Franky de Varona

Lejano cuerpo

 

 

 

 

 

CARICIA QUE REVELA

 

A Alejandra Pizarnik

La muerte ni siquiera es eterna.

 

Campana que se escucha del otro lado

donde habitan las infames hormigas,

pálido instante en la vendimia del tiempo.

 

¿Cuál sería el epitafio adecuado?

 

Tú y tu soledad

tus fobias

tu tartamudez

tu sobrepeso inquietante

tu marcado acento

te llevaron a la tierra más lejana,

que ninguno conoce.

 

¿Acaso te aburrían los cafés de Montmartre

los paseos por el Sena

Rimbaud,

Mallarmé,

Ezra Pound?

 

¿Ya no te desafían, no te conmueven?

 

Dónde dejaste las noches de tertulias

en un París frío, distante

o en el Buenos Aires de un tango.

 

¿Dónde quedó Cortázar

que apenas te rescata?

¡oh “bichito” no mueras,

no te marches!

 

¿En qué cenicero habita el humo de un cigarrillo

apagado

o un coñac que endulce la garganta?

 

Y tú, Alejandra,

tan judía

tan argentina

tan aferrada a las madrugadas

te desprendes del tiempo

y buscas poesía al otro lado del umbral.

 

Te alejas de todo para siempre

y nos dejas esperando tu último poema.

 

El que aún te falta.

 

¿Por qué te marchas a deshora?

 

Vuelve, retorna,

no nos abandones

que tu decir es caricia que revela.

 

 

 

 

SINFONÍA

 

El tiempo abate sin prisa,

las sombras se hacen pequeñas

en los rincones.

 

La historia es un hielo derretido

mientras llueve dentro en un cántico circular

sin ventanas

ni paraguas que amainen lo imposible.

 

Los misterios crecen abandonados

no caben en las manos

ni en las poquedades.

 

El color del silencio se confunde

con la catástrofe de la noche anterior

y tu cuerpo tiembla como un fantasma insepulto

y pones la otra mejilla

—siempre el mito de la otra mejilla—

para no ahogarte en el pánico.

 

Está lloviendo más que de costumbre.

 

La noche se hace infinitamente larga.

 

Solo queda el ensayo de lo que pudo haber sido.

 

Ya has lavado las sábanas amarillentas

donde se desgataron dos cuerpos.

 

Ulises sigue buscando Ítaca

 

 

 

 

Todavía tiemblan entre mis brazos tus palabras
de medianoche, de media tarde, de media vida
aunque la magia del silencio intenta borrarlas
de una vez por todas.
LILLIAM MORO

 

Tú y tu brisa ocupan todas la plazas

los relojes antiguos, los rincones,

la nieve derretida de un instante;

te haces infinita

expandiéndote por las venas como un río desbordado.

 

Tú y ese modo de volar

por los ramajes más altos del tiempo,

una lanza que roza los párpados;

la garra poderosa que atrapa

y embiste el corazón desposeído,

la cruz, el milagro sin límites,

el grito intermitente que quema y refulge en la noche

con tu misterio de hembra diferente.

 

Tú, la ruta de la seda.

 

El engendro fugaz.

 

El justo instante

en que veo pasar una nube

desde un banco.

 

La carne viva, la pequeña gota que horada la piedra

siempre desnuda con tu vestido de flores

con tus ojos que derriten la calma

del hombre más hombre.

 

Tú, la dentellada del tiempo

que te arranca de allí donde te escondes

en lo deshabitado.

 

Tú que deletreas en tu boca un beso anticipado

nube posada en el sueño de un tálamo lejano,

árido estrago en el alma más solitaria.

 

Eres el deseo que convulsiona

el ruido del silencio

bajo la bóveda de la noche que observa.

 

 

 

 

TAL PARECE

 

Los instantes pierden su elasticidad en el estruendo de la urgencia.

Las sombras se adueñan del cascabelear de los astros.

La oscuridad devela su silueta de presagios en las perpetuidades.

 

No hay líneas antónimas que impidan su cauce

en la apatía de un final antiguo,

ingrávido;

ni en las alcuzas que alumbran las procesiones

después de atravesar el camino de los huesos.

 

Todo es una calma

ingente,

propicia,

premonitoria,

con voz de antaño

cosida a la humedad que carcome

la fría soledad de lo presentido.

 

La lluvia engendra alquimias

en su sinfonía de blanquecinas muertes,

mientras se escucha desde la ventana convertida en lejanía

un breve adagio de libélulas,

el réquiem para una ausencia.

Pero en el cuartucho es invierno.

La ropa mojada por doquier

como una batalla sin finales;

los zapatos son rastros abandonados

que adornan los azulejos de la buhardilla;

el olor a soledad arde en las manos

y dos botellas al azar olvidadas

entre la confusión y el polvo;

una araña teje en gris los relojes del tiempo.

 

Una foto pierde sus bordes

como un libro en desuso

amarillenta muere

en la vorágine de un levante

allá afuera, en los días del vértigo y los dados.

 

Una copa,

un cenicero inundado de restos,

Ezra Pound en una vieja portada,

un poema maldito

frente a la nimiedad de una destartalada máquina de escribir

esperando el devenir de la madrugada.

 

El corazón hiende lo urdido

agitado en sí mismo

como cuando se rompe por última vez.

 

Es que todo lo que se espera

llega siempre tarde, siempre

muy tarde llega;

otras, impetuosamente temprano.

 

“La muerte que llega fácilmente

como un tren de mercancías

que no oyes cuando estas de espaldas”.

 

Tal parece que Bukowski ha muerto.

 

 

 

 

LEJANO CUERPO

 

Ella, un pueblo lejano,

inhóspito,

mientras yo salivaba mis impulsos

entre la cerradura y los escondrijos

escudriñando eclipses

historias no contadas.

