Alma bella
REVOLUCIÓN
No toco la trompeta ni subo a la tribuna
De la revolución prefiero la necesidad de conversar entre amigos
aunque sea por las razones más débiles
hasta diletando; y soy, como se ve, un pequeño burgués no vergonzante
que ya en los años treinta y pico sospechaba que detrás del
amor a los pobres de los sagrados corazones
se escondía una monstruosa duplicidad
y que en el cielo habría una puerta de servicio
para hacer el reparto de las sobras entre los mismos mendigos que se
restregaban aquí abajo contra los flancos de la iglesia
en ese barrio uncioso pero de cuello y corbata.
frío de corazón ornamental
La revolución
es el nacimiento del espíritu crítico y las perplejidades que le duelen
al imago en los lugares en que se ha completado para una
tarea por ahora incomprensible
y en nombre de la razón la cabeza vacila
y otras cabezas caen en un cesto
y uno se siente solitario y cruel
víctima de las incalculables injusticias que efectivamente no se hacen
esperar y empiezan a sumarse en el horizonte de lo que era de
rigor llamar entonces la vida
y su famosa sonrisa.
ALMA BELLA
Y tú alma bella que restriegas tu belleza a mi cuerpo,
criatura creada a imagen y semejanza de una lejana noche
de amor de la que únicamente Yo debiera acordarme, debiera.
Especie de canción contra la cual se estrella mi espantosa
memoria ciega, tierna especie de nada, palabras
como golondrinas en un granero vacío.
Y tú, porque esta invocación deja de ser un lugar común
cuando se trata de ti que en nada te distingues de las otras
como no sea por el exceso de tu alma.
Invocación tú que eres como el amor un lugar común tan
difícil para mí de intercalar en mi vida que ahora mismo
no sé qué hacer contigo quizás destruir este poema estoy
sinceramente vacío no gano nada con emocionarme
mientras te hago esperar en un lugar de La Habana.
No quieres comprenderlo ni yo puedo decírtelo; por las
palabras empieza mi temor por ellas de las que me he
servido demasiado tiempo para orillar este silencio al
que me siento ligado como un loco a los tormentos
del mar, en los malecones.
Es una asfixia hablar, dar las explicaciones que nunca aclaran
nada, destruir con la palabra lo que se ha construido sin ella: el poema
de circunstancia la alegría de un momento es una asfixia
Se vive en esto cuando se ha perdido la vocación de lo eterno
y el alma pasa a convertirse en un malestar más en un
bienestar pasajero o en una tempestad para orillarla en
los momentos de locura, pero tú
que no eres más que una especie de canción desprendida de
la memoria por donde este viento con su crueldad
inveterada sopla de nada te serviría inclinarte, vuelas,
y ninguna metáfora que te convierta fácilmente en un
juguete nuevo de la tempestad dará una puta idea de
lo que para una muchacha significa perder por un
momento un alma como la tuya me abstengo:
dejo a un lado la flor y el fruto pienso más bien en el miedo
y en la náusea sinceramente vacío en cómo una ciudad
entera puede convertirse como por arte de nada en una tierra de nadie:
esta ciudad demasiado real para tu historia en que la historia reina
como en una colmena fecundándolo todo.
Es lo que yo he vivido hasta el cansancio cualquiera pensaría
que me he propuesto vengarme en ti de los deseos
infantiles reprimidos o algo por el estilo,
de ti que eres una invocación esperándome
a cada vuelta de mi insoportable
retórica cómo decírtelo,
inocencia:
soy la literatura el viejo lobo inofensivo,
ojalá.
Necesitaba amarte así fue devorada caperucita en el bosque
cuestión de instinto carnicero pero por sobre todo de
cuentos infantiles que terminan bien contra viento y
marea, lobo y bosque.
No has perdido uno solo de tus cabellos en mi vientre
Aquí estás intacta en lo que digo de ti intocada como lo
estará siempre un alma digna de este nombre, perdóname,
y un cuerpo para el que la palabra alma no tiene más sentido
que para los pájaros su propio canto incontenible
Yo seré —este es mi papel— nada más que un momento ni
siquiera un castigo a tu distracción o a tu desobediencia
estamos cansados de todo esto, un momento de angustia en lo oscuro:
el extranjero
que desespera por unirse a la vida en una ciudad como ésta,
a la vida de la que tú eres, después de todo, una pequeña imagen fiel
a semejanza del amor a la vida, inolvidable.
