Francisco Avendaño

Esta memoria de un tiempo que no me pertenece

 

 

 

 

NUEVAS VOCES DE LA ARGENTINA
Por Luis Benítez

 

La poesía de Francisco Avendaño se distingue por la voz, generalmente crispada y atravesada por el peso de una conciencia crítica, que observa implacable sus propios universos interiores y la objetividad de cuanto lo rodea, así como las intersecciones entre ambos campos -bajo la certeza de que conforman una sola unidad- con las consiguientes crisis y los choques constantes entre un espacio vital y el otro.

Luis Benítez

 

 

 

POEMAS DE FRANCISCO AVENDAÑO

 

 

(el lenguaje de los restos)

 

“Hay que incendiar la poesía
y cantar luego
con las cenizas útiles.”
Jorge Boccanera

 

Siempre es agua,

por mucho que la luz se manche en los charcos,

la lluvia detenida bulle en renacuajos y el día

es el brillo en las botellas rotas.

 

Aquí el concepto ensucia las manos.

 

Flores de nylon que el viento enredó en las ramas,

pañales y forros,

envases,

diarios viejos.

Mientras la tierra retrocede,

crecen los márgenes.

 

Mi ciudad sólo recuerda en los escombros,

a pesar de libros y templos,

no aprendimos otro modo.

 

Aquí todo persiste

sin palabra o sedimento.

La imagen es el poema provisorio

y el orden el lenguaje de los restos.

 

La ciudad se estira hasta desbordarse,

el límite es el ritmo con que crece y olvida la marea.

 

(Del libro A nivel del mar)

 

 

 

Soy también el otro…

Soy también el otro,

el que ocurre después del límite de mi cuerpo,

sombra manchada de conjeturas,

precaución que presiente lo que presiento.

¿De quién son los pasos que ensombrecen la luz debajo de la puerta?

¿De quién el soliloquio indescifrable

que deletrea mi pared hasta el escombro?

Mis cansadas raíces se sueltan del sueño

y caigo en este mundo por el grito de una alarma.

Subo otra vez hasta mis ojos,

afirmo el horizonte detrás de mi ventana

y resumo el sol entre los techos.

El día es lo que separan mis párpados hambrientos,

nostalgia desolada de encontrar a dios en todas partes.

El misterio

es un orzuelo en el triángulo tuerto de un dios impar,

yo soy el desierto que habito,

el baldío de palabras

dónde se herrumbran las cosas

que nadie nombra.

 

(Del libro Simulacro)

 

 

 

(Usted está aquí)

 

“Los lugares nos definen a medida que los definimos.
La cartografía es un arte de creación recíproca.”
Alberto Manguel

 

Una brasa paciente socava el abismo de un mortero.

Yo, que la veo agotarse,

estoy haciendo mi trabajo,

imprimiendo mi huella en el lomo del mundo,

arrugando la frente del rio

con el peso de mis pasos.

Soy apenas una línea que se enreda entre las raíces derrotadas,

un temblor que sube por las hilachas del cauce

y suelta peces telegráficos a la costa.

Soy la otra mitad de este puente

la que sólo puede prever

los caminos que la asedian.

Del árbol sé

la sombra y el fruto

y los panes dorados

y el leño abatido,

pero se me escapa

la misteriosa dieta del clavel del aire,

la rama en la que sucede el canto del pájaro,

las estrellas encandiladas que traga el cielo de las ciudades.

Tengo apenas un verbo balbuceante

que abre los dedos en el magma de la noche

y lanza un zarpazo a tientas

sobre la corteza del agua,

buscando el sitio en el que resplandece

el hueso de mi corazón.

Adentro

del cuenco perfecto

la luz se ha molido

y con ella van mis ojos

creciendo en un mantra de coyuyos aturdidos

como un embudo de fuego

exprimiendo el sol

gota

por

gota.

 

(Del libro Simulacro)

 

 

 

Santiago del Estero

 

II

¿Quién me legó esta ciudad envejecida,

esta memoria de un tiempo

que no me pertenece?

Los paisajes que la noche inventa,

la reiterada porfía del mediodía ciudadano,

ocultan un antiguo cansancio

bajo la piel del tiempo

sobre las veredas.

Ahí donde mis pies repiten una huella penitente,

otra sombra pensó con tristeza

las cosas que hoy pienso,

las palabras que uso a diario,

la costumbre del verbo.

Alguien ha sabido de esta soledad en el tumulto,

alguien

ha escrito los versos

que dibuja mi mano.

Hasta el río lleva su pulso detenido

por un derrotero ya trazado.

 

(Del libro La Piedra de Sísifo)

 

 

 

(3.600)

 

“Solemos olvidar
que la poesía es un instante
sabiamente clausurado
antes de que aprendamos a balbucear
la eternidad.”
Ana Emilia Lahitte

 

Uyuni se fuga en las escamas de un pez interminable,

vibra en el cuerpo seco de un flamenco

cuando la muerte lentamente sucede sobre los hexágonos de luz

y la bandada se desgrana en una pregunta.

 

Primero naufragaron en la oscuridad,

el agua les cosió los pasos

y otra vez la sequía les llenó de silencio la mirada.

Dicen que los cactus del salar

son hombres condenados

cáscaras del viento que guardan la palabra de Wiracocha,

el ruido que los despertó a la vida.

