Gabriela Mistral

El sol de Gabriela

 

Por Oscar Hahn

 

En 1938 Gabriela Mistral publica su tercer libro, Tala. Apareció en Buenos Aires, en la editorial Sur, la misma en la cual se podía leer a Borges y a Bioy Casares y que dirigía la escritora argentina Victoria Ocampo. Siete años más tarde, en 1945, obtuvo el Premio Nobel de Literatura. En 1922 había aparecido Desolación. Poco después vino un tercer libro: Ternura, poemas para niños, pero dudo que haya gravitado mucho en la decisión del jurado. En sentido estricto entonces, Gabriela fue galardonada por solo dos libros de poesía, entre los cuales mediaban 16 años. Sus detractores dicen que fue un error, una confusión de los suecos. Los admiradores de Gabriela le agradecemos a la Academia que haya cometido ese error y que haya tenido esa confusión.

Pero vamos a Tala. Está dividido en 13 apartados, uno de los cuales se llama América. De los poemas incluidos allí voy a referirme solo a uno: “Sol del trópico”. Pero antes, diré algunas cosas sobre un par de publicaciones que la precedieron.    

El primer poema lírico americanista del Nuevo Mundo independiente, (o casi independiente, porque aún quedaban unos pocos países que todavía eran colonias de España), fue la “Silva a la agricultura de la zona tórrida”. Lo escribió en Londres el polígrafo venezolano Andrés Bello, en 1826. Es un elogio a los frutos y a la fertilidad de las tierras del trópico, una crítica a los dueños de esas tierras, que vivían en la ciudad dedicados al ocio y al vicio, y un llamado a que las nuevas naciones honraran “la simple vida del labrador y su frugal llaneza”. Se sabe que este poema es solo un fragmento de un texto mayor que finalmente no se imprimió. Se proponía cubrir diversos aspectos del nuevo continente y se iba a llamar “América”. Curiosa similitud con la génesis del proyecto de Pablo Neruda. El plan original suyo era escribir un libro titulado Canto general de Chile, pero después decidió ampliarlo en el espacio y en el tiempo americanos, y terminó escribiendo el Canto general.

Varias décadas más tarde, en 1906, el poeta modernista peruano José Santos Chocano publica Alma América, en París, con el subtítulo de “poemas indo-españoles”. A diferencia de Andrés Bello, que en sus versos celebra a los héroes de la independencia que “supieron postrar al león de España”, Chocano dedica su libro a Alfonso XIII, rey de España. Uno de los poemas empieza así: “Soy el cantor de América autóctono y salvaje”. A mi modo de ver, este libro tiene dos limitaciones de base: uno, que la estética preciosista y europeizante del parnasianismo no es la más apropiada para cantarle a lo autóctono y salvaje; y dos, que en su empeño por ser ecuánime, (la Conquista no fue precisamente un paseo por los jardines de Versalles), el autor termina por igualar a los conquistadores y a los conquistados, como si “la leyenda negra” fuera una fantasía colectiva. Además, no pierde la oportunidad de denigrar a los mapuches, como en estos versos del poema “Lautaro”: “¿Adónde irá esa tribu de salvajes?, / las chatas sienes entre erectas plumas, / mal ceñidos con hórridos pelajes, / los labios entreabiertos con espumas”.

Los dos poemas que abren la sección América de Tala llevan el título general de “Dos himnos”. Son el ya mencionado “Sol del trópico” y “Cordillera”. Resulta evidente que Gabriela tiene algunas aprensiones sobre el uso de la forma “himno”, que en ese tiempo llegó a ser una moda entre los románticos españoles e hispanoamericanos. Después se habría desgastado y transformado en algo retórico y grandilocuente. En una de las notas que están al final de Tala ella dice que “vino en nuestra generación una repugnancia exagerada hacia el himno largo y ancho, hacia el tono mayor”, y que los poetas se fueron hacia el otro extremo, es decir, hacia el tono menor. ¿Por qué entonces insiste en volver al himno? Su respuesta explícita e implícita es que en América los monumentos indígenas, las montañas, los ríos, las selvas, las llanuras, son “materiales formidables”, de magnas dimensiones; por lo tanto, el tipo de composición más apropiado para cantarlos es el himno. Los poemas de América no versan ni sobre la historia del continente, ni sobre su geografía, ni sobre su flora o fauna. Tampoco exponen una visión política. Nuestra poeta se eleva a otra dimensión del americanismo.

El tipo de verso que predomina en “Sol del trópico” es el de 9 sílabas con rima asonante, uno de los favoritos de Gabriela. A diferencia de los modernistas, para quienes la armonía métrica era parte de su estética, no tiene ningún problema en intercalar, junto a los eneasílabos, algunos versos de 8 o de 10 sílabas. Eso le da al poema una irregularidad, una “desarmonía”, que ella maneja muy bien. Sus detractores, por cierto, la acusaron de no tener oído para la música verbal.

Los primeros siete versos de “Sol del trópico” son prácticamente un preludio de lo que vendrá más adelante:

Sol de los Incas, sol de los Mayas,
maduro sol americano,
sol en que mayas y quichés
reconocieron y adoraron,
y del que quechuas y aimaráes
como el ámbar fueron quemados.

