Los nombres que yo no debería oír
[AL TOCAR EL FUEGO]
Al tocar el fuego en mi cuerpo por primera vez,
una luna fue evocada para contener sus desgracias.
Luna demasiado grande para caber en una sola noche.
Una pequeña urna de motivos dejaba rastros por donde pasaba.
Urna-animal arrastrándose por entre las muertes que saltaban de un cuerpo incendiado.
He sangrado fuego por un mes entero.
En la mañana en que desperté nada en mi cuerpo recordaba lo que hubo.
La cama estaba intacta como una fatiga sin uso.
Mis instintos empezaron a orquestar otro incendio.
No importa cuántas veces me libre de mí misma.
Volveré a comer mi carne a beber mi espíritu.
[LAS SOMBRAS ESCUCHAN]
Las sombras escuchan los pasos de nuestros anhelos.
Ninguna de ellas sabe cómo volver a casa.
Por dondequiera que miremos serán siempre las mismas,
el desgranado de formas anticipadas,
la nutrición de los acasos,
los aforismos dilapidados.
Las sombras queman por dentro los perfiles lacrimosos de las visiones,
árboles haciendo postura donde el cuarto simula una selva.
¿Qué suponemos en esa carnada de horizontes?
Las sombras rastrean debajo de cada cuerpo.
Nunca vamos más allá de nuestro varal de tinieblas.
Esperamos la luz en falso.
Hace frío en los huesos de la tempestad,
en la concha hambrienta de los sueños.
Las sombras confiesan las noches que perdieron.
Es casi día.
Nos dejamos tocar por la grafía del mito.
PARADOJAS AFECTADAS POR EL PÁNICO
Una de ellas mascaba sus paradojas afectadas por el pánico.
Ya no distinguía entre el cráneo y el útero la casa secreta de sus temblores.
El día encarnizado. La noche hemorrágica.
El silencio envilecedor con que electrocutaba sus mareas delirantes.
Cine mudo de angustiantes excavaciones.
Una de ellas hacía de sus sábanas una cabaña y en su interior escondía el milagro de los corrimientos.
Las paradojas, sin embargo, se reproducían con lesiones pretéritas.
El cuerpo en desorden. El alma en llamas.
La evidencia inarticulada temiendo ser desovada.
La brea en el centro de la luz.
La historia incierta de que sólo una de ellas se atreve a prever.
La puerta sellada.
El rito inútil.
RESERVA DE VIDAS CORROMPIDAS
Somos una reserva de vidas corrompidas.
Un galpón de instintos alimentados por la herrumbre.
Si una de nosotras fue Cibeles, nadie sabrá.
Hermínia, Juana, Dalva – llegamos todas encapuchadas.
Las noches ciegas trafican nuestros deseos como una selva afligida de ramas y gomas lechosas.
Quien diera el aislamiento corregir algún vértigo.
El ocio apela a un tribunal de huesos precarios.
Todo lo duele. La ventana con el horizonte polvoriento. El enfermero con sus manos orgíacas.
El cemento sucio que acoge nuestro infierno. Todo.
Ninguna hambre. Ninguna sed.
Sólo un río de cicatrices heridas.
Y una sílaba desgobernada que nadie más escucha.
[INVERSIÓN QUE SE REPITE]
Inversión que se repite.
Un racimo de enigmas.
Hortalizas del más oculto deseo.
La otra había pegado la cama en la ventana fingiendo ser el espejo de cuánto su mirada imaginara.Inversión de formas anestesiadas.
Lágrima fuera de orden.
La veíamos siempre de espaldas a todas, retratando las mentiras que se contaba a sí misma,
al regar sueños y saborear náuseas.
Ella completamente suelta entre sus mitos.
Gorjeo de estigmas que descepan las noches.
Caravana de azotes que desterraban la ventana del alcance de su mirada.
Ella entonces se repetía como una mentira implausible,
un doble farsante,
un pasado inexistente.
[CUATRO PIELES]
Con el cielo doblado en cuatro pieles,
desciende por los requintes de un dolor que se repite:
música de agotamiento,
el límite de trabajos corrosivos,
sin que hubiera aprendido a deletrear el mundo razonable.
Desciende añadiendo un río en cada contracción,
un hogar de gemidos renombrados por el ansia.
Sé cómo librarme del hechizo.
La extraña mujer a leer en el fuego el libro por ser escrito.
La cama desgobernada en los labios de la noche.
Ella en súplicas: ella en lágrimas: ella en mí.
Sé cómo librarme.
Un sueño programado al pie de la aflicción.
Yo quiero mi tercio de arena,
el matorral creciendo por dentro de los trucos abandonados.
Ella en cuatro pieles descerrando enigmas.
Yo beso la tierra seca, el árbol quemado.
Mi nombre se pierde en sus vísceras.
El hechizo está escrito en algún lugar.
Con su oficio de doblarme,
el dolor no para de escupir un milagro áspero de grietas.
LOS NOMBRES QUE YO NO DEBERÍA OÍR
Ella me dice los nombres que yo no debería oír,
tal vez para que yo sepa por dónde empezar a morir.
Y me traduce un delirio a los orujos en medio del dolor incesante.
Masca las mismas palabras que tal vez sean una sola.
No sé cómo llamarla.
La cama se desliza por una sábana de cadáveres.
Tantos seres iguales a nosotros que nos desconocemos.
Un verbo suspendido extravía a los demás.
Multitud a repetirse en una acústica de desmayos.
Mi carne se deshace profundamente.
Soy el nombre que me usa para apartarme de mí.
Ni siquiera duerme un instante para que yo rece en silencio.
Necesito un abismo con que estancar el dolor.
Respiro arenas ardientes,
la tierra inflamada con acordes fatales,
costillas apiladas como cuchillos.
Esmero de cortes de un pulmón a otro.
Ella me dice las hazañas que debo descifrar,
la hora probable en que el miedo entra en declive.
No estoy muy seguro de entenderla.
No la escucho ni sé cuántas son.
El hospital con sus corredores prolongados dentro de mí.
Mi pecho quemando unos últimos árboles.