Francisco Layna

Los viejos que flotaban y otros poemas

 

 

 

 

NOTORIOS LOS CUERVOS ENTRE LAS TUMBAS

Notorios los cuervos entre las tumbas.
Les incomoda mi presencia, como a ella. Graznan con saña, dejando en el aire un charco de sangre, Japón en su bandera, cuatro cirios encendidos que iluminan, apenas, un sombrero color cinabrio,
de niña pequeña sobre la mesa de palo rosa.
Algún cirio y también encendido en estas laudas,
David and Carrie B. Nichols, born Oct 8, 1854, died Sept 24, 1855.
Gemelos, muertos el mismo día, a un año del nacimiento.
Los cuervos recuerdan, y saben a quien dañar, tiempo después.
Trío de cuerda, desde el principio del poema.
El lienzo dice que es dulce enhebrando agujas, pero la letra y su espíritu (san Jerónimo en mi auxilio) anuncian acíbar en su córnea. Hilandera con daga y bandeja en las manos.
Graznan como si fueran la salpicadura de un sacrificio, atávicos, sabios, negros.
No sé como decirlo,
tal vez el aire en sus momentos, la broza que me llevó hasta los nombres: David y Carrie. ¿Para qué nacer?
Dios no existe y yo quiero volver a fumar. Siempre me sucede en las vísperas del parapeto.
Los cuervos van en procesión y se saben certeros.
¿Alguien conmigo?
Un almohadón, por ejemplo, fuera de su sitio, sucio, en mitad de una vasta serranía.
El ataúd, los líquenes, a lo lejos un carrillón…
Ortigas en la cuna y púas en los jadeos. Un año de vida, seguramente un incendio en la alcoba de los niños (no quiero pensar en atrocidades).
Tengo una enemiga atroz de la que me gustaría hablar a los cuervos.
Ya no me quedan mejillas, aquí, antes, en la casa tuya en la que siempre, ineluctable, caigo enfermo (mi esposa Marta sabe bien de lo que hablo).
Tú que ahora estás muerta, dime madre mía: ¿Por qué murieron aquellos niños? Si Dios existiera me los dejaría ver. Y tal vez a ti con ellos.
Los cuervos, los cuervos …. Cruzan como clérigos. Si yo pudiera iría con ellos y les diría: asustemos con nuestras plumas a los borrachos.
Me dices, ya en la cocina, cucharas, barreños, el pan: ten calma, hazlo por mi, lo más prudente dejar que la lumbre continúe en el fuego.
¡Si yo pudiera reconocer su odio como un hijo en buena guerra!
Quizá afirme yo en exceso, contemporice poco.
Cualquiera sabe, por otra parte, que la cortesía a veces es indiferencia…
Ella cree, sin duda, que soy arrogante incluso cuando estoy ahorcado en la encina. Charol en vez de mandrágora.
Cruzan como clérigos. Si yo pudiera iría con ellos y les diría: asustemos, al menos un poco, a los borrachos.
¡Qué cruz esta tendencia a pensarme convicto, como la luna de la marea!
Hablo, para entendernos, de niños muertos, odios, cuervos…

 

 

 

HE ACARICIADO UN GATO PORQUE SABÍA QUE HOY HARÍA FRÍO

(respuesta a modo de desfile)