A FRANCI
Te quiero, qué comienzo,
peor es tragar saliva
y peor aún este nudo en la garganta que toma los contornos
del mundo o la forma de un grano de ripio pegado a la planta de los pies,
sigue un nombre incompleto
uno de los que ustedes usan me perdonarás que le agregue una s.
Verónica, mi vida (es otro de tus nombres).
Toda mi poesía debiera dedicártela si sólo girara en torno a
la belleza. o del amor que únicamente tú y la primavera
de Boticelli me inspiran por partes iguales.
No sé qué puntos calzas
pero, igual, me arrodillo frente a un ángel, y, como Rilke, el
solterón, tiemblo ante lo terrible.
Marco el número de tu teléfono
como el nuevo presidario que memoriza su número
te oigo pensar otra cosa entre líneas mientras tu voz me
corrobora engañosamente una cita
total qué aburrimiento en el parque Almendárez
a cada instante engaño
a cada instante me engañan
Tu ángel negro —me dijo Magy que no te conocía— y apareciste tú
con tu peinado en barbecho bajo el turbante
desplazándote coma un avestruz en su
jaula como una bailarina en el escenario
y, yo te dije: si fueras la princesa Isabel no te habría esperado tanto,
y descubrí que eras bella.
Pelona —dijo Eva— imagínate, tiene que ser linda para lucir
así, a pesar de ser pelona.
No discuto, me inclino
como Rilke el solterón
que no se paró a distinguir un peinado de otro para caer en
trance discretamente
como un buen caballero especializado en el cielo.
No bastará en mi caso la fascinación
y lo que no termino de admirar por otra parte es el swing del
viejo tronco para dar flores de tu tipo:
la articulación de las distintas partes de una imagen compleja
da como resultado esta simplicidad esencial hasta para sentarse
de modo que los muslos lanzan todas sus fechas y la pequeña
cabeza de largo cuello queda expuesta en el mundo
como el búcaro en la mesa,
brazos esenciales manos enguantadas en las palmas del rosa
de la lengua que guarda así su equilibrio de rosa
pero herramientas
del color de la tierra vegetal cuando llueve,
ah y qué soledad. Toma nota. Acompáñame.
GOTERA
Espantosa confianza que pongo en ti, mujer,
la primera en subírseme, de paso, a la cabeza.
Desamor del que huyo enterneciéndome,
y es demasiado fácil (diría lo real).
Se habla de la miseria en esta cama, paso
del recuerdo a los órganos sexuales
y un llanto de no sé bien ni de quién ni de cuándo
—el transfundirse del sudor en sábanas—
¿no es tibio el nido de la muerte? Enfría
el resto de los juegos sobre la piel, soplándola.
Y en cuanto a ti, mi reina, me resigno al patíbulo
con el previo perdón de tus ojos los más
redondos que conozco, falsamente perplejos, aburridos.
Pues, ¿a qué viene esto de hablar así como se suda,
el forcejeo por dar al cuerpo lo que es de la memoria,
a traición la lepra de los que todavía quieren —a su edad—
hacerse recoger los pedazos del alma:
Años de lo que fuere. Bastaría un bostezo de esta boca para
poner en su sitio tanta historia;
pero, mujer, tú prefieres el trueque, hacerte
—a cambio del silencio— oír
también tú en el desierto que entre ambos formamos
como dos comerciantes de arena bajo el viento.
Y esta complicidad tiene su encanto el último de todos,
cancelar
los pequeños secreto: sin misterio.
Animales de una misma camada, buena gente egoísta, confusa
como tantas
y menos bruta que la mayoría.
Gracias te doy por la tranquilidad de verme por tus ojos
redondamente tan
vacío que es el ruido de una gotera el llanto,
aburrimiento puro nuestra angustia
por el saber de lo que ayer oí: se vive de prestado, no hay para
que apurarse en cerrar el negocio.
Desamor del que bajo la escalera
Espantosa confianza. Gracias, gracias.
UNA NOTA ESTRIDENTE
La primavera se esfuerza por reiterar sus encantos como si
nada hubiera sucedido
desde la última vez que los inventariaste
en el lenguaje de la juventud, retoñado de arcaísmos, cuando
la poesía
era aún, en la vieja casa del idioma, una maestra de escuela.
