Enrique Lihn

Alma bella

 

 

 

 

 

REVOLUCIÓN

 

No toco la trompeta ni subo a la tribuna

De la revolución prefiero la necesidad de conversar entre amigos

aunque sea por las razones más débiles

hasta diletando; y soy, como se ve, un pequeño burgués no vergonzante

que ya en los años treinta y pico sospechaba que detrás del

amor a los pobres de los sagrados corazones

se escondía una monstruosa duplicidad

y que en el cielo habría una puerta de servicio

para hacer el reparto de las sobras entre los mismos mendigos que se

restregaban aquí abajo contra los flancos de la iglesia

en ese barrio uncioso pero de cuello y corbata.

frío de corazón ornamental

La revolución

es el nacimiento del espíritu crítico y las perplejidades que le duelen

al imago en los lugares en que se ha completado para una

tarea por ahora incomprensible

y en nombre de la razón la cabeza vacila

y otras cabezas caen en un cesto

y uno se siente solitario y cruel

víctima de las incalculables injusticias que efectivamente no se hacen

esperar y empiezan a sumarse en el horizonte de lo que era de

rigor llamar entonces la vida

y su famosa sonrisa.

 

 

 

 

ALMA BELLA

 

Y tú alma bella que restriegas tu belleza a mi cuerpo,

criatura creada a imagen y semejanza de una lejana noche

de amor de la que únicamente Yo debiera acordarme, debiera.

Especie de canción contra la cual se estrella mi espantosa

memoria ciega, tierna especie de nada, palabras

como golondrinas en un granero vacío.

Y tú, porque esta invocación deja de ser un lugar común

cuando se trata de ti que en nada te distingues de las otras

como no sea por el exceso de tu alma.

Invocación tú que eres como el amor un lugar común tan

difícil para mí de intercalar en mi vida que ahora mismo

no sé qué hacer contigo quizás destruir este poema estoy

sinceramente vacío no gano nada con emocionarme

mientras te hago esperar en un lugar de La Habana.

No quieres comprenderlo ni yo puedo decírtelo; por las

palabras empieza mi temor por ellas de las que me he

servido demasiado tiempo para orillar este silencio al

que me siento ligado como un loco a los tormentos

del mar, en los malecones.

Es una asfixia hablar, dar las explicaciones que nunca aclaran

nada, destruir con la palabra lo que se ha construido sin ella: el poema

de circunstancia la alegría de un momento es una asfixia

Se vive en esto cuando se ha perdido la vocación de lo eterno

y el alma pasa a convertirse en un malestar más en un

bienestar pasajero o en una tempestad para orillarla en

los momentos de locura, pero tú

que no eres más que una especie de canción desprendida de

la memoria por donde este viento con su crueldad

inveterada sopla de nada te serviría inclinarte, vuelas,

y ninguna metáfora que te convierta fácilmente en un

juguete nuevo de la tempestad dará una puta idea de

lo que para una muchacha significa perder por un

momento un alma como la tuya me abstengo:

dejo a un lado la flor y el fruto pienso más bien en el miedo

y en la náusea sinceramente vacío en cómo una ciudad

entera puede convertirse como por arte de nada en una tierra de nadie:

esta ciudad demasiado real para tu historia en que la historia reina

como en una colmena fecundándolo todo.

Es lo que yo he vivido hasta el cansancio cualquiera pensaría

que me he propuesto vengarme en ti de los deseos

infantiles reprimidos o algo por el estilo,

de ti que eres una invocación esperándome

a cada vuelta de mi insoportable

retórica cómo decírtelo,

inocencia:

soy la literatura el viejo lobo inofensivo,

ojalá.

Necesitaba amarte así fue devorada caperucita en el bosque

cuestión de instinto carnicero pero por sobre todo de

cuentos infantiles que terminan bien contra viento y

marea, lobo y bosque.

No has perdido uno solo de tus cabellos en mi vientre

Aquí estás intacta en lo que digo de ti intocada como lo

estará siempre un alma digna de este nombre, perdóname,

y un cuerpo para el que la palabra alma no tiene más sentido

que para los pájaros su propio canto incontenible

Yo seré —este es mi papel— nada más que un momento ni

siquiera un castigo a tu distracción o a tu desobediencia

estamos cansados de todo esto, un momento de angustia en lo oscuro:

el extranjero

que desespera por unirse a la vida en una ciudad como ésta,

a la vida de la que tú eres, después de todo, una pequeña imagen fiel

a semejanza del amor a la vida, inolvidable.

