La verdad es la única realidad
Fin y principios
Estoy en los ruidos de la tristeza,
en las tablas de la perdición,
en el aire de este tiempo maldito, infortunado;
llovizna criminal y sucia.
En aventuras, en la queja
del muerto y el terror de los vivos y el soplo
de los convalecientes.
Estoy en el clamor encontrado, fuera
de la felicidad y el fascismo y el olvido sin escuchar
la clausura y la ausencia,
sin tolerar la conmiseración, o desconocer
la alegría o la bondad o el dolor del caído.
Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia
la esperanza, viviendo a mi manera.
La verdad es la única realidad
Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien
si pertenece al mundo de los vivos, al
mundo de los muertos, al mundo de las
fantasías o al mundo de la vigilia, al de la
explotación o de la producción.
Los sueños, sueños son; los recuerdos, aquel
cuerpo, ese vaso de vino, el amor y
las flaquezas del amor, por supuesto, forman
parte de la realidad; un disparo en
la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos,
aquellos gritos irreales de dolor real de los torturados en
el angelus eterno y siniestro en una brigada de policía cualquiera
son parte de la memoria, no suponen
necesariamente el presente, pero pertenecen a
la realidad. La única aparente
es la reja cuadriculando el cielo, el canto
perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz
fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo
inmenso cubriendo la Patagonia
porque las masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad,
como la esperanza rescatada de la pólvora, de la inocencia
estival: son la realidad, como el coraje y la convalecencia
del miedo, ese aire que se resiste a volver
después del peligro
como los designios de todo un pueblo que
marcha hacia la victoria
o hacia la muerte, que tropieza, que aprende a
defenderse, a rescatar lo suyo, su realidad.
Aunque parezca a veces una mentira, la única
mentira no es siquiera la traición, es
simplemente una reja que no pertenece a la realidad.
Cárcel de Villa Devoto, abril de 1973
Eres alta y delgada
sorprendida por un deseo agrio y una apacible
seducción
vertida de sufrimientos pálidos y silenciosos
dolores estridentes y largos
sus manos pequeñas y su vergüenza y el amor
tocando su cintura
el amor que no cae milagrosamente
que se ejerce y que no se revela como a veces
suponemos
el amor que viene y va que encanta y repugna
y su soledad sin el amor revelado
y sin el otro amor compartido
la soledad sin esperanza y sin ternura
sin tibias palabras
o la atmósfera de una conversación
sin el resplandor de alguna bondadosa manera
-su madre debió ser así
delgada como el maíz
alta como la voz del canto
cambiante
como la flor de alejandría-
y las horas acariciadas
por su corazón maltratado y joven
y las apariencias fáciles
y las promesas y los sueños
este presumible destino que nunca pudo dominar
este desorden de abismo y hechos mezclados en
el tiempo
esta vida que maltrata y consuela
El ocaso de los dioses
No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos,
en el vuelo de las hojas y mis pasos quieren
reiniciar las maderas de la adolescencia.
Pero todo está abandonado, no hay nada que
pueda favorecernos; ningún aire de
inconsciencia, ningún reino de libertad. Sólo
hábitos tolerantes haciendo crujir nuestra
memoria. “Ha estado bien”, decimos.
Dueños del incendio, de la bondad del
crepúsculo, de nuestro hacer, de nuestra
música, del único amor incoherente; soberanos
de esa calle donde los tactos y la impresión
hicieron su universo.
Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo
nombre y tu gesto son una forma nocturna que
en esa constelación crece y sabe enrostrar
nuestra culpa.
Y todo termina con una esperanza, con una
dilación —”ha estado bien”—, o en un bostezo,
o en otro lugar donde es menester el coraje.
Ojos grandes, serenos
Andando, el barro nos llega a las caderas.
Calmando algunas inquietudes, han nacido
otras. Rodamos sobre nuevos remansos.
Nadie vuelve; es ahora el momento del amor. El
deseo es una ola suave; aquí en la orilla, con la
mano firme, detrás de los juncos, frente al sol.
Volarán los pájaros silvestres, las islas vencerán
a las palabras: el silencio sagrado sobre el mundo.
Iremos a la hoguera con los grandes herejes.