Gabriel Chávez Casazola

Poesía como patria universal

 

Por Ernesto González Barnert*

 

 

-Texto leído en la presentación de la edición chilena de Cámara de niebla (Editorial Andesgraund, 2024), en el Espacio Estravagario de la Casa Museo La Chascona de Pablo Neruda, en Santiago de Chile, el jueves 5 de diciembre de 2024.

 

 

Cámara de niebla es uno de esos libros que parecen aspirar a todo, y resulta difícil dudar de que no lo consiga, dada la magnitud lírica y la profundidad temática que abarca este libro. Como decía el poeta latino Horacio, aquí una obra que es capaz de cargar “todo lo que pueden sus hombros” y eso acá sucede en cada poema.

En sus páginas, Gabriel Chávez Casazola aborda con maestría temas o tópicos universales e íntimos desde una mirada cultural, urbana y reflexiva, propia de un hijo atento a su tiempo y a sus raíces. Su poesía trasciende lo local: más que boliviana, se proyecta como hispanoamericana y universal, dialogando con la tradición literaria desde la inteligencia, diligente ironía y la ternura.

En la obra de Gabriel encuentro un punto de inflexión que, aunque reconoce las coordenadas cristianas propias de nuestra herencia hispánica —en las que muchos poetas del Cono Sur nos inscribimos inevitablemente—, no se circunscribe a ellas de manera central, a mi juicio en el transcurso de la obra, aunque se defina a sí mismo católico romano en el poema “Después de todo” y en otros poemas trate asuntos en esa línea, con verdadera fe, aunque no de manera concluyente. ¿Quién podría? Estas escenas cristianas aparecen en su mayoría más bien como un decorado del paisaje filosófico y emocional de Gabriel, no como un eje sustancial de su corpus poético y de su búsqueda medular o poética. Decir esto tampoco le resta fe al autor de estos versos o al lector cristiano de los mismos. Hay mucho cuidado aquí de no cruzar ninguna línea roja, finalmente es un autor a todas luces en la senda humanista. Y la fe que me comunica el poeta es más potente cuando tiene más ese duende de los primeros cristianos, atisba en la naturaleza o los otros, el rostro de Dios. En fin, lo que me interesa dar cuenta aquí, es que creo que lo que prevalece con mayor fuerza es la influencia de una raigambre clásica grecolatina, que se delata a lo largo de esta antología que sirve de vara a sus primeros años, aún mucho por decir o desdecirse llegado el caso, cosa que no creo, dada la madurez con que el poeta maneja el imperio de su lengua.

Al decir que continua la tradición grecolatina estoy subrayando grosso modo que en la poesía contemporánea implica adoptar su espíritu y sus interrogantes fundamentales, sin caer en la imitación de formas arcaicas, esos falsos poetas latinistas de hoy que no entendieron el viaje medular de la poesía. Es, a todas luces, mantener vivo el diálogo con los antiguos, actualizando sus inquietudes esenciales: la búsqueda de la verdad, la belleza, la armonía, el destino humano y la relación con la naturaleza, los dioses y la comunidad. Chávez Casazola no busca replicar el pasado, imitar sus acentos, quiebres, modos, sino revitalizar el impulso creador de los poetas clásicos, adaptándolo a los desafíos y sensibilidades de la modernidad y de su propio background. Este equilibrio entre tradición e innovación convierte su poesía en un puente entre lo eterno y lo efímero, entre la raíz y la rama. En términos prácticos, percibo en su obra una visión ética y estética profunda, que respeta las estructuras y conceptos heredados de la tradición clásica, pero sin miedo a reinterpretarlos, desarmarlos y reconstruirlos con la libertad de nuestro tiempo. Así, el acto poético no se aferra a la nostalgia, sino que busca resonancia, creando puentes entre épocas, lenguajes y culturas. En este sentido, su poesía enriquece nuestro horizonte, construyendo una patria poética donde convergen la razón y el misterio en diálogo continuo en el presente, con el pasado y futuro no como lastres, sino como signos guías en el camino de la sobrevivencia.

