Enrique Molina

La exaltación ardiente de la vida

 

por Floriano Martins

 

1 | Todas las habitaciones están abiertas para que entre el mar. Una vez, mientras escribía en un lienzo de Picasso, observó Milan Kundera que, al disfrutar de este trabajo, el observador no solo participa en su intimidad, sino que tiene la clara certeza de que el artista estaba allí, que convivía íntimamente con cada detalle de la escena. Enrique Molina, en uno de sus poemas, destaca las noches contaminadas por el recuerdo de otras noches. Este poeta siempre ha sido un invitado inusual en las páginas más salvajes de la aventura humana. Al describir los lugares invadidos por el clima, se dejó llevar por la magia radiante de la fluidez del espacio, en una especie de conquista del instinto, del lenguaje impulsado por la entrega de sus códices, por la constancia con la que amplía los límites de su percepción.

Quizás la palabra más querida para Enrique Molina sea rayo, pero en el sentido de un resplandor que primero se ilumina o se deja iluminar por la forma como es recibida su descarga eléctrica en el paisaje. Este repentino y perenne estado de iluminación que solo el momento lo permite. Este es el rayo de la poesía de Molina. Un destello que en cada poema nos recuerda que la vida no es compatible con la esperanza o el hábito. Traduciendo, si es necesario, diría que la poesía no tiene sentido para este poeta si no puede ser vivida, si el lector no puede reconocerse de algún modo en ella y si, como un paisaje habitado por la sensualidad de su propia existencia, no puede expresar su vida más íntima. La vida de quienes la crearon como una vivienda lista en la medida en que se deja penetrar.

Este pasaje de una entrevista con Carlos Bedoya nos da la medida esencial de la vida que llevó Enrique Molina:

Llevo conmigo una sensación de deambulación permanente, y viajar en un barco es algo muy diferente de viajar en avión o tren. Hay algo más ceremonial, la llegada, la partida, el cable, el tirón. Primero trabajé en la cubierta, y luego como timonel en un barco mercante. El océano es un espectáculo, especialmente el trópico. Los peces voladores siempre me han seducido, especialmente ahora que las aves están desapareciendo. Soy abogado, pero solo 20 o 30 años después de terminar mis estudios me preocupé por obtener el título, lo que me obligó a hacer una serie de tonterías, incluido el uso de testigos para demostrar que era yo.[1]

Después de esta breve y brillante cascada de datos biográficos, volvemos a la gran hambre del poeta, la de una instancia mágica en que la poesía se convierte en la versión instantánea del pensamiento y el mundo interior más profundo. La sensación de divagación que encontramos al leer a Enrique Molina advierte inicialmente que esta es una condición permanente, que no es un medio en busca de un fin, un conjunto de objetivos o un curso moderado de distanciamiento. La caminata existencial que propone no se limita al destino, sino que evoca una atmósfera de afinidades sorprendentes que revelan un mapa visceral de entornos tangibles y vertiginosos. Su viaje no es el de un cambiaformas, sino el de alguien con una conexión profunda con la tierra, con la conciencia más inquebrantable de que el hombre es parte del mundo, y no solo una porción del mundo.

Una vez entrevistado, Molina mencionó algunos poetas hispanoamericanos de su admiración. Gracias a sus viajes por mar, a veces aterrizó en lugares donde pudo vivir con los peruanos César Moro (1903-1956) y Javier Sologuren (1921-2004), y contactos rápidos con el chileno Braulio Arenas (1913-1988). En Brasil, Molina encontró un buen amigo en Fernando Ferreira de Loanda (1924-2002). Veamos un recuerdo de esta amistad según un informe del mexicano Carlos Montemayor (1947-2010):

Gracias a Fernando Ferreira, conocí no solo a poetas y ensayistas brasileños, sino también a otros grandes poetas de nuestro continente. En 1973, Fernando me pidió que interviniera para que algunas instituciones invitaran a Enrique Molina a dar lecturas de poesía para conocer México y contar con recursos económicos mínimos para facilitar su estadía. Enrique pasó una temporada en México y se hospedó en varios hoteles pequeños en la calle Luis Moya, cerca de Alameda. En una ocasión, en mi casa, le ofrecí un vaso de sotol. Realmente le gustó el sabor ahumado y dulce, algo fresco de esta bebida. Le di una botella, que había recibido de Chihuahua hace unos días, de la cual consumió más de la mitad esa misma tarde. Cuando Fernando Ferreira llegó a México y se reunió con nosotros, Enrique explicó las virtudes del sotol y comentó que gracias a esta bebida había sentido la importancia interna del tren que pasaba en Las tardes todas, una de mis primeras historias. Durante muchos años, comenzando esa tarde, Fernando me pidió en sus cartas que le enviara sotol para que él también quería, como nosotros, ver el tren pasar por las montañas.[2]

