Frank Castell

Señales y otros textos

 

 

 

 

ESCUCHANDO A JIM MIENTRAS TODO ESTÁ EN SILENCIO

 

Gris el espectáculo de escuchar a Jim Morrison en enero.

La lluvia me deja cicatrices cuando me siento frente a mi laptop

y contemplo poemas dejados al descuido

mientras el invierno se esconde en mi casa.

Escucho a Jim Morrison para morir en la lentitud del domingo.

No sé en qué lugar dejar mis huesos,

pero no será en este sitio de amargo esplendor.

Soy una sombra,

un disparo al que el silencio busca.

Soy la voz que abraza un rock,

un mundo de dolor

mientras la tarde es más oscura

y el tiempo se destroza contra mi cara.

Me deprimo cuando mis manos reposan lejos del teclado.

Ni la vida,

ni el paso firme hacia la muerte cambian

este descenso.

 

Para qué entender esta droga que no llega a mi sangre.

Soy el último,

el hombre que parte sin más fuerza

que un libro

que un golpe

que un fracaso.

Escucho Alabama Song con los pies dolidos

de tanto salir de mi casa a ver la tristeza,

barro sobre el cuerpo,

calles para sumergir el alma.

Jim Morrison me arroja sus papeles,

recuerdos de noches en bares infinitos.

Estoy en cero,

Mi saldo son las vidas que soñé,

mi vida es un tránsito al futuro

desde la muerte.

 

 

                                                      

 

EL MURO

A quienes no pudieron cruzarlo

 

Millones de cuerpos como paneles de hormigón.

El paso de las caravanas

impone un ritmo: seco, alucinante, donde no hay otra voz

que una marcha entre el polvo quemante de naciones.

El muro es palabra a ratos íntima.

Posee los recuerdos en sus grietas,

pero no soporta el tránsito de hormigas

que mueren como muere el mundo.

Veo su inmensidad mientras mi tv muestra el odio fluir,

el miedo fluir,

la burla fluir.

Todos llevamos un muro a cuestas,

es el precio de asumir las caravanas

(sangre más allá de la sangre)

Sabemos que todo tiene un límite,

pero su eternidad asusta.

 

He visto crecer el muro:

rostro contra rostro, alma entre el vacío,

siglos que se funden de forma irregular

para dejarnos una bestia-horizonte

que nos teme.

 

 

 

 

DEGRADACIÓN

 

Yo pertenezco al clan de los marginados.

Nací sobre un tanque soviético en 1976.

Mis ojos eran verdes

como los sueños de mi madre.

La Habana fue esquirla,

espejo de una época

donde morir era un discurso

irreversible.

En una máquina Singer,

mi madre escribía grandes poemas.

Luego supe que la ternura

se convirtió en platos vacíos,

espectros, sonoridad, retorno al corazón de la isla.

Crecí sobre el mismo tanque.

Cifré la resistencia

en una barricada de huesos:

Maniobra al interior más lúcido,

estructura, escualidez

que nos dejó cerrar los puños en solitario.

Ahora contemplo la franja de las esteras,

los cuerpos insepultos,

la vida estática,

el quejido del motor.

Mi verdad no es trueque en la penumbra.

Soy una ostra,

el último en salir

porque pertenezco al clan de los marginados.

Nací, por accidente, sobre un tanque soviético, en 1976.

 

 

 

 

TORRE DE CONTROL

 

Nos recuerdan que llegar es posible.

Nada más es preciso un poco de paciencia.

El calor es eterno.

La muerte es circular.

Nos lleva con los cánticos

a descubrir atardeceres,

simulaciones de quien respira el humo en paz.

En mis horas de terapia escribo.

El tiempo arde y me parece ver a los suicidas de ayer

en rostros de hoy.

La felicidad es posible, nos dicen, mientras la combustión avanza.

 

 

 

 

ALZHEIMER

 

Dime, pedazo de memoria,

¿qué sucedió?

Un hombre necesita el universo

de sus huellas para seguir.

Rasuro mi rostro

frente a un desconocido.

La espuma del jabón nos envejece.

Él y yo movemos la máquina

que poco a poco nos deja

heridas apenas visibles.

En el espejo comienzan las arrugas,

señales que descifro con dificultad.

Se borra el desayuno de la niñez,

el abrazo al padre que se va

a guerras de hambre,

siglos de alcohol,

simple obituario.

Por más que resisto

todo se reduce a fotos borrosas,

a sábanas creciendo,

y a un horizonte blanco sin mí.

 

 

 

 

POEMA DE INVIERNO

 

Lo inmenso queda atrás.

Existe un horizonte por descubrir:

Corazón-cerebro-espanto.

Nadar en contra,

dejar que todos se larguen,

es mi grandeza.

Lo inmenso queda atrás.

Abstracto dolor

para el olvido.

Avanzar o pertenecer a un aquelarre

no me interesa.

Mi cuerpo es un país

dentro de un país.

 

 

 

 

CON JOSÉ MARTÍ CAVANDO EL MISMO TÚNEL DE SIEMPRE

 

Cavamos el túnel infinito.

Es una maldición de isla.

Antes que yo, millones fueron sudor,

salmo,

fosa común.

No tengo fuerzas

para rocas que nacen y perfuman

la oscuridad.

A mi lado la imagen de Martí,

el grillete más débil que su piel.

 

Le digo:

“Padre, dame tu corazón

para morir por el fuego

de mis palabras”.

Miro sus ojos

y el túnel es un vientre.

Todo fluye, desde el metal

hasta el crujir de huesos,

desde la soledad a la esperanza.

Cavamos un túnel,

carrera contra el tiempo

de una isla que nos devora

ante el asombro

y la mudez del mundo.

 

 

 

 

SEÑALES

 

Algo sucede, dijeron en el patíbulo,

en las catacumbas,

en las crucifixiones,

en la hoguera,

en la guillotina,

en los disparos,

en la electricidad

quemando la carne,

en la hoja perfecta de la daga,

en la caída desde aviones secretos,

en el ácido,

en los hornos de Auschwitz.

en los mares de las dictaduras,

en los laboratorios,

en la espalda agujereada,

en la explosión,

en las desapariciones,

en el suicidio (in)voluntario,

en las turbas,

en el remordimiento,

en la negación de las doctrinas.

 

Algo sucede, decimos,

sin entender la oscuridad que avanza

sobre un demonio.

 

 

 

 

CERTEZA

 

Mi madre es una hormiga

que carga toda la tristeza del país.

Frank Castell (Las Tunas, Cuba, 1976). Tiene publicados los libros El suave ruido de las sombras (Poesía, Editorial Sanlope, 2000); LEER MÁS DEL AUTOR