Es particularmente sugerente a mi juicio el carácter estoico de su ars poética, sea consciente o no el autor o hablante lírico. En ella encuentro resonancias de Epicteto, cuya filosofía proporciona un marco interpretativo adecuado para entender los grandes trazos de este proyecto literario.

¿Por qué Epicteto y la Stoa? Porque el filósofo, profesor además, exaltaba la libertad interior y la sumisión a la razón, valores que resuenan en cada poema de este libro. Más allá de cuestiones de fe o circunstancias personales, familiares o políticas, Gabriel Chávez Casazola parece abrazar la enseñanza estoica de concentrarse en aquello que depende de uno mismo —opiniones, deseos, inclinaciones— y aceptar lo que escapa a nuestro control, moldeándolo hacia el bien siempre que sea posible, tratando en lo posible de no depender tanto de las pasiones y alcanzar un punto medio, razonable, como destino y destello de sabiduría.

Por esta razón, su poesía trasciende las soluciones estrictamente religiosas, aunque las referencias espirituales abundan en sus textos. En lugar de ello, sus versos se centran en una búsqueda ética y estética que, aunque reflexiva, no resuelve del todo el misterio inherente al arte, a la vida, ni se caza con respuestas de fe a problemas de la vida misma, en el día a día. En ellos, incluso el dolor o el placer se convierten en vehículos para la contemplación, alcanzando una suerte de moderada serenidad o ataraxia ante los avatares de la existencia.

Aunque en menor medida, su obra también podría asociarse a ciertos rasgos epicúreos no sin cierta razón, como sostendrán algunos, él mismo en un arranque de hedonismo, dado el refugio en los placeres simples, la amistad y la tranquilidad del alma, como cuestiones esenciales de su estar o malestar en el mundo. Sin embargo, sagazmente, evita los excesos hedonistas, los extremos, inclinándose más hacia una ética estoica de compromiso con el tiempo histórico y las lecciones cotidianas derivadas de la lectura, los afectos y la disciplina poética. Esta combinación de rigor ético y emocional logra situar su poesía más profundamente y cerca de la Stoa, en mi opinión, que el simple vivir acorde al disfrute moderado y consciente de los placeres simples y naturales de la vida, como la amistad, el conocimiento y la tranquilidad del espíritu, evitando el exceso y el dolor para alcanzar una vida equilibrada y feliz.

Más allá de Bolivia, por otra parte, la patria que creo resuena más en su obra, es una patria universal, un espacio guiado por la razón, la sabiduría y la filantropía [en él diríamos que es legarnos sabiduría a sus lectores, enseñarnos la disciplina poética, sin perder la pasión, el enamoramiento primigenio del ser, su ser, el nuestro, con la poesía y la vida, a rajatabla], que incluye a todos los que son parte de esta comunidad lectora. Sus poemas, impregnados de pequeñas y grandes historias, construyen puentes hacia una comprensión más profunda de la vida, buscando una felicidad serena o sagaz, incluso en las anécdotas e historias que animan los poemas, esas experiencias en sí mismas, siguiendo a Robert Lowell, otro poeta en esta estirpe que nos interesa.

Esta poesía entonces opta por el camino medio: reconoce el placer y el dolor no como fines en sí mismos, sino como medios en el viaje humanista. Entiendo por viaje humanista aquí una experiencia de exploración que prioriza el crecimiento personal, la comprensión cultural y el desarrollo de empatía hacia otras personas y sociedades. Este tipo de viaje no solo busca descubrir nuevos lugares, sino también conectar profundamente con la humanidad compartida a través del arte, la historia, la literatura y las interacciones significativas con diferentes culturas, todo esto llena su poesía. Es un recorrido que combina aprendizaje, reflexión y la búsqueda de valores universales como la solidaridad, la justicia y el respeto mutuo, aún en el error o la culpa. Por ello, y por mucho más, considero que se trata de una poesía clásica en el mejor sentido, capaz de interpelar nuestra libertad y templanza. Nos invita a reflexionar sobre nuestro origen común y nuestro destino compartido, recordándonos que todos habitamos una misma patria universal: la de la razón, el misterio y la palabra.