Dicen que levantaron unas islas

con sólo permanecer

aferrándose a la tierra.

Aquí, lejos de todo, no existe el aquí,

sólo el rumor de un nervio catódico que se desvanece.

Flores de piedra como ofrendas del miedo,

fantasmas de bórax que aun queman mis párpados

Y la lúcida resignación de los derrotados,

los que mueren ahí sedientos de paisaje

ciegos por el clamor de la nada.

 

Sobre este suelo cada sol es definitivo.

El salar se ocupa de lamer el cielo

para que la noche se ensanche.

 

(Del libro A nivel del mar)

 

 

 

Poesía circular

 

Sutil pero concreta

Una pulsión que trepe por los dedos

hasta tu lengua

un malestar preciso

constante

Abolir de inmediato todo otro tipo de trance

que la carne nos guarde ateridos

que nos cierre la piel el horizonte

las ideas suceden en cadena

como violentos puntos de una línea

un ansia cardinal nos divide el paisaje

 

Yo lanzo mis flechas al cielo de esta noche

y espero

El día beberá de los pájaros abatidos

 

Las palabras que desentierro

no tienen fin

tampoco origen

la sed que las busca es parte del mecanismo.

 

(Del libro Biografía del Instante)

 

 

 

Siempre ha sido hoy…

 

Siempre ha sido hoy,

Desde hace siglos.

El almanaque sigue ardiendo sin rastro ni ceniza,

Hojas incandescentes que niegan la luz del árbol que las llueve.

La historia con sus letras de bronce

los templos y su divina intemperie

la sangre que solo se derrama

la tierra eternamente prometida

el diluvio ecuménico

el olivo presunto en el pico de un ave

la naturaleza sorda a los nombres que la invocan

la felicidad en un retrato difuso de la Amnesty Internacional

el indio que traza su grito

por las cicatrices de mezcalina que recuerdan las tinajas

el ejercicio de la fuerza como un brutal derecho humano

el hambre convincente

las increíbles Razones de Estado

el dios de los montes como un esqueleto frágil

insolado de pirañas

el humo de las topadoras ensombreciendo el paisaje

la diosa del mar presa en un paréntesis de petróleo

el dios verdadero de los vencedores

los límites políticos,

geográficos,

poéticos

las humanas limitaciones naturales

todo el viento que estremece las banderas

el empujón en el aspa del molino

el dulce quejido de semillas en la rueca

el pan que se multiplica por milagro

el gratuito pan de los romanos

el ausente pan de la Revolución

el pan desnutrido que se comen los parásitos

las costillas que respiran un aire doloroso

las moscas que aturden los cadáveres

los continentes de pelo que devora la Gillette Co.

las dietas necesarias al deseo

los músculos evidentes y dispuestos

la pixelada memoria del pornógrafo

los impulsos que se atrofian de tanto estimularse

el ánimo de lucro por toda concupiscencia

la síntesis del obituario

la sintaxis del dolor

la semántica del miedo

leprosos que sueñan con la resurrección de la carne

moribundos que demuestran la vida imperdurable.

Todo estuvo sucediendo,

como el tenue gravitar de electrones

en el centro de un átomo.

Mañana

también ocurrirá

el minucioso crepitar de la llama.

 

(Del libro Simulacro)

 

 

 

Lluvia

 

Borges tenía razón:

la lluvia es algo que sucede en el pasado.

Entre el olor a tierra mojada

que anticipa en la distancia

el instante mágico del agua

hay una evocación eterna del ayer.

Entre gota y carámbano

rumorea la nostalgia.

Las calles, cuando se visten de lluvia,

se parecen y recuerdan

interminablemente.

El temporal va relamiendo

los bordes de las casas;

antes ablandaba piedra por piedra,

con el duro tesón del agua,

las montañas

y hoy sólo recorta lentamente

los bordes de las casas.

Testimonio de vida y muerte:

aguacero, Vallejo, los días jueves…

 

(Del libro Verbos Indelebles)

 

 

 

Celo

 

“De todo nos salvará este amor,
Hasta del mal que haya en el placer”
Encuentro en el río, Virus

 

Asidos a la cuerda del perfume,

como cuentas de un rosario disperso por la ciudad,

los une el secreto clamor que emite hembra.

El olor agitado

se escurre entre el ruido,

trepa en los techos,

rueda sobre los autos,

viaja en el pregón de los mercaderes,

en las gotas de saliva que profieren los peatones,

en los árboles (vivos y muertos)

firmados con orina.

Con un viento aturdido que imanta las sombras

nace la jauría.

Un impulso idéntico

amontona jadeos expectantes,

ojos absortos,

dientes que se revelan

en la amenaza de una sonrisa.

“Todo lo que anhela mi cuerpo es mi territorio”

ladra el aire que aún los separa

y una lengua urgente

espía el cerrojo

que mantiene el mundo en su sitio.

Ellos simulan un salto imposible,

la hembra será siempre inaccesible

como el futuro.

La muerte se agazapa

si es que tiene que nacer

y cuando cesa la necesidad

que los impulsa,

cada quién enfrenta su rumbo,

el efímero puente que los sujeta

se parece al amor

pero responde a otro nombre.

 

(Del libro Playlist)

Francisco Avendaño Nació en Santiago del Estero, Argentina, en 1980. Publicó los poemarios Biografía del Instante (2009), Trece postales de bar ... LEER MÁS DEL AUTOR