El grito y otros textos en prosa
Las barcas
Los hombres hicieron las barcas; pero ellas cobraron alma al tocar el mar, y se han liberado de los hombres.
Si un día los marineros no quisieran navegar más, ellas romperían sus amarras y se irían, salvajes y felices.
Los marineros creen llevarlas, mas son ellas quienes los rigen. Los incitan cuando se adormecen en las costas, hasta que ellos saltan a los puentes.
Si arriban a las costas, es por recoger frutos: las piñas, los dátiles, las bananas de oro. El mar, amante imperiosa, les pide la fragancia de la tierra, que las olas aspiran, irguiéndose.
Desde que las barcas tocaron agua viva, tienen alma salvaje. Engañan a los pilotos con que siguen su camino. Van por la zona verde, donde el mar se endurece de tritones y choca como muchos escudos.
Nunca saben los pilotos el día preciso de los puertos; consultan siempre algún error en los cálculos, y este error es el juego de las barcas con las sirenas.
Tienen las barcas cabelleras de jarcias, pecho de velamen duro, y caderas de leños amargos. Sus pies van bajo el agua como los de las danzadoras de largas túnicas.
Llevaron a los descubridores. Mientras ellos dormían, las barcas burlaron sus sendas…
Porque se hacen signos secretos con las islas desconocidas, y las penínsulas las llaman alargándose como un grito.
No van llevando a los hombres a vender sus paños; se echaron al mar para existir libres sobre él.
Si un día los hombres no quieren navegar más, ellas se irán solas por los mares, y los marinero desde las playas, gritarán de asombro al saber que nunca fueron pilotos. Que, como las sirenas, ellas son hijas de la voluntad del mar.
12 de septiembre de 1927
El cántaro de greda
Cántaro de greda, moreno como mi mejilla, ¡tan fácil que eres a mi sed! Mejor que tú el labio de la fuente, abierto allá abajo, en la quebrada, pero está lejos y en esta noche de verano no puedo descender hacia ella.
Yo te colmo cada mañana lentamente, religiosamente. El agua canta primero al caer; cuando quedas en silencio, con la boca temblorosa, beso el agua, pagándole su servicio.
Eres gracioso y fuerte, cántaro moreno. Te pareces al pecho de una campesina que me amamantó cuando rendí el seno de mi madre. Y yo me acuerdo de ella mirándote, y te palpo con ternura los contornos. Ella ha muerto, pero tal vez su seno te esponjó para seguir refrescándome la boca con sed.
Porque ella me amaba…
¿Tú me ves los labios secos? Son labios que trajeron muchas sedes: la de Dios, la de la Belleza, la del Amor. Ninguna de estas cosas fue como tú, sencilla y dócil, y las tres siguen blanqueando mis labios.
En las noches te dejo bajo el cielo para que caigan en tu cuello las gotas de rocío, por si también tuvieras sed. Y es que pienso que como yo puedes tener la apariencia de la plenitud y estar vaciado.
Como te amo, bebo en tu mismo labio, sosteniéndote con mi brazo. ¿Si en su silencio sueñas con el abrazo de alguien, te doy la ilusión de que lo tienes? ¿Sientes en todo esto mi amor?
En el verano pongo debajo de ti una arenilla dorada y húmeda, para que no te tajee el calor, y una vez te cubrí tiernamente una quebrajadura con barro fresco.
Fui torpe para muchas faenas, pero siempre he querido ser la dulce dueña, la que coge con temblor de dulzura las cosas, por si entendieras, por si padecieras como yo.
Mañana, cuando vaya al campo, cortaré las hierbas buenas para traértelas y sumergirlas en tu agua. ¡Sentirás el campo en el olor de mis manos!
Cántaro de greda; eres más bueno para mí que muchos que dijeron ser buenos.
¡Yo quiero que todos los pobres tengan como yo un cántaro fresco para sus labios con amargura!
El grito
América, América!¡Todo por ella; porque nos vendrá de ella desdicha o bien!
Somos aún México, Venezuela, Chile, el azteca-español, el quechua-español, el araucano-español; pero seremos mañana, cuando la desgracia nos haga crujir entre su dura quijada, un solo dolor y no más que un anhelo.
Maestro: enseña en tu clase el sueño de Bolívar, el vidente primero. Clávalo en el alma de tus discípulos con agudo garfio de convencimiento. Divulga la América, su Bello, su Sarmiento, su Lastarria, su Martí. No seas un ebrio de Europa, un embriagado de lo lejano, por lejano extraño, y además caduco, de hermosa caduquez fatal.
Describe tu América. Haz amar la luminosa meseta mexicana, la verde estepa de Venezuela, la negra selva austral. Dilo todo de tu América; di cómo se canta en la pampa argentina, cómo se arranca la perla en el Caribe, cómo se puebla de blancos la Patagonia.
Periodista: Ten la justicia para tu América total. No desprestigies a Nicaragua, para exaltar a Cuba; ni a Cuba para exaltar la Argentina. Piensa en que llegará la hora en que seamos uno, y entonces tu siembra de desprecio o de sarcasmo te morderá en carne propia.
Artista: Muestra en tu obra la capacidad de finura, la capacidad de sutileza, de exquisitez y hondura a la par, que tenemos. Exprime a tu Lugones, a tu Valencia, a tu Darío y a tu Nervo: Cree en nuestra sensibilidad que puede vibrar como la otra, manar como la otra la gota cristalina y breve de la obra perfecta.
Industrial: Ayúdanos tú a vencer, o siquiera a detener la invasión que llaman inofensiva y que es fatal, de la América rubia que quiere vendérnoslo todo, poblarnos los campos y las ciudades de sus maquinarias, sus telas, hasta de lo que tenemos y no sabemos explotar. Instruye a tu obrero, instruye a tus químicos y a tus ingenieros. Industrial: tú deberías ser el jefe de esta cruzada que abandonas a los idealistas.
¿Odio al yankee? ¡No! Nos está venciendo, nos está arrollando por culpa nuestra, por nuestra languidez tórrida, por nuestro fatalismo indio. Nos está disgregando por obra de algunas de sus virtudes y de todos nuestros vicios raciales. ¿Por qué le odiaríamos? Que odiemos lo que en nosotros nos hace vulnerables a su clavo de acero y de oro: a su voluntad y a su opulencia.
Dirijamos toda la actividad como una flecha hacia este futuro ineludible: la América Española una, unificada por dos cosas estupendas: la lengua que le dio Dios y el Dolor que da el Norte.
Nosotros ensoberbecimos a ese Norte con nuestra inercia; nosotros estamos creando, con nuestra pereza, su opulencia; nosotros le estamos haciendo aparecer, con nuestros odios mezquinos, sereno y hasta justo.
Discutimos incansablemente, mientras él hace, ejecuta; nos despedazamos, mientras él se oprime, como una carne joven, se hace duro y formidable, suelda de vínculos sus estados de mar a mar; hablamos, alegamos, mientras él siembra, funde, asierra, labra, multiplica, forja; crea con fuego, tierra, aire, agua; crea minuto a minuto, educa en su propia fe y se hace por esa fe divino e invencible.
¡América y sólo América! ¡Qué embriaguez semejante futuro, qué hermosura, qué reinado vasto para la libertad y las excelencias mayores!
1922.- Santiago de Chile.