He acariciado un gato porque sabía que hoy haría frío.
Tuve uno que se llamaba Nápoles. Miraba desde la ventana los patios. Piernas, muletas, collarines… Una ortopedia en el bajo oreaba su rutina en el derredor comunal. Yo era niño. Supongo que después de la hepatitis.
Miraba desde la ventana el cuerpo fragmentado. Después supe del estadio del espejo de un Lacan más o menos. Una unidad ortopédica, a duras penas. Hortofrutícola, replicaría aquí Arcimboldo agitando un tenedor de madera en la mano. Trinchar es labor de sabios.
Los monstruos imaginados…
Los inventarios heteróclitos, los disparates… Anoche de madrugada, ya después de mediodía… Algunos perduran: las liebres tan campantes por el mar, por el monte sardinas, cuando no pelícanos y pulpos.
La acumulación de los fragmentos se presenta con el chasqueo del eureka lo he hallado.
Y la apropiación. El remendón de violetas blancas.
Lo irresoluto y lo momentáneo.
Diría el alcalde: solo existen citas como orugas procesionarias. ¿Un yacimiento de esquirlas? Maná del lenguaje.
Le dijo el amigo a Cervantes: el remedio es muy fácil, no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote a todos. El centón de la A la Z.
Se van acercando por las alamedas los monstruos imaginados: la creación a partir del deshecho. No hace falta ningún jardín de las delicias. No por ahora.
Los cuerpos, los textos, los nombres, incluso los vicios son la atomización de un estallido de letras y significados.
Nunca supe de mis codos. La nuca podría ser de cualquiera. Ni hablar de las recámaras.z
Si no hay otra, iremos con la olla podrida. Puerros, morcillos delanteros y algún tuétano.
El interior del hueso en la superficie del pan. Delicia para el alma convaleciente.
Mientras tanto, cosen mis hijos colchas para el deán de Tarazona.
Zurcen con retales y alfileres de oro bruñido. Los mayores son los más hábiles, aprendieron en sus ratos.
Aviso del corregidor: sepan cuantos, dice, que quien se acerque quedará amputado.
De la ballena, las barbas
Del almirez, la mano
Del puente, los ojos
Del molino, las muelas,
Del mar, los brazos,
De la calle, la boca etc.
John Ashbery: Los peces saltan parcialmente fuera del agua. Y el aire es nuevo.
Gerardo Deniz: No entiendo por qué se meten tanto con el tiempo.
Anne Carson: No parece en absoluto un poeta, excepto por las pestañas.
Alguien ha apagado la luz y han salido despavoridas las eses (nada que ver con los pavos).
Los pluralia tamtum plañen con pañoletas de organdí, y se entiende. Las cosquillas, en consecuencia, se quedan en una sola. También los víveres y las gárgaras.
Me llaman: ya tengo cita para la resonancia magnética.
Cuando pueda, tengo que preguntar a mi hermano por la muerte de Nápoles.
En eso estábamos.
Por aquí también la niebla amarilla restriega el lomo por los cristales de las ventanas.
José Kozer: No somos nada, eso lo saben Dios y las amas de casa.
Fabio Bondarino: Ayer dieron las diez a la misma hora que hoy, pero estaba vivo.
Y las tribus de Israel. El incesto es la raíz y sus hijos los rizomas. Los hijos nacen siempre en paralelo a la línea de tierra. Imitemos en esto al futuro.
Y a propósito: la mímesis es el mayor artificio, que los pájaros picoteen de las uvas del lienzo. La grandeza del engaño en el arte. Los pintores Zeuxis de Heraclea y Parrasio de Éfeso disputaron al respecto.
Y el laberinto el camino más seguro para llegar al principio.
En el Barroco era lugar común.
Ya se sabe que lo nuevo depende de las catástrofes. Se agita como un cóctel y la historia y sus museos se convierten en un sotobosque de letras y números. La broza luego se apura para las yescas y la matanza del cerdo.
Los bufones de los adverbios eructan versos de Catulo.
Stanley Cavell: pensar es una especie completa de transformación de uno mismo.
Calma, calma, vocean desde los altavoces, que el carbón necesita tiempo, y la buena uva igualmente.
Además es hora de planchar las sábanas de la reina.
Poco a poco. La prisa solo en los espejismos.
No me duelen prendas, y lo diré a pulmón lleno: nuestra faena es sencilla, una regla de tres. Cuatro esquinas tiene mi cama. Siete eran los infantes de Lara. Diez mandamientos con buril y cera de abeja virgen.
Escribo tal porque pienso ser muerto.
De una vez hablemos de lo hablado. Digamos entre líneas que la muerte también entiende de verbos enteros desde el principio.
¿Será, en rigor, que desde el octavo día todo es redundancia?
Peter Hammill, hace mucho tiempo, solo veía los amigos que había perdido.
Anamorfosis: deformemos lo real delante de los ojos. ¿Quién confía en lo que ve?
Y Boris Groys, supongo que enfadado, escribe: lo antiguo ya no desaparece, sino que permanece expuesto.
La historia se repite: Elliott Murphy también morirá en París.
Pronósticos de Perogrullo, testamentos de animales, genealogía de motes y apodos… El laberinto, metáfora teológica: el rodeo lleva al centro.
Aun recuerdo como si fuera ayer la naumaquia en el palacio Pitti de Florencia. Corría el año de 1589. El vino era de Sicilia. Cada planeta, se proclamaba a gritos, tiene su propia bebida, cáliz cósmico.
La concordia discors: abreviatura de las maravillas del orbe, colección de prodigios y novedades. Diógenes en la basura y la infantina en sus jardines. Gabinetes de la curiosidad sin que Pandora se dé por aludida. Pero el fracaso reina en los mortales: la concordia pincha en hueso porque lo real y la luz van de la mano.
Noé fue el primer coleccionista, aunque ni palabra de los lenguados. Los abandonó en sus aguas: su salvación significaba su condena eterna.
En la olla podrida el anagramatismo sale entre mistelas y hojaldres. El mejor ejemplo es Caramuel: el muy se escondía en la escritura. Sabía hacerlo como nadie pues manejaba con destreza las seis facultades sagradas.
La palabra cifra es un hebraísmo. Número y letra. Quien entienda, ya sabe. Habrá, pues, que buscar en aquel sotobosque un remedio para después de la extinción. Estaremos solos, pero todavía habrá palabras.
Y será necesario escarbar bien para crear oraciones subordinadas. En el mantillo y en la humedad de la sombra otoñal. Buscaremos con nuestras cestas de mimbre, otra vez, la ilegibilidad del mundo.
Capitán Cabeza de Vaca murió de esclerosis múltiple en un hospital de California

