Frank Báez. Once estrofas para Giselle

Presentamos tres textos claves del reconocido poeta dominicano.

 

 

 

 

Frank Báez

 

 

Once estrofas para Giselle

 

Para encontrarte tuve que enjaular a la bestia,

mudarme a una ciudad del norte,

verter sal sobre la nieve de la escalera,

alimentar un gato, temer a la noche.

 

Visité Nueva York y miré abajo

desde el Empire State y no estabas.

No eras la que corrías en la estación

de tren como en las películas románticas.

 

No eras la que se tragó la niebla en el

Downtown. Ni la que flotaba en el Ozama.

Ni siquiera la que soplaba los dados

en un casino de las Vegas Nevada.

 

No fuiste la que me dejó esperando

en un parque  ni la que amenazó con matarme

empuñando una tijera. No eras Marina Tsvietáieva

colgando de una cuerda.

 

Te esperé en un apartamento donde las ardillas

entraban y secuestraban mi poesía.

La nieve caía tras las ventanas.

La luna en el firmamento tosía.

 

¿Dónde está?, le preguntaba a las meseras

que pasaban sin hacerme caso. ¿Dónde estás?,

preguntaba cortándome las manos

y dejándolas caer desde un puente en Chicago.

 

¿Dónde está?, preguntaba como aquel

hombre en el veinteavo piso de un edificio

que se quema, como Baudelaire sentado

en un banco de París al amanecer.

 

No estabas en la playa mientras

las olas le susurraban tu nombre a la arena.

(El sol brillaba y una gaviota pescaba

con torpeza el zapato de alguna suicida).

 

Pregunté por ti con un cigarrillo entre los labios,

barajando el dominó y temblando,

como un árbol depresivo que ha dejado

caer todas sus hojas y le da frío.

 

Te busqué en museos y en bibliotecas

en las cuales me dormía y melancólico traducía:

sueño con ella amada o muerta

porque la ciudad es demasiado pequeña.

 

Te busqué en un sueño, en un bolero,

entre los extras de una película

de bajo presupuesto, te busqué

con los ojos cerrados y con los ojos abiertos.

 

Te busqué, mi amor,

de esa manera en que Aristófanes

comenta que se buscan las dos mitades

en uno de los diálogos de Platón.

 

 

 

 

Treinta años

 

Dentro de unas semanas voy a cumplir treinta años.

Comenzarán a salirme arrugas,

patas de gallina, papada.

Me crecerá de pronto un bigote tercermundista.

Perderé habilidades.

Adquiriré complejos.

Me pondré paranoico

ante la inminente caída del pelo.

Mi cancelación.

La cara en el espejo.

La disminución de neuronas.

El matrimonio.

Las deudas.

Las enfermedades de transmisión sexual.

La impotencia sexual.

 

A los treinta ya no enfrentas la vida

como un cazador de búfalos

sino como un tráfico que dirige el tránsito

y que teme que lo atropellen

y es que tienes más posibilidades de morir

que por ejemplo a los veintiuno

que fue la edad en que tomé una guagua a Cabarete

y me pasé la tarde y la noche sentado en la playa

mirando las olas del mar

y pensando en que caminaría entre las aguas

hasta ahogarme

como lo hizo la poeta uruguaya,

aunque al final desistí pensando en todos los poemas

que me faltaban por escribir.

 

O esa vez que bebía con una mujer ajena en un carwash.

O el tiroteo en Plaza Central.

O el año pasado que me metí en el mar

con un amigo ruso y las olas nos embistieron

semejantes a una manada de toros

que pensé que de ésta no me salvaba nadie.

 

Llegar a los treinta gordo y con las posibilidades

de disfrazarte de Santa Claus en Navidad.

Tomando pastillas. Jugando la lotería.

Comprando productos bajos en calorías.

Empeñando prendas, licuadoras, anillos.

Visitando un psicólogo a escondidas.

Bebiendo los lunes con el equipo

de softball de la compañía.

 

Tener treinta y ser el hazmerreír de los poetas

de veintidós y veinticuatro.

Las musas siempre se van con los jóvenes poetas.

Tacharán mi teléfono y mi dirección de sus agendas.

Finalizada mi carrera de poeta

escribiré mi obra completa en el campo.

Todo mi público será un sarcástico gato.

 

A los 20 uno escribe poesía como si fuera un reactor nuclear.

A los 30 uno escribe como si fuera el operario del reactor nuclear.

 

Atravesaré los treinta sobre una tabla de náufrago

soñando que los cuarenta serán peores o mejores.

Triste como un vendedor de zapatos del Conde

retornaré de la oficina tarde en la noche.

No sólo tendré los zapatos mojados por la lluvia

si no también el ruedo de los pantalones,

las medias y los pies.

 

 

 

 

Metaldom

 

Pongámoslo claro, tú nunca serás

la General Motors

y yo nunca seré García Lorca.

 

Tú seguirás envenenando estos barrios

con tu humo y yo escribiendo versos

en este teclado.

 

Los huracanes seguirán yendo y viniendo.

Las guaguas cada vez más destartaladas

atravesarán la Independencia.

Aumentarán los expresos chinos.

Las compra ventas.

Las bancas de apuestas.

Las iglesias evangélicas.

 

Y donde había una casa

levantarán un edificio.

Y donde había un parque o un play

levantarán un supermercado, un proyecto

habitacional y una cadena de moteles.

 

Y los que andábamos

por las calles con una pelota

ahora andaremos con una pistola.

 

Y cuando nos despierte la sirena de la ambulancia

palparemos nuestros cuerpos

para asegurarnos que no viene por nosotros.

 

Metaldom, ¿cuántos toyotas, cuántos mazda,

cuántos daihatsus,

sacrificarás esta noche?

 

Al igual que en los versos

de una epopeya griega

tu columna de humo se alza frente al mar

para aplacar a los dioses.

Pero los dioses se fueron ya

y no dejaron sus direcciones.

 

Metaldom, en el 2060 serás un Hotel de cinco estrellas.

Yo seré un viejo gruñón

en silla de ruedas

que recitará versos los domingos

y los días de fiestas.

 

Recuerda, tú nunca serás la General Motors

y yo nunca seré García Lorca