Es destacable el trabajo de Andesgraund y su editor, René Silva Catalán, al acercarnos a este poeta esencial de la tradición hispanoamericana. No se equivoca Alí Calderón cuando afirma: “Hay que leer a Gabriel Chávez Casazola. Poeta magnífico. Para mí, es un strong must de lo contemporáneo”.

En un tiempo donde abundan los poetas, pero escasea la verdadera poesía, la obra de Chávez Casazola se revela como una necesidad urgente y luminosa. Lejos de los discursos vacíos, los lugares comunes y la grandilocuencia hueca, su poesía nos ofrece excelencia y profundidad, anclada en una visión humanista y estoica que escapa al victimismo tan común en la literatura actual. Su voz nos habla con autenticidad, desde la reflexión serena, el dominio absoluto del lenguaje y una naturalidad y ternura que desarma.

La obra de Gabriel encarna lo mejor del legado grecolatino: un compromiso esencial con la virtud, entendida como el ejercicio de la razón, la templanza y la justicia. En sus versos, cargados de silencios significativos y resonancias filosóficas, encontramos una capacidad admirable para enfrentar la adversidad con serenidad y fortaleza. Cultiva la autodisciplina sin caer en la caricatura del ascetismo y practica un desapego saludable frente a lo externo e incontrolable, siempre alineado con el fluir de la naturaleza y las leyes universales.

Cada poema, cada escena imaginativa, cada recuerdo que nos pone frente a los ojos, revela a un poeta que, consciente o no, sostiene un ideal profundamente humano: el equilibrio entre la reflexión filosófica y la acción ética. En un mundo plagado de caos, egoísmo, tristeza y miedo, Chávez Casazola encuentra la forma de invitar a sus lectores a descubrir la belleza, el sentido y la paz interior. Su poesía es un espacio de resistencia ante el sinsentido, un respiro profundo que nos recuerda que este mundo, con todas sus contradicciones, sigue siendo digno de ser vivido y amado.

Por estas razones, la obra de Gabriel Chávez Casazola está destinada a ocupar un lugar central en la literatura del siglo XXI en lengua castellana, consolidándose como una de las voces más significativas de nuestro tiempo.

 

 

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* Ernesto González Barnert (30 de agosto de 1978, Temuco, Chile). Su obra poética ha sido ampliamente reconocida, recibiendo distinciones como el Premio Pablo Neruda (2018), el Premio Nacional de Poesía a la Mejor Obra Inédita del Consejo del Libro y la Lectura de Chile (2014), el Premio Nacional de Poesía Eduardo Anguita (2009), una Mención Honorífica en el Concurso Internacional de Poesía Nueva York Poetry Press (2020) y el Premio Nacional de Poesía Infantil de las Bibliotecas de Providencia (2023), entre otros reconocimientos, becas y concursos poéticos.
Entre sus libros publicados destacan: Trabajos de luz sobre el agua, Coto de caza, Playlist y Venado tuerto. Licenciado en Cine Documental por la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y Diplomado en Estética del Cine por la Escuela de Cine de Chile, actualmente se desempeña como Productor Cultural de la Fundación Pablo Neruda. También escribe para diversos medios digitales, colabora como editor en editoriales y realiza talleres de poesía. Reside en Santiago de Chile.

 

 

 

 

Poemas de Gabriel Chávez Casazola

 

 

-De Cámara de niebla (Editorial Andesgraund, 2024)

 

 

 

Confines

 

He nacido en los confines de un imperio inasible

rodeado por líneas imaginarias y huidizas.

 

Desde niño quise conocer el corazón de la comarca,

acudir a su norte que era también su centro.

 

Después de muchos años de soñar con caminos

me resigno a saber que no he partido.

 

Esta mañana un hombre enfrente mío conversa con los pájaros.

Les instruye la forma de llegar al palacio de jade.

 

Yo lo escucho pensando en el norte,

en el centro,

en mi viejo deseo.

 

Pero ya estoy cansado y los días me pesan.

 

He de conformarme con aprender ese idioma de aves

Y, ya solo, en mi cuarto, planear sobre las sábanas.