 

 

 

 

A FRANCI

 

Te quiero, qué comienzo,

peor es tragar saliva

y peor aún este nudo en la garganta que toma los contornos

del mundo o la forma de un grano de ripio pegado a la planta de los pies,

sigue un nombre incompleto

uno de los que ustedes usan me perdonarás que le agregue una s.

Verónica, mi vida (es otro de tus nombres).

Toda mi poesía debiera dedicártela si sólo girara en torno a

la belleza. o del amor que únicamente tú y la primavera

de Boticelli me inspiran por partes iguales.

No sé qué puntos calzas

pero, igual, me arrodillo frente a un ángel, y, como Rilke, el

solterón, tiemblo ante lo terrible.

Marco el número de tu teléfono

como el nuevo presidario que memoriza su número

te oigo pensar otra cosa entre líneas mientras tu voz me

corrobora engañosamente una cita

total qué aburrimiento en el parque Almendárez

a cada instante engaño

a cada instante me engañan

Tu ángel negro —me dijo Magy que no te conocía— y apareciste tú

con tu peinado en barbecho bajo el turbante

desplazándote coma un avestruz en su

jaula como una bailarina en el escenario

y, yo te dije: si fueras la princesa Isabel no te habría esperado tanto,

y descubrí que eras bella.

Pelona —dijo Eva— imagínate, tiene que ser linda para lucir

así, a pesar de ser pelona.

No discuto, me inclino

como Rilke el solterón

que no se paró a distinguir un peinado de otro para caer en

trance discretamente

como un buen caballero especializado en el cielo.

No bastará en mi caso la fascinación

y lo que no termino de admirar por otra parte es el swing del

viejo tronco para dar flores de tu tipo:

la articulación de las distintas partes de una imagen compleja

da como resultado esta simplicidad esencial hasta para sentarse

de modo que los muslos lanzan todas sus fechas y la pequeña

cabeza de largo cuello queda expuesta en el mundo

como el búcaro en la mesa,

brazos esenciales manos enguantadas en las palmas del rosa

de la lengua que guarda así su equilibrio de rosa

pero herramientas

del color de la tierra vegetal cuando llueve,

ah y qué soledad. Toma nota. Acompáñame.

 

 

 

 

GOTERA

 

Espantosa confianza que pongo en ti, mujer,

la primera en subírseme, de paso, a la cabeza.

Desamor del que huyo enterneciéndome,

y es demasiado fácil (diría lo real).

Se habla de la miseria en esta cama, paso

del recuerdo a los órganos sexuales

y un llanto de no sé bien ni de quién ni de cuándo

—el transfundirse del sudor en sábanas—

¿no es tibio el nido de la muerte? Enfría

el resto de los juegos sobre la piel, soplándola.

Y en cuanto a ti, mi reina, me resigno al patíbulo

con el previo perdón de tus ojos los más

redondos que conozco, falsamente perplejos, aburridos.

Pues, ¿a qué viene esto de hablar así como se suda,

el forcejeo por dar al cuerpo lo que es de la memoria,

a traición la lepra de los que todavía quieren —a su edad—

hacerse recoger los pedazos del alma:

Años de lo que fuere. Bastaría un bostezo de esta boca para

poner en su sitio tanta historia;

pero, mujer, tú prefieres el trueque, hacerte

—a cambio del silencio— oír

también tú en el desierto que entre ambos formamos

como dos comerciantes de arena bajo el viento.

Y esta complicidad tiene su encanto el último de todos,

cancelar

los pequeños secreto: sin misterio.

Animales de una misma camada, buena gente egoísta, confusa

como tantas

y menos bruta que la mayoría.

Gracias te doy por la tranquilidad de verme por tus ojos

redondamente tan

vacío que es el ruido de una gotera el llanto,

aburrimiento puro nuestra angustia

por el saber de lo que ayer oí: se vive de prestado, no hay para

que apurarse en cerrar el negocio.

Desamor del que bajo la escalera

Espantosa confianza. Gracias, gracias.

 

 

 

 

UNA NOTA ESTRIDENTE

 

La primavera se esfuerza por reiterar sus encantos como si

nada hubiera sucedido

desde la última vez que los inventariaste

en el lenguaje de la juventud, retoñado de arcaísmos, cuando

la poesía

era aún, en la vieja casa del idioma, una maestra de escuela.