 

 

 

LOS VIEJOS QUE FLOTABAN

I

(suelo)

Subieron por los aires aquella mañana de llovizna casi textil, hilo de flor en el nimbo.

Los que tenían los paraguas abiertos
nunca descendieron
nunca volvieron.

Los demás fueron cayendo, algunos en un escalofrío de la luz, otros cayeron sobre una pradera de pájaros que se acercaban a ver, recién llegados, tendidos como penínsulas enteras.

Y contaron su altura.

Nos dijeron: el pasado es una probabilidad. Hagámoslo despacio. Pidamos café y hablemos de las opciones. El pormenor es cosa nuestra, el polvo y la gravedad que flota.

Déjenme decirlo: todo aquello que fuimos flota sin tiempo y puede caer sobre cualquier suelo.

Eso es lo que en verdad vimos: suelo.

Mientras, otros buscaban pero sabemos que nunca cayeron. Los que tenían paraguas abiertos no volvieron con nosotros, no fueron devueltos. Para siempre se quedaron en la altura lenta.

No barcos fantasmas, sino esqueletos que cuelgan del firmamento, empuñadura, varillas, huesos vestidos y calzados. Muertos en los confines del oxígeno.

Los otros contaron su altura y nos dijeron.
He aquí la importancia del testimonio: según la veleta, el cataviento, fuimos el arbitrio y el instante,
todos nosotros cayendo
sobre una pradera de pájaros recién llegados.

 

 

 

II

(sitio)

Mira: la manada ahí de gacelas negras.
Abrevan en paz bajo la barbilla de la luz. Parece Dios conforme con lo que sucede.

Hasta que caen los primeros cuerpos, en lento dejarse, aquí mismo, detrás de las aguas, allí a lo lejos, donde suena la claridad y las mujeres se peinan unas a otras.

Un muchacho grita con la voz en llamas: ¡han caído los viejos, han caído los viejos!

