Ernesto Mejía Sánchez

La cortina del país natal

 

 

 

 

 

El extranjero

 

Estuve entre los míos y los míos no me conocieron,

procuraron borrarme y oscurecerme, me quisieron

negar el breve amor del mundo, el corazón libre

y abundoso. Familia, yo os odio, como al espejo

que me refleja deforme o engañado. Familia:

vuestra felicidad está hecha de halago y de silencio,

dulzura y cobardía. Mi alma se afiló con vuestro

roce, pero no pudo alumbraros con su luz. Yo me alcé

con mi amor contra toda tiranía, me robé una criatura,

amada e imperfecta como la patria. Desde hoy

en parte alguna soy extranjero. Yo la recibí

opaca y deslucida, pero la frotaré con mi alma

para que brille, para verme al fin como soy:

Sé que soy un mendigo, a los treinta años de mi edad.

Orgulloso como un mendigo, pobre pero libre.

 

 

 

 

Las fieras

 

(Jardin des plantes)

 

Estamos echados sobre el césped

y no tienen piedad de nuestra dicha.

Nos espiaron ensañados. En sus ojos

no había curiosidad ni complacencia.

Envidia, sólo envidia con ira.

 

Nadie quiso cubrirnos ni con una

mirada de pudor. Pero

¿qué saben ellos de esto?

 

Querían, lo supongo, avergonzar mi amor,

el tuyo, el poco amor del mundo.

Y no pudieron con nosotros.

 

Jadeantes, al fin de nuestra lucha,

ahí estaban, representando el odio

que con tanto trabajo habíamos

logrado arrancar de nuestro pecho.

(Estamos solos contra ellos

pero ellos están más solos

que nosotros. A ellos no los

une ni el odio, a nosotros

hasta su odio nos reúne.)

 

Quizá llegaron cuando yo era tu yo

y yo era tuyo. Nunca lo sabremos.

Jadeantes, saboreando, lamiendo

nuestra dicha nos encontraron. Echados

sobre el césped nos acorralaron

como fieras. Y, ahí, a sus ojos furiosos,

aterrorizados, hicimos de nuevo

nuestro fuego ya sin recato

pero imperturbable –y ellos viéndonos,

viéndonos, ignorantes y viéndonos.

 

 

 

 

Mujer dormida

 

Verla dormir ¡Dios mío! aun al precio

de no verla en mis sueños –es una

gracia increíble, no esperada. Porque

tampoco pedí verla dormir.

De día

ilumina la casa con su risa, sus ojos

dicen: ésta es la vida, ésta mi casa,

ésta mi risa y soy tuya; pero verla

dormir encarnando la noche, oírla

¡con qué seguridad! respirar,

entre monosílabos entrecortados

responder a mis interrogaciones

sobre el futuro, o decir: “Hijo mío”,

no sé si a mí o al que ha de venir,

es una dicha impagable. Así me sorprende

el alba, besando sus ojos humedecidos.

 

 

 

  

Pezuña del arcángel

 

A Federico Cantú

 

Toda la noche estuve oyendo su tempestad

sobre mi cabeza, golpes secos como de cascos

de águila o tigre o garras de caballo,

azotándose sobre el duro pavimento, creo

hasta sangrarse la carne blanda o el muñón.

Caballo amaestrado sólo para el suplicio,

águila que sólo sabe revolverse en lo duro,

pájaro más que humano o cuadrumano alado,

qué tengo yo, qué me codicias, qué impudor.

Toda la noche estuvo trabajando en su terco

desvío, afuera oí las chispas de acero

de las uñas contra el cemento, esas pétreas

prolongaciones de la furia contra lo sellado,

o suaves quejidos como ternura en acecho,

imitando el dulce y agitado respirar de mi madre

o el sueño intranquilo de Myriam que me protege,

y dije: Paloma o tigre, no me tientes, soy de aquí,

ni el oro ni el poder me apartarán de este lecho,

no me compres, no digas lo que no debo decir,

sé responsable de mi dicha, no la compres.

No cedí. No cedió. Subí a la azotea en la mañana.

Ahí estaban los zarpazos enfurecidos, el plumón

rojo, la piedra desgarrada como mi espalda.

 

 

 

 

La sonrisa

 

Vale tan poco una sonrisa

que darla cuesta nada y sí

negarla, mucho. Una sonrisa,

una sonrisa inmerecida, no tiene

precio ni en el cielo ni en la tierra.

Una sonrisa gratuita, pura

como la luz sin la que no podría

vivir, sólo se paga con la muerte.

 

 

 

 

Vita arsque poetica

 

Bautizo las palabras,

pongo nombres a los nombres. Digo

la noche y significa una

paloma. Imagino el leopardo

y tus ojos lloran. Sufro la luz,

el día y gano la impureza.

Dibujo un rostro más ¡Dios

mío! sobre el tuyo. Escribir

un poema es como recordar

el futuro. Es engendrar un hijo

en la tumba. Grabo tu nombre

y se confunde con el mío.

Qué repentino padre soy

en el mismo instante. Qué

dios sobre este muro que

emborrono desde que nazco.

Éste es mi testamento, mi

bautismo, tu imagen y semejanza.

 

 

  

 

La cortina del país natal

 

Mis amigos demócratas,

comunistas, socialcristianos,

elogian o denigran

La Cortina de Hierro,

La Cortina de Bambú,

La Cortina de Dólares,

La Cortina de Sangre,

La Cortina de Caña.

Son unos excelentes cortineros.

Pero nadie se refiere

a la Cortina de Mierda

de Mi Nicaragua Natal.

Ernesto Mejía Sánchez (Nicaragua, 1923 - México, 1985). Fue un escritor, poeta y catedrático nicaragüense. Nació en Masaya en 1923 y vivió parte de su vid ... LEER MÁS DEL AUTOR