Fabricio Estrada

Vallejo me dio un poema

 

 

 

 

Del cómo un ejercicio de respiración nos lleva a Spinoza

 

“Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte,
y su sabiduría no es una meditación de la muerte sino de la vida”
(B. Spinoza)

 

Y no vendrás a decirme

que la vida termina

con un tordo que llega y se estrella

en la claridad de los muros,

que el tiempo es imán perfecto

para destinos inefables

y que el latido de dos amantes

nunca nos traerá el eco

de lo que alguna vez fue verdad

o simplemente el atisbo medroso

de flores eternas.

 

Nunca me será necesaria La Enciclopedia

para aceptar la simpleza

de un pájaro derribado por mis piedras

o un amor

que arranqué de cuajo

para empalarlo

ante el romántico sol de un crepúsculo.

No es suficiente lo que veo y soy

para entender el accidente

que hizo de la estrella

una mala metáfora de lo infinito;

respiro y hablo,

advierto y predigo,

y aun así nada es suficiente:

 

los planos se despliegan

y en ellos nadie explica

dónde se borran las líneas

o dónde comienza el filo

de este papel imaginario

que me tocó en suerte vivir.

 

 

 

  

De cuándo toco a la puerta y me espero

 

a Rigoberto Paredes.
In memorian

 

Al lugar que fui con esta puerta a mi espalda

dando tumbos y midiéndome solo

en los cuartos más distantes

donde nadie tocaría a mis hombros

o miraría curioso el cerrojo del corazón.

Al lugar donde abrí a las calles mi encierro de espejos y huellas

mapas de otros que intenté borrar

como del vaho perfecto un nombre o trazo de alas,

no importa,

pero fueron tantas puertas a las que fui en silencio,

tantas llaves lanzadas al azar

a la fuente de las memorias,

las puertas, sí, las puertas a las que fui como a una tumba asignada

con un ramo de llaves y una señal de auxilio o espanto

con un resplandor parecido

al que lanza un cazador aterrado

de frente al minotauro.

 

De las tantas puertas que fui

y de las muchas otras que vine

-las arrancadas, o las que hurtaron del naufragio-

ahora sólo me quedan goznes, quicios,

herrumbrosas aldabas con las que insisto todos los días

sin recibir un tan solo eco

absolutamente nada.

 

 

 

 

Canzone Fellini

 

Ay de los hiperbóreos gatos

del ambarino Vístula,

ay de los gatos del Shangri Lá

omniásticos y videntes.

 

Ay de los gatos de Karnak

guardianes e intérpretes,

sombras prudentes del ronroneo fúnebre.

Ay de los gatos equilibristas

ahogados en el Yang Tsé

y aparecidos intactos en Nazca y Titicaca.

Ay de los gatos del Jordán

que no ayudan al trasiego como los perros

y prefieren esperar en la otra orilla

con su garra hipócrita.

 

Ay del gato inmolado en todo barrio,

mártir de Salem

y amuleto para impacientes.

Ay

de los gatos todos,

escuadras sigilosas, falanges indomables,

herederos de un mundo

que se irá de cabeza, mientras ellos

parcos y serenos

caerán siempre

de pie.

 

 

 

 

Vallejo me dio un poema

 

“Serpea el sol en tu mano fresca
y se derrama cauteloso
en tu curiosidad.”  (Trilce)

 

Se hizo marzo la noche

y también yo voy cantándole a París.

¡Qué invento el del moaré!

abanico el paisaje con mi pestaña.

 

Se hizo de pronto la luna

y todo flota en su duda.

Construyo gramatical mi propia tumba,

con palabras han de cubrir mi ceño.

Marzo que vibra y gotea,

calentura que trae el delirio de las cigarras,

madre que se sienta allá, junto al río

y salta en los copantes su figura

y se retrae y murmura con sangre fría.

 

Códigos de los brázigos que se alargan

hasta la punta de un lápiz

que hurga el panal de la noche

en son que zumbe el enjambre de estrellas

en los sueños que hace marzo,

selenitas

para que vengan todos a flotar en la duda.

 

 

 

 

Correo para un amigo

 

Heber, ayer

un pobre hombre fue muerto a tiros

mientras comía una naranja.

Yo no vi su agonía

sin embargo, cada mañana

he podido ver el redondo lugar

que dejó al caer.

 

Sobre él, dos niños juegan al trompo

y apuestan y discuten,

enrollan el cáñamo y lo sueltan

con un largo ademán de dioses creando.

Las horas se llenan de zumbidos

de voces difusas

que el pequeño tornado de madera

esparce junto al polvo.

 

Cada mañana

este hombre renace, Heber,

puedo asegurártelo.

lo he reconocido en su corta alegría

y por la sencilla forma

en que se detiene

cayendo sobre un costado.

 

 

 

 

Una previa contra Ezra

 

Cuando Pound dijo que la poesía

era cosa de capitales

presto e ingenuo

revisé mis bolsillos.

Nunca esperé sacar de ellos

una plaza con su basílica

ni herir mis manos

con la aguja de una torre metálica.

Mi capital

estaba constituido

por puentes rotos y ríos falsos.

 

Pensé

a cuánto ascendería mi deuda con la poesía

el día en que, desprovisto de la más elemental riqueza

se me exigiera el símil más exiguo

y a cambio yo prometiera

las costas de una isla desolada.

 

Ezra bien pudo

señalar la puerta que abría al mundo la palabra

o reconocer las ciudades donde ésta brillara mejor,

pero bien sabemos que el verso

es una moneda al aire

y que en algún momento de su giro

-en un ángulo fugaz que esconde todos los espejos-

el sol hace de ella otro sol.

 

Me quedaba entonces la idea que

la única moneda oculta en mi mano

bien podría ser la isla

que más necesitaba

y que la poesía podía irse al demonio

con todo y sus cuitas de amor parisino

y los castrados bonachones de Picadelly Square.

Ezra Pound, por esta vez, no tendría razón.

Era preferible que callara,

viniera conmigo a la playa

y diera paso a su Cantos.

Fabricio Estrada (Honduras, 1974). Poesía: Sextos de Lluvia, 1998, Poemas contra el miedo, 2001, Solares, 2004 (Editorial Pez Dul ... LEER MÁS DEL AUTOR