Presentamos tres textos del reconocido autor mexicano nacido en Alejandría.
Fabio Morábito
[Los árboles no son de madera]
Los árboles no son de madera
y no tocamos madera cuando tocamos un árbol.
Un árbol,
cuando ha exprimido el canto de sus ramas,
se recuesta en su tumba de madera,
toca madera y deja de ser árbol.
La madera de una silla no es madera muerta
y los árboles no son madera viva;
los árboles son árboles
y la madera es madera,
y los árboles muertos
son madera de pie,
madera con ramas y pájaros,
y no se sabe si los pájaros
los toman como árboles
o como lo que son: sillas silvestres,
madera para descansar que anhela que la quemen.
Los árboles se mueren de madera,
y el fuego,
que compendia en un minuto años de pájaros,
años de hormigas por las ramas,
conoce sólo un idioma: la madera,
y no sabe nada de los árboles.
[Arriba en la azotea]
Arriba en la azotea
dibujan círculos
alrededor de los tinacos,
como buscando prolongar
el vuelo que los une,
pero la inspiración se ha ido.
No volverán como vinieron.
Hay un dicho:
la parvada que te lleva
no es la misma que te trae.
Y a veces no hay parvada de regreso
y cada cual
regresa solo y como puede.
Y debe de haber pájaros
que se resisten a dejarse ir en una
y luchan por no ver ni oír
un cielo que se surca
por gusto y no por hambre
y, si las ven pasar,
se quedan a cubierto,
entre las hojas y las ramas,
sin acudir a su llamado.
Les hablan de una Troya que no han visto,
no creen en la existencia de los Cíclopes
y no han probado qué se siente
cuando de pronto se vacían los nidos,
se enciende un vuelo sin un fin preciso
y cada cual mide su ser de pájaro sin árbol,
de pájaro entre los pájaros,
un árbol de puros pájaros, sin ramas.
[Benditas puertas]
Benditas puertas, creadoras
de la penumbra
y del habla en voz baja,
que fue la creadora a su vez
de la escritura.
Benditos goznes que nos separan
de las bestias.
Es fácil hoy decir malditas puertas,
malditos libros,
maldita la postura erguida.
Haber bajado de los árboles
fue la primera puerta que se abrió
y se nos olvidó cerrarla.
¿Fue una omisión o una genialidad
dejarla abierta por las dudas?
El bosque nos persigue
en nuestra prosa y nuestros versos
y toda puerta que abrimos,
la abrimos todavía sobre un claro,
y cada puerta que cerramos,
aun la más inocua,
pergeña una penumbra y un secreto.
No terminamos de bajar al suelo,
nuestra mayor herida,
y a base de puertas lentamente
nos curamos.