Lejano cuerpo
CARICIA QUE REVELA
A Alejandra Pizarnik
La muerte ni siquiera es eterna.
Campana que se escucha del otro lado
donde habitan las infames hormigas,
pálido instante en la vendimia del tiempo.
¿Cuál sería el epitafio adecuado?
Tú y tu soledad
tus fobias
tu tartamudez
tu sobrepeso inquietante
tu marcado acento
te llevaron a la tierra más lejana,
que ninguno conoce.
¿Acaso te aburrían los cafés de Montmartre
los paseos por el Sena
Rimbaud,
Mallarmé,
Ezra Pound?
¿Ya no te desafían, no te conmueven?
Dónde dejaste las noches de tertulias
en un París frío, distante
o en el Buenos Aires de un tango.
¿Dónde quedó Cortázar
que apenas te rescata?
¡oh “bichito” no mueras,
no te marches!
¿En qué cenicero habita el humo de un cigarrillo
apagado
o un coñac que endulce la garganta?
Y tú, Alejandra,
tan judía
tan argentina
tan aferrada a las madrugadas
te desprendes del tiempo
y buscas poesía al otro lado del umbral.
Te alejas de todo para siempre
y nos dejas esperando tu último poema.
El que aún te falta.
¿Por qué te marchas a deshora?
Vuelve, retorna,
no nos abandones
que tu decir es caricia que revela.
SINFONÍA
El tiempo abate sin prisa,
las sombras se hacen pequeñas
en los rincones.
La historia es un hielo derretido
mientras llueve dentro en un cántico circular
sin ventanas
ni paraguas que amainen lo imposible.
Los misterios crecen abandonados
no caben en las manos
ni en las poquedades.
El color del silencio se confunde
con la catástrofe de la noche anterior
y tu cuerpo tiembla como un fantasma insepulto
y pones la otra mejilla
—siempre el mito de la otra mejilla—
para no ahogarte en el pánico.
Está lloviendo más que de costumbre.
La noche se hace infinitamente larga.
Solo queda el ensayo de lo que pudo haber sido.
Ya has lavado las sábanas amarillentas
donde se desgataron dos cuerpos.
Ulises sigue buscando Ítaca
TÚ
Todavía tiemblan entre mis brazos tus palabras
de medianoche, de media tarde, de media vida
aunque la magia del silencio intenta borrarlas
de una vez por todas.
LILLIAM MORO
Tú y tu brisa ocupan todas la plazas
los relojes antiguos, los rincones,
la nieve derretida de un instante;
te haces infinita
expandiéndote por las venas como un río desbordado.
Tú y ese modo de volar
por los ramajes más altos del tiempo,
una lanza que roza los párpados;
la garra poderosa que atrapa
y embiste el corazón desposeído,
la cruz, el milagro sin límites,
el grito intermitente que quema y refulge en la noche
con tu misterio de hembra diferente.
Tú, la ruta de la seda.
El engendro fugaz.
El justo instante
en que veo pasar una nube
desde un banco.
La carne viva, la pequeña gota que horada la piedra
siempre desnuda con tu vestido de flores
con tus ojos que derriten la calma
del hombre más hombre.
Tú, la dentellada del tiempo
que te arranca de allí donde te escondes
en lo deshabitado.
Tú que deletreas en tu boca un beso anticipado
nube posada en el sueño de un tálamo lejano,
árido estrago en el alma más solitaria.
Eres el deseo que convulsiona
el ruido del silencio
bajo la bóveda de la noche que observa.
TAL PARECE
Los instantes pierden su elasticidad en el estruendo de la urgencia.
Las sombras se adueñan del cascabelear de los astros.
La oscuridad devela su silueta de presagios en las perpetuidades.
No hay líneas antónimas que impidan su cauce
en la apatía de un final antiguo,
ingrávido;
ni en las alcuzas que alumbran las procesiones
después de atravesar el camino de los huesos.
Todo es una calma
ingente,
propicia,
premonitoria,
con voz de antaño
cosida a la humedad que carcome
la fría soledad de lo presentido.
La lluvia engendra alquimias
en su sinfonía de blanquecinas muertes,
mientras se escucha desde la ventana convertida en lejanía
un breve adagio de libélulas,
el réquiem para una ausencia.
Pero en el cuartucho es invierno.
La ropa mojada por doquier
como una batalla sin finales;
los zapatos son rastros abandonados
que adornan los azulejos de la buhardilla;
el olor a soledad arde en las manos
y dos botellas al azar olvidadas
entre la confusión y el polvo;
una araña teje en gris los relojes del tiempo.
Una foto pierde sus bordes
como un libro en desuso
amarillenta muere
en la vorágine de un levante
allá afuera, en los días del vértigo y los dados.
Una copa,
un cenicero inundado de restos,
Ezra Pound en una vieja portada,
un poema maldito
frente a la nimiedad de una destartalada máquina de escribir
esperando el devenir de la madrugada.
El corazón hiende lo urdido
agitado en sí mismo
como cuando se rompe por última vez.
Es que todo lo que se espera
llega siempre tarde, siempre
muy tarde llega;
otras, impetuosamente temprano.
“La muerte que llega fácilmente
como un tren de mercancías
que no oyes cuando estas de espaldas”.
