Fernando Valverde

Basta una mano para sujetar una piedra
ya sea la de un desconocido o la de un hermano

 

 

Por Gordon E. McNeer. University of North Georgia

 

Fernando Valverde (Granada, 1980) es profesor de poesía en la Universidad de Virginia. Su excelencia como docente le valió la Orden de José Martí, un reconocimiento del amor que los estudiantes sienten por él. Uno mira a los ojos a Fernando y puede ver la poesía ardiendo. Uno mira a sus ojos y no entiende cómo alguien pudo utilizar a su madre enferma durante la pandemia, cómo crecen el mal y la mentira. Fernando es probablemente el más destacado poeta de su generación en lengua española, pero su humildad es algo que impresiona a todos. También su sinceridad. No le importa hablar de aquello que duele, no siente vergüenza por el sufrimiento. Estamos acostumbrados a la sonrisa de Fernando Valverde, a su pasión por las cosas. Es por ello que Desgracia, su nuevo libro publicado por Visor, va a sorprender a sus lectores. Su poesía ha crecido, y mucho. Hace unos días, en Atlanta, frente a una taza de café, primero, y en una librería de segunda mano, después, le realicé esta breve entrevista.

¿Por qué Desgracia? Es un título desolador que muy pocos querrían para su libro.

Gordon, es lo que hemos vivido. Todos hemos sufrido en mayor o menor medida. Tú escribiste tus poemas de Walden, que tampoco guarda un significado muy alentador. Los dos sabemos que la poesía tiene que atreverse a poner su nombre a las cosas. No podemos conformarnos con la superficie. Vivimos en un mundo que aplaude la felicidad, el éxito, el triunfo, la fama. Un tiempo de aplausos fáciles. Quienes hemos decidido dedicar la vida a la poesía no podemos ceder al chantaje del neoliberalismo que nos muestra cuerpos perfectos para vendernos camisetas o familias felices para que compremos refrescos. La poesía tiene que reaccionar contra esa falsificación de la verdad.

En Estados Unidos se habla continuamente de las Fake News. ¿Este fenómeno de lo falso ha traspasado la información política?

Absolutamente. Está corrompiendo todo, incluso la poesía. He escrito sobre una Fast Poetry o Fake Poetry que emplea las técnicas propagandísticas del neoliberalismo para rentabilizar la estupidez. Nos enfrentamos al peligro de un mundo deshumanizado en el que sea imposible distinguir la verdad de la mentira. Son las tinieblas, la novena plaga bíblica. Lo que vino después es bien sabido por quienes leen.

Es por eso que comienzas con la cita de Raúl Zurita: “Verás no ver y llorarás”.

Así es. Pero creo que estamos a tiempo de reaccionar y antes de quedarnos completamente ciegos podemos reconciliarnos con la vida natural, con el humanismo. Pero Zurita es un visionario y yo no, así que deberíamos de estar preocupados.

¿Sirve de algo preocuparse?

Sirve tomar conciencia. Vivimos una ficción grotesca. Creemos que somos más libres que nunca en la Historia y posiblemente estemos viviendo la época de más control y más falta de libertad que jamás haya existido. No es que crea, como Shelley, que la mejor época de la humanidad fue entre Pericles y la muerte de Aristóteles en la antigua Grecia. No se trata de eso. Pero ahora, en nombre de la libertad, necesito unos veinte documentos para enseñarle a mi hijo el mar de Liguria. Hemos normalizado la burocracia al servicio del capitalismo, nos hemos convertido en parte de un sistema que discrimina pero por el contrario algunos presumen de haber democratizado la opinión y la poesía. La poesía siempre ha sido un territorio libre. La poesía no necesita salvadores, la poesía salva.

¿En qué sentido te salvó a ti?

Tal vez no me salvó a mí, pero salvó a mi hijo, porque lo alejó de lo que Dante llamaba la Caína.

¿Echas de menos España?

Echo de menos a mi madre y a unos pocos amigos que cada día son menos. Con la primera no puedo hablar, no sé dónde vive, no tengo su teléfono. Sabes bien que he recurrido a la justicia pero de nada sirve. En mi país engañar a una enferma mental y arrebatarle a un hijo y a un nieto no importa nada. Estuve en un juicio en el que cuatro hombres decidían el destino de una mujer. Es obvio que se trata de una herencia del franquismo. Todavía hay quien piensa que puede poseer a una mujer, pero este no es un mal de mi país, sino del mundo.

Tu libro, como el mío, parece una reunión de muertos que hablan entre ellos. ¿Pudiste escucharlos o sólo estaban allí para hablarse entre ellos?

Los dos sabemos que los muertos nos hablan de una forma u otra. Lo hacen a través de los recuerdos, nos advierten, nos obligan a mantener una moral, una decencia. No se trata de un suceso paranormal. Quien deja de escuchar a sus muertos no puede escribir poemas.

Caín es un poema demoledor. Da miedo. El hombre es un lobo, ¿pero el hermano?

Basta una mano para sujetar una piedra. Puede ser la de un desconocido o la de un hermano. No será la primera ni la última vez. Escribí Caín con los dientes. Está lleno de dolor, pero también de una intención superior a toda mi poesía anterior. Hice lo posible por concederle la inmortalidad a la mano y la piedra.

Después de mucho tiempo, vuelve a aparecer tu abuelo en el libro. Ese paisaje de la infancia.

Decía Lord Byron que no existe la juventud sin el mar. Estoy completamente de acuerdo. El poema sobre mi abuelo, dedicado a uno de mis grandes amigos, Pablo Luna, que ha llenado un vacío en mi vida demasiado grande; es un regreso al mar, una visión, un paisaje onírico que es vencido por la realidad.

El libro termina con tu madre caminando por la oscuridad… pero es una niña. Tú no habías nacido pero la estás observando.

Esa es la magia de la poesía. Pude verla correr, saltar, tener frente a ella todas las oportunidades. Ella no sabía quién era yo, pero estaba allí, sentado en un paseo marítimo, imagino que en Almuñécar. Puedo recordar hasta el color de las baldosas. En un momento se detuvo y me miró fijamente con sus ojos oscuros llenos de luz. Entonces comprendí que la desgracia estaba escrita. Es el último poema del libro pero fue el primero que escribí. Podría haber sido también el final de La insistencia del daño.

Fernando Valverde (Granada, España, 1980). Fue elegido por críticos de más de un centenar de universidades (Harvard, Oxford, Princeton, la Sorbonne y Colum ... LEER MÁS DEL AUTOR