Y no hay cómo expulsar a los gorriones
de las ruinas del templo en que el sueño enjaulado,
león de circo pobre que atormentan las moscas,
se da vueltas y vueltas rumiándose a sí mismo:
extranjero en los suburbios de Nápoles, arrojado allí por una
ola de equívocos.
A esos cantos miserables debieras adaptar
estas palabras en que oscila tu historia
entre el silencio justo o el abundar en ellas
al modo de los pájaros: una nota estridente,
una sola: estoy vivo.
POR TU NOMBRE
Perdonarás que mañana estas palabras no sean para otros ojos
nada más que una mirada distraída
—los tuyos mismos, quizá—. Te las ofrezco
despojadas del mejor de los atributos retóricos: no compiten
con el canto del ruiseñor ni de ninguna manera
rompieron el silencio, mi constante y enemigo punto de apoyo.
Además, como nada ha ocurrido, espero poder llamarte
en estas líneas, Adriana, por tu nombre.
Aún, querida, ignoro lo que te voy a decir, pero quizá sientas como yo
cuando te asomas a la gran terraza sobre el mar, algo así:
el verano que me hiciste tan bello y terrible (y estos adjetivos recuerdan
necesariamente a un ángel), empieza a declinar a la manera
de una especia particular de catástrofe.
No me resisto a las expresiones patéticas,
siempre, es claro, de pésimo gusto, y que duelen por añadidura.
Sin duda hablo de uno de esos momentos de crisis
en que cualquier neurótico pierde el equilibrio
de su enfermedad, y en este caso la pérdida eres tú.
A lo mejor, entonces no ves nada desde allí
sino la ausencia del sol en un día de febrero:
insidioso mes que baja con abrigo a la playa
repitiendo en todos los tonos: señoras y señores,
tengan la bondad de retirarse, como un empleado municipal.
Y si puedo reintroducir la desolación en esta imagen,
hazme el favor de recordar
todo lo que hizo de la infancia un lugar que siempre cerraban a destiempo
antes de que comenzara la verdadera función o terminara en
realidad el día de fiesta.
Perdonarás que te implique en todo esto: “noticias
de ninguna parte” como si, donde no hubo historia alguna
y “en breve territorio, en suelo ajeno” compartiéramos un lugar
bajo el sol opaco; pero aquí, entre estas palabras con las que
intento reemplazarte
a falta de ti, puedes incluso ceder a unas dos o tres lágrimas
que con las mías mezcladas brotaron de unos mismos ojos
como el célebre soneto.
Es una impresión muy conocida pero siempre sorprendente
y excesivamente feliz, la de no saber
quien de los dos es el otro cuando ocurre
lo que podría llamarse, amor, por su nombre
si ese nombre fuese un balbuceo que alguien quisiera oír.
En la memoria —reconocido sitio de lo no vivido— y en mi torpe lenguaje
lleno de habilidades superfluas, tú o yo, pero más bien el
sujeto de estas oraciones
que no es ni el uno ni el otro sino ambos a la vez presentes por el esfuerzo
de reunirse en esta criatura de la que forman parte;
eso, ahora bajo tu apariencia, mientras todo a su alrededor
luce como en un trasatlántico, acogedor y sólido,
recuerda que no era ése el viaje de su elección.
La pasajera se sabe de memoria el itinerario
pero la memoria sufre en un punto una indisposición pasajera
pues, en fin, insistentemente hay algo que no recuerda:
un lugar no acogido por los hechos pero que si bien antes era sólo
la posibilidad de introducir con su nombre una variante en el viaje,
ahora también pertenece a un inexistente pasado,
Es algo de lo que parece difícil desprenderse
por su modo de inexistir pero que produce molestias,
una especia de alegría inseparable de la asfixia.
Tiene incluso una existencia física, abunda en las señales de
una doble identidad:
la de ella y la del otro, pero no puede ser.
Perdonarás que este monólogo de dos gravite ahora
—como a una inclinación imperceptible del barco—
sobre esa criatura monstruosa, perdida en lo que no es;
pues se nos parece todavía más que nuestras dobles imágenes separadas,
pero no puedo verla como no sea por los rastros
que deja en el papel: todas estas palabras
de una torpeza particular porque no tratan de nada
pero que son sin embargo o tal vez imperdonables.