Tal parece que Bukowski ha muerto.
LEJANO CUERPO
Ella, un pueblo lejano,
inhóspito,
mientras yo salivaba mis impulsos
entre la cerradura y los escondrijos
escudriñando eclipses
historias no contadas.
Mis pupilas la descubrían.
Ella una flor palpitando en la cama,
una herida abierta.
Cada noche regaba amapolas en su vientre.
Y la miraba como un barco lejano, que se ausenta.
Ella, un mar de invierno
casi el Báltico de Noruega,
una piedra que no podían patear mis zapatos
desde el ojo de la cerradura
observaba una constelación de estrellas
acumuladas en su pecho.
Ella intuía mis jadeos.
Era diciembre y había escarcha en los huesos,
una cama frente a mis pupilas
y una flor en su lengua
habitando mis planetas.
Yo la veía desnuda como una montaña.
Y ella lo presentía.
ADAGIO
Despierto pensándote,
sí, la música me recuerda algo lejano.
Y vuelvo a armar las piezas perdidas en la memoria
como el día que escuchábamos el Adagio de Albinoni
sumergidos en una copa de vino.
Ahora la botella está vacía.
Solo queda abrir la ventana
y escuchar el ruido de la lluvia.
CANSADO
Atrapado con la penúltima esperanza
en una jaula
donde siempre llueve adentro,
he perdido el paraguas
y las llaves del encierro.
Las telarañas no tienden trampas
a los deseos
sino,
olvidos a propósito.
Todo indica que mañana
comenzaré de nuevo
en el intento.
Comenzar es a veces
un acto revolucionario
o de fe.
Así de trágico como suena.
No queda otra
VERBOS OXIDADOS
Soy el protagonista de una fábula
que no ha encontrado su final.
Había estrenado unos zapatos nuevos.
Pero los pájaros son otros,
las calles,
las personas no son iguales
y nunca las horas serán las mismas.
He sido el personaje que abandonó
muchas brújulas en el camino.
Las palabras se han tornado verbos oxidados
y dejo escapar el pasado por la última puerta.
Los zapatos ya están gastados.
Los niños han crecido.
FOTO ANTIGUA
Callado destello de sombras y medias luces,
memorias ajadas
en el silencio de un retrato.
Y pienso,
si terminaré siendo el cuadro,
la pared
o el simple clavo que lo sostiene.
VÍCTIMAS DEL DISCURSO
Hoy la patria es una bitácora
y un poema.
Vegetan bajo las nubes más negras
más desamparadas.
No osan mirar hacia a lo alto
ni siquiera a los lados
solo hasta dónde llega la sombra
de sus zapatos.
Van pintados de un mismo color,
el sofocante uniforme
idéntica muerte.
Los discursos
los carteles
sobre fachadas destruidas.
El desfile
la trinchera
una bota sobre el alma
una estaca sobre el pecho.
El miedo.
Los que nadie escucha,
tan solitarios como una botella vacía,
inevitables como un derrumbe.
Pero otros escogen su propia balsa.
ENCRUCIJADA
En una calle,
las esquinas se doblan como páginas,
los techos desvencijados,
las casas aferradas a los caminos
pretendiendo ser fronteras repintadas.
Las ruinas se quedan en los retazos de la tarde.
Es la arbitraria fuerza del destino
que impone su sello como un látigo.
Se presiente la tormenta.
Viene de la mar vestida de soledad.
La vida hierve en el asfalto.
EN EL TRAYECTO
En un mundo de discursos
hay silencios muriendo de frío,
actos exagerados
que se desordenan entre los dedos.
Es cuando la huida se retrasa
y el amor se posa como los pájaros
en las alambradas.
Anclados a la vida y su errático andar,
llenos de cadáveres
y rutas equivocadas
pero siempre hacia el norte
bordeando el cansancio
confundiendo el destino.
Las pisadas escriben los recuerdos
y quedan las marcas del asedio.
AL MARGEN
Viví al pie del barranco,
sin saber quién era
abandoné mis medidas
aun vestido de niño.
Tenía una espada de juguete
una carriola
y algún recuerdo de vidas extrañas.
No había sombras
ni nubes entorpeciendo la tarde,
ni siquiera lluvias
que me obligaran a observar
desde los cristales empañados
de unos párpados.
Me atraía escuchar el ruido del agua
de la fuente del patio
donde ponía a navegar mis barquitos de papel
que no llevaban ancla.
No había descubierto
el insoportable mundo de confusiones:
todavía podía dormir en le levedad de mi cuarto.
Y continué con mi espada de juguete desenvainada
y mi carriola,
vestido de vaquero,
empinando papalotes,
acompañado de hormigas,
desafiando a las gigantes aspas de mi mente
como un quijote enano.
A VECES UNA SOMBRA
¿Quién puede afirmar que la luz y la sombra no hablan?
Solamente aquellos que no comprenden el lenguaje del día
y de la noche.
MOUSSA-AG-AMASTAN
Una sombra me hostiga
encajada en mis costillas
como una asta,
soy la inmensa cruz que carga.
Solo al amanecer
me libero de su asedio
cuando se oculta en el crepúsculo matinal.
Ella y yo tenemos una extraña relación,
tal parece nos merecemos.
Hasta le he enseñado a caminar a mi diestra.