Lou Reed y otros textos
Tres poemas del libro Me deslicé por el mundo con esfuerzo
(Traducción al español de Stéphane Chaumet)
Ganas de Plain D
En los últimos momentos de una época
cuando yo estaba más ocupado
por nacer que por morir,
una noche en Pueblo Seco,
me aferré
contra el cuerpo dormido de Anna,
y contra su calor
escuché respirar la tierra,
una mano en su vientre.
Noche de España
Dylan, Ballad in Plain D.
Sentado en un gran sofá rojo,
agotado, ya sin dormir,
velando por la felicidad
como en la cabecera de un enfermo.
Entre él y nosotros,
ya solo existía esta diferencia
cuando, al escribir, dudaba
entre el yo y el él.
Todo lo que vestía
era demasiado grande o demasiado pequeño.
Anna me cortó una túnica de alegría
a la medida de mi tristeza.
Me hizo hombre
ajustado a su mirada.
Amasó mi fuerza con sus dedos
sin tratarme de mocoso
ni arrancarme mi vieja bufanda.
Nunca he podido vivir sin mujer.
No tengo fuerza. Como hoy,
no tengo fuerza, sin ella, para morir.
En el viejo apartamento,
entre botellas vacías
y ceniceros llenos
y la noche que alivia las heridas y los impulsos del día,
dejé la colina de su vientre,
los viejos trenes que se descarrilan en mi cráneo,
para un paseo por esta llanura,
lejos,
donde íbamos sin encontrarnos,
adolescentes,
ella desde un puerto en Deauville,
yo desde una casa blanca sureña.
Cuando estábamos solos.
Sorry for the dust
El polvo cubre mi paso
en el camino del tiempo
donde descansa el desmayado.
Toda mi vida
viví
en diagonal
–solo mi vida de hombre.
Antes
yo estaba claro y transparente
Mi sangre agua de roca
no tenía miedo
de trabajar mi corazón.
Lou Reed
Me levanto y apago el equipo de sonido.
Prefiero escuchar la lluvia
en lugar de las palabras
de Caroline, Candy,
Lisa o Stéphanie.
Miro la portada de uno de tus discos,
como una vieja foto de la época del liceo.
Berlín.
Las legendarias borracheras,
La cara de Marie.
El chasquido del metal de su Zippo,
la sangre de sus labios,
el polvo de la voluptuosidad.
El ángel,
ese hombre resignado,
infiltrado en las brumas del alcohol,
es mi guarda perezoso.
Me protege
de la alegría consumida
por la antigua miseria
de un delta negro,
cuando Venus me sangraba
en las cuatro venas.
Es demasiado tarde,
en esos tiempos de desgracia,
para romper otros espejos.