2 | Molina publicó un solo libro en Brasil, Una sombra donde sueña Camila O’Gorman (en 1986 por Editora Guanabara, traducido por Sônia Régis). Esencialmente un poeta, es muy curioso que su entrada en este país tuvo lugar a través de la única novela que escribió. Incluso contando con su adaptación cinematográfica, no hubo la menor atención a este inmenso poeta en esta parte aislada de Iberoamérica, desarticulada entre sí por alguna razón más creíble que la justificación común de la lengua. Ciertamente, Molina sabía que no había entrado en el territorio del lenguaje narrativo sino como un explorador de ese tema en particular: los dilemas del amor en medio de un truco de prejuicios morales y religiosos ⎼, una experiencia que enriqueció su poesía más que cualquier pretensión de romance.

Es necesario entender que la letra en Enrique Molina es una ruptura con la disensión entre la vida y el trabajo. El mundo poético del que se alimenta es el de la existencia humana, en su mezcla de demencia y frenesí, en sus formas inagotables de pasión y sacrilegio, en sus súplicas de ayuda y la pérdida de esencias en orgías de todo tipo, la naturaleza se moviendo diabólicamente y mezclándose hasta el punto insaciable de un hechizo que lo desenreda. No hay Enrique Molina más allá o debajo de esta indolencia en el horizonte. Y es tan hermoso leerlo así, porque encaja en ese entorno que mencionó Kundera sobre Picasso. Ciertamente, hay otra disensión delicada en la creación artística, cuando endulzamos el sentido de sinceridad, ajustando su tono para cumplir con las diferentes formas de confesionalismo. En resumen, el arte no es el lugar para una confesión.

Enrique Molina fue un navegante de si propio, precisamente al buscar en varias instancias una forma de reconocer su espíritu y condicionarlo a una actuación que pudiera romper lo oculto de la existencia humana, a fuego ardiente, presenciando las perspectivas que su propio ser priorizaba la vida. Su ruta, descrita en su espíritu, siempre ha sido el nomadismo. Declaró un profundo afecto por el Surrealismo, especialmente en lo que entendió como humanismo poético. Su forma única de ortodoxia se llamaba abismo, rendición, vida. Su contacto con los surrealistas, especialmente en su país, la vida compartida con el grupo en torno a Aldo Pellegrini (1903-1973), siendo él mismo editor de una de las revistas más importantes dedicadas al surrealismo en toda América, todo esto ⎼ más, hay más ⎼ alimenta una cierta porción de la historia que quiere expandir a sus protagonistas.

Y habiendo más aquí, mencionamos su relación con el Surrealismo, que no fue la de afiliación, sino la de una afinidad íntima. La misma afinidad que generó un cierto lapso en la historiografía al registrar la publicación de Qué (Buenos Aires, 1928-1930) como la primera revista surrealista en el continente. Aunque Aldo Pellegrini, su editor, declaró más tarde que los poetas de la revista formaron una especie de fraternidad surrealista, que realizó experimentos de escritura automática, como tuve la oportunidad de aclarar en otro momento, no había ningún establecimiento de grupo surrealista y ni la revista se presentó como una publicación surrealista. Por más cercanas que fueran las afinidades. Solo en 1952, cuando se definió un fuerte ciclo de amistades entre Pellegrini, Molina, Julio Llinás, Carlos Latorre, Francisco Madariaga y Juan Antonio Vasco, el Surrealismo logró una relativa aceptación por parte de los poetas argentinos. A finales de este año, Molina dirige la revista A partir de cero. Al año siguiente, será el turno de Pellegrini de dirigir otra revista, Letra y Línea. Pellegrini mismo llega a observar que solo él, Molina y Carlos Latorre se declaran surrealistas.

En una conversación con Marco Antonio Campos, Enrique Molina dejó muy clara su afinidad con el Surrealismo y dijo: Lo que estoy tratando de hacer es permanecer fiel a la ética del Surrealismo, mucho más que a su expresión literaria. En esto no he cambiado: poesía, vida, el amor y la libertad siempre me acompañan. Sin embargo, en el Surrealismo, por ejemplo, no hay visión del paisaje, excepto en Aimé Césaire, un gran surrealista nacido en el Caribe.[3] Molina había publicado previamente surrealistas como Leonora Carrington, Antonin Artaud y Georges Schehadé, además de traducir a André Breton (El amor loco) y Blaise Cendrars (Prosa de un transiberiano). Por lo tanto, tenía una visión muy íntima del surrealismo, sus tensiones y desbordamientos, y siempre afirmó su dedicación a una ética surrealista.

