Pasiones terrestres
Adiós
Un día más, sólo un minuto más, para estar vivo
y despedirme de cuanto amé.
Para decir adiós a las cosas que vi y toqué mientras moría
desde el instante mismo en que nací.
Y vino el niño con el premio que sacó en el colegio por su sabiduría,
y el ala de la gaviota golpeando en lo infinito con su vuelo,
vino la cabellera derramada y el rostro de la misteriosa
mujer que estuvo a mi lado, en el lecho, sin que yo lo supiera,
y el río con su lenta corriente musculosa
a través de cada mueble, cada objeto y cada gesto
de quien me ve parir, ¡oh Dios mío!
Un instante más aún en el suelo que pisé,
en el aire de mi respiración
sofocada por el amor, en los vestigios de la pasión,
con cuanto -mosca o sol- me deslumbró en este extraño
planeta, donde perdure año tras año, presintiendo
este límite de espumas, este revuelto torbellino
de la despedida, yo, que tanto fui deslumbrado
por centelleante atracción de la tierra,
por cuanto fue caricia o solamente un espejismo del mundo
es mi destino.
Así, pues, despidiéndome de los caballos, de la canoa,
los pájaros, el gato y sus costumbres. Déjame
una vez más mirar las flores y la lluvia. Es éste
el trágico instante en que uno descubre
el delirio misterioso de las cosas, sus raíces secretas,
el instante supremo de decir adiós.
a cuanto se adoró en esta vida.
Algún vestigio de tu paso
La dulzura de recordar el sol en la espiral del sueño
y el vano poder de haber ido tan lejos.
Es tan extraño perdurar, oír aún
la grave letanía de los huesos y el hechizo del mundo.
Déjame ver, déjame ver:
alguien me condujo hasta aquí y se oculta,
cubierto de grandes praderas, de climas,
refugios baldíos, luces que brillan
en el faro donde la tierra termina.
Salido de lugares inciertos, de trópicos y lluvias,
voraz como fuego, intruso,
la huella de sus dientes y sus besos en la manzana.
¿De quién es ese rostro desconocido entrevisto
donde se pierde? Es incierto y ansioso
extraviado en la fábula oscura de mi vida.
Adiós, sombra mía.
Despedida
¡Adiós pájaro definitivo!
Continuarás tu vuelo en mi alma
sin entenderme, pero conmigo.
Es tan bello este día invernal,
hay tanta distancia en tus alas:
lo que vuela contigo es el cielo.
¿Qué podría decir de mí?
¿Qué podría decir en sueños?
Casa pintada de rojo, con un gato,
la ropa tendida en la azotea:
¿quién abrirá la puerta si desapareció
con sus flores, lámparas y muebles,
los amigos que la frecuentaban,
conversaciones, una historia melancólica
y un poco imprecisa. ¿Cuándo terminó?
¿Quién sabe nunca lo que ha amado?
Hay como un resplandor en torno. ¡Adiós
pájaro más profundo que el cielo!
El lugar del principio
La casa está perdida en un jardín
o un jardín esconde en su garganta el hogar que
vivimos,
lenguaje elemental,
laberinto de piedra,
las ramas de los árboles que abrazan
a ese mundo herido en el costado.
A veces el jardín respira y deja ver
esas paredes que alguna vez fueron de luz.
A veces inventan un mundo sin saber
que no se entra jamás,
que hay que permanecer afuera de la Historia.
La casa está perdida en unos ojos que nunca más veré.
La casa está perdida en esa misma casa.
La casa es una pérdida constante
en cualquier jardín.
La casa es un jardín perdido
en el lugar de la memoria.
Elegía
Esos cuerpos que alguna vez latieron en mis brazos
cuando el sol era un lento reverbero en su piel,
cuando sus cabelleras se volcaban como oleadas de fiebre y de nostalgia,
ahora perduran sólo como una vibración
o una angustia indeleble en el fondo del alma
mientras va la gaviota por las playas.
Relucen ya tan lejos llenos de tentaciones desesperadas,
se irisan en la espuma del mar,
llaman con el recuerdo de su piel y su aliento
y vuelven a hechizarnos como lagos dormidos
o tibias sombras prisioneras de la tierra.
Fueron cuanto tuvimos de más ardiente y hondo
-los dones más intensos de este mundo-,
arrasaron al corazón con las más altas llamas
hasta dejarnos en un ciego abandono
a orillas de su huella de brasas invisibles.
Cuerpos enamorados que una vez fueron míos,
palpitando con sus tiernas reverberaciones,
con la inolvidable tersura de sus espaldas
y sus bocas ansiosas, sus muslos de esplendor y mediodía.
Así abrieron de par en par el mundo,
llamaron a la tormenta y al relámpago, se deslizaron
por todos los rituales de la pasión,
y fueron arrastrados por la vorágine de los días
hasta perderse silenciosamente
como todos los dones más altos de esta vida
en el voraz horizonte donde nos extraviamos como niños errantes,
como todas las dádivas para siempre fugaces
que el azar y el destino nos dieron un instante.
Joven desierto
Cuando llega la noche y solitario torno
a mi grisáceo lecho, como a una madriguera
donde, cual una amante fiel, la desesperanza contra mi pecho sube
con guirnaldas de meses calcinados,
lloro, entre mi espléndida y vana anatomía,
como una rama balanceada por un triste viento,
apenas verdadera entre lujuria y olvido
y la luz que desprenden los contornos del día,
cuya fúlgida barca tanto ha costado despedir
una vez más, una vez más, entre los hombres.
¡Oh, armonía, oh juventud necesaria para el aire!
Solo, entre las sombras que se persiguen como pájaros,
y el son distante del viento en los tejados.
Ya el tiempo es evidente, y en él beben mis venas,
con milenaria sed, a grandes sorbos, sin amparo.
Pasiones terrestres
A Vahine
(pintada por Gauguin)
Negra Vahíne,
tu oscura trenza hacia tus pechos tibios
baja con su perfume de amapolas,
con su tallo que nutre la luz fosforescente,
y miras melancólica cómo el clima te cubre
de antiguas hojas, cuyo rey es sólo
un soplo de la estación dormida en medio del viento,
donde yaces ahora, inmóvil como el cielo,
mientras sostienes una flor sin nombre,
un testimonio de la desamparada primavera en que moras.
¿Conservará la sombra de tus labios
el beso de Gauguin, como una terca gota de salmuera
corroyendo hasta el fondo de tu infierno
la inocencia -el obstinado y ciego afán de tu ser-;
ya errante en la centella de los muertos,
lejana criatura del océano…?
¿Dónde labra tu tumba
el ácido marino?
Oh Vahíne, ¿dónde existes
ya sólo como piedra sobre arenas azules,
como techo de paja batido por el trópico,
como una fruta, un cántaro, una seta
que pueblan los espíritus del fuego, picada por los pájaros,
pura en la antología de la muerte…?
No una guirnalda de sonrisas,
no un espejuelo de melosas luces,
sino una ley furiosa, una radiante ofensa al peso de los días
era lo que él buscaba, junto a tu piel,
junto a tus chatas fuentes de madera,
entre los grandes árboles,
cuando la soledad, la rebeldía,
azuzaban en su alma
la apasionada fuga de las cosas.
Porque ¿qué ansía un hombre
sino sobrepujar una costumbre llena de polvo y tedio?
Ahora, Vahíne, me contemplas sola,
a través de una niebla azotada por el vuelo de tantas invisibles
aves muertas.
Y oyes mi vida que a tus pies se esparce
como una ola, un término de espumas
extrañamente lejos de tu orilla.