 

Mis pupilas la descubrían.

 

Ella una flor palpitando en la cama,

una herida abierta.

 

Cada noche regaba amapolas en su vientre.

 

Y la miraba como un barco lejano, que se ausenta.

 

Ella, un mar de invierno

casi el Báltico de Noruega,

una piedra que no podían patear mis zapatos

desde el ojo de la cerradura

observaba una constelación de estrellas

acumuladas en su pecho.

 

Ella intuía mis jadeos.

 

Era diciembre y había escarcha en los huesos,

una cama frente a mis pupilas

y una flor en su lengua

habitando mis planetas.

 

Yo la veía desnuda como una montaña.

 

Y ella lo presentía.

 

 

 

 

ADAGIO

 

Despierto pensándote,

sí, la música me recuerda algo lejano.

 

Y vuelvo a armar las piezas perdidas en la memoria

como el día que escuchábamos el Adagio de Albinoni

sumergidos en una copa de vino.

 

Ahora la botella está vacía.

 

Solo queda abrir la ventana

y escuchar el ruido de la lluvia.

 

 

 

 

CANSADO

 

Atrapado con la penúltima esperanza

en una jaula

donde siempre llueve adentro,

he perdido el paraguas

y las llaves del encierro.

 

Las telarañas no tienden trampas

a los deseos

sino,

olvidos a propósito.

 

Todo indica que mañana

comenzaré de nuevo

en el intento.

 

Comenzar es a veces

un acto revolucionario

o de fe.

 

Así de trágico como suena.

 

No queda otra

 

 

 

 

VERBOS OXIDADOS

 

Soy el protagonista de una fábula

que no ha encontrado su final.

 

Había estrenado unos zapatos nuevos.

 

Pero los pájaros son otros,

las calles,

las personas no son iguales

y nunca las horas serán las mismas.

 

He sido el personaje que abandonó

muchas brújulas en el camino.

 

Las palabras se han tornado verbos oxidados

y dejo escapar el pasado por la última puerta.

 

Los zapatos ya están gastados.

 

Los niños han crecido.

 

 

 

 

FOTO ANTIGUA

 

Callado destello de sombras y medias luces,

memorias ajadas

en el silencio de un retrato.

 

Y pienso,

si terminaré siendo el cuadro,

la pared

o el simple clavo que lo sostiene.

 

 

 

 

VÍCTIMAS DEL DISCURSO

 

Hoy la patria es una bitácora

y un poema.

 

Vegetan bajo las nubes más negras

más desamparadas.

 

No osan mirar hacia a lo alto

ni siquiera a los lados

solo hasta dónde llega la sombra

de sus zapatos.

 

Van pintados de un mismo color,

el sofocante uniforme

idéntica muerte.

 

Los discursos

los carteles

sobre fachadas destruidas.

 

El desfile

la trinchera

una bota sobre el alma

una estaca sobre el pecho.

 

El miedo.

 

Los que nadie escucha,

tan solitarios como una botella vacía,

inevitables como un derrumbe.

 

Pero otros escogen su propia balsa.

 

 

 

 

ENCRUCIJADA

 

En una calle,

las esquinas se doblan como páginas,

los techos desvencijados,

las casas aferradas a los caminos

pretendiendo ser fronteras repintadas.

 

Las ruinas se quedan en los retazos de la tarde.

 

Es la arbitraria fuerza del destino

que impone su sello como un látigo.

 

Se presiente la tormenta.

 

Viene de la mar vestida de soledad.

 

La vida hierve en el asfalto.

 

 

 

 

EN EL TRAYECTO

 

En un mundo de discursos

hay silencios muriendo de frío,

actos exagerados

que se desordenan entre los dedos.

 

Es cuando la huida se retrasa

y el amor se posa como los pájaros

en las alambradas.

 

Anclados a la vida y su errático andar,

llenos de cadáveres

y rutas equivocadas

pero siempre hacia el norte

bordeando el cansancio

confundiendo el destino.

 

Las pisadas escriben los recuerdos

y quedan las marcas del asedio.

 

 

 

 

AL MARGEN

 

Viví al pie del barranco,

sin saber quién era

abandoné mis medidas

aun vestido de niño.

 

Tenía una espada de juguete

una carriola

y algún recuerdo de vidas extrañas.

 

No había sombras

ni nubes entorpeciendo la tarde,

ni siquiera lluvias

que me obligaran a observar

desde los cristales empañados

de unos párpados.

 

Me atraía escuchar el ruido del agua

de la fuente del patio

donde ponía a navegar mis barquitos de papel

que no llevaban ancla.

 

No había descubierto

el insoportable mundo de confusiones:

todavía podía dormir en le levedad de mi cuarto.

 

Y continué con mi espada de juguete desenvainada

y mi carriola,

vestido de vaquero,

empinando papalotes,

acompañado de hormigas,

desafiando a las gigantes aspas de mi mente

como un quijote enano.

 

 

 

 

A VECES UNA SOMBRA

¿Quién puede afirmar que la luz y la sombra no hablan?
Solamente aquellos que no comprenden el lenguaje del día
y de la noche.
MOUSSA-AG-AMASTAN

 

Una sombra me hostiga

encajada en mis costillas

como una asta,

soy la inmensa cruz que carga.

 

Solo al amanecer

me libero de su asedio

cuando se oculta en el crepúsculo matinal.

 

Ella y yo tenemos una extraña relación,

tal parece nos merecemos.

 

Hasta le he enseñado a caminar a mi diestra.

 

 

Franky de Varona (La Habana, Cuba). Es poeta, narrador y ensayista cubano. Ha publicado los poemarios Solitudes (2015), De Azares, Laberintos y ... LEER MÁS DEL AUTOR