Esta simetría mágica alcanzada en el desbordamiento húmedo del paisaje, esa locura poética hilada por los cables serpenteantes de los árboles y sus raíces quiméricas, la música de las perspectivas resbalosas de las estaciones, todo eso es parte esencial de la flor enigmática que nace en los versos de Enrique Molina, lo mismo que en Aimé Césaire, así que los dos son las voces más inquietantes de los trópicos, de su zambullirse en el espíritu humano. Mientras leemos en Molina:

Y ese reguero de sangre
un continente sumergido en cuya boca aún hierve la espuma de los días indefensos bajo el soplo del sol
el nudo de los cuerpos constelados por un fulgor de lentejuelas insaciables
esos labios besados en otro país en otra raza en otro planeta en otro cielo en otro infierno
regresaba en un barco

del otro lado del sol escuchamos la voz de Césaire:

…las raíces de la montaña
elevando la estirpe real de los almendros de la esperanza
florecerán por los caminos de la carne
(la penuria de vivir pasajera como una tormenta)
mientras bajo el cartel del cielo
sonreirá un fuego de oro
al canto ardiente de las llamas de mi cuerpo

Siempre los viajes, ese testigo de las conjunciones verdaderas que desafían al hombre a vivir dentro y fuera del paisaje, fuera y dentro de sí mismo.

3 | La obra poética de Enrique Molina está compuesta por los siguientes títulos: Las cosas y el delirio (1941), Pasiones terrestres (1946), Costumbres errantes o la redondez de la tierra (1951), Amantes antípodas (1961), Fuego libre (1962), Las bellas furias (1966), Monzón Napalm (1968), Los últimos soles (1980), El ala de la gaviota (1989), Hacía una isla incierta (1992) y la edición póstuma de El adiós (1997). Una parte de la crítica –vale la pena mencionar que la fortuna crítica de este poeta es muy pequeña– coloca los libros de 1951 y 1961 como sus dos momentos surrealistas más importantes. Estoy completamente en desacuerdo con esta comprensión, porque reduce el entorno, en términos de lenguaje poético, en el que puede actuar el Surrealismo. No hay límites estéticos en el Surrealismo y una de sus mayores provocaciones radica precisamente en el entendimiento de que es posible invadir cualquier forma de hábito del lenguaje y expandir sus motivos internos.

Lo extraño cuando entramos en la poesía de Enrique Molina, bajo las luces de una lectura surrealista, es que no nos enfrentamos a las imágenes insoportables que entran en conflicto con los entornos cosmopolitas y oníricos. La poética de Enrique Molina no tiene que ver con negar lo que somos, sino con afirmar esa condición, independientemente de lo que reconozcamos o no en nuestra intimidad. En vista de esto, el paisaje en su poema es el de una infestación de sentidos y no el desierto de la ciudad. Y que tenga llegado a esa caricia eléctrica de la fronda del alma, fusionándola con el paisaje mismo de lo inhóspito, lo inhabitable, de un mundo lleno de violencia natural, de mitos locales, del calor contagioso de signos indescifrables, este es el reino de la belleza que ha buscado la poesía a través de Enrique Molina. El mar entrando en las habitaciones de su entrega a la vida sin fronteras.

Que recordemos, en la lectura de poemas de Enrique Molina, otros poetas –Saint-John Perse y Aimé Césaire son dos ejemplos más cercanos–, es un feliz descubrimiento de mundos que en su inmensidad no se aíslan, que actúan como hechizos que se multiplican en la medida en que se identifican. Molina buscó lo que tan bien definió, desde el título, en el poema Lenguaje natural, el amor a la vida, sin dudarlo, bajo todo riesgo de deriva o podredumbre, ajeno a la posibilidad de convertirse en un mito o demonio, solo vivir. Eso es todo lo que ha hecho con una intensidad envidiable.

Enrique Molina nació en 1910 y murió en 1996.

 

 

Notas

1. “Conversando con Enrique Molina”. Carlos Bedoya. El Mundo Semanal. Medellín: 31/10/1981.
2. La Jornada. México: 31/07/2002.
3. “Conversación con Enrique Molina”. Marco Antonio Campos. Jornal Sábado. México: 17/04/1993.

 

 

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Floriano Martins (Brasil, 1957) es poeta, editor, ensayista y traductor. Es director de ARC Edições y Agulha Revista de Cultura. Su sello editorial mantiene en coedición con Editora Cintra una muy amplia colección de libros virtuales (con opción de versión impresa) por Amazon. Martins es estudioso del Surrealismo y la tradición lírica hispanoamericana, con algunos libros publicados sobre los dos temas. Su poesía completa, bajo el título Antes que el árbol se cierre, acaba de ser publicada (enero de 2020). En Brasil ha publicado traducciones suyas de libros de Enrique Molina, Vicente Huidobro, Pablo Antonio Cuadra, Aldo Pellegrini, entre otros. Su mejor contacto es floriano.agulha@gmail.com.

Enrique Molina (Argentina, 1910 – 1997). Poeta, narrador, ensayista, pintor, considerado uno de los referentes del surrealismo en su país. Muchos de sus ... LEER MÁS DEL AUTOR