Como vemos, apuntan a dos de las grandes civilizaciones precolombinas de nuestro continente: los Mayas y los Incas. Más adelante agrega la tercera: los Aztecas. Los Mayas eran brillantes astrónomos. Poseían conocimientos matemáticos sobre los movimientos del sol y de otros cuerpos celestes; lo que no excluía por cierto que también tuvieran creencias religiosas, basadas en complejas historias mitológicas. En la civilización maya existían dos soles que combatían en el cosmos y cuyas acciones determinaban lo que ocurría en la tierra. Entre los Aztecas, el dios del Sol era Tonatiuh. Es llamado el Quinto Sol porque lo precedieron otros cuatro soles que desaparecieron por diversas causas. Esta divinidad se alimentaba de corazones. Los Aztecas tenían que realizar sacrificios humanos cada cierto tiempo para satisfacerla. Igual que los Mayas, los Aztecas crearon un calendario. Se conoce como Piedra de Sol y puede verse en el Museo Nacional de Antropología de México. Según los Incas, el Sol llamado Inti irradiaba su energía y su poder a las tierras labrantías y a todo el Imperio. Desde luego había numerosos templos del Sol y festividades en su honor que persisten hasta hoy día.

Para Gabriela Mistral, América es una “hierofanía”, por usar la noción de Mircea Eliade; es decir, es un espacio continuo donde se manifiesta lo sagrado. Dice Eliade: “Lo sagrado está saturado de ser. Potencia sagrada quiere decir a la vez realidad, perennidad y eficacia”. Para Gabriela, “saturado de ser” no significa colmado de cualquier ser, sino, específicamente, del ser americano. Ahora bien, cuando ella habla de “sol del trópico”, ¿a qué sol se refiere? ¿Al de los mayas, al de los incas, al de los aztecas? A ninguno y a todos. A esta pluralidad de dioses debemos sumar el Dios del cristianismo. En el texto hay alusiones que apuntan en esa dirección y que provienen de la nomenclatura cristiana, como “milagro”, “santo”, “sacramento”, “Adán”, “comulgar”, “rezar”, “oraciones”, “piadoso” o “confesarse”. Cuando llama “Rafael” al sol, se refiere evidentemente al arcángel San Rafael, patrono de los peregrinos: “Rafael de las marchas nuestras”, dice. Incluso hay un momento en el que el astro se va desplazando por “los azules jesucristianos”. Esa es la palabra que ella emplea. Dada su formación católica y su fervor por el cristianismo, era previsible que irrumpieran elementos como los que acabo de señalar, y uno entiende que no diseñara un sol cien por ciento precolombino. Sin duda este himno es una manifestación del sincretismo religioso y artístico, que tiende a entreverar la cultura hispana de la Conquista con el legado de las antiguas civilizaciones.

En el poema pueden distinguirse dos partes. En la primera, usa una variedad de apelativos para nombrar al astro rey. Son de naturaleza zoomórfica:  faisán, lebrel, ciervo, quetzal, llama, tórtola, pájaro Roc, lagarto; y los tiñe con los colores del sol y de sus rayos a distintas horas del día: rojo, dorado, blanco, tornasol. En esta parte, Gabriela cumple dos roles complementarios. Habla ya como mediadora de los pueblos indígenas, ya como la voz de lo autóctono.

La segunda parte, en cambio, es autorreferente. Sigue apelando al Sol, pero ahora el objeto de su discurso es ella misma. A ratos hay una cierta erotización del lenguaje, lo que la conecta con la poesía mística y con las visiones de Santa Teresa. Los místicos buscaban una unión espiritual con Dios que a veces es descrita en términos pasionales.

En “Sol del trópico” Gabriela Mistral se dirige al astro y lo conmina a realizar determinadas acciones. Y es como si fuera una amante que incita al Amado mediante una seguidilla de imperativos:

Desnuda mírame y reconóceme,
(…)
a ti me vuelvo, a ti me entrego,
en ti me abro, en ti me baño.
Tómame como los tomaste,
el poro al poro, el gajo al gajo.
(…)
Dame el hervir vuelta tu caldo.
emblanquéceme u oscuréceme,
en tus lejías y en tus cáusticos.

¡Quémame tú los torpes miedos.
sécame lodos, avienta engaños;
tuéstame habla, árdeme ojos,
sollama boca, resuello y canto,
límpiame oídos, lávame vistas,
purifica manos y tactos!

El Dios-Sol la abrasa con su fuego y con su ardor, y al hacerlo, la purifica. Es lo que el misticismo llama “vía purgativa”.  Dice Ettiene Gilson: “Tener un conocimiento filosófico de Dios, no se considera ya suficiente: ahora se desea una gnosis, es decir, una experiencia unificante y divinizadora que permita llegar a Él en un contacto personal, y realmente unirse a la divinidad”. Eso es lo que hay en los versos precedentes: una gnosis; un ansia de íntima fusión con la deidad solar. La idea cristiana de que el ser humano es puesto por Dios en el orden de las cronologías y que con la muerte regresa a su origen, también está presente:

“De Ti rodamos hacia el Tiempo / y subiremos a tu regazo; / de ti caímos en grumos de oro, / en vellón de oro desgajado, / y a ti entraremos rectamente /, según dijeron Incas Magos”. El alma “cae” o baja desde lo alto cuando nace. Y cuando muere, asciende al cielo para disolverse en el Altísimo.

“Sol del trópico” de Gabriela Mistral es una reveladora manifestación del misticismo mestizo de nuestro continente. Alfonso Reyes, el gran ensayista de México, no se equivocó cuando dijo: “Gabriela es un índice sumo del pensamiento y del sentimiento americanos.”

Gabriela Mistral (Chile, 1889 – 1957). Aunque su nombre real fue Lucila Godoy Alcayaga, adoptó su pseudónimo inspirada en la obra de Gabriel D'Annunzio y ... LEER MÁS DEL AUTOR