Ernesto Guajardo

Habla el padre

 

 

 

 

 

Plaza Murillo / Plaza Victoria

 

no hablamos de ello

:

toda plaza es un patíbulo

generoso

o súbito

 

lo mortuorio previo al balancín

la bicicleta

la paloma

la anciana

 

horca o bala antes de la falda y el helado

 

cielo despejado

domingo

polen

polvo

 

siempre tinglado

mejor abandonarse

:

lo otro es abismo

y acá todos padecemos de vértigo

 

 

 

 

Plaza Echaurren

 

a Juan Cortés

 

él se muere en la sombra

como si nosotros habitásemos en el sol

:

trastabillamos

en lo oscuro

 

la jauría festeja aún

:

huérfanos

buscándose en las calles

cada uno un espejo entre los dedos

 

no encuentran sino cristales

 

carne

carne

carne

la carne

aquella ternura de lo cálido

 

carne astillada en todas las esquinas

 

 

 

 

Uno

 

regresa el primogénito.

 

busca extraviados fragmentos

y sólo excrementos de aves marinas

moscas

bolsas plásticas

y graffitis

encuentra sobre las rocas

 

observa otros rastros:

pescadores que regresaron a la costa en remo o en bota

jóvenes cuerpos entregados a las aguas en días de sol

gaviotas y cormoranes arrojados entre los roqueríos

 

se aleja

escalofríos en la piel

 

es el viento, se dice, es el viento

pero ¿de dónde el escalofrío en la víscera?

 

 

 

  

Diez

 

crees ver un ojo entre los huiros resecos,

un dedo brillando en las aguas más bajas

así como una sombra desde lo alto del acantilado

cree ver una silueta en tu cuerpo que se desplaza

 

y no era un ojo el caracol descarnado

y no era un dedo la carnosidad del alga

 

hacia donde observas te acomete el mismo espanto:

lo único real son los huesos de las aves,

aire en el aire, manteniéndose en el anhelo de los picotazos

 

ni siquiera tu cuerpo:

todo lo que consigues arrastrar

son tristes tejidos resquebrajados:

desgajos de piel reseca, cabellos: la huella.

 

 

 

 

4

 

un olor a perro muerto nos acompaña

envuelve nuestros cuerpos la suave pestilencia

 

¿acaso fuéramos nosotros los putrefactos

y ni siquiera todo el amor, etcétera,

pudiera darnos otra sudoración?

 

en el descompuesto aliento de la tierra

buscamos la carnosidad del labio

el perdón en la saliva recibida

 

pero sólo el viento

 

la arena

la sal

sobre el rostro, su mueca de huida.

 

 

 

 

21

 

distancias

: huellas de pedruscos en los pies

llagas     llagas

llagas prolongándose hacia el sur

úlceras de los vástagos

confundidas en la arenisca que secuestra el viento.

 

qué ardor en el ojo serán,

qué salobridad en los amorosos labios

 

antigua canción de pescadores, murmura uno de ellos

antigua canción de guerra, responde el otro

antigua canción de amantes, el tercero

antigua canción de entierros, cómo no, dice el cuarto

 

en silencio los otros:

dientes apretados, la condena sobre la lengua, lo rojizo

escurriéndose entre las comisuras

 

llevan en sí mismos la senda de los héroes

 

no podrán saberlo.

 

 

 

 

22

 

aún sabiendo que pedazos de sus carnes enmudecerían

 

caminaron

 

luego que cayó el primero

y la última visión:

multitud de picotazos sobre su sombra

 

caminaron

 

sin alimentos, ni utensilios, ni señales,

sólo arena y luz sobre los tejidos

 

caminaron

 

por ellos los recordamos:

la vibración de su desplazamiento

es el aire que señala la dirección de lo posible.

 

 

 

 

Habla el padre

 

no me ve

 

escaso el esfuerzo de la pupila, lejano.

pretende los signos reconocibles

pero el polvo que soy no conoce permanencia

 

me pisa

 

de su rostro me limpia

maldice mi cercanía

 

ignora

que me lleva el anhelo del abrazo.

 

 

Ernesto Guajardo (Santiago de Chile, 1967). Es poeta y ensayista. Ha publicado los libros de poesía Por la patria, Nosotros, los sobrevivientes ... LEER MÁS DEL AUTOR