Las gacelas corren en dirección a Dios, y todo deja de ser lo que era.
Caen como plumas, como plumas abrasadas por la nieve.

Vienen para decirnos el error. La nueva enunciación Yo escucho detrás de las puertas.
Parece un miedo al menos sin cuerpo. Un miedo sin principio.

El infinito es anterior, nos dicen los caídos. El misterio está en lo sucedido. Y solo crece sin fin aquello que abandonó el instante. Nos dicen: la esperanza está en lo que sucedió, incluso antes.

Los que se acercan a observar lo hacen con velas en las manos: quieren reconocer gestos, voces, quieren verificar el color de la mirada.

Pero nadie cayó en su sitio.

Esa es la verdad: nadie cayó en su sitio.

 

 

 

III

(mientras)

Mientras es la única opción que ofrece seguridad.
Así hablan día tras día los que imponen consecuencias. Tú sabes bastante de esa primitiva labor.

El pájaro muere y en el suelo queda la sombra perenne de su muerte.
Ahora está aplastado en la calzada, en un mediodía voraz, según la luz cenital de lo que concurre. Es carne muerta, se vocean los que caminan.

Nadie te escucha, nadie te espera. Solo es martes de poquísimo organismo y escasa altura. Cuando cayeron los viejos, te acercaste con velas y corrías sin orden buscando el encuentro.

Era un martes de invierno y ninguno cayó en su lugar de origen, ajenos a cualquier elección.
Hábito, constancia en el aire, hasta que leyó en la encrucijada el oficiante mayor: no son los nuestros, no lo son.

Algunos cayeron en febrero, otros en el mar, los últimos en la planicie.
Cayeron antes de cualquier momento, en un calendario abandonado a la suerte del temporal.

Momentos, sin duda, que no son nuestros.  Ni la duración ni la edad, ni siquiera la mueca o el acento.

Todo aquello que fuimos flota sin tiempo y puede caer sobre cualquier suelo.

Eso es lo que en verdad vimos: suelo.

 

 

 

IV

(ocasiones)

Ruega el invierno acercarse a mis hijas.
Así hablaba cuando fallecía el primero de los caídos.
La esperanza está en lo que sucedió, incluso antes.
Ahora entenderás que el infinito sea anterior, al menos en ocasiones.

 

 

 

EL DESENLACE ES UN VASO VACÍO EN MIS MANOS 

Este ciempiés desconoce que escribo sobre su rápida sombra.
Es una posibilidad de origen. Tal vez esto debiera terminar aquí, en beneficio del decoro.

Solo los ingenuos y los expertos en labios dudan que el cuerpo sea un acopio, un hacinamiento. Labio es sinónimo de tal vez, dice el gracioso de la obra.

Ya hubo un caso similar, diez, doce años antes, cuando masticaba para que tú la vieras. Bajaste la mirada y viste al pavo real en el vejamen más humillante. Ahí empezaste a oír metales en la edad.

Pensemos por un momento en una respiración primeriza. Pongamos el reloj en hora y cambiemos la prioridad de los pronombres, por necesidad, por emergencia.

El ciempiés atraviesa la Anunciación, a la vista de todos. Se detiene en las manos cruzadas de la virgen. Se dirige a la boca del arcángel anunciador.

Concierne lo que digo a la vergüenza. Buscaba en el interior de su boca un desenlace huérfano. Se quedó, cansancio en letanía, dormido con el libro abierto.

Sus manos, lógicamente, se acostumbraron al mármol y al mercurio.

Dejó de acariciar.
Dejó de soñar cuando aún se podía entrar en sus ojos.

El viejo del que se habla quisiera decir en púlpito: en aquella manzana hay un gusano y en su interior hay más manzanas. Sucesivamente hasta llegar a la desembocadura. Pero ella le pide explicaciones acerca de las manos.

Decide encender la luz como quien se desprende de una túnica. Ha subido escaleras, ha sacudido la almohada, ha leído los libros fundacionales.