 

 

 

 

Se busca 

 

Si alguien hubiera encontrado

un libro de los Cantos de Ezra Pound color verde

eléctrico, extraviado en la carretera antigua entre el valle

central y el altiplano

una noche de julio de 1992.

 

Si alguien tuviera ese ejemplar

con poemas preciosamente traducidos

como aquél en que habla de los dedos de una mujer

que parecían una servilleta japonesa de papel o aquel otro

de Rihaku sobre la vieja esposa del mercader del río.

 

—Tú viniste con zancos de madera jugando a los caballos,

caminaste junto a mi asiento, jugando con ciruelas azules…

 

Si estuviera en la biblioteca de alguna persona

ese volumen con una fotografía de Ezra

con todas las arrugas, comisuras, todas las cicatrices

de la incomprensión

cuyo reverso es la locura.

 

Si lo tuvieras tú, jamás lo hubieras abierto y al leer esto

decidieras hacerlo y adentro,

entre dos páginas

(tal vez marcando Portrait d’une femme,

que me recordaba a una novia de entonces),

encontraras una ingenua estampa

de la Virgen niña con su Niño

en monocromo azul cerúleo

con una oración al dorso

que repetía cuando era feliz o estaba triste

en la edad de la alegría verdadera

y de la vera tristeza.

 

Si encontraras ese libro habrías hallado

el muñón de un alma,

algo que me extravió.

 

No sabes lo que vale para mí ese ejemplar de los Cantos.

Si lo encuentras puedes quedártelo.   Pero la estampa

—si aún está ahí—

remítemela, por favor.

 

Los libros se extravían y se encuentran

pero el asombro (o la fe, que es lo mismo)

se pierden para siempre.

 

—Hubo una hora iluminada por el sol, y los más altos dioses

no pueden jactarse de nada mejor

que de haber contemplado a su paso esa hora.

 

En esta u otras vidas tendrás tu recompensa.

 

 

 

 

El pie de Eurídice

 

Piensa un momento en el pie que

como un fruto

—opimo, terso, deleitable—

posa Eurídice en el territorio de la luz

 

antes de que el abismo la devore

—sombra fundida en otra sombra—

en el momento en que Orfeo osa mirarla.

 

Piensa ahora en el otro pie de Eurídice.

 

Aquél que como un fruto oscuro

el sol no baña sino el agua de Aqueronte.

 

En el pie que mordiera la serpiente,

el que se queda atrás y que la arrastra.

 

El pie mortal.

 

Acaso la poesía es una Eurídice

tendida como un arco

entre las zonas de la luz y de la sombra

que están dentro de Orfeo.

 

(Ocurre, breve, cuando el poeta osa mirarla

—verse—

a los ojos

y porque la mira

deja de estar).

 

Tal vez muchas otras cosas son eurídices:

nosotros, entre la sabiduría y el deseo,

la memoria y el olvido,

el adentro y el afuera,

o todo lo que existe

entre las reminiscencias del Ser y del no Ser.

 

 

 

  

Contraluz

 

Adivino hundo los ojos en el ácido.

Busco revelaciones:

el corazón se ha tornado en cuarto oscuro

donde poner los muertos a secar.

 

El ejercicio es vano, hiere.

¿Para qué mirar hacia adelante si es atrás?

 

Mejor acudir temoa la cámara de niebla.

 

Ella aguarda en el centro del cerebro

como una nuez.

Entre sus recovecos

la bella besa y transfigura su propia bestia

los damascos tienen pulpa más sabrosa

el que avisa no es traidor

y la mayor de las batallas

esa, precisamente

guarda un cántaro de paz.

 

Es la hora de la difuminación

de la falta de aristas

la región más transparente.

 

Aquí todo encuentra su razón de ser.

 

La memoria

es el tenue envejecer de la verdad.

 

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Gabriel Chávez Casazola (Bolivia, 1972). Poeta, ensayista, periodista y gestor cultural boliviano. Sus libros están publicados en 15 países de América y Europa, ... LEER MÁS DEL AUTOR