Eunice Odio. Los elementos terrestres. Poema octavo

 

Presentamos un texto de la célebre poeta costarricense.

 

 

 

 

Eunice Odio

 

 

 

Poema octavo

 

I

 

Pregunté a las mujeres del campo

por el Hombre;

 

Pregunté a la mujer

cuya insepulta frente deteníase

al cabo de su niño infecundo

y sollozaba.

 

–Mujer

has visto tú a mi Amado,

 

Has visto al huésped mío,

al camarada hermoso?

 

Su carne que el verano

golpea de amapolas,

 

Su nariz de poniente,

 

Y el pecho de oro náufrago

como los litorales.

 

¿Lo conoces?

 

Puede pasar de pronto

con la piel soñolienta

y alegres las axilas retumbantes

y frescas.

 

Oh,

el camarada hermoso

con los talones ágiles

y pálido el peinado candoroso,

 

Saturada de clima nocturno

su garganta,

 

Y la mano en que estalla la angustia

como el mar.

 

¿Lo reconoces

reposando al borde de mis inmediaciones

como torrente de islas y pájaros cautivos?

 

 

 

II

 

Yo lo busco.

 

Él es mi Camarada;

 

Junto a su mano dejan

su olor las golondrinas

 

Y una ola de mineral oculto

lo recorre.

 

Queréis hallarlo conmigo.

 

¡Oh, mujeres de vientre madurado

en cuya piel antigua desfallece el tiempo del desnudo

y se hace honda en la frente

la señal de parir

y sollozar!

 

¡Oh, doncellas alegres

en cuya boca estalla el primer ruiseñor

y el agua masculina

es recogida en cauce estremecido!

 

¡Oh, niños de marfil y nácar fugitivo

por cuyo salto de jazmín

resbalan las mañanas escolares!

 

Busco a mi Camarada

y por su origen inocente

avanzo

sin saberlo;

y me detengo.

Buscadlo cuando el trueno,

cuando las manos de Dios vienen rodando

como suaves árboles enfurecidos,

 

Por entre los sepulcros invasores,

 

Entre semanas llenas de ovejas

y enramadas.

 

Queréis buscarlo conmigo,

y exaltarlo,

A Él, al Hombre,

 

Al que camina en parte

con mi alma,

 

Al del muslo entornado

cuya daga sumergida en la noche

ya no tiembla en el aire,

ni secará en su diestra

cortada a pico

y sola con el miedo.

 

Y al otro,

desamado sollozo de mi frente

que apenas tiene un trozo de hierba

para posar su oído

y es señor de arboledas y ciudades.

 

Al Hombre, al Camarada.

 

Bendito sea su vientre

que comparto en el seno de mi madre

 

Queréis buscarlo

y exaltarlo conmigo,

 

Al Amado del día transitorio

cuya angustia se detiene

en mis pechos como el mar.

 

Queréis que vaya y me ofrezca en sus manos

como semilla de éxtasis,

 

Que le lleve mi cuerpo

reclinado entre palomas,

Y que llene su boca

de sol y mediodía

 

Oh niños,

 

Oh doncellas alegres,

 

Oh mujeres de vientre madurado,

 

Glorificadlo

y exaltadlo conmigo.

 

Hasta que nuestras bocas sagradas

se detengan.

 

Así sea.