Le queda poco tiempo de humedad en el alma y llega ella devorando el minutero y las alas diminutas del color que nace en el blanco. Respira entre sus clavículas.

Es la historia de unos brazos forma de ciudad perdida.

El ciempiés atraviesa la Anunciación y el viejo lamenta cualquier tipo de afluente.

Resuelto está el mundo, resuelto está, resuelto está, dice el nuevo Tiresias.

Si se observa bien, la razón también tiene su temperatura.

Ovidio, desterrado y condenado en la isla, sabría decirlo. Sabría expresar cuán semejantes son los calendarios, el tacto, la adversidad, la devoción.

¡Qué homenaje a la muerte adorar el ombligo, decir en palabras su olor en forma de río! No existe mejor escondite para la edad.

Eso es lo que el viejo desea: esconder el carmín y su vocabulario bajo su mejor camisa, la que cree más verdadera.

Limpia sus zapatos como quien alimenta a un animal.

 

 

 

BELLOWS FALLS. CERCA DE LUDLOW

¿Sucedió porque alguien puso almizcle en el pebetero?

Después de 17 heterónimos del mar, un arco recorre de parte a parte la lengua.

Has besado mujeres. Yo he tenido miedo de las tortugas que devoran labios.
Entre un punto y otro de la virtud solo hay vida desperdiciada.
Aristóteles hizo del prudente un hombre desposeído del deseo.

En Bellows Falls, Vermont, hay casas para morir y casas para que nazcan los que murieron.
De la risa deduje que a veces la Historia tiene desconsolado el abecedario.
Y sabemos que los pájaros nocturnos conocen el error y nadie se mueve.

La apatía es castigada en las tres religiones. Negación de uno de los tres modos de expresión.
Es la retórica, pero ella nunca menciona cuáles son las almas que necesita.

Yo no hablo, yo no hablo, suele decirme cuando se sabe que el milagro es trampa y asunto de tinta negra.

La flaqueza afecta a la memoria, entendimiento y voluntad.

Habitación de finales del siglo XIX: fuiste el bien repartido en meses, en canciones de cuna.

Yo duermo en la parte más blanda de sus manos.

 

 

 

ALGUNOS DETALLES MAYORES

Estos árboles que hoy se encogen de hombros.

Suena su lengua materna en la altura, en las ramas altas donde se esconden los espíritus gemelos.

Estoy lejos de casa. Veo pasar cuerpos de una belleza en pie, descalzos de nombre, cuerpos que convierten en símbolo cualquier sonido.

Todos disfrutan de la brevedad, la ríen y la celebran.
Yo me pongo a escribir este pliego, miro por la ventana y veo dos liebres que se devoran de mutuo acuerdo.

 

 

 

LEEN LOS POETAS LA CARTA QUE SUSAN HOWE ESCRIBIÓ
A UN PERIÓDICO DEPORTIVO

 [“de verdad: lo he intentado”, escribió Richard Brautigan
antes de la Magnum 44]

Nueva Inglaterra es el lugar de donde provengo.

No sé si es la forma más adecuada de iniciar un saludo a amigos y hermanos.

Hay un aviso que me cruza la nuca y usa mis ojos para reflejarse: llevo días percibiendo el sonido de algo no engendrado, que se asoma sobre la seguridad y la santificación.

Por eso os escribo.

La gracia es dada a unos pocos y sé que la escritura ya no me acompaña.

¿Alguien más se reconoce en esa categoría?

Los que se ganan la vida observando comen a escondidas porque tienen miedo.
Temen que sonido y significado sean equívocos.

A mí me entristece el error que cometo cuando lo intento.

A partir de ahí cualquiera de nosotras reconocerá
que a veces el silencio se convierte en un ser.

 

Francisco Layna (Madrid, 1958). Poeta y académico español, autor de cuatro libros de crítica y decenas de artículos. Doctor en Filología Hispánica po ... LEER MÁS DEL AUTOR