Voy a llamarte a golpes y a conjuros
SONATA
Deja. Te barre un viento salvaje.
A mis manos antiguas tus cosechas.
¡Oh barca sin timón y sin cordaje!
¡Oh jauría de flechas
ágiles de afilada cacería!
Salta, salta en el surco, huye a la selva hirsuta,
pávida pulpa, oh fruta
en la rama bravía!
Cae. La ávida tierra baten
lúbricos cascos… hondo, rudo, vivo,
el pardo sexo late… bala el chivo
y las horas se abaten.
Son zumbidos de tábanos feroces,
en la alígera hoja
desprendida del árbol… ¡voces! ¡voces!
es la baba vital que el suelo moja.
Tierra, fruta, cosecha,
piedra, hoja, afilada cacería,
anclada barca, al fin, quieta jauría
en la clavada flecha.
FORMA DEL CORAZÓN ANHELANTE
Cómo fingirte al aire que no es mío,
ave en derrota, carne en desconsuelo,
si todos los desdenes de tu vuelo
se desvanecen con mi desvarío.
Cómo ponerle un ancla a tu navío
y cercenarle el ala a tu desvelo,
ay, cómo desviarte de tu anhelo
con un dique de amor, igual que a un río.
Ser escollo y ser roca y ser la sola
isla perpetua para tu llegada
y ser el aire de tu caracola,
y suelto de mi viento en tu bandada
ser el golfo y la playa para tu ola,
si de amores te encuentras desamada.
VOY A LLAMARTE A GOLPES Y CONJUROS
Voy a llamarte a golpes y a conjuros,
a tristes manotadas y arañazos,
con salivas y trapos, y los brazos
y los dientes frenéticos. A oscuros
saltos atroces disolver tus muros,
morder tus huellas y enjaular tus pasos
y beberte y romperte y en pedazos
amarte. Atarte los desdenes duros,
la sombra, el aire, el sueño y el acento,
y de mis gritos tras las altas rejas
recluirte el afán y el movimiento.
Pero, inútil prisión, si tú le dejas,
a desarmado, contumaz intento,
acuchillarse con filudas quejas.
PERPETUA
Perpetua, como los huesos que atraviesan mi carne,
(porque debes saber, amada, que este calcio mortal
no es osamenta, que es traspasante espina y enfurecida lanza)
como la tierra desesperada y seca, como los árboles;
honda y turbulenta en las viejísimas sangres de
la tarde encendida de sueños y aves…
eres, amada, oh agua, oh nube y hoja en la lenta distancia.
Por buscarte, adelgazados hasta el vuelo de la
muerte están los tristes brazos…
¿Qué saliva pudo, jamás, tocarte?
¿qué polvo pudo, en tus grandes lágrimas, acercarse a mi barro?
¿Cuántas veces te he dicho mi silencio? ¿cuántas veces mis palabras,
nada más que en tus ojos se abatieron, cansadas, como pájaros?
(Y estoy solo, traspasado de mí, atravesado de mis huesos, dolorosos
y doloridos huesos de hombre, igual a una raíz inútil en un suelo
desconocido, igual a la lengua de un perro en el agua salobre)
Yo te llamé con el más simple nombre, como el aire,
limpia en lejanos cristales y alta de fugas, oh perpetua como las alas.
Yo, gemebundo, con pávidas astillas me clavé a la esperanza,
y la esperanza no era más que mi carne ciega y vana.
¡Qué vegetal dolor el del recuerdo
crecido en la dulce comarca que apacentó tu nombre!
¡qué transparentes sueños a la orilla de sueño de tus aéreas manos!
(Y yo, un hombre en soledad, un tibio borde de amargura, un latido
en la ceniza del crepúsculo, una pequeña nada,
una sombra crecida en tu cierta palabra,
estoy en la mudez de traspasada carne)
Háblame con la infinita voz que en los cielos gira y canta,
que es estrella en la noche y rocío en la niña mañana.
Háblame tú, recién nacida, eterna y perpetua distancia.
Háblame tú, perpetua al acabado corazón,
al enterrado corazón de tierra
y a la ahogada palabra.
Amado amigo, tibio amigo,
desde las mudas horas secas,
desde el crepúsculo perpetuo,
desde las ruinas de los sueños,
por los viejos caminos de mi lengua,
simplemente has venido, simplemente has venido.
Yo viví casi en paz. Vivía
con la humildad de los pedruscos,
tierno como las altas aves,
hondo, bello como la tarde,
en la nube y en el agua maduro…
simplemente vivía, simplemente vivía.
Tuve mi dios: una libélula
de musicales alas.,
alegre bajo el sol, y vana.
Tuve un pequeño corazón de tierra
Húmedo, infantil y sabio,
con no sé qué de lluvia y no sé qué de pájaro.
Yacente, puro, en el sencillo barro,
apenas heridor de la corteza
del olvido, en el árbol,
quietos el aire y las arenas
de las horas, la última estrella
en la inefable piel del charco,
y una rama y una tórtola lírica
que era el alma,
en pureza de pan y sal,
vivía.
¿Es que tus pies eternos no me hollaron bastante,
y tu insaciable, duro dedo
no modeló la exigua carne,
hasta la luna del misterio
¡oh! no me traspasaste,
que has venido al caer de la tarde?
Pero tú, amado, amado y tibio,
antiguamente cierto y casto
y doloroso, loco espino,
más allá de la lengua y de la mano,
has vencido,
cuando el silencio era más alto.
Perfecto, rubio y limpio,
has llegado.
Posa, breve es el dulce cardo.
Enloquecido niño
que con tu pie rompiste el lucero y el charco.