Y no hay cómo expulsar a los gorriones

de las ruinas del templo en que el sueño enjaulado,

león de circo pobre que atormentan las moscas,

se da vueltas y vueltas rumiándose a sí mismo:

extranjero en los suburbios de Nápoles, arrojado allí por una

ola de equívocos.

A esos cantos miserables debieras adaptar

estas palabras en que oscila tu historia

entre el silencio justo o el abundar en ellas

al modo de los pájaros: una nota estridente,

una sola: estoy vivo.

 

 

 

 

POR TU NOMBRE

 

Perdonarás que mañana estas palabras no sean para otros ojos

nada más que una mirada distraída

—los tuyos mismos, quizá—. Te las ofrezco

despojadas del mejor de los atributos retóricos: no compiten

con el canto del ruiseñor ni de ninguna manera

rompieron el silencio, mi constante y enemigo punto de apoyo.

Además, como nada ha ocurrido, espero poder llamarte

en estas líneas, Adriana, por tu nombre.

Aún, querida, ignoro lo que te voy a decir, pero quizá sientas como yo

cuando te asomas a la gran terraza sobre el mar, algo así:

el verano que me hiciste tan bello y terrible (y estos adjetivos recuerdan

necesariamente a un ángel), empieza a declinar a la manera

de una especia particular de catástrofe.

No me resisto a las expresiones patéticas,

siempre, es claro, de pésimo gusto, y que duelen por añadidura.

Sin duda hablo de uno de esos momentos de crisis

en que cualquier neurótico pierde el equilibrio

de su enfermedad, y en este caso la pérdida eres tú.

A lo mejor, entonces no ves nada desde allí

sino la ausencia del sol en un día de febrero:

insidioso mes que baja con abrigo a la playa

repitiendo en todos los tonos: señoras y señores,

tengan la bondad de retirarse, como un empleado municipal.

Y si puedo reintroducir la desolación en esta imagen,

hazme el favor de recordar

todo lo que hizo de la infancia un lugar que siempre cerraban a destiempo

antes de que comenzara la verdadera función o terminara en

realidad el día de fiesta.

Perdonarás que te implique en todo esto: “noticias

de ninguna parte” como si, donde no hubo historia alguna

y “en breve territorio, en suelo ajeno” compartiéramos un lugar

bajo el sol opaco; pero aquí, entre estas palabras con las que

intento reemplazarte

a falta de ti, puedes incluso ceder a unas dos o tres lágrimas

que con las mías mezcladas brotaron de unos mismos ojos

como el célebre soneto.

Es una impresión muy conocida pero siempre sorprendente

y excesivamente feliz, la de no saber

quien de los dos es el otro cuando ocurre

lo que podría llamarse, amor, por su nombre

si ese nombre fuese un balbuceo que alguien quisiera oír.

En la memoria —reconocido sitio de lo no vivido— y en mi torpe lenguaje

lleno de habilidades superfluas, tú o yo, pero más bien el

sujeto de estas oraciones

que no es ni el uno ni el otro sino ambos a la vez presentes por el esfuerzo

de reunirse en esta criatura de la que forman parte;

eso, ahora bajo tu apariencia, mientras todo a su alrededor

luce como en un trasatlántico, acogedor y sólido,

recuerda que no era ése el viaje de su elección.

La pasajera se sabe de memoria el itinerario

pero la memoria sufre en un punto una indisposición pasajera

pues, en fin, insistentemente hay algo que no recuerda:

un lugar no acogido por los hechos pero que si bien antes era sólo

la posibilidad de introducir con su nombre una variante en el viaje,

ahora también pertenece a un inexistente pasado,

Es algo de lo que parece difícil desprenderse

por su modo de inexistir pero que produce molestias,

una especia de alegría inseparable de la asfixia.

Tiene incluso una existencia física, abunda en las señales de

una doble identidad:

la de ella y la del otro, pero no puede ser.

Perdonarás que este monólogo de dos gravite ahora

—como a una inclinación imperceptible del barco—

sobre esa criatura monstruosa, perdida en lo que no es;

pues se nos parece todavía más que nuestras dobles imágenes separadas,

pero no puedo verla como no sea por los rastros

que deja en el papel: todas estas palabras

de una torpeza particular porque no tratan de nada

pero que son sin embargo o tal vez imperdonables.

 

Enrique Lihn (Chile, 1929 - 1988). Poeta, novelista, ensayista y crítico literario. Figura imprescindible de la poesía latinoamericana durante la segun ... LEER MÁS DEL AUTOR