Hermione.
Las manos
¡Oh manos de mujeres encontradas
una vez en el sueño y en la vida:
manos, por la pasión enloquecida
opresas una vez, o desfloradas
con la boca, en el sueño, o en la vida.
Frías, muy frías algunas, como cosas
muertas, de hielo, (¡cuánto desconsuelo!)
o tibias cual extraño terciopelo,
parecían vivir, parecían rosas:
¿rosas de qué jardín de ignoto suelo?
Nos dejaron algunas tal fragancia
y tan tenaz, que en una noche entera
brotó en el corazón la primavera,
y tanto embalsamó la muda estancia,
que más aromas el abril no diera.
Otra, que acaso ardía el fuego extremo
de un alma (¿dónde estás, oh breve mano
intacta ya, que con fervor insano
oprimí?), clama con el dolor supremo;
¡tú me pudiste acariciar no en vano!
De otra viene el deseo, el violento
deseo que las carnes nos azota,
y suscita en el ánimo la ignota
caricia de la alcoba, el morir lento
bajo ese gesto que la sangre agota.
Otras (aquéllas?) fueron homicidas,
maravillosas en engaños fueron:
de arabias los perfumes no pudieron
endulzarlas, hermosas y vendidas
¡cuántos ¡ay! por besarlas perecieron!
Otras (¿las mismas?) de marmóreo brillo
y más potentes que la recia espira,
nos congelaron de demencia o ira,
y las sacrificamos al cuchillo
( y, ni en sueños, la manca se retira.
vive en el sueño inmóvilmente erguida
la atroz mujer sin manos. Junto brota
fuente de sangre y sin cesar rebota
el par de manos en la enrojecida
charca, sin salpicarse de una gota ).
Otras, como las manos de María,
hostias fueron de luz vivificante,
y en su dedo anular brilló el diamante
entre la augusta ceremonia pía:
¡jamás los rizos del amante!
Otras, cuasi viriles, que oprimimos
con pasión, de nosotros la pavura
arrebataron y la fiebre oscura,
y anhelando la gloria, presentimos
iluminarse la virtud futura.
Otras nos produjeron un profundo
calofrío de espasmos sin iguales;
y comprendimos que sus liliales
palmas podrían encerrar un mundo
inmenso, con sus bienes y sus male
¡Oh alma, con sus bienes y sus males!
Un sueño
Estaba muerta, sin calor la herida
era visible apenas en el flanco:
¡estrecha fuga, para tanta vida!
El lienzo funeral no era más blanco
que el cadáver. Jamás humana cosa
verá el ojo, más blanco que aquel blanco.
Ardía Primavera impetuosa.
Los cristales, do cínifes inermes
Golpeaban con ala rumorosa…
Huyó de ella el calor, Yo dije: ¿Duermes?
Con un salvaje sonreír violento
más cerca repetíle: ¿duermes? ¿Duermes?
¿Duermes? Y al recordar que aquel acento
no era el mío, me crispó de pavura,
escuché. Ni un murmullo, ni un acento.
Cautivo de la roja arquitectura,
se dilataba en el bochorno un fuerte
olor a destapada sepultura.
El hálito invisible de la muerte
me estaba sofocando en la cerrada
habitación. A la mujer inerte,
¿Duermes?, le dije. ¿Duermes? Nada, nada…
el lienzo funeral no era más blanco.
Sobre la tierra de los hombres, nada
verá el ojo más blanco que aquel blanco!…
Carnaval viejo y loco
Carnaval viejo loco
vendió su colchón
para compran pan y vino
espaguetis y salchichón.
Como un glotón comió
una montón de roscas fritas
le creció tanto la panza
que parece una balanza,
tomó, tomó y al rostro
el rojo se le subió.
La barriga le explotó
comió, comió y no paró.
El martes termina el Carnaval
y le hacen un funeral,
porque del polvo nació y al polvo regresará.
Mujeres
Han existido mujeres serenas de ojos claros,
infinitas y silenciosas como esa llanura
que atraviesa un río de agua pura.
Han existido mujeres con visos de oro,
rivales del estío y del fuego, semejantes a
trigales lascivos que no hieren la hoz
con sus dientes pero arden por dentro
con fuego sideral ante el cielo despojado.
Han existido mujeres tan leves
que una sola palabra, una sola,
las convirtió en esclavas. Y existieron otras,
de manos rojizas, que al tocar una frente
suavemente disiparon ideas terribles.
Y otras cuyas manos exangües y elásticas,
con giros lentos aparentaban insinuarse
creando una urdimbre rara y fina
en que las venas simulaban
hilos de vibración ultramarina.
Mujeres pálidas, marchitas, devastadas,
ardidas en el fuego amoroso
hasta lo más profundo de sí mismas,
consumido el rostro ardiente,
con la nariz agitada por el impulso
de inquietas aletas, con los labios abiertos
como yendo hacia las palabras pronunciadas,
con los párpados lívidos
como las corolas de las violetas.
Y todavía han existido otras y,
maravillosamente, yo las he conocido.