Habitar un país como tus ojos
Cita en el pacífico sur / 1999
Es bello flotar, así flotan los extraños objetos
que amanecen en las playas y que nadie reconoce.
¿Vienen de algún naufragio? Y qué importa, todos
venimos de algún naufragio aunque no lo sepamos.
Rosamel del Valle
El mar es nuestro refugio
En días de navegación por el Pacífico Sur
Ese curioso resplandor
Ha sido la única piedra filosofal
Que hemos llegado a poseer
Anoche la vaguada costera viajó con nosotros
Y todo parecía detenerse en ese instante
Tan claro como la luz de la luna
Plateando arena, mar y muelles
Una extraña ave vino a morir a nuestros pies
Mas sobrevivimos burlándonos de nosotros mismos
Y viendo pájaros acuáticos donde sólo había silencio
O poniendo libros sobre mesas de restaurantes marítimos
En comunión con los demás
O con las discriminaciones silvestres a que incita el cielo
La brisa del mar insiste en desordenar el texto
Y repentinamente estas palabras
Relatan – es su derecho –
Lo que ellas son entre nosotros
Ha muerto Joseph Brodsky
Ha muerto Joseph Brodsky
En nuestro barrio alguien tocaba un anacrónico piano de cola
Y se encendía la luz de melodías cansinas
Esos días no entran en el calendario
Y se mezclan como un ponche
Suave como el fluir de nuestra sangre
Pero no sólo ponche corre por las venas
En la calle las motocicletas pasan como avispas
Y una adolescente abandona su doble vida para volver a casa.
Ha muerto Joseph Brodsky y con él parte de las lecturas
Que hacíamos de sus poemas en veranos marítimos.
Ya no bastan sol, mar, ni luna
Y no vale la pena preguntarnos por el valor de la vida
Sólo queda vagabundear por calles y lugares donde nos gustaría
Hacer como tú una antología universal del amor
Para los amantes de hoteles de paso.
Queremos recordar estas palabras tuyas:
El día te va buscando en el armario una camisa
Ojalá llegue pronto el invierno y con la nieve cubra
Las ciudades los hombres sobre todo lo verde
Si de noche veo una estrella en el techo
Ella – según las leyes de combustión –
Me resbala por la mejilla hasta la almohada
Sin darme tiempo a pensar un deseo.
Habitar un país como tus ojos
Quiero vivir en un país como tus ojos
más nítido que las horas que el tiempo deshecha,
más lúcido y real.
Quiero habitar un país como tus ojos;
tu piel navegando en mi piel,
las coincidencias, la respiración,
las horas que sin saberlo se unen,
un bolero y el abrir y cerrar de puertas,
sabiendo que nuestro tema sigue siendo el viento.
Mas el lenguaje no basta, ni el fragmento del sol
que guardabas en tu cuerpo para entregármelo
tras un ir y venir poblado de voces.
Desde las enrarecidas calles me haces señas
para que no ande a tientas,
ciego, borracho o como yo.
El aire de la mañana se suspende allá afuera.
Carta astral
En memoria de René Char
Mi carta astral después de años
Entre el vértigo y la espera
El vaho de espejos y canciones escarchadas
Eso era lo mismo que la muerte
Donde lentamente se pierde el combate
En los cambios que hace la luna
O el viaje de retorno al lugar de origen.
Ahora cada uno de nosotros puede recibir
La parte misteriosa del otro
Noches de caminar bajo el resplandor de la tierra
Sin siquiera derramar su luminoso secreto.
Cada uno es hacedor de lo indecible
Incluso los pesares que se lanzan al vacío
Y luego pasan como una hoja en la tempestad.
Nadie quiere morir al borde de sus abismos
Sólo se necesita espacio y aire para vivir.
Estación Leopoldo María Panero
Estación Leopoldo María Panero
todo lo que escribo y diviso
se va al fondo de la sangre.
Fumo para mirar la vida que pasa
mientras el cenicero acumula
voces e ideas de locos rematados.
El dipsómano baja urgente en la estación
a beberse un Nevermore.
Nuestra suerte sigue en manos de los ciegos
y lo que escribimos tal vez sea leído por parejas del 2050
en el follaje de un bosque agitado por el viento.
Hay luces harapientas, tumbas sin sosiego,
niebla sobre el césped de la calle Miguel de Cervantes.
El dipsómano sale urgente de la estación
a beberse el crepúsculo Nevermore.
Aquí dejamos latas de cervezas,
colillas que se acumulan en ceniceros,
cenizas que se acumulan en cementerios.
Observamos el funcionamiento del camión de la basura
mientras el dipsómano vuelve urgente a la estación
a beberse el crepúsculo Nevermore.
Es tan bella la ruina, tan profunda
que ni siquiera el tiempo puede hacernos morir.
Niebla en la calle Miguel de Cervantes,
niebla en la estación Leopoldo María Panero.
La vibración del río sobre la ciudad
Hemos visto árboles desnudos en la ciudad
que levantan veredas y reclaman lo suyo.
Sus raíces se abrazan como amantes subterráneos
que saben de sueños y pérdidas.
Es extraño estar aquí y oír el grito de las gaviotas
que caen inciertas sobre el agua.
Esperar una barcaza de madera
o la huida del sol en el océano.
Seis y media de la tarde en las riberas del Mapocho,
la inevitable cicatriz de Santiago.
Estos escritos se perderán con el fluir del río
y su eco será como verse en una película absurda
cuyos actores principales han sido dados de baja.
Escrito encontrado en una mesa del restaurante Miramar (Quintay)
Si el abismo no nos llamara con su silencio
no podríamos leer a Trakl, ni permanecer horas
mirando estas lápidas anónimas que golpea la tempestad
como el grito del ave que acompaña a los muertos.
Líneas de Sebastián en sueños al fin de una playa
de arenas movedizas como náufragos. Nuestro tiempo
debería ser infinito como las arenas de esa playa.
Mas toda ceniza, toda embriaguez, toda permanencia
es innecesaria porque perecemos. Y en la costa – como se sabe – sigue
el incesante espectáculo del oleaje. Caminamos
sobre osamentas dispersas que han devuelto las olas del mar,
caminamos para abrir tantas puertas;
puertas de acero, puertas de madera, puertas invisibles,
– mudanza interior de la cual queremos desprendernos –
donde una palabra lleva todo lo que hemos podido poseer.
Los amigos ya no son originales ante la muerte
La muerte es la ceniza del poema
La muerte anda en todas partes
La muerte es huésped predilecta
La muerte es anáfora y puñal
La muerte garabatea páginas a diario
(y desordena los cuartos de hoteles
que abandonamos al amanecer).
La muerte se impacienta
y somos sus fieles cautivos.
Nos aguarda en la ciudad
con gentíos sombríos
que se buscan entre la muchedumbre
y comentan los juegos de azar
cerca de puentes y avenidas.
Por eso, lo nuestro es guarecernos en la noche
para llegar a la eterna conclusión:
los amigos ya no son originales ante la muerte.