

Presentamos tres textos claves del gran poeta italiano y Premio Nobel de Literatura en la versión al español de José Ángel Valente.
Eugenio Montale
Carta a Bobi
A fuerza de exclusiones
te quedaba cuanto tú podías
apretar en las manos: y era
de quien lo comprendía. Te he seguido
varias veces sin que lo supieras. Varias veces
he andado la calle Cecilia Rittmeyer
en la que había conocido a tu vieja madre,
comprobado de visu terrible amor.
Quedaba del padre una bigotera y una
biblia evangélica, tal vez. He explorado
tu pléyade de amigos, los que fueron objeto
de tus experiencias más o menos fallidas
en la creación o destrucción de felicidad conyugal.
Eran tus primeros amigos, otros
vinieron luego que nunca he conocido.
Así se hizo de ti una leyenda
superficial y vana. Dicen
que eres un maestro no escuchado, tú
que a demasiados maestros escuchaste
y no has desconfiado de ellos. Confesor
inconfesado no podías dar nada
a quien ya no estuviese en tu camino.
A tu manera has triunfado, incluso si han perdido
todos los oyentes. Ahora, con esta carta
que no podrás leer jamás, te digo
adiós y no aufwiedersehen y esto
en una lengua que no amabas, falta
como está de Stimmung.
El lago de Annecy
No sé por qué mi recuerdo te vincula
al lago de Annecy
que visité algunos años antes de tu muerte.
Mas entonces no te recordé, era joven
y me creía dueño de mi suerte.
Por qué puede irrumpir una memoria
tan enterrada no lo sé; tú misma
me has sepultado sin saberlo.
Resurges ahora viva, mas no estás. Podía
preguntar entonces por tu pensionado,
ver salir las muchachas en fila,
encontrar un pensamiento tuyo de cuando aún estabas
viva y yo no lo he pensado. Ahora que es inútil
me basta la fotografía del lago.
El olor de la herejía
¿Fue Miss Petrus, secretaria y hagiógrafa
de Tyrrell, su amante? Sí, fue la respuesta
del barnabita, y un movimiento gélido de horror
serpenteó entre los familiares, los amigos y otros
ocasionales huéspedes.
Yo, apenas un niño, permanecí indiferente
a la cuestión; el barnabita era
un discreto tapeur de pianoforte
y a cuatro manos, quizá a cuatro pies,
zapateamos o cantamos
«En esta tumba oscura» y otros varios
divertimientos.
Que desprendiera un tufo de herejía
parecía ignorarlo la familia. Muerto
y ya olvidada la persona, supe
que estaba suspendido a divinis y quedé boquiabierto.
¿Suspendido de qué? ¿De qué cosa y por qué?
¿A medio aire, en fin, sujeto con un hilo?
¿Sería lo divino un gancho o colgadero?
¿Entra por el olfato como cualquier olor?
Sólo más tarde comprendí el sentido
de la expresión y ya no me quedé
suspendido de aliento. Aún me parece ver
al viejo fraile en la pineda,
que ardió hace tiempo, inclinado sobre textos miasmáticos,
bálsamo para él. Y nada en el olor recuerda
lo demoniaco o lo divino, soplos de voz o pneumas,
de los que sólo queda huella en algunos papeles ilegibles.