Francisco Granizo

Voy a llamarte a golpes y a conjuros

 

 

 

 

SONATA

 

Deja.  Te barre un viento salvaje.

A mis manos antiguas tus cosechas.

¡Oh barca sin timón y sin  cordaje!

¡Oh jauría de flechas

 

ágiles de afilada cacería!

Salta, salta en el surco, huye a la selva hirsuta,

pávida pulpa, oh fruta

en la rama bravía!

 

Cae.  La ávida tierra baten

lúbricos cascos… hondo, rudo, vivo,

el pardo sexo late… bala el chivo

y las horas se abaten.

 

Son zumbidos de tábanos feroces,

en la alígera hoja

desprendida del árbol… ¡voces!  ¡voces!

es la baba vital que el suelo moja.

 

Tierra, fruta, cosecha,

piedra, hoja, afilada cacería,

anclada barca, al fin, quieta jauría

en la clavada flecha.

 

 

 

 

FORMA DEL CORAZÓN ANHELANTE

 

Cómo fingirte al aire que no es mío,

ave en derrota, carne en desconsuelo,

si todos los desdenes de tu vuelo

se desvanecen con mi desvarío.

 

Cómo ponerle un ancla a tu navío

y cercenarle el ala a tu desvelo,

ay, cómo desviarte de tu anhelo

con un dique de amor, igual que a un río.

 

Ser escollo y ser roca y ser la sola

isla perpetua para tu llegada

y ser el aire de tu caracola,

 

y suelto de mi viento en tu bandada

ser el golfo y la playa para tu ola,

si de amores te encuentras desamada.

 

 

 

  

VOY A LLAMARTE A GOLPES Y CONJUROS

 

Voy a llamarte a golpes y a conjuros,

a tristes manotadas y arañazos,

con salivas y trapos, y los brazos

y los dientes frenéticos. A oscuros

 

saltos atroces disolver tus muros,

morder tus huellas y enjaular tus pasos

y beberte y romperte y en pedazos

amarte. Atarte los desdenes duros,

 

la sombra, el aire, el sueño y el acento,

y de mis gritos tras las altas rejas

recluirte el afán y el movimiento.

 

Pero, inútil prisión, si tú le dejas,

a desarmado, contumaz intento,

acuchillarse con filudas quejas.

 

 

 

 

PERPETUA

 

Perpetua, como los huesos que atraviesan mi carne,

(porque debes saber, amada, que este calcio mortal

no es osamenta, que es traspasante espina y enfurecida lanza)

como la tierra desesperada y seca, como los árboles;

honda y turbulenta en las viejísimas sangres de

la tarde encendida de sueños y aves…

eres, amada, oh agua, oh nube y hoja en la lenta distancia.

 

Por buscarte, adelgazados hasta el vuelo de la

muerte están los tristes brazos…

¿Qué saliva pudo, jamás, tocarte?

¿qué polvo pudo, en tus grandes lágrimas, acercarse a mi barro?

¿Cuántas veces te he dicho mi silencio? ¿cuántas veces mis palabras,

nada más que en tus ojos se abatieron, cansadas, como pájaros?

 

(Y estoy solo, traspasado de mí, atravesado de mis huesos, dolorosos

y doloridos huesos de hombre, igual a una raíz inútil en un suelo

desconocido, igual a la lengua de un perro en el agua salobre)

 

Yo te llamé con el más simple nombre, como el aire,

limpia en lejanos cristales y alta de fugas, oh perpetua como las alas.

 

Yo, gemebundo, con pávidas astillas me clavé a la esperanza,

y la esperanza no era más que mi carne ciega y vana.

 

¡Qué vegetal dolor el del recuerdo

crecido en la dulce comarca que apacentó tu nombre!

¡qué transparentes sueños a la orilla de sueño de tus aéreas manos!

 

(Y yo, un hombre en soledad, un tibio borde de amargura, un latido

en la ceniza del crepúsculo, una pequeña nada,

una sombra crecida en tu cierta palabra,

estoy en la mudez de traspasada carne)

Háblame con la infinita voz que en los cielos gira y canta,

que es estrella en la noche y rocío en la niña mañana.

Háblame tú, recién nacida, eterna y perpetua distancia.

Háblame tú, perpetua al acabado corazón,

al enterrado corazón de tierra

y a la ahogada palabra.

 

 

 

 

Amado amigo, tibio amigo,

desde las mudas horas secas,

desde el crepúsculo perpetuo,

 

desde las ruinas de los sueños,

por los viejos caminos de mi lengua,

simplemente has venido, simplemente has venido.

 

Yo viví casi en paz.  Vivía

con la humildad de los pedruscos,

tierno como las altas aves,

 

hondo, bello como la tarde,

en la  nube y en el agua maduro…

simplemente vivía, simplemente vivía.

 

Tuve mi dios: una libélula

de musicales alas.,

alegre bajo el sol, y vana.

 

Tuve un pequeño corazón de tierra

Húmedo, infantil y sabio,

con no sé qué de lluvia y no sé qué de pájaro.

 

Yacente, puro, en el sencillo barro,

apenas heridor de la corteza

del olvido, en el árbol,

 

quietos el aire y las arenas

de las horas, la última estrella

en la inefable piel del charco,

 

y una rama y una tórtola lírica

que era el alma,

en pureza de pan y sal,

vivía.

 

¿Es que tus pies eternos no me hollaron bastante,

y tu insaciable, duro dedo

no modeló la exigua carne,

hasta la luna del misterio

¡oh! no me traspasaste,

que has venido al caer de la tarde?

 

Pero tú, amado, amado y tibio,

antiguamente cierto y casto

y doloroso, loco espino,

 

más allá de la lengua y de la mano,

has vencido,

cuando el silencio era más alto.

 

Perfecto, rubio y limpio,

has llegado.

Posa, breve es el dulce cardo.

Enloquecido niño

que con tu pie rompiste el lucero y el charco.

Francisco Granizo Fue un poeta ecuatoriano nacido en Quito el 8 de noviembre de 1925 y que falleció Quito el 21 de enero de 2009. Considerado por algunos com ... LEER MÁS DEL AUTOR